Para la mayoría de los viejos aficionados también conocido como Thorkent. Es un honor tener hoy de visita a uno de los más prolíficos escritores del género en España. Es autor de la Trilogía de las Islas editada por Ultramar que aún se consigue en la Av. Corrientes, por citar una parte de su extensa obra.
La situación en el mundo había llegado a tal extremo que los más optimistas no le daban un año de vida. Los pesimistas afirmaban que menos, que el mundo no tardaría en irse al carajo.
Las causas de la peliaguda situación de nuestro pobre planeta eran muchas y muy complicadas. ¿Para qué vamos a enumerarlas?
El caso es que el final de la civilización humana, por llamarla de alguna manera, estaba a la vuelta de la esquina.
Entonces llegaron los extraterrestres, pero en esta ocasión de verdad.
Para no perder la tradición impuesta por las películas, los cómics y las novelas de ciencia ficción de a duro, los extraterrestres aterrizaron en los Estados Unidos.
Y como si no quisieran desilusionar a nadie, llegaron a bordo de un platillo volante enorme, de pulido metal y encendido color de plata, de un kilómetro y dos metros y medio de diámetro.
El lugar elegido por los extraterrestres para su descenso fue el desierto de Mojave. Al poco de posarse, mientras que por todas las carreteras fluían caravanas de tanques y camiones cargados de soldados, y miedo ante lo desconocido, el platillo emitió un mensaje a todo el mundo y en todos los idiomas que al menos lo hablaran veinte millones de individuos. Los parlantes de una lengua menos concurrida tuvieron que esperar a que les fuera traducido.
Los seres del espacio convocaba en su mensaje una reunión urgente de jefes de estado, al pie de su nave y a las doce de la mañana. Era verano.
El presidente de los Estados Unidos mandó retirar el ejército, subió al reactor presidencial, el USA One ese y fue el primer mandatario de la Tierra en acudir a la cita. Faltaría más. Eran las ocho de la mañana. A eso del mediodía ya estaba allí hasta el más rezagado líder mundial. Faltaban dos minutos para la hora fijada y algunos políticos se habían quedado sin asiento y tuvieron que buscar más. Cuando por fin se acomodó el último líder delante del platillo se abrió una compuerta y todo el mundo aguantó la respiración y el sofoco que les producía el calor del desierto quedó olvidado. Alguien se atrevió a comentar que los alienígenas podían haber elegido un sitio más fresquito para aterrizar, y convocar la reunión a una hora menos calurosa.