Tales of Mystery and Imagination

Tales of Mystery and Imagination

" Tales of Mystery and Imagination es un blog sin ánimo de lucro cuyo único fin consiste en rendir justo homenaje a los escritores de terror, ciencia-ficción y fantasía del mundo. Los derechos de los textos que aquí aparecen pertenecen a cada autor.

Las imágenes han sido obtenidas de la red y son de dominio público. No obstante, si alguien tiene derecho reservado sobre alguna de ellas y se siente perjudicado por su publicación, por favor, no dude en comunicárnoslo.

Patricia Esteban Erlés: Cantalobos



En Cantalobos se aprende enseguida que la locura es blanca y silenciosa como un gato de angora. A los recién llegados se les va prendiendo del pelo sin hacer ruido, igual que las telarañas cuelgan del techo en una casa abandonada, y pocos días después ya se ha apoderado de ellos, los ha convertido en estatuas detenidas que aparecen sin más, poblando una esquina del patio o medio ocultos tras la puerta de la capilla. Pienso en eso, en que la locura es blanca, y que repta a través de los cuerpos, mientras Cecilia y yo caminamos hacia nuestro banco como una pareja de novios. Ella deja de temblar y hasta sonríe algunas veces cuando nos sentamos en ese falso banco de parque, un banco de interior, colocado en medio del pasillo, vagamente triste e incompleto, rodeado de tiestos con pequeñas plantas que nunca se mojan con la lluvia. Pero hoy se nos han adelantado. Dos internos fingen repintar la madera, uno a cada lado, en silencio. Levantan los ojos a la vez, dejan en suspenso sus brochas invisibles y nos miran con el gesto torci-do y su fealdad descarnada de locos. Aquí nos mancharemos, digo en voz baja, mejor vamonos. Cojo la mano huesuda de Cecilia y le propongo que cantemos algo para quitarnos el miedo pero no responde. El silencio nos permite escuchar cómo en algún lugar del piso superior corre medio dormida el agua de un grifo, es un temblor que aletea preso entre las paredes y que nos acompaña hasta el final del corredor.
Avanzamos camino del ala norte hasta que nos tropezamos con una de las cuidadoras. Es nueva, no sabemos su nombre, pero todas llevan el pelo recogido y son mucho más altas que las internas. Eso nos permite distinguirlas. La locura es blanca, silenciosa y encoge a las personas como una mala noticia, pero la cuidadora no se difumina ni empalidece, y al pasar junto a nosotros su traje oscuro cruje. Tiene la mirada llena de agujas negras. El pulso de Cecilia se acelera aunque la mujer ni nos mira. Se aleja dejando un eco negro de herraduras y llaves que rompe la calma y es engullido en cuanto dobla la esquina del pasillo. Irás pero no volverás, susurra Cecilia con los ojos cerrados, esta luz blanca va a matarme, Tristán. Aprieto con fuerza su mano desmayada entre mis dedos.
Irás pero no volverás, repite.
Mi pobre Cecilia.

Robert R. McCammon: The Deep End



Summer was dying. The late afternoon sky wept rain from low, hovering clouds, and Glenn Calder sat in his Chevy station wagon, staring at the swimming pool where his son had drowned two weeks ago.

Neil was just sixteen years old, Glenn thought. His lips were tight and gray, and the last of his summer tan had faded from his gaunt, hollowed face. Just sixteen. His hands tightened around the steering-wheel, the knuckles bleaching white. It's not fair. My son is dead---and you're still alive. Oh, I know you're there. I've figured it all out. You think you're so damned smart. You think you've got everybody fooled. But not me. Oh no---not me.

He reached over the seat beside him and picked up his pack of Winstons, chose a cigarette and clamped the filter between his lips. Then he punched the cigarette lighter in and waited for it to heat up.

