Tales of Mystery and Imagination
Tales of Mystery and Imagination
" Tales of Mystery and Imagination es un blog sin ánimo de lucro cuyo único fin consiste en rendir justo homenaje a los escritores de terror, ciencia-ficción y fantasía del mundo. Los derechos de los textos que aquí aparecen pertenecen a cada autor.
Las imágenes han sido obtenidas de la red y son de dominio público. No obstante, si alguien tiene derecho reservado sobre alguna de ellas y se siente perjudicado por su publicación, por favor, no dude en comunicárnoslo.
Daniele Luttazzi (Daniele Fabbri): Cappuccetto splatter
C'era una volta una giovanissima modella ungherese asmatica e senza scrupoli che tutti odiavano a causa della sua stronzaggine, specialmente la sua agente, che tuttavia non poteva permettersi di perderla. Un giorno le regalò una cuffietta porta-inalatore di velluto rosso per il suo Ventolin spray tascabile. Era una creazione di Mark Kostabi che le stava a meraviglia. La piccola la indossava sempre; fu cosi che presto, nel giro, presero a chiamarla Cappuccetto rosso.
Alla vigilia di un rave-party allo «Shocking» di Milano la sua agente le disse: - Senti, Cappuccetto rosso, eccoti una confezione di Serax, una benzodiazepina an-siolitica. Portala al vecchio *** [uno stilista in disarmo]; sta fatturando poco ed è isterico e si sentirà rinascere. Parti subito, o il traffico del fine settimana ti impedirà di procedere oltre corso Buenos Aires. Ma di' al tassista di non correre: pioviggina, e i fotografi di moda tendono a non assumere modelle semicarbonizzate da incidenti d'auto. Non ancora, almeno.
- Cercherò di fare tutto per bene, mammina, - rispose Cappuccetto rosso con una voce blesa che mandava tutti quanti affanculo, ciao.
Lo stilista abitava a due minuti di cammino dalla discoteca in oggetto, in un palazzo poco distante dal residence «Principessa Clotilde». La piccola scese dal taxi, dal buio le venne incontro il Marco con un ombrello Knirps. Cappuccetto rosso non sapeva quanto quel P.R. fosse cattivo e non ebbe paura.
Guy de Maupassant: La folle
Tenez, dit M. Mathieu d'Endolin, les bécasses me rappellent une bien sinistre anecdote de la guerre.
Vous connaissez ma propriété dans le faubourg de Cormeil.
Je l'habitais au moment de l'arrivée des Prussiens.
J'avais alors pour voisine une espèce de folle, dont l'esprit s'était égaré sous les coups du malheur. Jadis, à l'âge de vingt-cinq ans, elle avait perdu, en un seul mois, son père, son mari et son enfant nouveau-né.
Quand la mort est entré une fois dans une maison, elle y revient presque toujours immédiatement, comme si elle connaissait la porte.
La pauvre jeune femme, foudroyée par le chagrin, prit le lit, délira pendant six semaines. Puis, une sorte de lassitude calme succédant à cette crise violente, elle resta sans mouvement, mangeant à peine, remuant seulement les yeux. Chaque fois qu'on voulait la faire lever, elle criait comme si on l'eût tuée. On la laissa donc toujours couchée, ne la tirant de ses draps que pour les soins de sa toilette et pour retourner ses matelas.
Une vieille bonne restait près d'elle, la faisant boire de temps en temps ou mâcher un peu de viande froide. Que se passait-il dans cette âme désespérée ? On ne le sut jamais ; car elle ne parla plus. Songeait-elle aux morts ? Rêvassait-elle tristement, sans souvenir précis ? Ou bien sa pensée anéantie restait-elle immobile comme de l'eau sans courant ?
Pendant quinze années, elle demeura ainsi fermée et inerte.
David H. Keller: The Thing in the Cellar
It was a large cellar, entirely out of proportion to the house above it. The owner admitted that it was probably built for a distinctly different kind of structure from the one which rose above it. Probably the first house had been burned, and poverty had caused a diminution of the dwelling erected to take its place.
A winding stone stairway connected the cellar with the kitchen. Around the base of this series of steps successive owners of the house had placed their firewood, winter vegetables and junk. The junk had gradually been pushed back till it rose, head high, in a barricade of uselessness. What was back of that barricade no one knew and no one cared. For some hundreds of years no one had crossed it to penetrate to the black reaches of the cellar behind it.
