Tales of Mystery and Imagination

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Elia Barceló: Mil euros por tu vida

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 La luz del amanecer entraba sesgada a través de los toldos verdeazules creando en la sala un efecto de cueva submarina. Un reloj marcaba los minutos y, con cada clac, las dos personas que ocupaban el cuarto miraban en derredor, como sorprendidos, pará perder de nuevo la vista en los sedantes paisajes que adornaban las paredes.
    Ambos llevaban la bata azul caro de las instituciones hospitalarias europeas; ambos tenían la piel oscura, él más que ella; ambos sufrían obviamente de una tensión casi insoportable que los hacía removerse en la silla de plástico y girarse hacia la puerta cada vez que el silencio era interrumpido por un mínimo ruido.
    El hombre -joven, alto, musculoso- se puso en pie con un suspiro y dio unos pasos hasta tos ventanales que miraban al jardín. Ella lo siguió con la vista, sin hablar, y lanzó la mirada hacia afuera, hacia el césped verde y húmedo, salpicado de flores, hacía las palmeras que se balanceaban suavemente en la brisa que venía del mar. Le habría gustado estar ahí, poder posar los pies descalzos sobre la hierba, caminar hasta la playa, sentir las olas cachetearle las piernas cubriéndolas de carne de gallina.
    Se preguntó si, después de lo que iban a hacer con ella, podría volverá sentir el sol en su piel, el agua en su pelo. Tendría que preguntárselo al doctor Mendoza, que le diría que sí, seguro, había limitaciones por supuesto, ella lo sabía, pero no iba a perder tanto como ella misma se figuraba, no era tan trágico al fin y al cabo, existían leyes que regulaban sus prestaciones y en Europa la ley se tomaba muy en serio.
    Todo en Europa se tomaba muy en serio, particularmente el euro, el rey y dios del viejo mundo. Y del nuevo. Y de todos los mundos posibles.

    Eso era lo que la había llevado allí. Lo que los había llevado allí, se corrigió, mirando de reo,o al hombre que compartía su espera. Era guapo,de piel oscura y rasgos casi occidentales, con la nariz estrecha y recta y los pómulos altos; caminaba erguido como una lanza y era tan alto que ella tenía que echar la cabeza para atrás para verle el pelo, que le llegaba hasta los hombros, peinado en centenares de pequeñas trenzas. Se  preguntó dequé país sería, sabiendo que en la base no importaba. Vendría, como ella, de uno de los muchos países africanos en vías de extinción. Su familia, como la de ella, habría llegado al límite absoluto de la miseria y él habría llegado también a la conclusión de que lo único que podría darles una oportunidad de seguir con vida era la de vender lo poco que poseían, lo que aún tenía valor en el mercado europeo, si uno era lo bastante joven, lo bastante guapo y lo bastante sano como para que alguno de los muchos millonarios de Europa quisiera comprarlo. Y, sobre todo, si, por un capricho del destino, tus engramas cerebrales se ajustaban al diseño de los engramas del otro; algo casi milagroso que, sin embargo, sucedía de vez en cuando, como le había ocurrido a ella, como le tenía que haber ocurrido también a él, si estaba allí ahora, con la bata azul y la mirada perdida en el horizonte del mar.

Elia Barceló: Embryo


Acababa de nacer y, aunque todavía no sabía dónde ni cómo era, se sentía feliz de haber nacido. No sabía cuánto tiempo había durado su sueño pero, desde luego, era ya tiempo de comenzar. Era su cuarta vez y se alegraba de formar parte de ese experimento, se alegraba de tener conciencia de su pasado en cada renacimiento. Eso, a veces, hacía las cosas más difíciles pero en las circunstancias verdaderamente graves resultaba muy confortador. El hecho de saber que, pasara lo que pasara, una vez muerto en este mundo
regresaría al suyo propio con toda su información, era también enormemente tranquilizador. Lo único que le molestaba era que nunca sabía a qué punto del gran Universo lo habían enviado en cada ocasión. No le importaba demasiado ni la forma física, ni la lengua, ni las costumbres de cada nuevo pueblo porque él nacía entre ellos, era parte de ellos y ellos le enseñarían todo lo que debía saber, pero siempre podía haber grandes sorpresas y no siempre resultaban agradables.

Estaba empezando a ponerse nervioso. Ya había pasado bastante tiempo desde que había adquirido conciencia de estar vivo en un nuevo entorno y nada había ocurrido desde entonces. Nadie le había dado la bienvenida o una indicación de lo que tenía que hacer. Se revolvió inquieto en la tibia oscuridad. Por lo menos no se hallaba privado de movimiento. No podía apartar de su mente el hecho de que nadie se hubiera comunicado con él: era realmente extraño. A menos que le hubieran hecho nacer en algún pueblo de primitivos y, en ese caso, no había forma de saber lo que podía ocurrir.

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