Tales of Mystery and Imagination

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Gabriel García Márquez: Eva está dentro de su gato




De pronto notó que se le había derrumbado su belleza que llegó a dolerle físicamente como un tumor o como un cáncer. Todavía recordaba el peso de ese privilegio que llevó sobre su cuerpo durante la adolescencia y que ahora había dejado caer —¡quién sabe dónde!— con un cansancio resignado, con un último gesto de animal decadente. Era imposible seguir soportando esa carga por más tiempo. Había que dejar en cualquier parte ese inútil adjetivo de su personalidad; ese pedazo de su propio nombre que a la fuerza de acentuarse había llegado a sobrar. Sí; había que abandonar la belleza en cualquier parte; a la vuelta de una esquina, en un rincón suburbano. O dejarla olvidada en el ropero de un restaurante de segunda clase como un viejo abrigo inservible. Estaba cansada de ser el centro de todas las atenciones, de vivir asediada por los ojos largos de los hombres. En la noche, cuando clavaba en sus párpados los alfileres del insomnio, hubiera deseado ser mujer ordinaria, sin atractivos. Dentro de las cuatro paredes de su habitación todo le era hostil. Desesperada, sentía prolongarse la vigilia por debajo de su piel, por su cabeza, empujando la fiebre hacia arriba, hacia la raíz de su cabello. Era como si sus arterias se hubieran poblado de unos insectos diminutos y calientes que con la cercanía de la madrugada, diariamente, se despertaban y recorrían con sus patas movedizas, en una desgarradora aventura subcutánea, ese pedazo de barro frutecido donde se había localizado su belleza anatómica. En vano luchaba por ahuyentar aquellos animales terribles. No podía. Eran parte de su propio organismo. Habían estado allí, vivos, desde mucho antes de su existencia física. Venían desde el corazón de su padre que los había alimentado dolorosamente en sus noches de soledad desesperada. O tal vez habían desembocado a sus arterias por el cordón que la llevó atada a su madre desde el principio del mundo. Era indudable que esos insectos no habían nacido espontáneamente dentro de su cuerpo. Ella sabía que venían de atrás, que todos los que llevaron su apellido tuvieron que soportarlos, que tuvieron que sufrirlos como ella cuando el insomnio se hacía invencible hasta la madrugada. Eran esos insectos los mismos que pintaban ese gesto amargo, esa tristeza inconsolable en el rostro de sus antepasados. Ella los había visto mirar desde su apagada existencia, desde su retrato, antiguo, víctimas de esa misma angustia. Todavía recordaba el rostro inquietante de la bisabuela que desde su lienzo envejecido pedía un minuto de descanso, un segundo de paz a esos insectos que allá, en los canales de su sangre, seguían martirizándola y embelleciéndola despiadadamente. No; esos insectos no eran suyos. Venían transmitiéndose de generación a generación sosteniendo con su diminuta armadura todo el prestigio de una casta selecta; dolorosamente selecta. Esos insectos habían nacido en el vientre de la primera madre que tuvo una hija bella. Pero era necesario, urgente, detener esa herencia. Alguien tenía que renunciar a seguir transmitiendo esa belleza artificial. De nada valía a las mujeres de su estirpe admirarse de sí mismas al regresar del espejo, si durante las noches esos animales hacían su labor lenta y eficaz, sin descanso, con una constancia de siglos. Ya no era una belleza, era una enfermedad que había que detener, que había que cortar en forma enérgica y radical.