At the top of the steps, separating the kitchen from the cellar, was a stout oaken door. This door was, in a way, as peculiar and out of relation to the rest of the house as the cellar. It was a strange kind of door to find in a modern house, and certainly a most unusual door to find in the inside of the house—thick, stoutly built, dexterously rabbeted together with huge wrought-iron hinges, and a lock that looked as though it came from Castle Despair. Separating a house from the outside world, such a door would be excusable; swinging between kitchen and cellar it seemed peculiarly inappropriate.
David Jasso: Carroñeros del miedo
La chica me resulta indiferente, ni me gusta ni me desagrada. Su pongo que en otras condiciones hubiera encontrado reconfortante esa sonrisa tan suave como una brizna de hierba. Pero ahora me da igual. No me importa que sea joven y bonita. De verdad. Ya no valoro esas cosas. Sin embargo expele vida por cada uno de sus poros, casi puedo ver cómo emana de ella, es una corriente fresca, como una ráfaga de brisa en un mediodía de agosto. Eso ya me gusta más. En cuanto ha entrado ha llamado mi atención, resalta entre tanto hombre como una manilla de color, pero ahora me fijo con más interés.
Veo que lleva una carpeta de promoción de El día del perro, supongo que es una periodista que ha venido al festival a i abrir el estreno. La acreditación que cuelga entre sus pechos la identifica como Jana Agudo. No me importa su nombre. Esas cosas ya no tienen ningún valor. Está sola y algo desorientada. Insegura, pregunta si el asiento está libre por mera educación, porque sabe que ésa es su localidad. Ocupa su butaca. El viejo crítico que está a su lado apenas le ha contestado, no le ha hecho demasiado caso. A él, como a mí, también le da igual ella.
Robert Bloch: Hungarian Rhapsody
Right after labor Day the weather turned cold and all the summer cottage people went home. By the time ice began to form on Lost Lake there was nobody around but Solly Vincent.
Vincent was a big fat man who had purchased a year-round home on the lake early that spring. He wore loud sports-shirts all summer long, and although nobody ever saw him hunting or fishing, he entertained a lot of weekend guests from the city at his place. The first thing he did when he bought the house was to put up a big sign in front which read SONOVA BEACH. Folks passing by got quite a bang out of it.
But it wasn't until fall that he took to coming into town and getting acquainted. Then he started dropping into Doc's Bar one or two evenings a week, playing cards with the regulars in the back room.
Even then, Vincent didn't exactly open up. He played a good game of poker and he smoked good cigars, but he never said anything about himself. Once, when Specs Hennessey asked him a direct question, he told the gang he came from Chicago, and that he was a retired business man. But he never mentioned what business he had retired from.
Félix J. Palma: Una palabra tuya
-Podrías aprovechar el fin de semana para arreglar la lámpara del salón -sugirió Pilar, a modo de despedida.
Hubo un tiempo en que las despedidas eran otra cosa. Estaban hechas de abrazos inflamables y de besos que reventaban en la boca como cerezas mordidas, derramando en el paladar un jugo dulce que te consolaba mientras veías partir el tren. Había palabras sin refinar, surgidas directamente de lo profundo del alma, e incluso algún proyecto de lágrima que titilaba en la comisura del ojo sin llegar a caer, como si ambos considerásemos la momentánea separación como una afrenta injusta que no creíamos merecer. Pero habían bastado cinco anos de matrimonio para que las reuniones empresariales a las que Pilar debía asistir cada mes perdiesen todo su dramatismo. Las despedidas las resolvíamos ahora sin aspavientos en el salón de casa. Parecía como si, a pesar de que la maleta llevaba casi una hora colocada junto a la puerta, ninguno sospechara lo que iba a ocurrir hasta que oíamos el claxon del taxista; entonces, aliviados de no disponer de tiempo para más, nos apresurábamos a despedirnos con un abrazo casi oficial, durante el que Pilar aprovechaba inevitablemente para reprobar mi pereza doméstica: si no era la lámpara del salón, era cualquier otra cosa. En realidad, no había diferencia entre arreglarla o no, pues siempre habría alguna engorrosa tarea por solventar que me impediría mostrarme ante ella libre de pecado.
-No olvides recoger a la niña a las siete -me recordó junto a la puerta, antes de apedrearme los labios con un beso urgente.
