I
No sé por qué empiezo ahora a contarte esto. No sé por qué te lo cuento precisamente a ti, mi compañero desde hace tanto tiempo. Quizá sea la oprimente atmósfera que se cierne hoy sobre la casa, o el inacabable crepúsculo nevado de ahí fuera. En cualquier caso, quiero que me escuches una vez más. Hoy quiero que hagamos las presentaciones de nuevo.
Ya sé que mi nombre no te importa. Para ti siempre seré «Pequeña», o «Niña», a pesar de que supero la treintena. Antes de llegar aquí, tenía a mi cargo el Grupo de Exploración XIX y la Salvaje. Venían conmigo cuatro hombres: Marek, Félix, Giovanni y Shasa.
Nunca me gustó mi mundo, ni lo que había allí. Un buen día me escapé de casa, siendo aún una cría, y cogí la primera lanzadera que pillé. Acabé en Tejana, el mundo-academia militar del sistema, donde conocí a un chiquito bastante majo que después murió en el accidente de la Colombia, no sé si lo recordarás. Intimamos bastante, tanto que llegamos a tener un hijo. El muchacho debe andar ahora por algún lugar a varios años luz de aquí. O incluso puede que ya haya muerto. Lo recuerdo como un crío de tres años que me mira lloroso mientras yo le doy la espalda para embarcarme por primera vez en la Salvaje, con Shasa metiéndome prisa para subir. Engaña la impresión de que no ha pasado mucho tiempo desde entonces.
Oigo un canto por algún lugar de la casa, y puedo ver los destellos de la aurora boreal. Ya sabes que eso significa el comienzo de la noche en este planetoide. Es hora de buscarse una habitación para dormir y, de paso, protegernos de ellos.