His eyes, pale blue behind a pair of horn-rimmed glasses, remained fixed on the Olympic-sized public swimming pool beyond the high chainlink fence. A sign on the admissions gate said in big, cheerful red letters: CLOSED FOR THE SEASON! SEE YOU NEXT SUMMER! Beyond the fence were bleachers and sundecks where people had lolled in the hot, sultry summer of north Alabama, and there was a bandstand where an occasional rock band had played at a pool party on a Saturday night. Steam rose from the glistening concrete around the pool and, in the silence between the patter of raindrops, with his windows rolled down and the moody smell of August's last hours inside the car, he thought he could hear ghostly music from that bandstand, there under the red canopy where he himself had danced as a kid in the late fifties

He imagined he could hear the shouts, squeals and rowdy laughter of the generations of kids that had come to this pool, here in wooded Parnell Park, since it had been dug out and filled with water back in the mid-forties. He cocked his head to one side, listening, and he felt sure that one of these ghostly voices belonged to Neil, and Neil was speaking like a ripple of water down a drain, calling "Dad? Dad? It killed me, Dad! I didn't drown! I was always a good swimmer, Dad! You know that, don't you...?"

Lorenzo Luengo: La invasión secreta



Humboldt encontró en Sudamérica una cotorra que era la única criatura viviente que hablaba palabras del lenguaje de una tribu extinguida. Se trataba de un lenguaje conformado de vocales suaves y consonantes apenas fricativas en el que no se apreciaba la intervención enojosa de los músculos de la garganta, y tan transparente que parecía haber sido desarrollado por varias generaciones de sopladores de vidrio cruzados con sopranos, como una suerte de viento sin asperezas, a la vez prístino y domesticado. Humboldt la presentó en la MCCVII Conferencia Mundial de Damas Exploradoras y Caballeros Vagabundos, ante un público enfervorizado que aplaudió con perpleja emoción los alardes lingüísticos de la cotorra, sobre todo la emisión de un divertido vocablo que sonaba como un estornudo y que ella, con un extraordinario sentido del espectáculo, repitió varias veces para regocijo de su dócil audiencia. La cotorra, feliz de sentirse observada, se sostenía en una percha esquelética, desde la cual saltaba en ocasiones al hombro izquierdo de Humboldt con un gracioso aleteo que dejaba prendido en el aire un deslumbrante arco iris; estaba recubierta por un plumaje de color esmeralda con mechas amarillas, y tenía la cabeza tocada por un penacho de plumas rojas y azules que hacía pensar en la cimera de una armadura destinada a batallar contra dragones. Cuando hablaba, su pico granate, extrañamente flexible, se alabeaba en un curioso perfil cesáreo, como si también entre las cotorras se contasen emperadores capaces de dirigir huestes multitudinarias hacia campañas históricas.
La verdad es que a Humboldt, cuya apariencia de aventurero de tercera fila semejaba agigantada ahora por las luces del Drury Lane, igual que si desde siempre su anatomía frugal hubiera estado pendiente de una luz cenital que revelase sin torpezas su verdadera prestancia, le satisfacía especialmente mostrarla ante aquel público de conquistadores elegantes a los que siempre había envidiado en secreto. En su gran mayoría, habían dedicado sus días a explorar regiones ignoradas de la tierra sin que jamás les hubiese sido concedido el privilegio de mostrar a la luz un tesoro como el suyo, a pesar de sus condiciones para el heroísmo, que ellos parecían reservar para las fiestas anuales de la Liga donde no titubeaban en alardear de un envidiable arrojo a la hora de trinchar patos muertos y descorchar peligrosas botellas. Muchos se habían dejado resbalar ya hacia una vejez rezongona y fracasada que suponían armada con en el derecho de impugnar los logros de los más jóvenes, blandiendo la excusa de que sólo de esa forma se protegía a la Liga contra descubrimientos demasiado precipitados, hallazgos con pies de barro cuya malversación podía difundir descrédito sobre su irreprochable historia milenaria. El propio Humboldt había tenido que padecer en sus carnes humillaciones destinadas a los advenedizos, como si los más de veinte años que llevaba afiliado a la Liga, viajando por geografías inclementes en busca de paisajes no fijados por los mapas, tribus secretas hurtadas a los libros de Historia o plantas regateadas a los manuales de Botánica, no bastasen para mostrarle la caridad con que se favorecía a las viejas glorias, pues, mientras que a él podía reprochársele hasta con vejaciones el retorno a la sede con las manos vacías, a sus colegas más provectos se les premiaba con estatuas en plazas de ciudades recónditas o canonjías en remotas sucursales de la Liga sólo por su inútil contumacia a la hora de fatigar escenarios en pos de algún hallazgo histórico, aun cuando tanta tozudez estuviera más cerca del orgullo que del sincero servicio a sus votos, pues lo que con ello pretendían no era ensalzar ante la Ciencia el nombre de la Liga sino justificar una existencia a la que la suerte parecía haber pasado por alto.

