Tales of Mystery and Imagination

Tales of Mystery and Imagination

" Tales of Mystery and Imagination es un blog sin ánimo de lucro cuyo único fin consiste en rendir justo homenaje a los escritores de terror, ciencia-ficción y fantasía del mundo. Los derechos de los textos que aquí aparecen pertenecen a cada autor.

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Félix J. Palma: Un ascenso a los infiernos



El día que Mateo decidió subir a los infiernos a res­catar a la Dolores amaneció lluvioso. Fue esa misma lluvia la que lo despertó al repercutir contra la ventana del cuarto donde lo habían arrumbado, una habitación diminuta en la que se sentía como un faraón enterra­do junto a un rebujo de posesiones absurdas: una tabla de planchar, varias cajas de juguetes rotos, un puñado de herramientas de jardinería, una bicicleta oxidada que colgaba de la pared semejando la osamenta de un ciervo. Como siempre, sus ojos tardaron en acostumbrarse a aquella luz turbia. Permaneció unos minutos en la cama oyendo los sonidos que acotaban el mundo que latía tras la puerta: el crujido de los muebles del salón, las respiraciones que se escapaban de los dormitorios, y más allá, los pasos de los más madrugadores, horadando con sus prisas la tierna arcilla de un mundo recién creado. Pero también prestó atención a la marea de su interior, tratando de descubrir sin éxito algún acorde desafina­do, alguna punzada misteriosa que anunciara un fallo en la maquinaria. Había sobrevivido a otra noche más. Sin embargo, por una vez, encontró sentido a no haber muerto discretamente durante la madrugada a causa de algún paro cardiaco, que era como morían los viejos sin inventiva. Hoy tenía algo importante que hacer. Se levantó ungido de una resolución inédita, y comenzó a vestirse aprovechando la inercia del impulso, un poco a tientas en aquella claridad sucia. Se peinó con los dedos, ocultó su blando andamiaje bajo la concha del abrigo, y huyó del piso antes de que los demás despertasen, trastornando la casa con el ajetreo de las redadas.
Cuando emergió del portal, Mateo descubrió con alivio que había escampado. Acariciando el bulto que llevaba en el bolsillo, recorrió lento las calles, que se hallaban húmedas, como resentidas. Atravesó el parque-cito, sumergiendo sus zapatos en la alfombra de crujidos que tejía la hojarasca. El amanecer escanciaba sobre los árboles desmochados la luz gloriosa del otoño. Junto a él, haciendo resonar la tierra, pasaban algunos corre­dores envueltos en sus respiraciones ferroviarias y, de vez en cuando, la maleza escupía un gato de fisonomía líquida, que le dedicaba una mirada cómplice, como si conociese sus propósitos.

Niccolò Ammaniti: Rispetto



Usciamo all'imbrunire.
Andiamo a divertirci. A fare i coglioni.
Sappiamo divertirci noi. Sappiamo tirare fuori il meglio dal buco.
Saliamo in macchina e decidiamo di smuovere il culo. A morire un po' sulla pista. Ridiamo e ci fermiamo in un bar sulla provinciale a prendere le birre.
Questa sera è diversa e lo avvertiamo tutti. Aspiriamo dai finestrini aperti l'aria che ci rimbalza in faccia a 180. Siamo una fottuta muta di bastardi in movimento. Siamo come bu­fali. Solo più grossi. O come le iene. Solo più famelici. Cazzo se siamo famelici stasera. E quanto siamo affamati. Affamati di fica. Affamati di fica ruvida.
Entriamo nel parcheggio ma non c'è un cazzo di posto. Come è sempre di sabato sera. La lasciamo in terza fila e tut­ti incominciano a suonare come stronzi. Aspettiamo tran­quilli e vediamo che la nostra macchina intralcia. Non lascia passare. Ma questo ci dà in testa. Ci piace. È la nostra sfida. Veniteci a dire qualcosa. Forza. Tirateli fuori questi coglioni.
Noi siamo qua e sono cazzi da cagare.
Appoggiati come stronzi al cofano della macchina.
Avete dei problemi?
Se pensate che siamo degli incivili rottinculo basta che ce lo fate presente.
È il vostro momento. È il momento delle lamentele.
Ma non vi fate avanti. Perché?
Conigli.
Entriamo in discoteca compatti.
Ce una cifra di gente. Una cifra di passera ignorante.

