I
Pero un día se le ocurrió al emperador que las islas Apológicas serían una posición de importancia en medio de los mares, y con su extraordinaria terquedad trabajó sin desaliento hasta conseguir que el transporte Rey del mar llevase a las islas todo el personal necesario para constituir rápidamente una colonia digna del imperio.
Todos mis lectores recordarán que el barco se perdió a los 93 grados de latitud Norte y 415 de longitud oriental. ¿Por qué se perdió? No se sabe. Un juanete que no se pudo aferrar, una vía en la obra viva... algo que fue suficiente para producir la catástrofe.
Se salvaron algunos niños y mujeres y algunos colonizadores, que fueron recogidos por el vapor The Sea. El resto de los pasajeros y toda la tripulación perecieron ahogados.
Vertamos una lágrima, si a ustedes les parece bien, y sigamos adelante.
En los terribles momentos del naufragio, que tan admirablemente describen los novelistas que nunca han navegado, cuatro hombres se apoderaron de un bote, y a fuerza de remo se alejaron del peligro. Con los hombres iba un perro. Ya lo habrían ustedes presumido, porque en las novelas y en la vida real, siempre que el hombre está en peligro hay un perro que le salve.
Ya he dicho, no sé dónde, que el mundo sería feliz si los hombres fuesen como los niños y las mujeres como los perros.
Cuando los náufragos se vieron libres del inmediato riesgo de ahogarse, comprendieron que si no estaban completamente salvados tampoco estaban totalmente perdidos. Razonamiento que se hace enseguida.