Roald Dahl: Lamb to the Slaughter



The room was warm and clean, the curtains drawn, the two table lamps alight-hers and the one by the empty chair opposite. On the sideboard behind her, two tall glasses, soda water, whiskey. Fresh ice cubes in the Thermos bucket.

Mary Maloney was waiting for her husband to come him from work.

Now and again she would glance up at the clock, but without anxiety, merely to please herself with the thought that each minute gone by made it nearer the time when he would come. There was a slow smiling air about her, and about everything she did. The drop of a head as she bent over her sewing was curiously tranquil. Her skin -for this was her sixth month with child-had acquired a wonderful translucent quality, the mouth was soft, and the eyes, with their new placid look, seemed larger darker than before. When the clock said ten minutes to five, she began to listen, and a few moments later, punctually as always, she heard the tires on the gravel outside, and the car door slamming, the footsteps passing the window, the key turning in the lock. She laid aside her sewing, stood up, and went forward to kiss him as he came in.

“Hullo darling,” she said.

“Hullo darling,” he answered.

She took his coat and hung it in the closer. Then she walked over and made the drinks, a strongish one for him, a weak one for herself; and soon she was back again in her chair with the sewing, and he in the other, opposite, holding the tall glass with both hands, rocking it so the ice cubes tinkled against the side.

For her, this was always a blissful time of day. She knew he didn’t want to speak much until the first drink was finished, and she, on her side, was content to sit quietly, enjoying his company after the long hours alone in the house. She loved to luxuriate in the presence of this man, and to feel-almost as a sunbather feels the sun-that warm male glow that came out of him to her when they were alone together. She loved him for the way he sat loosely in a chair, for the way he came in a door, or moved slowly across the room with long strides. She loved intent, far look in his eyes when they rested in her, the funny shape of the mouth, and especially the way he remained silent about his tiredness, sitting still with himself until the whiskey had taken some of it away.

Robert Bloch: The Bat Is My Brother



I
It began in twilight—a twilight I could not see. My eyes opened on darkness, and for a moment I wondered if I were still asleep and dreaming. Then I slid my hands down and felt the cheap lining of the casket, and I knew that this nightmare was real.
I wanted to scream, but who can hear screams through six feet of earth above a grave?
Better to save my breath and try to save my sanity. I fell back, and the darkness rose all around me. The darkness, the cold, clammy darkness of death.
I could not remember how I had come here, or what hideous error had brought about my premature interment. All I knew was that I lived—but unless I managed to escape, I would soon be in a condition horribly appropriate to my surroundings.
Then began that which I dare not remember in detail. The splintering of wood, the burrowing struggle through loosely-packed grave earth; the gasping hysteria accompanying my clawing, suffocated progress to the sane surface of the world above.
It is enough that I finally emerged. I can only thank poverty for my deliverance—the poverty which had placed me in a flimsy, unsealed coffin and a pauper's shallow grave.
Clotted with sticky clay, drenched with cold perspiration, racked by utter revulsion, I crawled forth from betwixt the gaping jaws of death.
Dusk crept between the tombstones, and somewhere to my left the moon leered down to watch the shadowy legions that conquered in the name of Night.
The moon saw me, and a wind whispered furtively to brooding trees, and the trees bent low to mumble a message to all those
sleeping below their shade.
I grew restless beneath the moon's glaring eye, and I wanted to leave this spot before the trees had told my secret to the nameless, numberless dead.
Despite my desire, several minutes passed before I summoned strength to stand erect, without trembling.
Then I breathed deeply of fog and faint putridity; breathed, and turned away along the path.
It was at that moment the figure appeared.

