El hálito sobre la piel la despertó antes que su voz. Era como el viento invernal que se filtra por una rendija de la ventana y obliga a acurrucarse frente al hogar encendido.
La ventana. Había recordado dejarla entreabierta para él…
Se tapó con la sábana hasta el mentón y se quedó acostada, los ojos cerrados, escuchando los ronquidos de John, agradeciendo ese momento de intimidad que le regalaba la noche.
Ya no le gustaba compartir la habitación con sus dos hermanos. Le dolía reconocerlo: jugar con ellos hasta quedar dormidos siempre había sido lo mejor del mundo. Pero ya no.
¿Por qué? ¿Qué había cambiado? ¿Ellos?
No. No había nada distinto en la expresión divertida de John cuando aparecía de repente junto a su cama para sorprenderla, ni en Michael cuando la azotaba con la almohada para empezar una guerra… Cada vez se prometía que iba a responder al juego como solía hacerlo. Pero solo despertaban su fastidio.
Se revolvió, molesta. Tal vez sí era culpa de ellos. De John, que conspiraba continuamente para sorprenderla en ropa interior y cuchichear después con Michael…
—No me esperaste despierta —dijo la voz, un leve esbozo de reproche. Se incorporó en la cama y se encontró con la extraña sonrisa a centímetros de su propio rostro. El cosquilleo la estremeció. Intentó definir una vez más qué había de particular en esa sonrisa. Se perdió en la intensidad de sus ojos.
El sentimiento de culpa apareció de algún lado. No había ruidos en la casa. John y Michael aún dormían en sus camas. La ventana estaba cerrada.
—Estaba soñando con vos… —se oyó decir ella.
Ilustración por William Trabacilo basada en la historia de "El deseo" de Hernán Domínguez Nimo—Claro… —contestó él, divertido. Entonces levantó las piernas del piso y las cruzó. Se quedó un rato así, flotando en el aire, mirándola. Ella supo que venía la pregunta y quiso evitarla, ganar tiempo:
—¿Ya encontraste tu sombra?
Él sonrió, como si supiera lo que ella intentaba.