Abarricadado en los códices de muchos eruditos esquimales, desde donde sólo haré fuego con textos a rebote a los señores críticos si osaren atacarme, voime ahora derecho al correo submarino natural de Catania Pesce Cola. Y como por tales señas la mayor parte de ustedes no sabrán quién es; aclaro, y repito, que me voy derecho al atrevido recreador de la cruel admiración de Federico de Ñapóles... Mas como ni por ésas tal vez caigan ustedes en ello, digo, por último, que me voy como una bala al peje Nicolao; del cual peje, hasta que yo consigne lo que sé, sólo sabrán ustedes, acaso, que sacando del fondo de la mar, entre Scila y Caribdis, monedas y vasos de oro que le arrojaba su piadoso monarca, desapareció y... pax Christi.
Creen los investigadores someros que allí, entre aquellas bravas olas, muriera ahogado y acabara comido de monstruos marinos nuestro héroe; y así pretenden dar fin a su naciente historia: mas para refutarlos doy punto a mi discurso, y ahora verán ustedes lo que dijo el peje poniendo el pie en la playa de la isla.
Van cumplidas muchas lunas Desde que me eché a nadar; Tempestades oportunas, De las olas en las cunas, Me han mecido en alta mar.
Nuevas traigo generosas De mi príncipe y señor... Mas mis carnes escamosas Piden pausa en estas cosas, Hasta vestirme mejor.
En efecto, antes de adelantarse el peje hacia la hermana del gobernador, se revolcó en la arena para mejor cubrir sus carnes, según había indicado.
La hermana del gobernador era hermosa, pero no perfecta en el orden de la sensibilidad, porque le faltaban el susto, el desmayo, el ¡ay-ay-ay! y el no más por Dios.
En cambio causaba la admiración de cuantos la conocían; así por cierta virilidad y noble fiereza que trasporaba en ella a pesar de su belleza femenil, como porque tenía una propiedad singular: nunca había dicho una mentira; y la adornaba otra, más singular si cabe, que la de no decir embustes; soplaba y sorbía a un tiempo mismo.
¡Oh! Esto último auguraba a la doncella grandes ventajas en el porvenir, porque a la vez podía dar y tomar un beso, sin que pudieran achacarle la desenvoltura de ser parte activa en un caso en que, si tomar es igual a dar en sus resultados sensibles; dar y tomar a un tiempo, es uno más uno; aritméticamente igual a dos. Podía pues tomar o tomarse dos besos en uno, contra todo principio, excepto el de la modestia.
La luz del sol se había sumergido.
El peje Nicplao estaba interesante: vestía de fósforo sobre prismas de cilice, que ejecutaban cambiantes vistosísimos.
Es verdad que con el ejercicio de la natación se le habían alargado con exceso las piernas y los brazos; pero en la isla todos los hombres tienen las extremidades cortas, y por la misma razón parecía más bello a los ojos de miss Tintin, que así se llamaba la hermana del gobernador.
Aquel que crea que miss Tintin era inglesa caerá en error.
Miss Tintin era de la isla, y la isla era de la mar; porque la mar puso la isla como una gallina pone un huevo.
A más de que si todo lo que empieza por llamarse mis fuese necesariamente anglosajón, no hubiera gato que no fuese inglés y no habría español que se atreviera a decir de sus narices mis narices, por temor de declararlas ajenas y extranjeras.
Sintió mucho miss Tintin no haberse adornado aquella tarde con su drulleta de escamas de dorada y su pamela de concha de tortuga, por parecerle aquel traje más análogo a las impensadas circunstancias del día; pero llevaba otro no menos interesante.
Calzaba unas botas de cuero de bisonte muy altas, con acicates fijos de hierro magnético, botas históricas heredadas de su difunto padre el capitán Fiera-Rosca, que fue dragón al servicio del bárbaro Pausasnó, Emperador de la Bruma y Príncipe de las Regiones Hiperbóreas; ceñía un tonelete de tela de araña mosqueado de moscas verdes, muy festoneado de babas de caracol; y llevaba prendido al cabello un velo de ilusión de crepúsculo vespertino, de los que tejen para las hadas los gusanos de luz de aquella isla.