Rafael Dieste: A volta




Sentada a carón da lareira, onde un pequeno lume aínda se esforza en facerlle compaña, a vella Resenda ten fixo o pensameno en distantes lembranzas, e poida que nalgún presaxio que esa noite lle escorrentou o sono. Por veces bole un pouco, escoita, e de seguida volve ó seu enlevo…
Quedáralle Resenda porque o finado do seu home era o señor Resende, e tamén como un xeito de lle gardar respeto.
Aínda traballaba o vello cando o mozo lanzal, seu Andresiño, regalía da casa, fora en grea con outros, mordendo un caravel, a terras de Mouramia. Pouco souberan dicir del os outros. Si, vírano por alá. Mais, tende en conta… Alá non é coma aquí. Milleiros e milleiros de homes, unha romaxe tremendísima. Uns a iren para adiante, outros a esligar coa sede nun curuto, ou convoiando os bastimentos… ¿Quen fala de morte? Saberíase. E viña entón o tecer e destecer sospeitas, conxecturas: casos dos que se perden, de cativos, dos que andan en secretas encomendas. Con aqueles contos a ansiedade dos vellos entretíñase. Pero o tempo corría… En fin, deixouse de falar do asunto, e axiña o vello perdeu azos e aquel amor á terra que soergue ós labradores. Non durou moito. Un día sentiu frío e acochouse no leito con degoro dun longo, infindo repouso, a face perdida en non se sabe que longano lubricán. Encamado estivo unha tempada, e sen ningún anceio de falar. Un día chamou á compañeira a carón del, apreixoulle a man e, moi baixiño, marmulou: Non volve…
Aquela noite o vello finaba.
A vella Resenda quedou soa, soa. Pero no seu espírito unha verba única ergueuse para non ser máis derrubada. O vello agoniante dixera: Non volve. Ela, cunha seguranza feita de anceios e presentimentos, dixo: ¡Volve! E agardou ó longo de moitas invernías…
Un andar mol, amortecido, vagariñou polo sobrado.
Despois o portón da cociña abreuse un pouco, silandeiro e cauto. Pero de súpeto cerrouse e bateu con carraxe no marco de porpiaño.
Os soños da vella fuxiron. Con ollos alampados ergueu a testa e púxose a escoitar…
Todo cala na casa non sendo as pasadas moles, velaíñas.
— ¿Quen anda aí? — berrou. E a súa propia voz sen resposta encheuna de extrañeza.
Sentiuse soa por primeira vez, e como aglaiada, aínda máis que espavorecida, daquela soedade.
Entonces comenzou a chamar polo fillo coma se estivese alí adormiñado, coa mira de meter medo ó ladrón, mais tamén para se sentir menos desamparada:

Juan Ramón Biedma: El escombral






Sólo sé que cambiaré de pisos y ciudades,
siempre con recibos de la luz pendientes,
con viejas botellas de vodka en los rincones,
periódicos sin fecha, libros gastados, húmedos,
palabras de una lengua ausente...
Siempre sin fe, aguardando, sin esperanza, atentos.

                                                 Luis Antonio de Villena, Martas cibelinas


Estaba tan oscuro que no podría distinguir el dolor.
Acariciaba la vía con la punta de la bota. Llegaban ya las luces del ferrocarril, pronto traerían su inconfundible sonido que le impediría también oír sus propios gritos, el plan era perfecto, llevaba muchos de sus veinticuatro años contemplando una solución como aquella. La enorme ventaja de apoyar la cintura y no el cuello sobre el raíl era que, además, podría curiosear desde la posición más privilegiada cada detalle del tren hasta el último momento. El inconveniente sería que su eterno dolor de cabeza iba a tardar una fracción adicional de segundo en desaparecer.
Iba a tardar más que eso.

Olalla llevaba toda la tarde pensando en que si se quitaba la vida esta noche, los pocos que la conocían iban a pensar que el bizco cabrón que la había despedido de la cafetería era el res­ponsable de su suicidio. Que había hecho aquello por un pues­to de camarera.
No separa aún el pie de la vía.