Ramón de Valle-Inclán: El miedo
Ese largo y angustioso escalofrío que parece mensajero de la muerte, el verdadero escalofrío del miedo, sólo lo he sentido una vez. Fue hace muchos años, en aquel hermoso tiempo de los mayorazgos, cuando se hacía información de nobleza para ser militar. Yo acababa de obtener los cordones de Caballero Cadete. Hubiera preferido entrar en la Guardia de la Real Persona; pero mi madre se oponía, y siguiendo la tradición familiar, fui granadero en el Regimiento del Rey. No recuerdo con certeza los años que hace, pero entonces apenas me apuntaba el bozo y hoy ando cerca de ser un viejo caduco. Antes de entrar en el Regimiento mi madre quiso echarme su bendición. La pobre señora vivía retirada en el fondo de una aldea, donde estaba nuestro pazo solariego, y allá fui sumiso y obediente. La misma tarde que llegué mandó en busca del Prior de Brandeso para que viniese a confesarme en la capilla del Pazo. Mis hermanas María Isabel y María Fernanda, que eran unas niñas, bajaron a coger rosas al jardín, y mi madre llenó con ellas los floreros del altar. Después me llamó en voz baja para darme su devocionario y decirme que hiciese examen de conciencia:
-Vete a la tribuna, hijo mío. Allí estarás mejor...
La tribuna señorial estaba al lado del Evangelio y comunicaba con la biblioteca. La capilla era húmeda, tenebrosa, resonante. Sobre el retablo campeaba el escudo concedido por ejecutorias de los Reyes Católicos al señor de Bradomín, Pedro Aguiar de Tor, llamado el Chivo y también el Viejo. Aquel caballero estaba enterrado a la derecha del altar. El sepulcro tenía la estatua orante de un guerrero. La lámpara del presbiterio alumbraba día y noche ante el retablo, labrado como joyel de reyes. Los áureos racimos de la vid evangélica parecían ofrecerse cargados de fruto. El santo tutelar era aquel piadoso Rey Mago que ofreció mirra al Niño Dios. Su túnica de seda bordada de oro brillaba con el resplandor devoto de un milagro oriental. La luz de la lámpara, entre las cadenas de plata, tenía tímido aleteo de pájaro prisionero como si se afanase por volar hacia el Santo.
John Ronald Reuel Tolkien: Smith of Wootton Major
There was a village once, not very long ago for those with long memories, nor very far away for those with long legs. Wootton Major it was called because it was larger than Wootton Minor, a few miles away deep in the trees; but it was not very large, though it was at that time prosperous, and a fair number of folk lived in it, good, bad, and mixed, as is usual.
It was a remarkable village in its way, being well known in the country round about for the skill of its workers in various crafts, but most of all for its cooking. It had a large Kitchen which belonged to the Village Council, and the Master Cook was an important person. The Cook's House and the Kitchen adjoined the Great Hall, the largest and oldest building in the place and the most beautiful. It was built of good stone and good oak and was well tended, though it was no longer painted or gilded as it had been once upon a time. In the Hall the villagers held their meetings and debates, and their public feasts, and their family gatherings. So the Cook was kept busy, since for all these occasions he had to provide suitable fare. For the festivals, of which there were many in the course of a year, the fare that was thought suitable was plentiful and rich.
There was one festival to which all looked for-ward, for it was the only one held in winter. It went on for a week, and on its last day at sundown there was a merrymaking called The Feast of Good Children, to which not many were invited. No doubt some who deserved to be asked were overlooked, and some who did not were invited by mistake; for that is the way of things, however careful those who arrange such matters may try to be. In any case it was largely by chance of birthday that any child came in for the Twenty-four Feast, since that was only held once in twenty-four years, and only twenty-four children were invited. For that occasion the Master Cook was expected to do his best, and in addition to many other good things it was the custom for him to make the Great Cake. By the excellence (or otherwise) of this his name was chiefly remembered, for a Master Cook seldom if ever lasted long enough in office to make a second Great Cake.
Luisa Valenzuela: Este tipo es una mina
No sabemos si fue a causa de su corazón de oro, de su salud de hierro, de su temple de acero o de sus cabellos de plata. El hecho es que finalmente lo expropió el gobierno y lo está explotando. Como a todos nosotros.
