Tales of Mystery and Imagination

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Ricardo Acevedo Esplugas: El sueño del arquitecto

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La arquitectura es el testigo menos sobornable de la historia.
Octavio Paz (México, 1914- 1998).


En el cielo revolotean como libélulas les hélicoptère (orgullo de la flota al mando de Gustave de Ponton d' Amecourt) dejando zigzagueantes siluetas al vapor, sus haces de luz recorren los perfilados techos de antiguas librerías y mansiones que flanquean el boulevard Saint-Michel…y es entonces que se divisa la agazapada silueta en la retícula: un anarquista… casi podía palpar la nitroglicerina. Un breve cálculo mental de posición, click y una silenciosa esfera cargada de electricidad hace impacto en la víctima, que cae al suelo envuelto en convulsiones, mientras las masas enloquecidas buscan ávidas en sus bolsillos, primero dinero, ropa, sangre. Ahora el rifle Hanley –excedente de las guerras Australo Mozambicanas− del l'architecte M descansa sobre el bureau. Sonríe ufano y piensa en la seguridad inexpugnable de su casa, fabricada siguiendo las indicaciones del luthiers del blindaje Matths Gruber, e intenta continuar su interrumpida conversación.

–Así que Barcelona aceptó el proyecto del mástil del amigo Eiffel ¿eh? –Todos cedieron brevemente un ligero murmullo de aprobación–.

Los libreros Gibert Joseph y Gibert Jeune hablaron casi al unísono: –Pero a pesar de la extrema inseguridad callejera, los motines y la inminente quiebra de la banca, el parlamento admitió vuestro regalo a Paris, un evidente símbolo de liberté, égalité, fraternité de nuestros días.

L'architecte M recita los datos que conoce de memoria: 50 ingenieros realizaron durante dos años 5.300 dibujos del ensamble conjunto o de algunos detalles, y cada una de 18.038 piezas de hierro…

Ricardo Acevedo Esplugas: Astolfo, de lo que este vio en la luna y de lo que no contó

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En un profundo valle, situado entre montes altísimos, había un inmenso tesoro, compuesto con todo lo que en la Tierra se había desperdiciado.
Astolfo sulla luna (1532), Ludovico Ariosto.

El hipogrifo descendió suavemente entre los valles de la luna. Sin perder su dignidad permitió que Astolfo le acariciara bajo su cuello emplumado, para luego devorar con prontitud su ración de gemas.
Sin comprender por qué, Astolfo sabía de la utilidad y el nombre de todos los objetos presentes y futuros que allí se apilaban: un gran rompeolas hecho de chalecos salvavidas; balas perdidas que revolotean como moscas buscando un blanco invisible; la yerba facturada con discursos llenos de promesas incumplidas; y junto al viento desclasificaban todos los documentos secretos del mundo.
A lo lejos, Astolfo pudo otear una figura vestida de blanco de cómico andar, su voz le llegó llena de interferencias:
“Este es un pequeño paso para el hombre…”

Ricardo Acevedo Esplugas - Salomé Guadalupe Ingelmo: Impedimento non mi piega


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Medita el mono
a lo largo de la noche
¿Cómo atrapar la luna?
Masaoka Shiki


Haga usted algo, doctor ‒le ruega Leocadia a Arrieta‒. Va cada día a peor. Ahora, además de estas figuras repulsivas de las paredes, dibuja mozos con alas en los papeles. Se ha significado tanto y es tan difícil la relación con la corte… Imágenes del demonio... Quién sabe lo que podría pensar la Santa Inquisición si las vieran.

Está bonita esta noche, ¿verdad? ‒señala fascinado a la luna‒. A usted se lo cuento, Arrieta, porque, además de amigo, es hombre de ciencia. Sabrá entenderlo. Todo visionario parece loco a los ojos de este mundo podrido que prohíbe soñar. Pero yo no pretendo un pueril juguete, un ingenio con el que revolotear sobre este reino miserable como un murciélago ciego. No. Hay que escapar de esta tierra estéril, lejos de sus limitados hombres. Muchos lo han ido anunciando hace tiempo. Dejando mensajes para quien quisiese verlos. El Bosco, da Vinci…. Quizá los más avispados nos estén esperando ya allí arriba.
Goya, súbitamente rejuvenecido, mira esperanzado hacia el cielo. Ya no escucha el soliloquio de Arrieta: “La Luna es un lugar terrible, escarpado. Apenas hay aire y el frío te mataría. Sin embargo en…”
—La Luna no desea quemarte; puedes mirarla todo el tiempo. Está hecha de nácar y sus edificios son de coral: domos colosales adonde acuden los grandes pensadores de todas las épocas. En la Luna no vuelan las balas de cañón, por lo que no caben las guerras y el oxígeno no arde. ¡Adiós a la Santa Inquisición!
El doctor trata de apagar sus requiebros con linimentos y paños calientes.
—Estás delirando, amigo. Son las fiebres.
—¡Llévame contigo, bella Asmodea! ¡Llévame contigo más allá de Nínive, hasta aquella gran roca en la Luna!
Era el 16 de abril de 1828. Nadie pareció distinguir la figura embozada en rojas sedas que aguardaba posada sobre el alféizar.

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