Esa mañana se levantó con la decisión tomada: la mataría.
No había pegado un ojo en toda la noche, yendo y viniendo entre la habitación y la cocina. Litros de café habían colaborado malamente en acentuar aquél insomnio que lo acosaba desde hacía varias semanas. Su salud se resentía cada vez más aceleradamente y en uno de los pocos momentos de lucidez que se colaban entre sus desquiciados pensamientos, comprendió que no podría continuar de esa forma por más tiempo.
Tanto la había amado como ahora la odiaba; aunque había momentos en que no llegaba a discernir uno y otro sentimiento.
Volvió a abrir todos y cada unos de los mails intercambiados, visitó su blog y su muro de Facebook; releyó sus últimas subidas a Twitter y se quedó varias horas observando su fotolog.
No me quedan alternativas, concluyó. Solo su muerte aliviaría en algo todo ese dolor que ahora sentía.
Se habían conocido casi de casualidad por un comentario de ella en el Facebook durante un intercambio no demasiado serio sobre un tema aún más nimio; un “me gusta” en uno en especial y el consiguiente “pedido de amistad” rápidamente aceptado. Ir de inmediato a su perfil y mirar antes que nada las fotos: no estaba para ganar un concurso de belleza, pero tenía algo que lo atrajo de inmediato, aunque en “información” no había demasiadas coincidencias en gustos musicales, autores preferidos ni películas favoritas.
Comenzaron con un par de mensajes privados, intercambio de mails y luego a chatear varias veces al día. Acentuaron las coincidencias y fueron raleando todo comentario sobre lo que los diferenciara. Finalmente, se enamoraron.
Todo lo que sube, baja, todo lo que empieza, termina. Filosofía barata de café pero no menos cierta y aplicable aún, y sobre todo, en las relaciones amorosas. Cuando algo ya no tiene razón de ser lo mejor es terminarlo a tiempo, guardar el mejor recuerdo posible y continuar el camino. El problema se plantea cuando el final es establecido por una sola de las partes. Un día, ella no se conectó; otro, rechazó un pedido de “charla” en el Messenger aduciendo que justo estaba saliendo de mi casa. Algo estaba mal. Tres días después, y luego de infinidad de mails mandados por él, llegó la escueta respuesta de ella: necesito tomarme un tiempo para pensar.
Varios meses con infinidad de intentos infructuosos siempre rechazados por ella hasta llegar a la fatídica noche en que leyó en su muro “Juana cambió su situación sentimental a tiene una relación”; fue rápidamente a su perfil y leyó un nombre que no conocía adosado al de su amada.
Luego el insomnio, el café, la angustia, más café, los malos pensamientos, la mañana y la decisión final.
Se levantó de la cama, se duchó, tomó unos mates y extrañamente en calma salió de su casa; entre sus ropas llevaba un cuchillo, el más afilado que tenía, el de los asados de los viernes con la barra de amigos; comenzó a caminar hasta el garaje en donde guardaba su auto. Subió en él y partió hacia la casa de ella. En el peaje preguntó cuál era el camino más corto hasta su destino, la ansiedad lo estaba matando y solo deseaba poner el punto final y definitivo a toda esta historia.
Durante todo el trayecto se preguntó cómo sería ella en persona, que tono de voz tendría y si en verdad sus ojos eran tan hermosos como los de su fotografía favorita, esa que había impreso antes de salir y ahora lo observaba desde el tablero de su automóvil.
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