El hombre bajó trabajosamente del automóvil. Entre su pierna derecha escayolada desde el tobillo a la ingle, el embarazo de las muletas y el peso de una cartera de mano colgándole del cuello, no le resultaba fácil moverse. El chofer del taxi, solícito, le ayudó. La compasión es uno de los últimos reductos que les quedan a las buenas formas.
Renqueante, con una impericia que quedaba confirmada por la blancura del yeso recién puesto, el hombre llegó hasta el mostrador de facturación. Sujetando ambas muletas con una sola mano, ayudándose con los dientes y manteniendo un equilibrio precario, logró sacar su billete de la cartera. Se lo extendió a la azafata.
-A Málaga, señorita. No llevo equipaje.
La azafata ni siquiera levantó la mirada de la pantalla de su computadora. Le preguntó, en el tono más automático existente.
-¿Asiento de fumador o de no fumador?
-Me da lo mismo. Preferiría, si pudiera ser, uno de los de la ventanilla de emergencia.
La sonrisa le salió adecuadamente dolorosa.
-Es que llevo la pierna enyesada, ¿sabe?, y en esa fila hay más sitio.