José Vicente Ortuño: Frankenstein 2004

José Vicente Ortuño



Mi nombre es Víctor Frankenstein, nací en Ginebra a finales del siglo XVIII en el seno de una familia distinguida, como casi todo el mundo sabe gracias a cierta obra literaria; pero lo que nadie conoce es que al comienzo del siglo XXI, todavía estoy vivo; muy vivo. Después de tanto tiempo me apetece contar públicamente los resultados de algunos de los estudios y experimentos que he llevado a cabo a lo largo de mi vida.
En mi juventud decidí estudiar los orígenes de la vida, el porqué del funcionamiento de los seres vivos, la esencia que mueve a la materia a convertirse en un ente animado y consciente. Dediqué todas las fuerzas y entusiasmo de la juventud, junto con la fortuna de mi padre, al descubrimiento de los secretos de la creación.
Como consta en el relato que del principio de mi vida hace mi amada Mary Wollstonecraft mi única biógrafa y maravillosa compañera, relato que es fruto de infinidad de noches desveladas, tras desbordar nuestros sentidos con la pasión de la juventud, esa juventud que ahora queda tan lejos-, el final incierto permite que el lector piense que morí perdido, solo y arrepentido, yaciendo en la tundra helada o atrapado entre los hielos como justo castigo por mis pecados, o simplemente devorado por un oso polar; pero no fue así: sobreviví a todo ello. Perseguí a mi primera criatura durante algún tiempo y al fin la encontré, en una recóndita aldea en el norte de Siberia, donde vivía feliz tras haber fundado una familia. Pero no es de aquella, mi primera y desdichada criatura, de quien me propongo hablar, ya que la historia es de todos conocida; esta es otra historia.
Mi buen amigo y compañero de tertulia Herbert West, al que conocí casi un siglo después realizando estudios encaminados al mismo fin, sólo consiguió crear estúpidos zombis sin cerebro, terrores ambulantes que lo llevaron a un macabro final. Donde él fracasó yo he triunfado. En todo el tiempo transcurrido, especialmente desde que murió mi querida Mary, me he dedicado a crear nuevas criaturas cada vez más perfectas. No sé por qué no le devolví la vida a mi amada. Era tan dulce. Estaba tan viva. Tal vez tenía miedo de verla convertida en una patética criatura de andares rígidos y menguado cerebro. ¿Acaso ella me lo pidió antes de morir? Es posible. Los años no pasan en balde y los recuerdos se difuminan. Pero todavía veo con toda claridad su sonrisa y esa mirada dulce, que me provocaban bruscas erecciones en aquellas noches de alcohol, opio y orgías en la mansión de Lord Byron. Por aquel entonces, ocultaba mi identidad bajo el patético disfraz de poeta mediocre, pero pese a todo fueron tiempos muy felices.

Edgar Allan Poe: Mesmeric Revelation

Edgar Allan Poe



WHATEVER doubt may still envelop the rationale of mesmerism, its startling facts are now almost universally admitted. Of these latter, those who doubt, are your mere doubters by profession — an unprofitable and disreputable tribe. There can be no more absolute waste of time than the attempt to prove, at the present day, that man, by mere exercise of will, can so impress his fellow, as to cast him into an abnormal condition, of which the phenomena resemble very closely those of death, or at least resemble them more nearly than they do the phenomena of any other normal condition within our cognizance; that, while in this state, the person so impressed employs only with effort, and then feebly, the external organs of sense, yet perceives, with keenly refined perception, and through channels supposed unknown, matters beyond the scope of the physical organs; that, moreover, his intellectual faculties are wonderfully exalted and invigorated; that his sympathies with the person so impressing him are profound; and, finally, that his susceptibility to the impression increases with its frequency, while, in the same proportion, the peculiar phenomena elicited are more extended and more pronounced.

I say that these — which are the laws of mesmerism in its general features — it would be supererogation to demonstrate; nor shall I inflict upon my readers so needless a demonstration; to-day. My purpose at present is a very different one indeed. I am impelled, even in the teeth of a world of prejudice, to detail without comment the very remarkable substance of a colloquy, occurring between a sleep-waker and myself.

I had been long in the habit of mesmerizing the person in question, (Mr. Vankirk,) and the usual acute susceptibility and exaltation of the mesmeric perception had supervened. For many months he had been laboring under confirmed phthisis, the more distressing effects of which had been relieved by my manipulations; and on the night of Wednesday, the fifteenth instant, I was summoned to his bedside.

The invalid was suffering with acute pain in the region of the heart, and breathed with great difficulty, having all the ordinary symptoms of asthma. In spasms such as these he had usually found relief from the application of mustard to the nervous centres, but to-night this had been attempted in vain.

As I entered his room he greeted me with a cheerful smile, and although evidently in much bodily pain, appeared to be, mentally, quite at ease.

