Nos conocíamos desde la infancia.
Por eso todos se sorprendieron tanto cuando lo maté.
Cuando la policía llegó, solo quedaban restos sanguinolentos y casi irreconocibles de quien en vida fue Miguel Robles, ingeniero en minas; mi amigo de siempre. Y nadie más que yo estaba cerca de tales despojos… así que el juicio fue rápido; la fiscalía lo tuvo fácil.
En realidad, me condenaron a muerte… aunque luego tuvieron la «misericordia» de cambiar mi sentencia: atribuyéndome desórdenes mentales; me enviaron al hospital psiquiátrico.
¿Loco?, ¿yo?
No.
Necios, ellos.
No saben del horror, de la podredumbre nauseabunda, del terror total del que salvé sus mediocres vidas.
Y es mejor que jamás lo sepan.
Existen en el universo fuerzas indescriptibles que dormitan en profundos abismos, esperando la señal para despertarse y diseminar el caos. Formas que existieron antes de los humanos y que sin duda alguna heredarán este planeta, que hoy llamamos nuestro dominio, porque su paciencia las hace capaces de esperar durante eones. Entes poderosísimos, más allá de nuestra comprensión y de toda nuestra orgullosa ciencia materialista.
Yo lo sé.
Yo los he visto cara a cara.
Supongo que el principio de todo podría ser Moa.