Tales of Mystery and Imagination

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Ángel Torres Quesada: Las pelotas que vinieron del espacio

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Para la mayoría de los viejos aficionados también conocido como Thorkent. Es un honor tener hoy de visita a uno de los más prolíficos escritores del género en España. Es autor de la Trilogía de las Islas editada por Ultramar que aún se consigue en la Av. Corrientes, por citar una parte de su extensa obra.


La situación en el mundo había llegado a tal extremo que los más optimistas no le daban un año de vida. Los pesimistas afirmaban que menos, que el mundo no tardaría en irse al carajo.
Las causas de la peliaguda situación de nuestro pobre planeta eran muchas y muy complicadas. ¿Para qué vamos a enumerarlas?
El caso es que el final de la civilización humana, por llamarla de alguna manera, estaba a la vuelta de la esquina.
Entonces llegaron los extraterrestres, pero en esta ocasión de verdad.

Para no perder la tradición impuesta por las películas, los cómics y las novelas de ciencia ficción de a duro, los extraterrestres aterrizaron en los Estados Unidos.
Y como si no quisieran desilusionar a nadie, llegaron a bordo de un platillo volante enorme, de pulido metal y encendido color de plata, de un kilómetro y dos metros y medio de diámetro.
El lugar elegido por los extraterrestres para su descenso fue el desierto de Mojave. Al poco de posarse, mientras que por todas las carreteras fluían caravanas de tanques y camiones cargados de soldados, y miedo ante lo desconocido, el platillo emitió un mensaje a todo el mundo y en todos los idiomas que al menos lo hablaran veinte millones de individuos. Los parlantes de una lengua menos concurrida tuvieron que esperar a que les fuera traducido.
Los seres del espacio convocaba en su mensaje una reunión urgente de jefes de estado, al pie de su nave y a las doce de la mañana. Era verano.
El presidente de los Estados Unidos mandó retirar el ejército, subió al reactor presidencial, el USA One ese y fue el primer mandatario de la Tierra en acudir a la cita. Faltaría más. Eran las ocho de la mañana. A eso del mediodía ya estaba allí hasta el más rezagado líder mundial. Faltaban dos minutos para la hora fijada y algunos políticos se habían quedado sin asiento y tuvieron que buscar más. Cuando por fin se acomodó el último líder delante del platillo se abrió una compuerta y todo el mundo aguantó la respiración y el sofoco que les producía el calor del desierto quedó olvidado. Alguien se atrevió a comentar que los alienígenas podían haber elegido un sitio más fresquito para aterrizar, y convocar la reunión a una hora menos calurosa.

Ángel Torres Quesada: El ángel malo que surgió del sur

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Apenas terminó de materializarse, gritó:
—¡Ya está bien, coño!
El estentóreo bramido repercutió en toda la sala de la lujosa mansión del Sr. Aprieto, que palideció y se quedó encogido en el sillón donde había estado dormitando, vencido por el cansancio y tantas horas de aburrida espera.
Sus ojos se abrieron a continuación como platos y bailotearon vertiginosamente, como si un centenar de chistularis ensayaran dentro de su cabeza aún aturdida, a todo ritmo, la zarabanda que debían interpretar en la plaza mayor del pueblo el día del patrón.
Quizá fueron las esencias de tantas mixturas pseudomágicas que ardían las que provocaron el trance en que se había sumido y del que la voz fuerte, de ultratumba, le sacó tan violentamente.
Con un temblor en sus piernas que a veces le hizo entrechocar las rodillas, se incorporó, realizando un gran esfuerzo para sobreponerse al miedo, la sorpresa, y sus deseos, sobre todo, de salir corriendo de allí. Pero algo en su interior le dijo que ya no podía volverse atrás. Tenía que enfrentarse a lo provocado.
Sacó pecho, hundió estómago y adelantó el mentón. Luego intentó mover una pierna y… todos sus propósitos se vinieron abajo: seguía con aquel miedo que le aplastaba los hombros. ¡Adelante!, se dijo. Echó una mirada al personaje que continuaba despotricando a un par de metros de sus narices. Aprieto tenía detrás la mesa de nogal que le aprisionaba en los riñones, pero que al mismo tiempo sostenía su precaria posición vertical. Aumentó su apoyo en ella, acomodando sus posaderas en el canto para apuntalar su cuerpo lleno de temblores.
Entonces la visita se revolvió hacia él, y le miró como se contempla una cucaracha antes de aplastarla.
—He dicho que ya está bien, coño —repitió el personaje—. ¿Es que no me ha oído?
¿Cómo no iba a oírle si hasta había hecho oscilar los sólidos muros de la señorial mansión de sus antepasados? El Sr. Aprieto aspiró profundamente. ¿Por qué tener miedo? Al fin y al cabo, el diablo estaba allí porque él lo había llamado. Además, mientras el ente diabólico permaneciera dentro de los signos cabalísticos nada podía temer. Allí estaba más seguro que en el penal de Ocaña.
Carraspeó y dijo:
—El diablo, supongo.
—Eso, y usted es Livingstone. ¿Quién voy a ser si no, joder?
—Es que como ha tardado tanto…
—Pues no pensaba acudir a la llamada, ea.
Aprieto le miró estupefacto, fijándose con más detenimiento. El aspecto del diablo no tenía nada de aterrador. Por el contrario, consideró ridícula e inadecuada su vestimenta, ya que en el exterior hacía fresco, un airecillo frío que se filtraba por las mal encajadas ventanas, por lo que él se llevó un buen rato antes de hacer la invocación, atizando el fuego que aún crepitaba con fuerza en la chimenea, con el exclusivo fin de proporcionar a la esperada visita el acogedor ambiente que merecía.
—¿Por qué ha dicho que no quería venir? —preguntó susurrante.

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