"I sent for you to-night," he said, "not so much to administer to my bodily ailment, as to satisfy me concerning certain psychal impressions which, of late, have occasioned me much anxiety and surprise. I need not tell you how sceptical I have hitherto been on the topic of the soul's immortality. I cannot deny that there has always existed, as if in that very soul which I have been denying, a vague half-sentiment of its own existence. But this half-sentiment at no time amounted to conviction. With it my reason had nothing to do. All attempts at logical inquiry resulted, indeed, in leaving me more sceptical than before. I had been advised to study Cousin. I studied him in his own works as well as in those of his European and American echoes. The 'Charles Elwood' of Mr. Brownson, for example, was placed in my hands. I read it with profound attention. Throughout I found it logical, but the portions which were not merely logical were unhappily the initial arguments of the disbelieving hero of the book. In his summing up it seemed evident to me that the reasoner had not even succeeded in convincing himself. His end had plainly forgotten his beginning, like the government of Trinculo. In short, I was not long in perceiving that if man is to be intellectually convinced of his own immortality, he will never be so convinced by the mere abstractions which have been so long the fashion of the moralists of England, of France, and of Germany. Abstractions may amuse and exercise, but take no hold on the mind. Here upon earth, at least, philosophy, I am persuaded, will always in vain call upon us to look upon qualities as things. The will may assent — the soul — the intellect, never.

Leopoldo Lugones: La estatua de sal

Leopoldo Lugones



He aquí cómo refirió el peregrino la verdadera historia del monje Sosistrato:
Quien no ha pasado alguna vez por el monasterio de San Sabas, diga que no conoce la desolación.
Imaginaos un antiquísimo edificio situado sobre el Jordán, cuyas aguas saturadas de arena amarillenta se deslizan ya casi agotadas hacia el Mar Muerto, por entre bosquecillos de terebintos y manzanos de Sodoma. En toda aquella comarca no hay más que una palmera cuya copa sobrepasa los muros del monasterio. Una soledad infinita, sólo turbada de tarde en tarde por el paso de algunos nómades que trasladan sus rebaños; un silencio colosal que parece bajar de las montañas cuya eminencia amuralla el horizonte. Cuando sopla el viento del desierto, llueve arena impalpable; cuando el viento es del lago, todas las plantas quedan cubiertas de sal. El ocaso y la aurora confúndense en una misma tristeza.
Sólo aquellos que deben expiar grandes crímenes, arrostran semejantes soledades. En el convento se puede oír misa y comulgar. Los monjes que no son ya más que cinco, y todos por lo menos sexagenarios, ofrecen al peregrino una modesta colación de dátiles fritos, uvas, agua del río y algunas veces vino de palmera. Jamás salen del monasterio, aunque las tribus vecinas los respetan porque son buenos médicos. Cuando muere alguno, lo sepultan en las cuevas que hay debajo a la orilla del río, entre las rocas. En esas cuevas anidan ahora parejas de palomas azules, amigas del convento; antes, hace ya muchos años, habitaron en ellas los primeros anacoretas, uno de los cuales fue el monje Sosistrato cuya historia he prometido contaros. Ayúdeme Nuestra Señora del Carmelo y vosotros escuchad con atención.
Lo que vais a oír, me lo refirió palabra por palabra el hermano Porfirio, que ahora está sepultado en una de las cuevas de San Sabas, donde acabó su santa vida a los ochenta años en la virtud y la penitencia.
Dios lo haya acogido en su gracia. Amén.
Sosistrato era un monje armenio, que había resuelto pasar su vida en la soledad con varios jóvenes compañeros suyos de vida mundana, recién convertidos a la religión del crucificado. Pertenecía, pues, a la fuerte raza de los estilitas. Después de largo vagar por el desierto, encontraron un día las cavernas de que os he hablado y se instalaron en ellas. El agua del Jordán, los frutos de una pequeña hortaliza que cultivaban en común, bastaban para llenar sus necesidades. Pasaban los días orando y meditando.
De aquellas grutas surgían columnas de plegarias, que contenían con su esfuerzo la vacilante bóveda de los cielos próxima a desplomarse sobre los pecados del mundo. El sacrificio de aquellos desterrados,
que ofrecían diariamente la maceración de sus carnes y la pena de sus ayunos a la justa ira de Dios, para aplacarla, evitaron muchas pestes, guerras y terremotos. Esto no lo saben los impíos que ríen con ligereza de las penitencias de los cenobitas. Y, sin embargo, los sacrificios y oraciones de los justos son las claves del techo del universo.