Niccolò Ammaniti: La pizza posseduta



“Scusi, lei è uno scrittore cannibale?”
Chi mi stava facendo questa domanda non era il solito giornalista, critico, lettore, ma una vecchietta piccolina e gobba, chiusa in una lunga vestaglia di flanella a fiori.
“Non ho capito... Che ha detto?”
“Ho detto: lei è uno scrittore cannibale?”
Se ne stava lì, come una testuggine, in piedi davanti alla porta di casa mia, appoggiata a un bastone nero e mi guardava dal basso del suo metro e mezzo, attraverso due fondi di bottiglia.
La vedova Menichelli.
Abitava nel mio palazzo. Al secondo o al terzo piano. E si vedeva raramente in giro. Usciva solo per andare a fare la spesa al supermarket SMEC di viale Regina, trascinandosi dietro un enorme carrello mezzo sfondato.
Non guardava in faccia nessuno. Non salutava nessuno. Quella era la prima volta che ci parlavo in vita mia.
“Allora, giovanotto, è o non è uno scrittore cannibale?” insistette spostandosi in bocca la dentiera.
Che le potevo rispondere?
Che non mi piacciono le etichette, che me l’hanno appiccicato addosso, che io sono uno scrittore e basta, insomma le solite cazzate che dico ogni volta a tutti?”
No.
Troppo complicato.
“Sissignora. Ha davanti uno Scrittore Cannibale. Che cosa posso fare per lei?”
“Bene, mi deve aiutare. Mio nipote Gianfranco è impazzito. Lei mi deve aiutare.”

Nancy Holder: Passion Play


It was a chilly May morning, and Cardinal Schonbrun's knees cracked as he took his seat beside Father Meyer in the Passionspielhaus. Father Meyer heard the noise very clearly; he was acutely aware of every sound, smell, and sight around him: of the splinters in the planks of the large, open-air stage before them, the smell of dew, the dampness of his palms. The murmurs of anticipation of the assembling crowd, and those of speculation—and derision—when his own people, scattered among the thousands, caught sight of him. He was aware that he looked like a prisoner, wedged between his friend Hans Ahrenkiel, the bishop of Munich, and his nemesis, the cardinal. He was aware that his life as a priest would be over that day.

The cardinal scowled at Father Meyer and said, «Is it true what I've just heard?»

Father Meyer licked his lips. How had he hoped to keep it a secret? «That depends on what it is, Eminence.»

«Did you give absolution to the wandelnder Leichnam this morning?

Though his heart sank—someone had betrayed him—Father Meyer regarded the cardinal steadily. «Ja. Does that surprise you?»

Cardinal Schonbrun made a shocked noise. On Father Meyer's left, the bishop shook his head mournfully.

«Did it partake of the Holy Eucharist?»

Ricardo Palma: El Manchay-Puito

Ricardo Palma by Teófilo Castillo

I

No sabré decir con fijeza en qué año del pasado siglo era cura de Yanaquihua, en la doctrina de Andaray, perteneciente a la diócesis del Cuzco, el doctor don Gaspar de Angulo y Valdivieso; pero sí diré que el señor cura era un buen pastor, que no esquilmaba mucho a sus ovejas, y que su reputación de sabio iba a la par de su moralidad. Rodeado siempre de infolios con pasta de pergamino, disfrutaba de una fama de hombre de ciencia, tal como no se reconoció entonces sino en gente que peinara canas. Gran latinista y consumado teólogo, el obispo y su cabildo no desperdiciaban ocasión de consultarlo en los casos difíciles, y su dictamen era casi siempre acatado.

El doctor Angulo y Valdivieso vivía en la casa parroquial, acompañado del sacristán y un pongo o muchacho de servicio. Su mesa rayaba en frugal, y por lo que atañe al cumplimiento de los sagrados deberes de su ministerio daba ejemplo a todos sus compañeros de la diócesis.

Aunque sólo contaba treinta y cuatro años de edad y era de bello rostro, vigoroso de cuerpo, hábil músico e insinuante y simpático en la conversación, nunca había dado pábulo a la maledicencia ni escandalizado a los feligreses con un pecadillo venial de esos que un faldellín de bandera, vestido por cuerpo de buena moza, ha hecho y hace aún cometer a más de cuatro ministros del altar. El estudio absorbía por completo el alma y los sentidos del cura de Yanaquihua, y así por esta circunstancia como por la benevolencia de su carácter era la idolatría de la parroquia.

