Tales of Mystery and Imagination

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Harold Kremer: El prisionero de papá

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Escuché los golpes de la pala sobre la tierra y estiré la mano para tocar a Yaira. Luego me levanté sobre los codos y en la oscuridad adiviné el bulto de mamá y Titina en la otra cama. Aún era de noche y en el patio seguían los golpes de la pala sacando la tierra. Corrí un poco la mano de Yaira y volví a acostarme. Por entre la pared de esterilla entraba la luz de la luna formando líneas sobre el piso de tierra y las camas. La pala decía chak, chak, chak. Oía también la respiración del que cavaba. Por el ruido supe que venía del lado del hueco donde Yaira y yo jugábamos a escondernos. Recordé la cajita guardada en la pared.
Me senté en la cama y volví a mirar a mamá. Luego me acerqué y vi que no estaba papá. Entonces me arrastré por el suelo hasta la pared y observé a los del patio: uno fumaba y el otro cavaba. No podía distinguirlos bien, pero al instante supe que eran papá y el Caliche. El Caliche agrandaba el hueco. A esa hora era bien de noche y yo tenía sueño. En la cajita guar­dábamos la moneda de mil pesos que le quitamos al prisionero. Me dormí y cuando desperté, el cielo empezaba a clarear. Me limpié la cara, escupí el sabor a tierra de la boca y miré por el hueco de la esterilla. Papá acomo­daba plásticos, piedras y pedazos de madera sobre el hueco tapado. Caliche le indicaba con la mano y papá se movía a tapar. Terminaron cuando ya era de día. Caliche se fue por el lado del caño y papá fue a lavarse la cara y las manos. Al desayuno dormía y roncaba en la cama.
Mamá nos decía de papá: «Trabaja hasta tarde». Llegaba borracho y mamá dejaba que se montara encima de ella. Papá respiraba fuerte y la cama parecía caerse. Luego mamá se levantaba, le esculcaba los bolsillos del pantalón y escondía el dinero en el hueco del pilar de guadua de la cocina. Cuando no llegaba, mamá no hablaba, ni preparaba la comida, ni atendía a la niña. Se sentaba con los ojos rojos en un rincón de la cocina, con una correa en la mano, y cada vez que nos acercábamos tiraba a pegarnos. A mí me daba pesar con Titina porque la agarraba a correazos. Una vez oí a mamá hablando con doña Carmen. La próxima vez la mataba, le decía, sin im­portarle que la metieran a la cárcel. Mamá decía que cuando papá no llegaba era porque se quedaba durmiendo allá donde ella. Doña Carmen andaba siempre con los vestidos apretados y la risa en la boca. Mamá decía que así se vestían y se reían las mujeres para provocar a los hombres. Con Yaira nos metía­mos por los patios y por los lados del caño para ir a verla. Una vez la vimos sentada en las piernas de papá. Tenía la boca pintada y la blusa entreabierta. Papá metía la cara entre la blusa y doña Carmen se reía. Se reía de las cosquillas que le hacía. Yaira se abrió la blusa, me mostró las teticas, y dijo:
—Chucuan-chudo chuyo chuse-chua chugran-chude chuvoy chua chuser chuco­chumo chue-chulla.
A mediamañana Yaira y yo fuimos al hueco. Papá y el Caliche lo habían rellenado. Yaira se puso a buscar las muñecas que papá le traía del Basuro y yo me asomé al caño a ver si encontraba la colección de carritos que me regaló la tía Isaura. Cuando nos acordamos del dinero quitamos los plásticos, las piedras y los pedazos de madera y luego cogimos unos pedazos de cerámica y nos pusimos a raspar la tierra. Pero la tierra estaba apretada de lo duro que le habían dado con la pala. Yaira se sentó a llorar porque quería mucho a sus muñecas. De pronto me dijo:

Harold Kremer: El combate

Harold Kremer



Fue en la guerra de los Mil Días. Raúl Sánchez, con una bala en el estómago, caminó durante tres días y tres noches. Se arrastró por montes y selvas hasta llegar a Buga. Entró a su casa, besó a su madre, a sus hermanas y se desmayó. A los dos días despertó. Vio a sus compañeros de guerra y preguntó por su madre y sus hermanas. Nadie le respondió. Preguntó por qué estaba allí en el campo de batalla. Le respondieron la verdad: iba a morir. Le dieron un calmante y volvió a dormir. Al despertar se encontró en su casa. Preguntó por sus compañeros. "Cuando ibas a partir a la guerra caíste enfermo", le dijo su madre. Raúl cerró los ojos y murió.


Harold Kremer: La casa

Harold Kremer


Otra vez aquí -dijo la abuela-. Ven.
Cada vez que soñaba la abuela me llevaba por la casa, señalaba las puertas de los cuartos y decía: Aquí vive tu bisabuelo, aquí tu hermano José, aquí Salvico, aquí... Y así, en cada sueño, la casa crecía con los cuartos de mis antepasados.
Alguna vez pregunté por uno de los nombres y la abuela me dijo: Es el bisabuelo de tu abuelo.
Esta noche recorrimos la casa entera, repasamos los nombres y llegamos a un cuarto nuevo. Miré a la abuela. Me dijo: Este es tu cuarto.

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