Tales of Mystery and Imagination

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Miguel Dorelo: Matarla



Esa mañana se levantó con la decisión tomada: la mataría.

No había pegado un ojo en toda la noche, yendo y viniendo entre la habitación y la cocina. Litros de café habían colaborado malamente en acentuar aquél insomnio que lo acosaba desde hacía varias semanas. Su salud se resentía cada vez más aceleradamente y en uno de los pocos momentos de lucidez que se colaban entre sus desquiciados pensamientos, comprendió que no podría continuar de esa forma por más tiempo.
Tanto la había amado como ahora la odiaba; aunque había momentos en que no llegaba a discernir uno y otro sentimiento.

Volvió a abrir todos y cada unos de los mails intercambiados, visitó su blog y su muro de Facebook; releyó sus últimas subidas a Twitter y se quedó varias horas observando su fotolog.
No me quedan alternativas, concluyó. Solo su muerte aliviaría en algo todo ese dolor que ahora sentía.

Se habían conocido casi de casualidad por un comentario de ella en el Facebook durante un intercambio no demasiado serio sobre un tema aún más nimio; un “me gusta” en uno en especial y el consiguiente “pedido de amistad” rápidamente aceptado. Ir de inmediato a su perfil y mirar antes que nada las fotos: no estaba para ganar un concurso de belleza, pero tenía algo que lo atrajo de inmediato, aunque en “información” no había demasiadas coincidencias en gustos musicales, autores preferidos ni películas favoritas.
Comenzaron con un par de mensajes privados, intercambio de mails y luego a chatear varias veces al día. Acentuaron las coincidencias y fueron raleando todo comentario sobre lo que los diferenciara. Finalmente, se enamoraron.

Miguel Dorelo: Conurbano



La observaba pasar desde hacia casi una semana.
Ella cumplía con su rutina todas las tardecitas, al trote durante parte del trayecto y luego acelerando el paso hasta terminar su recorrido justo en el puente donde realizaba sus ejercicios y elongaciones finales. Luego, a paso firme se alejaba cruzando la ruta y él la miraba hasta que su figura joven y esbelta se perdía detrás de una hilera de árboles que formaban un pequeño monte interrumpido abruptamente por las obras de un nuevo barrio en construcción.
De unos quince o dieciséis años, o quizás algo más, lucía hermosa y saludable enfundada en su equipo de gimnasia gris plata con vivos rojos que hacía resaltar su piel bronceada y su largo pelo rubio.
Él era de contextura más bien grande y poco propensa a cualquier tipo de actividad física a juzgar por su abultado vientre, aparentando por lo menos el doble de edad que ella; digamos que no era precisamente el tipo de hombre en el que una jovencita como ella se fijaría. Ciertamente, jamás había desviado en lo más mínimo su mirada cuando pasaba a su lado, como si él formase naturalmente parte del paisaje de aquél lugar del suburbano bonaerense tanto como algunas de las viejas fábricas abandonadas que se herrumbraban añorando épocas de bonanza ya pasadas.

Sergio Gaut vel Hartman - Miguel Dorelo: Un fuerte olor a podrido




Es terrible no sentirse limpio, se dijo. Lo obsesionaban todas las cosas que podían convertirlo en un ser inmundo: las bacterias, las liendres, los nanoseres microscópicos que las compañías de alimentos siembran en las viandas para controlar a las personas desde el comienzo de la liberalización productiva. Soy un descuidado montón de piezas indebidamente esterilizadas, casi cien kilos de materia contaminada; una criatura febril y sucia al mismo tiempo, no aguanto más los picores en el cuerpo, todos mis fluidos corporales sublevados, deslizándose por mi carne, empapándome hasta los huesos, esta repugnante sensación de estar inmerso en un gran tonel lleno de estiércol.
Y sobre todo me resulta totalmente imposible soportar este fuerte olor a podrido que ya invade todos y cada uno de los rincones de mi féretro.
Yo pedí expresamente ser cremado.
Y no me han hecho caso.

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