Tales of Mystery and Imagination

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Carlos López Hernando: Un no tan típico cuento navideño americano

Carlos López Hernando



La noche era fría como sólo podía serlo en Noche Buena. Por supuesto, hablamos del hemisferio norte de nuestro planeta. Pero no dejemos que meros datos accesorios nos distraigan de la acción principal. Como todo buen cuento navideño americano, dicha acción ya ha empezado. En este momento Mary, una niña pequeña de apenas nueve años, aguarda en su camita a que venga Papá Noel a traerle sus regalos. Por supuesto, Papá Noel aparecerá en este cuento, sino no sería un típico cuento navideño americano. Por supuesto, Papá Noel tendrá algún tipo de problema por culpa de algún adulto ¡que comete la osadía de no creer en él! [léase con voz indignada]. Por supuesto, la niña tiene algún parentesco con el susodicho adulto y tendrá que salir al rescate de un desconocido de unos ochenta años vestido con un extraño traje rojo. Pero no lo hace de forma altruista, lo hace porque la religión del viejo le obliga a dejarle regalos cada año por estas fechas. Puro materialismo, aunque no nos guste reconocerlo. Por cierto, ¿sabían que el color original de Papá Noel era verde pero se cambió por el rojo como campaña publicitaria de Coca-Cola? Pero estas tres últimas frases no venían a cuento. Se alejan del típico cuento navideño americano. Así que dejemos que este humilde narrador navideño deje paso al narrador omnisciente.

Jack estaba preparado para entrar en aquella nave industrial en teoría abandonada. Bastante mala suerte había sido que le tocara trabajar en Noche Buena como para que encima hoy, justamente hoy, encontraran el taller ilegal. El teniente Murray llevaba semanas investigándolo y el cabrón tenía que descubrir su ubicación precisamente esa noche. Por supuesto, el teniente no estaba allí. Una vez lo encontró se largó con su familia a disfrutar de una buena comida navideña. Y le tocaba a Jack, como sargento de guardia, dirigir la operación. Pero lo único que él quería era volver a su casa con su mujer y su hijaa.
—Bueno, muchachos. Vamos a entrar.
La orden se cumplió con rapidez. Echaron la puerta abajo e irrumpieron en la nave industrial, desplegándose rápidamente por todo el perímetro. Los policías fueron demasiado veloces para dar tiempo a sus inquilinos a reaccionar.
—¡Que nadie se mueva! —La voz de Jack fue potente como un trueno. Casi se merece estar escrita en mayúsculas—. Muy bien, ¿quién está al mando?
Jack barrió la estancia con su mirada. Era mucho más grande de lo que le había parecido desde fuera. Y mucho más atroz. En multitud de mesas, miles de niños se apelotonaban en hileras fabricando toda suerte de juguetes. Trabajaban sin descanso y, a juzgar por su delgadez, debían de seguir una dieta muy restrictiva. Se veía que sus opresores se habían gastado el dinero de la comida en unos graciosos y verdes uniformes. Habían cuidado todos los detalles, hasta llevaban un gorro a juego con un cascabel en la punta. Jamás había contemplado unos menores de edad explotados con tanto estilo.
—He preguntado que ¿quién está...?

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