El peje se llegó a miss Tintin doblando la espina y puso en sus manos el retorcido caracol, o sea el cuerno, con que el bárbaro Pausasnó evoca los espíritus de todas las regiones Hiperbóreas.
Miss Tintin ruborizada se arropó cuanto podía; y la luz y la sombra se compenetraban sin destruirse recíprocamente: establecían la conjunción de la luna; pero la alondra y la corneja volaron juntas, la rata y el lagarto asomaban a un tiempo los hocicos, y el girasol y el don-diego-de-noche abrían sus corolas a la par.
Habló segunda vez el peje Nicolao diciendo a la hermana del gobernador; que, como se ha sentado, era la hija del mejor capitán que tuvo el bárbaro Pausasnó:
El que se arropa con nieves
* se rasca con barrancos De lobos y de osos blancos, Me envía a tus plantas breves.
Soy embajador del que es Monarca sin horizontes, En los montes tras los montes De otros montes que hay después.
Del que es hijo del invierno En su trato con la luna,
* llego en hora oportuna Para presentarte un cuerno.
Va, en arras del poderoso que juma asfalto en volcanes;
* le arrullan huracanes En las horas del reposo.
Pues el que sus barbas peina Con un pino en cada dedo, Quiere que seas la reina De las regiones del miedo.
¡Hija del dragón de marras! Toma el cuerno; y sepa yo, Si te entregas en las garras Del bárbaro Pausasnó.
Nada respondió a esta embajada miss Tintin, pero se hizo dueña de la joya nupcial con graciosa destreza; y llena de la curiosidad 'natural en las mujeres, sopló en el instrumento regio con toda la fuerza de sus biformes pulmones.
En aquel instante sintió el peje que la presunta princesa le sorbía los sesos, y quedóse bobamente enamorado de ella.
Un eco nunca oído, lleno, estentóreo, trascendente, ancho, largo, profundo, estremecía en tanto los aires, la tierra y la mar.
Los fuegos fatuos asomaron en el acto por todas partes; pero tan egoístas y tacaños, que sólo se alumbran a sí mismos, e iban y volvían y corrían acá y acullá, atolondrados, sin orden ni concierto.
El gobernador, que muy ajeno a todo lo que sucedía, estaba sentado a oscuras en un rincón de su castillo haciendo calceta, oyó los vendavales que de improviso repicaban la campana de la Vela, y que junto con ellos llegaban aúllos, alaridos, silbidos, rugidos, risas, jácara, broma, barahúnda y chacota.
Entonces el gobernador tiró el trapo; y diciendo «ahí queda eso», echó a correr hasta ahogarse en la mar.
Quedó la isla sin autoridad; y como no regía la ley sálica, recayó su gobierno en miss Tintin.
Previno ésta a la Helena recién llegada, que se extendiese a sus anchas sobre la torre del castillo como almenara infinita, para que así no se extraviaran en su tránsito los espíritus; y por tan oportuno medio concurrieron a hito fijo todos los subditos del bárbaro Pausasnó, y tomaron puesto en la playa donde miss Tintin solía por distraimiento enseñar a las focas el silabario, aunque eran tartamudas, y tan torpes, que nunca llegaron más que a deletrear el b-a, ba y el p-a, pa.
El peje continuaba embobado, y nadie hasta entonces hubiera presumido ni remotamente que miss Tintin fuese hechicera; pero ella se lo tenía sabido, y fiada en esto, sólo aguardaba ocasión favorable para llenar su vanidad de despreciar un poderoso, junto a su gusto de elegir marido.
Quería esta damisela, a previsión de cuando fuese matrona, sucesión anfibia para la mejor defensa de su isla, y quería bien.
Por lo demás, el espectáculo era solemne; guardaba semejanza con la obertura de una ópera prorrumpida en el gran teatro francés.
Las brujas, luego de parar en firme, permanecieron en sus escobas cabalgadas a la jineta, bien escuadronadas y tan arropadas de sus propios pellejos; con tan buen partido de pliegues, que aunque no vestían paños mostraban faldas de arrugas y tocas de lo mismo, muy luengas, apuestas y aparentes; de modo que el más experto confesor de monjas las hubiera tomado por abadesas exclaustradas.