John Collier: The Chaser

John Collier



Alan Austen, as nervous as a kitten, went up certain dark and creaky stairs in the neighborhood of Pell Street, and peered about for a long time on the dime landing before he found the name he wanted written obscurely on one of the doors.

He pushed open this door, as he had been told to do, and found himself in a tiny room, which contained no furniture but a plain kitchen table, a rocking-chair, and an ordinary chair. On one of the dirty buff-colored walls were a couple of shelves, containing in all perhaps a dozen bottles and jars.

An old man sat in the rocking-chair, reading a newspaper. Alan, without a word, handed him the card he had been given. "Sit down, Mr. Austen," said the old man very politely. "I am glad to make your acquaintance."

"Is it true," asked Alan, "that you have a certain mixture that has-er-quite extraordinary effects?"

"My dear sir," replied the old man, "my stock in trade is not very large-I don't deal in laxatives and teething mixtures-but such as it is, it is varied. I think nothing I sell has effects which could be precisely described as ordinary."

"Well, the fact is. . ." began Alan.

"Here, for example, "interrupted the old man, reaching for a bottle from the shelf. "Here is a liquid as colorless as water, almost tasteless, quite imperceptible in coffee, wine, or any other beverage. It is also quite imperceptible to any known method of autopsy."

"Do you mean it is a poison?" cried Alan, very much horrified.

"Call it a glove-cleaner if you like," said the old man indifferently. "Maybe it will clean gloves. I have never tried. One might call it a life-cleaner. Lives need cleaning sometimes."

Marco Denevi: La bella durmiente del bosque y el príncipe

Marco Denevi



La Bella Durmiente cierra los ojos pero no duerme. Está esperando al príncipe. Y cuando lo oye acercarse, simula un sueño todavía más profundo. Nadie se lo ha dicho, pero ella lo sabe. Sabe que ningún príncipe pasa junto a una mujer que tenga los ojos bien abiertos.

Kahlil Gibran ( جبران خليل جبران ) : Lady Ruth (اﻟﻠﻴﺪي روث)

Kahlil Gibran  جبران خليل جبران



وﻗﻒ ﻣﺮة ﺛﻼﺛﺔ رﺟﺎل ﻳﺘﺄﻣﻠﻮن ﻣﻦ ﻌﻴﺪ ﻴﺘﺎ ﻴﺾ اﻟﻠﻮن ﻳﻘﻮم وﺣﺪه ﻓﻮق رﻴﺔ ﺧﻀﺮاء ﻓﻘﺎل ﺣﺪﻫﻢ : «ذﻟﻚ ﻫﻮ ﻴﺖ اﻟﻠﻴﺪي روث. ﻧﻬﺎ ﺳﺎﺣﺮة ﻋﺠﻮز».

وﻗﺎل اﻟﺜﺎﻧﻲ : «ﻧﺖ ﻣﺨﻄﺊ. اﻟﻠﻴﺪي روث ﻤﺮأة ﺟﻤﻴﻠﺔ ﺗﻌﻴﺶ ﻣﻨﻘﻄﻌﺔ ﻫﻨﺎك إﻟﻰ ﺣﻼﻣﻬﺎ».

وﻗﺎل اﻟﺜﺎﻟﺚ: «ﻛﻼﻛﻤﺎ ﻋﻠﻰ ﺧﻄﺎ اﻟﻠﻴﺪي روث ﺻﺎﺣﺒﺔ ﻫﺬه اﻷرض اﻟﻔﺴﻴﺤﺔ وﻫﻲ ﺗﻤﺘﺺ دم اﻟﻌﺒﻴﺪ اﻟﺬﻳﻦ ﻳﻌﻤﻠﻮن ﻓﻴﻬﺎ». وﻣﻀﻮا ﻳﺘﺠﺎدﻟﻮن ﺣﻮل اﻟﻠﻴﺪي روث.