Pero llegó un día fatal, probablemente el de San Bartolomé, en que el diablo anda suelto y tentando al prójimo. Una linda muchacha de veinte pascuas muy floridas, con una boquita como un azucarillo, y unos ojos como el lucero del alba, y una sonrisita de Gloria in excelsis Deo, y una cintura cenceña, y un piececito como el de la emperatriz de la Gran China, y un todo más revolucionario que el Congreso, se atravesó en el camino del doctor Angulo, y desde ese instante anduvo con la cabeza a pájaros y hecho un memo. Anita Sielles, que así se llamaba la doncella, lo traía hechizado. El pastor de almas empezó a desatender el rebaño, y los libros allí se estaban sin abrir y cubiertos de polvo y telarañas.

Decididamente el cuerpo le pedía jarana..., y ¡vamos!, no todo ha de ser rigor. Alguna vez se le ha de dar gusto al pobrecito sin que raye en vicioso; que «ni un dedo hace mano ni una golondrina verano».

Frank Belknap Long: The Man with a Thousand Legs




1. Statement of Horace Randall, Psychoanalyst

SOMEONE rapped loudly on the door of my bedroom. It was past midnight but I had been unable to sleep and I welcomed the disturbance.

“Who’s there?” I asked.

“A young man what insists on being admitted, sir,” replied the raucous voice of my housekeeper. “A young man — and very thin and pale he is, sir— what says he’s business what won’t wait. ‘He’s in bed,’ I says, but then he says as how you’re the only doctor what can help him now. He says as how he hasn’t slept or ate for a week, and he ain’t nothing but a boy, sir!”

“Tell him he can come in,” I replied as I slid into my dressing gown and reached for a cigar.

The door opened to admit a thin shaft of light and a young man so incredibly emaciated that I stared at him in horror. He was six feet tall and extremely broad-shouldered, but I don’t think he weighed one hundred pounds. As he approached me he staggered and leaned against the wall for support. His eyes fairly blazed. It was obvious that some tremendous idea swayed him. I gently indicated a chair and he collapsed into it.

For a moment he sat and surveyed me. When I offered him a cigar he brushed it aside with a gesture of contempt.

“Why should I poison my body with such things?” he snapped. “Tobacco is for weaklings and children.”

I studied him curiously. He was apparently an extraordinary young man. His forehead was high and broad, his nose was curved like a scimitar, and his lips were so tightly compressed that only a thin line indicated his mouth.

Ray Loriga: Los asesinos



Los hay que al pasar por la calle de Los Asesinos cerca del campo de Santo Stefano sienten miedo por ellos mismos, aunque hace mucho que no se cometen crímenes allí, y los hay que al cruzar esta callecita veneciana sienten miedo por los demás, temiendo ser capaces de cometer un crimen. También hay unos desdichados terceros que agachamos la cabeza seguros de ser reconocidos ya como criminales.
De los crímenes cometidos en la imaginación se guardan celosos registros desde el principio de los tiempos y resulta difícil encontrar un viajero sensato que escape a la sombra de la culpa. ¡Si ya en la infancia nos escondemos sin haber hecho aún nada!
No hay niño que al escuchar su nombre en boca de la autoridad de sus adultos no contenga la respiración por un segundo esperando un castigo. Lo mismo en invierno que en verano, pues siempre se está demasiado cerca del mar, o demasiado alto en la roca, o se ha comido demasiada tarta o poco estofado. Se han tocado las cucharitas de plata, por más que no se robara ninguna, o se ha visto por la puerta entreabierta lo que no estaba permitido. Los crímenes se multiplican con la edad y siempre hay una patada a destiempo a la mascota de la casa por más que hasta entonces y después se la haya cuidado con esmero. La adolescencia entera se guía siguiendo el mapa del deseo que no reporta ningún bien a los demás, y de la propia satisfacción o de ese anhelo, nacen las culpas de la edad adulta. Es tan egoísta querer sacar provecho del cuerpo de la mujer amada que se avergüenza uno de sólo pensarlo y qué decir de las glorias del oficio que se buscan con el único objetivo de satisfacer nuestro orgullo y enriquecer el bolsillo. Nada bueno se hace en una vida por el bien ajeno y hasta en el cuidado amoroso de los hijos se invierten buenas dosis de ambición y avaricia, de ahí que en un descuido los llamemos tesoros. No hay cariño por ligero que sea que no arrastre una condena. Nuestra felicidad nos lleva a planear robos de guante blanco en el corazón de los otros. Decimos mi vida, para referirnos a quienes más amamos, hurtando ya lo que sabemos que no puede pertenecernos. Incluso en los placeres más sencillos no buscamos sino la propia alegría.
¿Qué hacemos bajo el sol o entre la nieve sino tratar de divertirnos? Cuántos hemos confundido el bienestar con una causa noble. Hay quienes eligen féretro antes de morir, para presumir entre los vivos de esa última elegancia.
No debemos extrañarnos entonces si al atravesar con paso rápido la calle de Los Asesinos, cerca de San Stefano, bajamos la cabeza, sabiéndonos culpables de los crímenes cometidos.
Sólo quien no haya amado nunca a nadie, ni a sí mismo, puede levantar la frente y presumir de su inocencia en calles como ésta.

