El Consejo del Mundo Humano avanzó por la Catedral, rodeando las capillas cerradas que guardaban celosamente con rejas oxidadas su interior oscuro y vacío de sacras figuras. Las vidrieras en lo alto habían sido, o bien sustituidas por cristal de rubí veteado, o bien teñidas de sangre fresca. La última posibilidad aguijoneó algunos estómagos y apartó rápidamente algunas miradas demasiado atrevidas. El grupo se deslizó un poco más rápido.
El gran órgano comenzó a quejarse cuando las figuras se apresuraron bajo él. Sus lamentos vibraron dentro de los oídos, en los pulmones agitados, bajo las pieles, recorrieron el trayecto hacia los nodos del árbol del miedo. El sonido de metal sincronizó con las redes nerviosas y aumentó las señales de histeria que habían comenzado a producir. Nadie pulsaba el teclado del órgano ni manipulaba sus registros. Ellos lo sabían.
Bailaba arriba y abajo la mancha oscura de los ropajes del Chambelán, encabezando el grupo, rozando desagradablemente el suelo descarnado. De vez en cuando saltaba torpe alguna de las pulidas losas de mármol negro que habían sobrevivido al saqueo, jadeando baboso al caer. Casi nunca miraba hacia atrás. Se le agradecía. Su rostro de lepra permanecía oculto bajo la capucha manchada de putridez.
El Consejo del Mundo Humano avanzó por la Catedral hasta llegar frente al altar, que ahora era el trono dorado de la Emperatriz, y continuó observando, pues poco más podía hacer.
El mantel blanco yacía sobre los brazos del supremo asiento. Una estola trazaba su franja púrpura sobre la perfecta palidez, acariciando el suelo polvoriento con sus flecos rubios. Los símbolos circulares eran interrumpidos por uno de los hombros nacarados, hombros que no acusaban la respiración, hombros cubiertos de oro derretido uno, y de hostias enhebradas en cabellos azabache el otro, hombros que parecían no necesitar músculos para demostrar poder.
Sobre los hombros crecía la terrible belleza del cuello esbelto, el mentón aguzado, los labios sorprendentemente carnosos, la nariz fina, los ojos de plata o mar ensombrecidos por las cejas gruesas, los cabellos libres en su exagerada longitud, ocultando el resto.
El Consejo del Mundo Humano se detuvo frente a la Emperatriz, Magna Viperia Morphis. En ese momento se percataron del delicado e irreductible sabor del néctar de miedo.
—Su Majestad, el Consejo.
El Chambelán sorbió ruidosamente y se alejó del grupo, resquebrajando la única barrera que los había separado de la Dama. Pronto se hizo evidente que ni siquiera esa tenue membrana había llegado a ser real. Se hallaban en el reino de la ilusión, Imperio Víbora.