Hugh B. Cave: Stragella



Night, black as pitch and filled with the wailing of a dead wind, sank like a shapeless specter into the oily waters of the Indian Ocean, leaving a great gray expanse of sullen sea, empty except for a solitary speck that rose and dropped in the long swell.

The forlorn thing was a ship's boat. For seven days and seven nights it had drifted through the waste, bearing its ghastly burden. Now, groping to his knees, one of the two survivors peered away into the East, where the first glare of a red sun filtered over the rim of the world.

Within arm's reach, in the bottom of the boat, lay a second figure, face down. All night long he had lain there. Even the torrential shower, descending in the dark hours and flooding the dory with life-giving water, had failed to move him.

The first man crawled forward. Scooping water out of the tarpaulin with a battered tin cup, he turned his companion over and forced the stuff through receded lips.

"Miggs!" The voice was a cracked whisper. "Miggs! Good God, you ain't dead, Miggs? I ain't left all alone out here—"

John Miggs opened his eyes feebly.

"What—what's wrong?" he muttered.

Cristina Fernández Cubas: Los altillos de Brumal



No podría ordenar los principales acontecimientos de mi vida sin hacer antes una breve referencia a la enfermedad que me postró en el lecho en el ya lejano otoño de 1954. Fue exactamente el 2 de octubre, fecha señalada para el inicio de las clases escolares, cuando el médico visitó por primera vez la casa familiar, pronunció un nombre sonoro y misterioso, y yo, en medio de un acceso de fiebre que me hacía proferir frases inconexas, temí llegada la hora de abandonar el mundo. Pero, por fortuna, la escarlatina se comportó conmigo como una dolencia de manual, sin trato preferente ni malignidad acusada, y de todos aquellos días de forzosa inactividad,recuerdo sólo, con asombro, un raro afán por desprenderme de sábanas y mantas, y embadurnarme con la tierra húmeda de tiestos y jardineras. Al despedirse, la enfermedad me dejó en obsequio un cuerpo larguirucho y unas maneras torpes y desvaídas a las que tardaría un buen tiempo en acostumbrarme. No sé si debo culpara ese regalo inesperado, o al simple hecho de que las clases hubieran empezado hacía algunos meses. Pero lo cierto es que, el primer día que asistí a la escuela nacional,encontré sobrados motivos para detestar la vida.Mi primer apellido fue acogido por la maestra con un espectacular arqueo de cejas. Hizo como si intentase memorizarlo, lo repitió un par de veces, las consonantes se le agolparon en la garganta, sus alumnas se revolvieron de risa en sus asientos, y ella, en venganza, decidió suprimirlo de un plumazo.Aquello fue el inicio de una larga pesadilla. Sentí como si me despojaran del recién estrenado delantal, de los suaves mitones que lucía con orgullo, del lazo de terciopelo con que mi madre había recogido mis cabellos aquella misma mañana. No llevaba más de diez minutos en la escuela y ya había sido relegada a una categoría singular y deleznable. Mi segundo apellido no iba a gozar de mejor acogida. Era demasiado corriente, tan común que en la vetusta aula lo ostentaban unas cuantas niñas más, las mismas que ahora protestaban con vehemencia, pataleaban intransigentes sobre el entarimado, golpeaban las tapas de los pupitres con los puños. Debía comprenderlo. En ese mundo de derechos adquiridos, no querían ni podían efectuar excepción alguna en mi favor. En lo sucesivo sería conocida por Adriana, sin otros nombres que arroparan mi tímida presencia, sin otro apoyo que el sentirme la más alta, la más desgarbada y la más ignorante.

Clark Ashton Smith: The Treader of the Dust



…The olden wizards knew him, and named him Quachil Uttaus. Seldom is he revealed: for he dwelleth beyond the outermost circle, in the dark limbo of unsphered time and space.-Dreadful is the word that calleth him, though the word be unspoken save in thought: For Quachil Uttaus is the ultimate corruption; and the instant of his coming is like the passage of many ages; and neither flesh nor stone may abide his treading, but all things crumble beneath-it atom from atom. And for this, some have called him The Treader of the Dust.
—The Testaments of Carnamagos.