Los duendes se mantenían en pie, porque éstos por su temperamento activo no se sientan; los gnomos estaban derechitos, porque no sabían sentarse; y las focas se erigían lo posible sobre sus manezuelas embrionarias, erguidas las cabezas con benévola obediencia, las colas respingadas y puestos sus grandes, limpios y prominentes ojos en aquella escena de que formaban parte.
Los fuegos fatuos por allí andaban con los zánganos y demás espíritus secundarios, de que no doy cuenta; pero todos se miraban y no se decían: y muchos se rascaban la cabeza a diez uñas, con los codos hincados en las rodillas, y el hueso sacro clavado en las peñas peladas, mondas y lirondas de la mar, que rugía acompasada.
¡Oh, lauro de miss Tintin y gloria de la mujer enaltecida por la belleza! ¡Oh, poder de la hermosura representado por la mujer! ¡Oh, hermosura femenil! ¡Tú eres imán del corazón...! ¡A tu inmensa virtud ceden los fuertes; ante tu serena voluntad se postran y obedecen los soberbios...!
Veo, como si lo viera, al bárbaro Pausasnó, príncipe soberano de todas las Regiones Hiperbóreas; véole sólo en la soledad, con temblores de tierra en las entrañas, incierto, tímido, medroso de llevar calabazas; refugiado en su último retiro, escondido en su alcázar de niebla, con puertas de nubes cerradas, y corriendo cerrojos de aquilón para no ser visto ni ser oído, mientras que miss Tintin ostenta su gloria a la luz espléndida de la aurora boreal, e instala su autoridad entre aquellos mismos subditos naturales del mismo príncipe desposeído; subditos arrebatados a son de cuerno por una ingrata beldad...
Que amor lo manda todo ¿quién lo duda? Pero en este caso es lo notable que con estar el príncipe perdido de amor, no conocía ni siquiera de vista a miss Tintin.
Voy a intentar si logro persuadirlos de cómo pudo suceder semejante fenómeno.
Bien sabéis que la hermana del gobernador era hechicera, aunque se lo tenía callado; pues sé yo además que cuando su padre, el capitán Fiera-Rosca, murió riñendo un duelo singular con cierto gigante de hielo, que por cierto mató al bravo capitán de golpe de avalancha, disparada con honda de tramontana; sé yo, repito, que ella, como buena hija, recogió la placa de la Orden del Témpano y las botas de su padre, nada menos que a diez leguas de distancia del campo de combate. Y sé también que estas dos prendas son los únicos restos del equipaje perteneciente al capitán Fiera-Rosca, que volvieron a la tierra sin que del cuerpo haya caído ni pizca hasta la fecha.
Cumpliendo la desconsolada huérfana con los estatutos de la Orden del Témpano, remitió la placa a su soberano; pero no sin empaparla antes en lágrimas y sorbérsela a besos.
El príncipe, por facer mesura, puesto que distinguía al Dragón, se colocó la placa en el pecho, y cata que desde entonces tiene sorbido el corazón.
Otros podrán dudar si ésta es la causa; que por lo que a mí hace creo que sí lo sea, y no me ocupo en buscar otra, dado que tengo por principio invariable aceptar como dogma lo que me dicen, de todo lo que veo que sucede y no acierto a conocer cómo sucede.
Iba refiriendo cómo estaban emplazados, los unos en línea y los otros en orden disperso, todos los espíritus y las focas. Entre ellos y sobre todos, lucía la Helena; el peje Nicolao estaba enmedio, y miss Tintin en mitad de todos y de todo; por ser ella el centro, el objeto y la dirección del espectáculo entero.
Era espectáculo de fiesta, manifestación de poderío, ostentación de gloria que, como tuvo principio, debía tener prosecución y término.
Miss Tintin en la mitad del todo... ¡Oh, cuan garrida, cuan serena y satisfecha! ¡Oh, con qué ceremoniosa pausa derramó la mirada y levantó la diestra...! Miss Tintin llevaba la batuta.
Todos los espíritus enmudecieron atentísimos, y el coro de focas, aguardando tres compases marcados por la hechicera, prorrumpió luego acorde en un aire sublime, pero jamás oído.