Pilar Pedraza: Balneario

  

¡Buenos días señor! Acomódese como pueda, pero, por favor, no empuje. Cabemos todos, aunque estemos un poco apretados: se lo digo yo, que conozco el paño. Tiene usted el codo como una piedra y me lo está clavando. No es que me duela, no, ni siquiera me molesta. Además, ¿qué puede hacer usted?

No se preocupe ni ponga esa cara, hombre. Su estancia aquí no será larga; como mucho, dos semanas. Se lo digo por experiencia. A estas alturas del curso, nos necesitan más que nunca, y los que tienen la suerte de estar tan delgaditos como usted, no duran nada. Pronto descansará y se librará de estas apreturas y, sobre todo, de este olor. Yo ya ni lo noto, pero comprendo que un recién llegado...

Cuando me trajeron a mí, me mareé muchísimo.

¡Creí que me moría! ¿No es gracioso?

No se apene, señor; uno acaba por acostumbrarse. Dígamelo a mí, que llevo aquí dos años. Se dice pronto ¡dos años! Y ya me ve, tan fresca. Bueno, es un decir: de fresca, nada. Estoy muy correosa, cada día más. A veces me desespero, ¿sabe? Me gustaría tumbarme y sobre todo estar seca. Este caldo es mi desesperación, pero, ¿qué voy a hacer?

Ni puedo salir, ni me sacan. A ratos pienso que me han olvidado, pero ¡quia! Sé que tarde o temprano les seré útil, y la espera me da una ansiedad. Si al menos supiera que me han olvidado para siempre, tal vez yo también me olvidaría de mí misma y dejaría de sufrir.

Valerio Evangelisti: Marte distruggerà la Terra



Ci hanno ingannati sistematicamente, per quasi un cinquantennio. Sono riusciti a sfuggire alle nostre ricerche, hanno eluso le ispezioni, hanno fornito immagini artefatte.» Il segretario alla Difesa Burke era tutto sudato mentre, al termine di un discorso di un’ora e mezzo corredato da riprese satellitari, fotografie e mappe, menava di fronte al Consiglio di Sicurezza delle Nazioni Unite l’affondo decisivo. «Perché tanto accanimento nella menzogna? Perché una cortina fumogena così impressionante? Non c’è che una risposta logica. Non volevano farci sapere quale potenza avevano accumulato nelle loro grinfie. E a quale scopo?»
Il rappresentante della Russia guardò l’orologio. «Ce lo dica lei, signor Burke. Noi abbiamo pazientato abbastanza. Venga alle conclusioni.»
Burke trasse dal taschino un fazzoletto e se lo passò sul faccione nero. Oltre a essere affaticato, era incollerito dal palese scetticismo degli astanti. «Le conclusioni? Sono presto dette. Dobbiamo intervenire, e subito. Altrimenti Marte distruggerà la terra.»
Ci fu un lungo silenzio, mentre i consiglieri si guardavano increduli. Poi il rappresentante della Francia si alzò in piedi, afferrò il rapporto che aveva in mano e lo sbatté sul banco. «È pazzesco. Semplicemente pazzesco. Quell’uomo ci prende per idioti. Ma io ne ho abbastanza di questa farsa. Me ne vado.»
Burke fece una risatina sardonica, che però risentiva della fatica per la battaglia sostenuta. «Noto che il mio collega Rousselet non si convince nemmeno di fronte all’evidenza. Ha visto le foto e i filmati. Non riesco a capire perché metta in dubbio con tanta arroganza la buona fede degli Stati Uniti e la mia personale. Mi dia un buon motivo.»

Tales of Mystery and Imagination