وﺣﻴﻦ ﻠﻐﻮا ﻣﻔﺘﺮق ﻃﺮق ﻟﻘﻮا رﺟﻼ ﻃﺎﻋﻨﺎ ﻓﻲ اﻟﺴﻦ ﻓﺴﺄﻟﻪ ﺤﺪﻫﻢ ﻗﺎﺋﻼ: «ﻫﻞ ﻟﻚ أن ﺗﺨﺒﺮﻧﺎ ﻣﺎ ﺷﺎن اﻟﻠﻴﺪي روث اﻟﺘﻲ ﺗﻘﻴﻢ ﻓﻲ ذﻟﻚ اﻟﺒﻴﺖ اﻷﻴﺾ ﻓﻮق اﻟﺮﻴﺔ؟».

رﻓﻊ اﻟﺸﻴﺦ رﺳﻪ وﺘﺴﻢ ﺳﺎﺧﺮا ﻣﻨﻬﻢ وﻗﺎل : « ﻧﺎ ﻓﻲ اﻟﺘﺴﻌﻴﻦ ﻣﻦ ﺳﻨﻲ وﻨﻲ ﻷﺗﺬﻛﺮ اﻟﻠﻴﺪي روث ﻣﺬ ﻛﻨﺖ ﺻﺒﻴﺎ ﺻﻐﻴﺮا. ﻏﻴﺮ أن اﻟﻠﻴﺪي روث ﻣﺎﺗﺖ ﻣﻨﺬ ﺛﻤﺎﻧﻴﻦ ﻋﺎﻣﺎ، واﻟﺒﻴﺖ اﻵن ﺧﺎو ﺗﻨﻌﺐ ﻓﻴﻪ اﻟﺒﻮم ، واﻟﻨﺎس ﻳﻘﻮﻟﻮن ﺣﻴﺎﻧﺎ: ﻨﻪ ﻣﺴﻜﻮن».

Guadalupe Vadillo: El camino

Guadalupe Vadillo



Anduve. Al final me di cuenta que caminé en círculo. Y volví a vivir.
Viví la oscuridad de una sala de operaciones y la luz de un cuarto de hospital y la masa infinita de mi madre y la mirada alegre de algunas personas que empañaban el vidrio que me separaba, y que me hacía especial.
Pronto descubrí las cosas importantes. Viví el sexo, los prostíbulos, las películas eróticas. La corrupción.
Disfruté del momento y no llegué a ser feliz. Me sentí algo pesado por no poder mover mi iniciativa y atrapar mis ideas.
Rodeado de mediocridad viví mi segunda vida igual que la primera. La lluvia me hace imposible ver por mis anteojos y cruzo la calle buscando el fin.

Dan Simmons: Vanni Fucci is Well and Living in Hell Simmons Dan

Dan Simmons



On his last day on earth, Brother Freddy rose early, showered, shaved his chins, sprayed his hair, put on his television make-up, dressed in his trademark three-piece white suit with white shoes, pink shirt, and black string tie, and went down to his office to have his pre-Hallelujah Breakfast Club breakfast with Sister Donna Lou, Sister Betty Jo, Brother Billy Bob, and George.
The four munched on sweet rolls and sipped coffee as the slate-gray sky began to lighten beyond the thirty-foot wall of bulletproof, heavily tinted glass. Clusters of tall, brick buildings comprising the campus of Brother Freddy's Hallelujah Bible College and Graduate School of Christian Economics seemed to solidify out of the predawn
Alabama gloom. Far to the east, just visible above the pecan groves, rose the artificial mountain of the Mount Sinai Mad Mouse Ride in the Bible Land section of Brother Freddy's Born Again Family Amusement Complex and Christian Con-vention Center. Much closer, the great dish of a Holy Beamer, one of six huge
satellite dishes on the grounds of Brother Freddy's Bible Broadcast Center, sliced a black arc from the cloud-laden sky. Brother Freddy glanced at the rain-sullen weather and smiled. It did not matter what the real world beyond his office window offered. The large "bay window" on the homey set of the Hallelujah Break-fast Club was actually a $38,000 rear-projection television screen which played the same fifty-two minute tape of a glorious May sunrise each morning. On Brother Freddy's Hallelujah Breakfast Club, it was always spring.
"What's the line-up like?" asked Brother Freddy as he took a sip of his coffee, his little finger lifted delicately, the pinky ring gleaming in the light of the overhead spots. It was eight minutes until air time.
"First half hour you got the usual lead-in from Brother Beau, your opening talk and Prayer Partner plea, six-and-a-half minutes of the Hallelujah Breakfast Club Choir doing "We're On the Brink of a Miracle" and a medley of off-Broadway Christian hits, and then your Breakfast Guests come on," said Brother Billy Bob Grimes, the floor director.
"Who we got today?" asked Brother Freddy.

