¡Espe...rooo! ¡Espe...rooo!
—¿La oye? Es ella. Su voz me resulta inconfundible, a pesar de la distancia. La reconocería entre un millón de voces, porque no tiene nada de humano. ¿El aullido de un cachorro? ¿Hay algo más humano que el aullido de un cachorro? No, no. Ella no grita para lamentarse, sino para hacerse oír. Más bien es como una sirena. Fría y penetrante. Atraviesa los muros, y deja un rastro helado. Pensará que hablo literariamente, ¿no es verdad? Sin embargo...
—¿Cuántos años hace que murió?
—¿Quién? ¿Ella? Esperaba la pregunta. Sabía que usted había adivinado. Basta con oírla una vez para comprender. Lo que me asombra verdaderamente no es la distancia de tiempo sino la de espacio, porque está enterrada en el cementerio Oeste de la ciudad, y su nicho ocupa tan poco lugar, entre tantos nichos... —¿Causas que provocaron la defunción?
—Los días, al sucederse unos a otros sin interrupción.
—¿Edad?
—¿Ella o yo? Perdone, se refiere a ella, claro, a ella... Era muy guapa y empezó a quedarse arrugada y escuálida, blanca...
—Usted la recuerda muerta, y yo quiero que me hable de ella cuando todavía estaba viva.
—¿Le da miedo comprender?
—No he venido a comprender sino a investigar.
—Ya. Su misión es investigar... ¿Y quién tiene por misión comprender? ¿A quién le pagan para que comprenda? ¿A quién?
—Evidentemente existen algunos fallos en la estructura actual de la sociedad, pero trabajamos para que llegue algún día en que estos fallos sean subsanados. ¿Por qué grita?
—¿Ella? Oh, realmente... no sé... escuche...
— ¡Espe... rooo! ¡Espe... rooo!
—¿La oye?
—Perfectamente.
—Me alegra saber que también usted oye su voz. A veces he temido que fuera tan sólo un producto de mi imaginación...
—¿Desde hace cuánto tiempo llama?