Las voces eran claras y rajantes; el canto unísono, la entonación robusta, la armonía profunda hasta no poder sondarla el oído; la melodía insólita...; y la letra..., la letra era más que una letra: eran dos letras, muy claras,,muy distintamente deletreadas, que luego, juntas en una sola palabra, arrojaban el concepto más proclamado, terminante y oportuno... Todas las voces decían a una voz con admirable vocalización: B-A, Ba; B-A, Ba; B-A, Ba.
El motivo por que comenzaba el concierto por las focas, siendo estas cantoras las menos adelantadas en la declamación y en la música, fue hasta entonces un motivo peculiar y privado de miss Tintin, que con tan impensados recursos y otras excentricidades características del genio, iniciaba la revolución actual en el arte del contrapunto. Hoy ya, la razón, sus móviles y sus efectos, son muy conocidos de ciertos maestros y sobre todo de muchos dilletanti Lo raro es, que las focas con el B-A, Ba; B-A, Ba, pusieron en tensión armónica a toda la hueste; y las brujas se sintieron las primeras inspiradas y cantaron. El son se adivina; la letra fue como sigue:
LAS BRUJAS
La mujer del avechucho
Se huyó con el chilindrón;
¿Qué mucho, hermanas, qué mucho,
Si ella es moza, y él está...
LAS FOCAS
B-A, Ba; B-A, Ba.
LAS BRUJAS
Como loro en un balcón?
TODA LA HUESTE
¡Chilindrón!
Gustó al concurso la voz cascada con que cantaron aquellas bribonas; y se llevó el aplauso a tal extremo que, picados los duendes, hicieron pandero de una bruja, y muy subidos de punto, a la manchega, rompieron con la inmediata seguidilla:
LOS DUENDES
Madre, los estudiantes Son tan indinos, Porque llevan un duende Siempre consigo. ¿Qué duende será... ?
LAS FOCAS
P-A, Pa; P-A, Pa.
LOS DUENDES
Lo dicen las focas Con el P-A, Pa.
TODA LA HUESTE
¡¡Ya!!
También hubo plácemes; y se aguardaba con fundamento un éxito brillante del empezado concierto.
Mas los gnomos, a pesar de su innata bondad, como les sobrara luz y no tenían escarcha para chuparse los dedos, andaban los pobrecitos muy gruñones, a la manera de gorrinillos sin madre, y sucedió que fuera de tono salieron refunfuñando y decían:
LOS GNOMOS
Ahora que la luna No alumbra al gnomo, El peje relumbra Vestido de fósforo:
¿Y hay fuegos, y Helena, Y brujas, y duendes... ? Pues la que lo enreda Que lo desenrede.
Esto dicho, salieron mohínos con las barbillas rastreras, resueltos a meter barullo y esconderse luego bajo siete estados de tierra. Pero miss Tintin, que se vio groseramente aludida, y que lejos de enredarlo todo, llevaba el hilo y el compás, sopló en aquellos espíritus diminutos como en viruta, y salió de mano con su desposado el peje a bailar la danza prima de los nobilísimos astures.
En mi humilde opinión, no se baila mejor en Covadonga por las esbeltas hijas de Pelayo, nietas de Favila.
No; no se baila mejor por esas aéreas mozas asturianas, con ser todas, hasta la menos nutrida, capaz y sobrada para criar a sus pechos un oso colmenero.
La danza prima fue ejecutada por los amantes al son de cierta bruja gallega, tocada por un zángano paisano suyo.
Estaba éste muy diestro en inflarla por un solo lado, para deshincharla por varios otros al sobrazo.
Tenía, pues, el tañedor terciada la bruja como gaita, y embutía vientos en ella a revienta-carrillos, para con tiento írselos luego sacando al pormenor por los registros.
La bruja soltaba el aire en todos los tonos del diapasón; y a pesar de que el zángano le pedía mucho, siempre estuvo llena como odre del dios Eolo, y nunca pareció ser bruja, sino hinchazón de cosa.
