'What wailing wight
Calls the watchman of the night?'
William Blake
L'enfer est le regard des autres
Jean Paul Sartre
—Si puedo encerrar el jardín en una ecuación, lograré hacer lo mismo con la vida y cuando muera regresaré —repetía Jorge diariamente.
La fascinación por el olor a azufre y a cementerio que emanaba de los senderos del jardín, era lo que nos unía. Al amanecer nos despertábamos como si escucháramos el mismo reloj y subíamos a la torre desde donde divisábamos los penachos de la niebla, los caminos que emergían de la penumbra y las lejanas visiones del laberinto y la fuente.
El jardín tenía la forma de una cruz inscripta en un círculo y en el interior se abrían otros tantos senderos redondos que reproducían la configuración original. Misteriosos cambios transformaban diariamente las circunferencias en elipses; los caminos giraban en sentido contrario a las agujas del reloj y de ese modo los dibujos de la grava, la fuente y el laberinto que se encontraban al sur aparecían al este, luego al norte, al oeste, hasta que retornaban a sus posturas iniciales.
Nunca lo comenté, pero tenía la certeza que desde la tierra y los arbustos del jardín, alguien me vigilaba hora tras hora. A veces me sentía desnuda y procuraba cubrirme; en otros momentos, la mirada me halagaba y cuidaba que mi vestido, mi peinado y mi maquillaje estuvieran perfectos para aquel ser invisible.
Mi amigo Jorge acababa de terminar con excelentes notas la licenciatura en matemáticas y una de sus obsesiones en aquel otoño fue traducir a ecuaciones diferenciales el extraño comportamiento del jardín.
El viejo jardinero era el tío de Jorge y bajo el resplandor de las fogatas que encendíamos todas las noches, repetía las mismas palabras antes de empezar sus historias.
—La parcela donde está el jardín, fue durante mucho tiempo el cementerio de la zona que luego trasladaron al sur del pueblo. Mi padre y mi abuelo lo trabajaron, por eso lo conozco como a mi propia mano —levantaba su palma tosca, surcada de líneas y la exhibía a la luz cambiante del fuego. A continuación, narraba las historias; una por noche. Algunos eran relatos de los habitantes del lugar y otras fantasías del propio anciano. Casi siempre describía asesinatos por amor o por codicia. Los cadáveres seguían sepultados en el jardín, pero la policía nunca los encontraba. El viejo terminaba sus cuentos con la misma frase:
—Deben saber que el jardín está vivo y oculta un terrible secreto.