Tales of Mystery and Imagination

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Antonio Ros de Olano: Historia verdadera o cuento estrambótico, que da lo mismo

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Abarricadado en los códices de muchos eruditos esquimales, desde donde sólo haré fuego con textos a rebote a los señores críticos si osaren atacarme, voime ahora derecho al correo submarino natural de Catania Pesce Cola. Y como por tales señas la mayor parte de ustedes no sabrán quién es; aclaro, y repito, que me voy derecho al atrevido recreador de la cruel admiración de Federico de Ñapóles... Mas como ni por ésas tal vez caigan ustedes en ello, digo, por último, que me voy como una bala al peje Nicolao; del cual peje, hasta que yo consigne lo que sé, sólo sabrán ustedes, acaso, que sacando del fondo de la mar, entre Scila y Caribdis, monedas y vasos de oro que le arrojaba su piadoso monarca, desapareció y... pax Christi.

Creen los investigadores someros que allí, entre aquellas bravas olas, muriera ahogado y acabara comido de monstruos marinos nuestro héroe; y así pretenden dar fin a su naciente historia: mas para refutarlos doy punto a mi discurso, y ahora verán ustedes lo que dijo el peje poniendo el pie en la playa de la isla.
Van cumplidas muchas lunas Desde que me eché a nadar; Tempestades oportunas, De las olas en las cunas, Me han mecido en alta mar.

Nuevas traigo generosas De mi príncipe y señor... Mas mis carnes escamosas Piden pausa en estas cosas, Hasta vestirme mejor.

En efecto, antes de adelantarse el peje hacia la hermana del gobernador, se revolcó en la arena para mejor cubrir sus carnes, según había indicado.

La hermana del gobernador era hermosa, pero no perfecta en el orden de la sensibilidad, porque le faltaban el susto, el desmayo, el ¡ay-ay-ay! y el no más por Dios.

En cambio causaba la admiración de cuantos la conocían; así por cierta virilidad y noble fiereza que trasporaba en ella a pesar de su belleza femenil, como porque tenía una propiedad singular: nunca había dicho una mentira; y la adornaba otra, más singular si cabe, que la de no decir embustes; soplaba y sorbía a un tiempo mismo.

¡Oh! Esto último auguraba a la doncella grandes ventajas en el porvenir, porque a la vez podía dar y tomar un beso, sin que pudieran achacarle la desenvoltura de ser parte activa en un caso en que, si tomar es igual a dar en sus resultados sensibles; dar y tomar a un tiempo, es uno más uno; aritméticamente igual a dos. Podía pues tomar o tomarse dos besos en uno, contra todo principio, excepto el de la modestia.

La luz del sol se había sumergido.

El peje Nicplao estaba interesante: vestía de fósforo sobre prismas de cilice, que ejecutaban cambiantes vistosísimos.

Antonio Ros de Olano: El ánima de mi madre

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Antonio Ros de Olano por José Gutiérrez de la Vega

¡Terrible noche aquélla por cierto!

Mi calle enfila al Norte sin discrepar un ápice y está muy solitaria y ruinosa, de suerte que, mejor que calle, parece una brecha que abrió el invierno con sus baterías de viento y el empuje de sus avalanchas… ¡Oh! ¡gran sitio para celebrar un sábado! ¡Recinto pintiparado para los aquelarres!………Sin embargo las brujas andan desperdigadas a tientas y a locas por el mundo, cuando no han dado con ella. ¡Ah! ¡Qué calle, qué calle la mía! Llovía a cántaros y un vendaval rabioso acababa de matar los faroles, cuando mi padre entró en casa. Estábame yo acurrucado en el barreño de la ceniza y rebujado en un ruedo leyendo a Platón al mortecino reflejo de una candileja, y como tenía mis cinco sentidos puestos en el libro, no saludé al buen señor con el tenga Vd. santas noches de costumbre. Tiróme él su capa encima muy bruscamente y sentí un frío mortal que me caló los tuétanos. Más mojado que un chopo, naturalmente sacudí los hombros y miré el rostro de mi padre. En lo que vi se hallaba enojado y eché a temblar.

-Maldecido de Dios, bien hizo tu madre en morirse al echar al mundo el fruto de su culpa. ¡Oh, cuánto horror me das!
-Padre mío, soy inocente y bueno.
-¡No! tú eres el instrumento que forjó y aguzó una mujer contra su honra y vida.
-Padre mío…
-Quita, quita, que naciste en mal hora.
-Soy inocente y bueno, laborioso y humilde. He calentado tu vianda, barrido los suelos de tu estancia y mullido tu lecho para que reposaras.
-¡Mi lecho! ¡Mi lecho!! ¡Ah! ¿Tú sabes que el vellón de mi cama está convertido en erizos de veinte años a esta parte?
-Yo he restaurado el calor de tus miembros, padre mío, con la frotación de mis palmas…

Mi padre cayó de golpe sobre los ladrillos y una palidez de muerte cubrió su rostro. Entonces me precipité a él y mis labios y mis manos llamaron a su cabeza la sangre que sin duda se había retirado a los senos del corazón para ahogarlo. Mas poco a poco la rubicundez de sus mejillas fue subiendo de punto, tanto que empezó a darme cuidado y hasta que los ojos se le pusieron como la lumbre. Mientras se mantuvo inmóvil lo sostenían mis brazos, pero luego que incorporándose me clavó una mirada, que me quemó de dos chispazos, di en huir para que más el diablo no aventara la braza. Y en siete saltos cobré la puerta, bajé seis tramos y me encontré en la calle. La lluvia había cesado, y en su lugar un mansísimo orvallo caía como el ropaje de las sombras aplanando el espíritu. Eché a andar sin dirección, desamparado y huérfano en el mundo, sin nadie sobre la tierra para mí, oscuro el porvenir, desprovisto para la sociedad, aborrecido de un hombre y desconocido de todos, solo encogido, tímido, cobarde, el alma pura, el corazón sensible, jamás rociado en el bálsamo de las caricias, el cuerpo yerto, entumecido y flaco, sin pan y sin asilo, próximo a perecer de sentimiento. Parecíame que marchaba sobre el caos, que en verdad no sentía bajo mis pies la tierra. Las manos por delante y caminando, tropecé contra el atrio de una iglesia y me acogí a sus muros. ¡Ay!, dije, arrojando muy de cerca el hálito en mis crispados dedos. Las comunidades religiosas eran unas nuevas familias que adoptaban por hijos y por hermanos suyos a los como yo desgraciados, sin otro vínculo que la virtud; pero desde aquí fueron arrojadas al martirio las comunidades religiosas y el templo está desierto y la caridad sin sus mandatarios. ¡Estoy solo!, y mañana el sol que me caliente descubrirá mi miseria a los que pasen por junto a mí sin condolerse. Y ahora me esconde la misma noche que me hiela….tan malos son para mí la noche como el día. Mañana como hoy, ¡todo es lo mismo! Y el siempre se forma de una hora y otra y otra y la de más allá, ¡todas como ésta! ¡Ay madre mía! ¡cuál fue mi culpa al nacer!

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