La chica me resulta indiferente, ni me gusta ni me desagrada. Su pongo que en otras condiciones hubiera encontrado reconfortante esa sonrisa tan suave como una brizna de hierba. Pero ahora me da igual. No me importa que sea joven y bonita. De verdad. Ya no valoro esas cosas. Sin embargo expele vida por cada uno de sus poros, casi puedo ver cómo emana de ella, es una corriente fresca, como una ráfaga de brisa en un mediodía de agosto. Eso ya me gusta más. En cuanto ha entrado ha llamado mi atención, resalta entre tanto hombre como una manilla de color, pero ahora me fijo con más interés.
Veo que lleva una carpeta de promoción de El día del perro, supongo que es una periodista que ha venido al festival a i abrir el estreno. La acreditación que cuelga entre sus pechos la identifica como Jana Agudo. No me importa su nombre. Esas cosas ya no tienen ningún valor. Está sola y algo desorientada. Insegura, pregunta si el asiento está libre por mera educación, porque sabe que ésa es su localidad. Ocupa su butaca. El viejo crítico que está a su lado apenas le ha contestado, no le ha hecho demasiado caso. A él, como a mí, también le da igual ella.