Adolfo Bioy Casares: Margarita o el poder de la farmacopea

Adolfo Bioy Casare



No recuerdo por qué mi hijo me reprochó en cierta ocasión:
-A vos todo te sale bien.
El muchacho vivía en casa, con su mujer y cuatro niños, el mayor de once años, la menor, Margarita, de dos. Porque las palabras aquellas traslucían resentimiento, quedé preocupado. De vez en cuando conversaba del asunto con mi nuera. Le decía:
-No me negarás que en todo triunfo hay algo repelente.
-El triunfo es el resultado natural de un trabajo bien hecho -contestaba.
-Siempre lleva mezclada alguna vanidad, alguna vulgaridad.
-No el triunfo -me interrumpía- sino el deseo de triunfar. Condenar el triunfo me parece un exceso de romanticismo, conveniente sin duda para los chambones.
A pesar de su inteligencia, mi nuera no lograba convencerme. En busca de culpas examiné retrospectivamente mi vida, que ha transcurrido entre libros de química y en un laboratorio de productos farmacéuticos. Mis triunfos, si los hubo, son quizá auténticos, pero no espectaculares. En lo que podría llamarse mi carrera de honores, he llegado a jefe de laboratorio. Tengo casa propia y un buen pasar. Es verdad que algunas fórmulas mías originaron bálsamos, pomadas y tinturas que exhiben los anaqueles de todas las farmacias de nuestro vasto país y que según afirman por ahí alivian a no pocos enfermos. Yo me he permitido dudar, porque la relación entre el específico y la enfermedad me parece bastante misteriosa. Sin embargo, cuando entreví la fórmula de mi tónico Hierro Plus, tuve la ansiedad y la certeza del triunfo y empecé a botaratear jactanciosamente, a decir que en farmacopea y en medicina, óiganme bien, como lo atestiguan las páginas de "Caras y Caretas", la gente consumía infinidad de tónicos y reconstituyentes, hasta que un día llegaron las vitaminas y barrieron con ellos, como si fueran embelecos. El resultado está a la vista. Se desacreditaron las vitaminas, lo que era inevitable, y en vano recurre el mundo hoy a la farmacia para mitigar su debilidad y su cansancio.

Carlos José Gomes de Carvalho: Gênese

Carlos José Gomes de Carvalho



No primeiro dia limpou a casa, caiou as paredes, pendurou as cortinas, distribuiu os móveis, arrumou os livros, pintou o número na porta, colocou o tapete, forrou o sofá e viu que isto era bom.

No segundo dia estendeu os fios, instalou comutadores novos e brilhantes, e ligando os comutadores viu que a luz se fazia, clara, forte, iluminando tudo, reverberando nas paredes brancas, e isto também era bom.

No terceiro dia, construiu encanamentos, trouxe a água da vertente e, concluído o trabalho, abriu as torneiras e a água jorrou límpida, cristalina, ainda fresca do nascedouro, o que o fez sorrir, pensando que isto também era bom.

No quarto dia comprou um aguário com peixinhos de cor, uma gaiola com dois canários e um vaso com flores, que distribuiu pela casa, e vendo os peixinhos, ouvindo os canários, sentindo o perfume das flores ficou feliz, pois que isto era bom.