It was-after interminable debate and argument with himself, after many attempts-to. exorcise the dim, bodiless legion of his fears, that John Sebastian returned to the house-he had left so hurriedly. He had been absent only for three. days; but even this was an interruption without precedent in the life of reclusion and study to which he had given himself completely following his inheritance of the old Mansion together with a generous income. At no time would he have defined fully the reason of his flight: nevertheless, flight had seemed imperative. There was some horrible urgency that had driven him forth; but now, since had determined to go back,. the urgency was resolved into a matter. of nerves overwrought by too close and prolonged application to his books. He had fancied certain things: but the fancies were patently absurd and baseless.

Ángel Olgoso: Los palafitos




Nada hay tan grato para un espíritu melancólico como realizar a solas, avanzada la primavera, una discreta excursión botánica, entregarse a un paseo despreocupado pero vigoroso, llevado por la deliciosa brisa que lame las laderas de las colinas; vagabundear a placer lejos de los senderos, estudiar con júbilo la raíz aérea que crece en un bosque o la hoja atrapadora de insectos que acecha entre el oleaje de oro de un prado. Y si la fatiga extravía nuestros pasos nada importa sino gozar —como ahora gozo— del aroma del majuelo y del canto exultante del aligrís.

—¿Se ha perdido usted?

Al volverme me encontré ante alguien con aspecto de anticuado pescador. La sotabarba y el viejo sombrero de palma trenzada a mano enmarcaban unos rasgos que desprendían cierta viva simpatía.

—Me atrevería a decir que sí —contesté—, si no supiera que la vecina ciudad de R., donde vivo, apenas dista una decena de kilómetros.

—Nunca oí hablar de ella, señor.

Me asombraron esas palabras, pero no podía pasar por alto que su mirada era franca y que parecía, también, acostumbrado a la sorpresa de los forasteros.

—Con todo —prosiguió—, le ruego que pase la noche protegido entre nosotros. Usted sabe que no puedo abandonarlo a su suerte.

Gustave Le Rouge: Spectre seul



L’Ombre semblait pleuvoir avec les fluides hachures d’une averse qui fuyait interminablement d’un ciel enfumé, pareil de ton au ciment noirci par de terreuses infiltrations, comme si cette indigente ruelle et toute la maussade ville provinciale elle-même eussent été construites sous les voûtes fangeuses de quelque réservoir souterrain. Déjà la nuit se blottissait aux angles de la triste salle de café où j’étais assis, une maladroite et rougeaude bonne n’en finissait pas de remonter – avec une foule de bruits agaçants – une demi-douzaine de lampes grinçantes, et je baillais mortellement, endolori par le tambourinement monotone des gouttes sur les vitres et le sourd pataugement des passants hâtés parmi les flaques d’eau sale.

Bientôt je m’aperçus que – depuis longtemps déjà – mes yeux distraits s’étaient fixés sur un homme à la physionomie chagrine qui, comme moi, semblait plongé dans le plus nauséeux désœuvrement. Ayant considéré attentivement – pendant que j’étais moi-même l’objet d’un pareil examen – son front dégarni, ses prunelles décolorées, ses paupières rougies et plissées d’une infinité de menues rides, sa lèvre inférieure pendante et son envahissante barbe grise, je fus saisi d’une soudaine pitié et, presqu’au même instant – avec une fulgurante rapidité – j’eus la conscience de posséder – au moins passagèrement – l’inexplicable pouvoir de m’immiscer aux plus intimes sentiments de l’inconnu et de m’identifier avec la substance de ses afflictions.

Guy Boothby: A Professor of Egyptology



From seven o'clock in the evening until half past, that is to say for the half-hour preceding dinner, the Grand Hall of the Hotel Occidental, throughout the season, is practically a lounge, and is crowded with the most fashionable folk wintering in Cairo. The evening I am anxious to describe was certainly no exception to the rule. At the foot of the fine marble staircase--the pride of its owner--a well-known member of the French Ministry was chatting with an English Duchess whose pretty, but somewhat delicate, daughter was flirting mildly with one of the Sirdar's Bimbashis, on leave from the Soudan. On the right-hand lounge of the Hall an Italian Countess, whose antecedents were as doubtful as her diamonds, was apparently listening to a story a handsome Greek attaché was telling her; in reality, however, she was endeavouring to catch scraps of a conversation being carried on, a few feet away, between a witty Russian and an equally clever daughter of the United States. Almost every nationality was represented there, but unfortunately for our prestige, the majority were English. The scene was a brilliant one, and the sprinkling of military and diplomatic uniforms (there was a Reception at the Khedivial Palace later) lent an additional touch of colour to the picture. Taken altogether, and regarded from a political point of view, the gathering had a significance of its own.