Franz Kafka; Der Schlag ans Hoftor
Es war im Sommer, ein heißer Tag. Ich kam auf dem Nachhauseweg mit meiner Schwester an einem Hoftor vorüber. Ich weiß nicht, schlug sie aus Mutwillen ans Tor oder aus Zerstreutheit oder drohte sie nur mit der Faust und schlug gar nicht. Hundert Schritte weiter an der nach links sich wendenden Landstraße begann das Dorf. Wir kannten es nicht, aber gleich nach dem ersten Haus kamen Leute hervor und winkten uns, freundschaftlich oder warnend, selbst erschrocken, gebückt vor Schrecken. Sie zeigten nach dem Hof, an dem wir vorübergekommen waren, und erinnerten uns an den Schlag ans Tor. Die Hofbesitzer werden uns verklagen, gleich werde die Untersuchung beginnen. Ich war sehr ruhig und beruhigte auch meine Schwester. Sie hatte den Schlag wahrscheinlich gar nicht getan, und hätte sie ihn getan, so wird deswegen nirgends auf der Welt ein Beweis geführt. Ich suchte das auch den Leuten um uns begreiflich zu machen, sie hörten mich an, enthielten sich aber eines Urteils. Später sagten sie, nicht nur meine Schwester, auch ich als Bruder werde angeklagt werden. Ich nickte lächelnd. Alle blickten wir zum Hofe zurück, wie man eine ferne Rauchwolke beobachtet und auf die Flamme wartet. Und wirklich, bald sahen wir Reiter ins weit offene Hoftor einreiten. Staub erhob sich, verhüllte alles, nur die Spitzen der hohen Lanzen blinkten. Und kaum war die Truppe im Hof verschwunden, schien sie gleich die Pferde gewendet zu haben und war auf dem Wege zu uns. Ich drängte meine Schwester fort, ich werde alles allein ins Reine bringen. Sie weigerte sich, mich allein zu lassen. Ich sagte, sie solle sich aber wenigstens umkleiden, um in einem besseren Kleid vor die Herren zu treten. Endlich folgte sie und machte sich auf den langen Weg nach Hause. Schon waren die Reiter bei uns, noch von den Pferden herab fragten sie nach meiner Schwester. Sie ist augenblicklich nicht hier, wurde ängstlich geantwortet, werde aber später kommen. Die Antwort wurde fast gleichgültig aufgenommen; wichtig schien vor allem, daß sie mich gefunden hatten. Es waren hauptsächlich zwei Herren, der Richter, ein junger, lebhafter Mann, und sein stiller Gehilfe, der Aßmann genannt wurde. Ich wurde aufgefordert in die Bauernstube einzutreten. Langsam, den Kopf wiegend, an den Hosenträgern rückend, setzte ich mich unter den scharfen Blicken der Herren in Gang. Noch glaubte ich fast, ein Wort werde genügen, um mich, den Städter, sogar noch unter Ehren, aus diesem Bauernvolk zu befreien. Aber als ich die Schwelle der Stube überschritten hatte, sagte der Richter, der vorgesprungen war und mich schon erwartete: »Dieser Mann tut mir leid.« Es war aber über allem Zweifel, daß er damit nicht meinen gegenwärtigen Zustand meinte, sondern das, was mit mir geschehen würde. Die Stube sah einer Gefängniszelle ähnlicher als einer Bauernstube. Große Steinfliesen, dunkel, ganz kahle Wand, irgendwo eingemauert ein eiserner Ring, in der Mitte etwas, das halb Pritsche, halb Operationstisch war.
Könnte ich noch andere Luft schmecken als die des Gefängnisses? Das ist die große Frage oder vielmehr, sie wäre es, wenn ich noch Aussicht auf Entlassung hätte.
Armando José Sequera: Una sola carne
Tan pronto el sacerdote concluyó la frase …y formaréis una sola carne, el novio, excitado, se lanzó a devorar a la novia.
Italo Calvino: La signora Paulatim
Per sessanta secondi ferme e tese le nere lancette
degli orologi elettrici della città con un salto da insetto tutte insieme si
scagliano sul minuto successivo. Hop! I quadrati occhi degli orologi a cifre
scorrevoli abbassano di scatto una palpebra con su scritto un altro numero.
Hop! Puntuale e improvviso come un colpo di singhiozzo s'accende il verde del
semaforo e dozzine di suole schiacciano gli acceleratori. Hop! Approdano alla
riva dei salvagenti le frenate dei tram e il gradino della portiera batte
tante metalliche nasate quanti piedi di passeggeri gli piovono addosso. Hop!
Hop! Hop!
Roteano le porte girevoli delle banche e nell'acquario
dei vetri naviga via un'infinita giostra di pesci col cappello e il cappotto;
passa un esercito di tazzine sotto i becchi fumanti delle macchine espresso,
sfila sugli spalti lucidi del banco, annega ancora intriso di oscuri resti di
zucchero nell'acquaio; e le auto adesso puntano i musi verso il prossimo
semaforo e quello dopo e quello dopo ancora permutanti l'uno dopo l'altro il
loro rosso in verde fino all'ultimo là in fondo che mai nessuno potrà raggiungere
prima che il rosso riaccendendosi non abbia propagato un premere di freni lungo
tutta la colonna. Il sole taglia a fette le vie, giostra il pulviscolo
nell'aria. Scende dall'auto la signora Paulatim, davanti alla Farmaceutica
Paulatim S. A.
Subscribe to:
Posts (Atom)