No quinto dia, banhou-se na água da vertente, barbeou-se, vestiu roupas novas, olhou-se ao espelho e viu-se criado na casa que construíra e pensou que precisava de uma companheira e saiu a bater de casa em casa, até que encontrou uma rapariga modesta e simples que aceitou com ele dividir a casa, os canários, as flores, a água e a luz, e a isto ele sorriu feliz, pois que era bom.

No sexto dia, acordou com a companheira, desembaraçou-lhes os cabelos, deu-lhe banho, perfumou-a, levou-a para o leito e amou-a, e deste amor nasceram muitos filhos que se multiplicaram e encheram a casa e que o fizeram feliz, vendo que isto era bom.

No sétimo dia, cumprida a tarefa, reuniu a família, dividiu o pão do celeiro e o vinho da adega, beijou um a um os filhos, sorriu para a companheira e, sem outro aviso, deitou para descansar e nunca mais acordou. E isto também foi bom.

Fernando Iwasaki: La pesadilla de Peter Pan

Fernando Iwasaki



Cada vez que hay luna llena yo cierro las ventanas de casa, porque el padre de Mendoza es el hombre lobo y no quiero que se meta en mi cuarto. En verdad no debería asustarme porque el papá de Salazar es Batman y a esas horas debería estar vigilando las calles, pero mejor cierro la ventana porque Merino dice que su padre es Jocker, y Jocker se la tiene jurada al papá de Salazar.
Todos los papás de mis amigos son superhéroes o villanos famosos, menos mi padre, que insiste en que él sólo vende seguros y que no me crea esas tonterías. Aunque no son tonterías porque el otro día Gómez me dijo que su papá era Tarzán y me enseñó su cuchillo, todo manchado de sangre de leopardo.
A mí me gustaría que mi padre fuese alguien, pero no hay ningún héroe que use corbata y chaqueta a cuadritos. Si yo fuera hijo de Conan, Skywalker o Spiderman, entonces nadie volvería a pegarme en el recreo. Por eso me puse a pensar quién podría ser mi padre.
Un día se quedó leyendo el periódico y lo vi todo flaco y largo en el sofá, con sus bigotes de mosquetero y sus manos pálidas, blancas blancas como el mármol de la mesa. Entonces corrí a la cocina y saqué el hacha de cortar la carne. Por la ventana entraban la luz de la luna y los aullidos del papá de Mendoza, pero mi padre ya grita más fuerte y parece un pirata de verdad. Que se cuiden Merino, Salazar y Gómez, porque ahora soy el hijo del Capitán Garfio.

Elizabeth Gaskell: The Old Nurse's Story

Elizabeth Gaskell



You know, my dears, that your mother was an orphan, and an only child; and I dare say you have heard that your grand-father was a clergyman up in Westmoreland, where I come from. I was just a girl in the village school, when, one day, your grandmother came in to ask the mistress if there was any scholar there who would do for a nurse-maid; and mighty proud I was, I can tell ye, when the mistress called me up, and spoke to my being a good girl at my needle, and a steady, honest girl, and one whose parents were very respectable, though they might be poor I thought I should like nothing better than to serve the pretty, young lady, who was blushing as deep as I was, as she spoke of the coming baby, and what I should have to do with it. However, I see you don't care so much for this part of my story, as for what you think is to come, so I'll tell you at once. I was engaged and settled at the parsonage before Miss Rosamond (that was the baby, who is now your mother) was born. To be sure, I had little enough to do with her when she came, for she was never out of her mother's arms, and slept by her all night long; and proud enough was I sometimes when missis trusted her to me. There never was such a baby before or since, though you've all of you been fine enough in your turns; but for sweet, winning ways, you've none of you come up to your mother. She took after her mother, who was a real lady born; a Miss Furnivall, a granddaughter of Lord Furnivall's, in Northumberland. I believe she had neither brother nor sister, and had been brought up in my lord's family till she had married your grandfather, who was just a curate, son to a shopkeeper in Carlisle - but a clever, fine gentleman as ever was - and one who was a right-down hard worker in his parish, which was very wide, and scattered all abroad over the Westmoreland Fells. When your mother, little Miss Rosamond, was about four or five years old, both her parents died in a fortnight - one after the other. Ah! that was a sad time. My pretty young mistress and me was looking for another baby, when my master came home from one of his long rides, wet, and tired, and took the fever he died of; and then she never held up her head again, but lived just to see her dead baby, and have it laid on her breast before she sighed away her life. My mistress had asked me, on her death-bed, never to leave Miss Rosamond; but if she had never spoken a word, I would have gone with the little child to the end of the world.