Concluida la danza, soltó el músico la cosa hinchada, y quedóse la tal cosa en el suelo, expeliendo gemidos lastimeros, que enflaquecían a medida que iba perdiendo volumen y recobraba formas conocidas.
Por largo rato la bruja gaita no bullía pie ni mano: dijérase al verla que se desperezaba tras un letargo; y era que se estaba vertiendo hasta quedar vacía. Después púsose en pie y se mostró en menor escala, tal como era, aunque de cuerpo entero.
Y sabiendo que había sido mujer, nadie pensara que emplomó tanto; porque era esmirriada; bruja entre brujas, cuartago de diablos, cabalgadura sin fondo y de poca subida, aunque muy escabrosa.
Si el zángano soltó la gaita, fue porque el peje, sintiéndose fascinado, pidió a gritos a su consorte que lo guiara pronto, pronto, al tálamo de Himeneo.
Era este tálamo copia, suma, variedad conjunta, de todas las flores de la naturaleza hacinadas con ósculos y tejidas con lazos de rocío por las hadas de la isla.
Los cendales del pabellón, que asemejaban ser de finísima púrpura, eran de puro rubor; y con la leve inconstancia del amor lo trasladaba el deseo a todos los horizontes, voluptuosamente mecido en alas de los céfiros.
Se columpiaba en el éter, vestía luz del iris, desabrochaba el seno, vertía sonrisas y suspiraba esencias.
Era un lecho sensual, porque lo son todos; pero era más que pagano, más que sibarita, más que soñado tras la experiencia de los placeres humanos... ¡Ah! Miss Tintin había adivinado el placer, perdida tan sólo la virginidad del alma. [...] _
Miss Tintin era el cielo del peje, las flores el cielo de los céfiros. Pero cuando el tálamo aéreo arrebató en sus círculos de ambiente a los amantes para sumergirlos en un piélago sutil, en una mar impalpable de deleites; el peje, el habitante atlético de las aguas gruesas y salobres, sintió que se asfixiaba por instantes, y sin más pararse en amores, pegó un recio coletazo, y botó afuera lo mismo que un atún recién pescado. ¡Cuan rústico y grosero es el hombre en la defensa!
No sabe morir como las flores, palideciendo inertes hasta deshojarse. No sabe expirar como las mujeres, desmayándose pálidas, flageladas por el dolor secreto hasta exhalar el postrimer aliento. ¡Pero ella...! ¡Pero miss Tintin...!
Quiso besar al amoroso arrullo; Y al producir un beso humedecido, Besó la nada, y despertó al ruido.
Ella, que en su mente había forjado con esperanzas en capullo seno de esposo en tálamo de encantos, al verse sola, burlada, abandonada, cuando apenas pasaba los lindes para entrar en el paraíso de la dualidad..., ¡ay!, se deshizo en llanto como la princesa al convertirse en perla para que la pescara su enamorado el buzo..., ¡ay!, como se deshizo en lágrimas la sensible perla al sentirse vendida a precio de una ciudad por un ingrato. [...]
Se derretía materialmente en lágrimas, y su alma sobrenadaba en el desleimiento de su existencia física, asemejando en imagen microscópica al espíritu que según el Génesis armonizaba el caos.
Era fuente de lágrimas; se había trocado en río de llanto; y sobre aquellas aguas no se advertían más órganos humanos que las dilatadas órbitas de los ojos de tan hermosa mujer..., ojos anchos, sedientos y sin parpadeo; ojos de enamorada desconfianza; ojos de luz quebrada en lágrimas.
Corrió la fuente hasta el peje con deleitoso murmullo, y el peje se bañaba, se torcía, se hundía y retorcía, gozándose en la purísima fuente, cuando ya por la última vez se clavaron en él los ojos alma, y centellearon de amor para sepultarse.
¿En dónde se sepultaron tan amantes ojos?
Se sepultaron replegándose en sí mismos.
Y ellos, tan sedientos de su mirada, ¿en dónde se sepultaron? Ellos se sepultaron en su amor; su amor se sepultó en el alma de miss Tintin, y el alma en el agua viva en que se bañaba el peje Nicolao; porque aquella purísima linfa era la sensación, el amor, la vida, el alma; el ser completo de la esposa, como fuente de todo ser.
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