El distinguido profesor F. E. Halliday ha dicho que, desde el siglo XVIII, algunos eruditos se han dedicado a embarullar la vida de William Shakespeare señalando pistas dispares que le han convertido unas veces en un rústico poeta, y otras veces en deslucido actor. Muy sibilinamente, estos eruditos se han preguntado que ¿quién era el verdadero Shakespeare? Una señorita, que luego murió loca, descubrió, ante la admiración general, que William Shakespeare era Francis Bacon. Esta señorita se llamaba también Bacon, y estaba muy ilusionada con su descubrimiento; pero el descubrimiento se derrumbó con estrépito. Asimismo, ha sido dicho que William Shakespeare fue, en realidad, Marlowe, y que, contrariamente a lo que se creía, éste no murió de una estocada al corazón y que, a lo mejor, quien murió de una estocada al corazón fue Shakespeare.
Sin embargo, nada escapa a la verdadera investigación científica. Dentro de lo posible, la vida de Shakespeare está ahora perfectamente establecida, aunque, como es lógico, siempre hay algo que se descubre e ilumina una parcela oscura de su biografía. Para iluminarla un poco más, vamos ahora a referirnos al caso de Sheyton Barrett, gran amigo de Shakespeare y a quien se le apareció después de muerto, dentro de un armario. En realidad, no era ya Sheyton Barrett sino un espantoso y viscoso fantasma:
Now it is the time of night
That the graves, all gaping wide
Every one lets forth his sprite...
Sheyton Barrett era un mozo dubitativo y de belleza algo afeminada, que nació en Alcester y tuvo una infancia desgraciada a causa de las desavenencias conyugales de sus padres. Estuvo a punto de ser repudiado, y sólo la intervención del deán de Gloucester, tío de su madre, impidió tal afrenta. Se tornó melancólico y hablaba con los pájaros del campo, a donde solía ir por las tardes al salir de la escuela, recitando los versos, entonces muy en boga, de la tragedia Gorboduc, de Sackville y Norton. Los recitaba con los ojos en blanco. Pero había algo malsano en su naturaleza y bien pronto sedujo a una camarera, muy entrada en carnes, de «La carpa de oro», hostería que se hallaba junto al camino de Charlecote y muy frecuentada por caballeros, actores y truhanes. Allí encontró una noche, calentándose ante el fuego de la chimenea, a un hombre de turbia y siniestra mirada que llevaba un estuche bajo el brazo. Cuando se fueron todos a la cama, el desconocido le enseñó el contenido del estuche, que era una «mano de gloria», y Barrett casi se desmaya del susto. Le dijo entonces que se podían hacer grandes cosas con aquello. Barrett se juntó con el desconocido, y parece ser que fueron perseguidos por la justicia, huyendo acosados a Lisboa. Entre los papeles que se hallaron a la muerte de Barrett, figura, escrita de su propio puño yletra, la descripción, preparación y virtudes de aquel miembro macabro, y decía así: «Esta mano de gloria es la mano de un ahorcado que se prepara de este modo: cúbresela con un pedazo de mortaja, apretándola bien para hacer salir la poca sangre que pudiese haber quedado, métesela después en un puchero de barro con sal, salitre y pimienta todo bien pulverizado. Déjesela en este puchero por el espacio de quince días, después de lo cual, se la pone que reciba el ardiente sol de la canícula hasta estar bien seca, y en cuanto esto no baste, métesela en un horno caliente con helécho y verbena. Compóngase luego una especie de vela con la grasa del ahorcado, la cera virgen y el zumo de Laponia, y sírvase de la mano de gloria como de un candelera para tener esa maravillosa vela encendida. Todos cuantos hay en los parajes en que se deja ver esta funesta bujía quedan inmóviles y sin poder menearse cual difuntos.»