The next thing, and before we had well stilled our sobs, the executors and guardians came to settle the affairs. They were my poor young mistress's own cousin, Lord Furnivall, and Mr Esthwaite, my master's brother, a shopkeeper in Manchester; not so well to do then, as he was afterwards, and with a large family rising about him. Well! I don't know if it were their settling, or because of a letter my mistress wrote on her death-bed to her cousin, my lord; but somehow it was settled that Miss Rosamond and me were to go to Furnivall Manor House, in Northumberland, and my lord spoke as if it had been her mother's wish that she should live with his family, and as if he had no objections, for that one or two more or less could make no difference in so grand a household. So, though that was not the way in which I should have wished the coming of my bright and pretty pet to have been looked at - who was like a sunbeam in any family, be it never so grand - I was well pleased that all the folks in the Dale should stare and admire, when they heard I was going to be young lady's maid at my Lord Furnivall's at Furnivall Manor.

Glafira Rocha: Llaves

Glafira Rocha



Tomó aire, no pudo salir, doble llave, ¿dónde las había dejado?, regresar al cuarto, ver a la esposa sobre la cama, arrugar la carta y tirarla al piso, ¿y las llaves?, lugares comunes, manojo de llaves, llavero torre eiffel, encima de la mesita, sobre la televisión, tal vez dentro del clóset, probablemente en el librero, cerca de la lámpara, detrás del sillón, encima de la taza del baño, en la regadera, seguramente en el cajón donde están los calcetines, un momento de reflexión, tres pasos a la inversa, dos a la derecha, no, debajo de la cama, quizás en la cocina, sobre la estufa, dentro del refrigerador, entre las sillas, el microondas, en el horno, detrás de los cuadros, en la gaveta de los platos, en los vasos de cristal cortado, dentro del baúl de la sala, sillones, cojines españoles, detrás de la plantita, en alguno de los libros, el quijote, niebla, biología de las pasiones, último round, larousse, maya, diálogos, de fusilamientos, sección amarilla, records guinness, el cuarto de lavado, la secadora, un bote de shampoo para ropa, nada, el espejo, la medicina, el perfume, el anillo que ella perdió, el jabón, la pasta de dientes, un cepillo con barnie, los patitos en la tina, el cuarto de los niños, los dibujos, un zapato, los cuadernos, las tablas de multiplicar, el ábaco, el pizarrón, las tacitas de té, el cajón de los pañales, el cajón de los calzones, el cajón de los juguetes, la muñeca fea, barbie malibú, ken divorciado, barbie embarazada, un niño de diez años en el piso, hot wheels en su pequeña mano, un pequeño pie amoratado, un pequeño dedo, una pequeña pierna, un pequeño brazo, una pequeña cabeza, un charquito de sangre, el timbre, ding dong, el orificio, nadie, no hay tiempo, las llaves, la recámara, la cajonera de la esposa, ropa interior, el brasier, las medias, las tangas, la pijama, las blusas, un suéter, recoger la carta y releerla, esa letra extraña, tres años, un te amo, un estúpido, una esposa muerta en la cama, su brazo, cabeza, cabello teñido, pestañas rizadas, los labios pintados, ojos que ya no ven, de nuevo el timbre, la puerta, el ojo, el dueño de la carta, las llaves, el baño, la regadera, la tina, los patitos con sangre de la niña, la niña en la tina, el bracito torcido, los ojitos cerrados, el cuellito roto, el timbre, el timbre, el ojo en la puerta, el extraño de la carta, el extraño trae las llaves torre eiffel, un golpe, tres años, la cabeza contra la pared, nunca darse cuenta, líquido viscoso dentro de los ojos, la ceguera, una patada, costillas fracturadas, una silla estrellada en el cráneo, un marido muerto, un extraño que cierra con doble llave antes de salir.

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