Tales of Mystery and Imagination

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Cristina Peri Rossi: La cabalgata

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Una vez por semana, los verdugos cabalgan sobre sus víctimas. No siempre es el mismo día, de lo contrario la cabalgata perdería el elemento de sorpresa que constituye uno de sus mayores atractivos; el día es elegido al azar, del mismo modo que la cabalgadura.

El ejercicio de equitación se realiza en la escalera que conduce de la primera planta de la prisión a la segunda, y en dirección ascendente. El día señalado, los verdugos irrumpen sorpresivamente en la celda de los prisioneros, eligen a aquellos que han de cabalgar, y de inmediato les colocan las capuchas negras, a fin de que no reconozcan el territorio ni los accidentes de la prueba.

Los prisioneros, empujados por sus jinetes, son conducidos hasta el borde de la escalera, y sus cabezas, bajo las capuchas, se sacuden y agitan como los caballos en la pista.

Debemos reconocer que el lugar elegido para la prueba es muy adecuado: la escalera es angosta y sombría, de cemento; los peldaños están muy distantes entre sí y lo suficientemente gastados como para que la cabalgadura, ciega, trastabille al apoyar el brazo.

Los jinetes montan a hombros de sus víctimas y si alguno resbala, la cabalgadura es duramente castigada: hay que procurar mantener el equilibrio, encajar con precisión las botas de los jinetes bajo las axilas y evitar cualquier clase de vacilación.

Una vez en fila, las cabalgaduras deben iniciar la ascensión.

Los jinetes azuzan a sus víctimas con el látigo, profieren amenazas y disputan el primer lugar, pero los obstáculos son muy numerosos y desconocidos, la ascensión se torna muy difícil.

Muchas cabalgaduras caen, otras chocan entre sí, se escuchan gritos y estertores; aquellos que consiguen subir los primeros peldaños ignoran cuántos faltan, la inclinación de la pista y la índole de los próximos obstáculos. Sucios, manchados de sangre, con los dientes quebrados consiguen reptar la escalera, pero no tienen ninguna certeza acerca del próximo paso.

Cristina Peri Rossi: El ángel caído

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El ángel se precipitó a tierra, exactamente igual que el satélite ruso que espiaba los movimientos en el mar de la X Flota norteamericana y perdió altura cuando debía ser impulsado a una órbita firme de 950 kilómetros. Exactamente igual, por lo demás, que el satélite norteamericano que espiaba los movimientos de la flota rusa, en el mar del Norte y luego de una falsa maniobra cayó a tierra. Pero mientras la caída de ambos ocasionó incontables catástrofes: la desertización de parte del Canadá, la extinción de varias clases de peces, la rotura de los dientes de los habitantes de la región y la contaminación de los suelos vecinos, la caída del ángel no causó ningún trastorno ecológico. Por ser ingrávido (misterio teológico acerca del cual las dudas son heréticas) no destruyó, a su paso, ni los árboles del camino, ni los hilos del alumbrado, ni provocó interferencias en los programas de televisión, ni en la cadena de radio; no abrió un cráter en la faz de la tierra ni envenenó las aguas. Más bien, se depositó en la vereda, y allí, confuso, permaneció sin moverse, víctima de un terrible mareo.
Al principio, no llamó la atención de nadie, pues los habitantes del lugar, hartos de catástrofes nucleares, habían perdido la capacidad de asombro y estaban ocupados en reconstruir la ciudad, despejar los escombros, analizar los alimentos y el agua, volver a levantar las casas y recuperar los muebles, igual que hacen las hormigas con el hormiguero destruido, aunque con más melancolía.
-Creo que es un ángel –dijo el primer observador, contemplando la pequeña figura caída al borde una estatua descabezada en la última deflagración. En efecto: era un ángel más bien pequeño, con las alas mutiladas (no se sabe si a causa de la caída) y un aspecto poco feliz.
Pasó una mujer a su lado, pero estaba muy atareada arrastrando un cochecito y no le prestó atención. Un perro vagabundo y famélico, en cambio, se acercó a sólo unos pasos de distancia, pero se detuvo bruscamente: aquello, fuera lo que fuera, no olía, y algo que no huele puede decirse que no existe, por tanto no iba a perder el tiempo. Lentamente (estaba rengo) se dio media vuelta.
Otro hombre que pasaba se detuvo, interesado, y lo miró cautamente, pero sin tocarlo: temía que transmitiera radiaciones.
-Creo que es un ángel –repitió el primer observador, que se sentía dueño de la primicia.
-Está bastante desvencijado –opinó el último-. No creo que sirva para nada.
Al cabo de una hora, se había reunido un pequeño grupo de personas. Ninguno lo tocaba, pero comentaban entre sí y emitían diversas opiniones, aunque nadie dudaba que fuera un ángel. La mayoría, en efecto, pensaba que se trataba de un ángel caído, aunque no podían ponerse de acuerdo en cuanto a las causas de su descenso. Se barajaron diversas hipótesis.
-Posiblemente ha pecado –manifestó un hombre joven, al cual la contaminación había dejado calvo.
Era posible. Ahora bien, ¿qué clase de pecado podía cometer un ángel? Estaba muy flaco como para pensar en la gula; era demasiado feo como para pecar de orgullo; según afirmó uno de los presentes, los ángeles carecían de progenitores, por lo cual era imposible que los hubiera deshonrado; a toda luz, carecía de órganos sexuales, por lo cual la lujuria estaba descartada. En cuanto a la curiosidad, no daba el menor síntoma de tenerla.
-Hagámosle la pregunta por escrito –sugirió un señor mayor que tenía un bastón bajo el brazo.

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