Sólo sé que cambiaré de
pisos y ciudades,
siempre con recibos de
la luz pendientes,
con viejas botellas de
vodka en los rincones,
periódicos sin fecha,
libros gastados, húmedos,
palabras de una lengua
ausente...
Siempre sin fe,
aguardando, sin esperanza, atentos.
Luis Antonio
de Villena, Martas cibelinas
Estaba tan oscuro que no podría distinguir el
dolor.
Acariciaba la vía con la punta de la
bota. Llegaban ya las luces del ferrocarril, pronto traerían su inconfundible
sonido que le impediría también oír sus propios gritos, el plan
era perfecto, llevaba muchos
de sus veinticuatro años contemplando una solución como aquella. La enorme
ventaja de apoyar la cintura y no el cuello sobre el raíl era que, además,
podría curiosear desde la posición más privilegiada cada detalle del tren
hasta el último momento. El inconveniente sería que su eterno dolor de cabeza
iba a tardar una fracción adicional de segundo
en desaparecer.
Iba a tardar más que eso.
Olalla llevaba toda la tarde pensando en que si se quitaba la vida
esta noche, los pocos que la conocían iban a pensar que el bizco cabrón que la
había despedido de la cafetería era el responsable de su suicidio. Que había
hecho aquello por un puesto de camarera.
No separa aún el pie de la vía.