At the end of the Hall, near the large glass doors, a handsome, elderly lady, with grey hair, was conversing with one of the leading English doctors of the place--a grey-haired, clever-looking man, who possessed the happy faculty of being able to impress everyone with whom he talked with the idea that he infinitely preferred his or her society to that of any other member of the world's population. They were discussing the question of the most suitable clothing for a Nile voyage, and as the lady's daughter, who was seated next her, had been conversant with her mother's ideas on the subject ever since their first visit to Egypt (as indeed had been the Doctor), she preferred to lie back on the divan and watch the people about her. She had large, dark, contemplative eyes. Like her mother she took life seriously, but in a somewhat different fashion.

Javier Marías: En el viaje de novios




Mi mujer se había sentido indispuesta y habíamos regresado apresuradamente a la habitación del hotel, donde ella se había acostado con escalofríos y un poco de náusea y un poco de fiebre. No quisimos llamar enseguida a un médico por ver si se le pasaba y porque estábamos en nuestro viaje de novios, y en ese viaje no se quiere la intromisión de un extraño, aunque sea para un reconocimiento. Debía de ser un ligero mareo, un cólico, cualquier cosa. Estábamos en Sevilla, en un hotel que quedaba resguardado del tráfico por una explanada que lo separaba de la calle.


Mientras mi mujer se dormía (pareció dormirse cuando la acosté y la arropé), decidí mantenerme en silencio, y la mejor manera de lograrlo y no verme tentado a hacer ruido o hablarle por aburrimiento era asomarme al balcón y ver pasar a la gente, a los sevillanos, cómo caminaban y cómo vestían, cómo hablaban, aunque, por la relativa distancia de la calle y el tráfico, no oía más que un murmullo. Miré sin ver, como mira quien llega a una fiesta en la que sabe que la única persona que le interesa no estará allí porque se quedó en casa con su marido. Esa persona única estaba conmigo, a mis espaldas, velada por su marido.Yo miraba hacia el exteriory pensaba en el interior, pero de pronto individualicé a una persona, y la individualicé porque a diferencia de las demás, que pasaban un momento y desaparecían, esa persona permanecía inmóvil en su sitio. Era una mujer de unos treinta años de lejos, vestida con una blusa azul sin apenas mangas y una falda blanca y zapatos de tacón también blancos. Estaba esperando, su actitud era de espera inequívoca, porque de vez en cuando daba dos o tres pasos a derecha o izquierda, y en el último pasa arrastraba un poco el tacón afilado de un pie o del otro, un gesto de contenida impaciencia. Colgado del brazo llevaba un gran bolso, como los que en mi infancia llevaban las madres, mi madre, un gran bolso negro colgado del brazo anticuadamente, no echado al hombro como se llevan ahora. Tenía unas piernas robustas, que se clavaban sólidamente en el suelo cada vez que volvían a detenerse en el punto elegido para su espera tras el mínimo desplazamiento de dos o tres pasos y el tacón arrastrado del último paso. Eran tan robustas que anulaban o asimilaban esos tacones, eran ellas las que se hincaban sobre el pavimento, como navaja en madera mojada. A veces flexionaba una para mirarse detrás y alisarse la falda, como si temiera algún pliegue que le afeara el culo, o quizá se ajustaba las bragas rebeldes a través de la tela que las cubría.

Brian Evenson: Prairie


I.

Early evening, still distant from the prairie, we encountered a man with skin flayed half-free of his back. He allowed us to inspect that portion of him, and we saw the underskin, purpled and creased with folds that in their convolution resembled the human brain.

The runds off his back he had tanned and twisted into a belt, which he wore and which our captain tried, unsuccessfully, to purchase of him. When our physician inquired after the particulars of his persecutor, the man answered by unfurling from his rucksack a flapping sheet of skin with a large and hardened callous aswash at one end of it which, upon formal inspection, proved an empty, flavid face.

II.

Our paroch of late has taken to baptizing all we encounter, tallying their particulars on wound scrolls before they are slaughtered. As we walk, he counts the names, phrases aloud before us the petitions he will employ before the Church as, spreading forth his lists of converts, he renders plea for sainthood.

