En un profundo valle, situado entre montes altísimos, había un inmenso tesoro, compuesto con todo lo que en la Tierra se había desperdiciado.
Astolfo sulla luna (1532), Ludovico Ariosto.
El hipogrifo descendió suavemente entre los valles de la luna. Sin perder su dignidad permitió que Astolfo le acariciara bajo su cuello emplumado, para luego devorar con prontitud su ración de gemas.
Sin comprender por qué, Astolfo sabía de la utilidad y el nombre de todos los objetos presentes y futuros que allí se apilaban: un gran rompeolas hecho de chalecos salvavidas; balas perdidas que revolotean como moscas buscando un blanco invisible; la yerba facturada con discursos llenos de promesas incumplidas; y junto al viento desclasificaban todos los documentos secretos del mundo.
A lo lejos, Astolfo pudo otear una figura vestida de blanco de cómico andar, su voz le llegó llena de interferencias:
“Este es un pequeño paso para el hombre…”
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