Mário-Henrique Leiria: Regressos



Lourival tinha finalmente conseguido o tempo suficiente e o local apropriado para escrever o livro que trazia na cabeça. Alugara uma casinha pequena, bem no interior do país, completamente isolada e rodeada de pinheiros sussurrantes. Afastada da estrada principal e da aldeia, chegava-se lá por uma azinhaga que mal permitia passagem ao velho Fiat.
Instalara-se, com a máquina de escrever, entre a mobília simpa-licamente modesta, e dispusera-se a trabalhar com eficiência durante seis meses, pelo menos. Alimentação tinha-a ali ao alcance, na aldeia. E um bom vinho, um pouco fechado mas gostoso, numa tasca discre­tamente escura e convidativa onde, às vezes, passava uma hora, ou até duas, de conversa fiada com os velhos pachorrentos. Sem televisão, que ali não chegava. Na verdade, tudo pelo melhor.
Estava a terminar o segundo capítulo com relativa facilidade. Corria bem, fluente, o enredo deslizava e o problema desenvolvia-se, lógico.
Meteu nova folha na máquina e ia levar à boca o copo de tinto, quando ouviu bater na porta da frente que dava mesmo para a casa de entrada onde costumava trabalhar e comer. Admirou-se. Bem, talvez alguém da aldeia a pedir-lhe que escrevesse uma carta para França, Alemanha ou coisa no género. Um pouco intrigado, foi abrir. E deu um passo atrás, num pasmo imenso.

Hannah Wolf Bowen: Everything Is Better With Zombies


Everything would be better with zombies. Take my junior high school graduation. Everything would have been better if zombies had shuffled in to «Pomp and Circumstance.» They would have lurched into the gym, devoured the principal's brains, and shuffled out again.

There were no zombies at graduation. We walked in line. We took our seats. Living dead.

I've long suspected that I might be a zombie. If I were a zombie, how would I know? I study scary and not-scary movies. I read books. I play the relevant video games until my thumbs ache and my eyes grow tired and dry.

My best friend Lionel says that he would know. «You'd walk,» he says, and demonstrates, shambling gait and arms draped in the air. He lists left, which helps to make it work, but Lion's walked badly for a while now. He's not doing it for effect. «And you'd go 'Braaains!' and everyone would run away.»

Lion scowls and sits down beside me on the crumbly step. He picks at the grass growing up through the cracks. He would be out of luck, if it came to running from the zombies.

Peter Tremayne: The Banshee




For three days the Banshee had been heard wailing outside his door at night. It was no surprise when his body was discovered. His time had come.

Sister Fidelma gazed at Brother Abán with surprise.

The elderly monk was sitting slightly forward on his chair, shivering a little although the day was not cold. His thin mouth trembled slightly; a fleck of spittle from one corner caught on the greying stubble of his unshaven chin. His pale eyes stood out in a bony, almost skeletal head over which the skin was stretched taut and parchment-like.

‘He was fated to die,’ repeated the old man, almost petulantly. ‘You cannot deny the summons of the death wail.’

Fidelma realised that the old man was troubled and he spoke with deadly seriousness. ‘Who heard this wailing?’ she asked, trying to hide her natural scepticism.

The old man shivered. ‘Glass, the miller, whose house is not far away. And Bláth has confirmed that she was disturbed by the sounds.’

Fidelma pursed her lips and expelled a little air through them in an almost soundless whistle. ‘I will speak with them later. Tell me what you know about this matter, Brother Abán. Just those facts that are known to you.’

The early religieux sighed as if suppressing irritation. ‘I thought that you knew them. Surely my message was clear?’

Ramón Gómez de la Serna: Traspaso de los sueños



De pronto, dejó de tener pesadillas y se sintió aliviado, pues habían llegado ya a ser una proyección obsedante en las paredes de su alcoba.
Descansado y tranquilo, en su sillón de lectura, el criado le anunció que quería verle el señor de arriba.
Como para la visita de un vecino no debe haber dilaciones que valgan, le hizo pasar, y escuchó su incumbencia:
—Vengo porque me ha traspasado usted sus sueños.
—¿Y en qué lo ha podido notar?
—Como vecinos antiguos que somos, sé sus costumbres, sus manías y sobre todo sé su nombre, el nombre titular de los sueños que me agobian a mí, que no solía soñar... Aparecen paisajes, señoras, niños con los que nunca tuve que ver...
—¿Pero cómo ha podido pasar eso?
—Indudablemente, como los sueños suben hacia arriba como el humo, han ascendido a mi alcoba, que está encima de la suya . . .

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