Tales of Mystery and Imagination

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Michael Swanwick: The Dead



Three boy zombies in matching red jackets bussed our table, bringing water, lighting candles, brushing away the crumbs between courses. Their eyes were dark, attentive, lifeless; their hands and faces so white as to be faintly luminous in the hushed light. I thought it in bad taste, but «This is Manhattan,» Courtney said. «A certain studied offensiveness is fashionable here.»

The blond brought menus and waited for our order.

We both ordered pheasant. «An excellent choice,» the boy said in a clear, emotionless voice. He went away and came back a minute later with the freshly strangled birds, holding them up for our approval. He couldn't have been more than eleven when he died and his skin was of that sort connoisseurs call «milk glass,» smooth, without blemish, and all but translucent. He must have cost a fortune.

As the boy was turning away, I impulsively touched his shoulder. He turned back. «What's your name, son?» I asked.

«Timothy.» He might have been telling me the sp'ecialit'e de maison . The boy waited a breath to see if more was expected of him, then left.

Courtney gazed after him. «How lovely he would look,» she murmured, «nude. Standing in the moonlight by a cliff. Definitely a cliff. Perhaps the very one where he met his death.»

Juan José Arreola: El discípulo



De raso negro, bordeada de armiño y con gruesos alamares de plata y de ébano, la gorra de Andrés Salaino es la más hermosa que he visto. El maestro la compró a un mercader veneciano y es realmente digna de un príncipe. Para no ofenderme, se detuvo al pasar por el Mercado Viejo y eligió este bonete de fieltro gris. Luego, queriendo celebrar el estreno nos puso de modelo el uno al otro.

Dominado mi resentimiento, dibujé una cabeza de Salaino, lo mejor que ha salido de mi mano. Andrés aparece tocado con su hermosa gorra, y con el gesto altanero que pasea por las calles de Florencia, creyéndose a los dieciocho años un maestro de la pintura. A su vez, Salaino me retrató con el ridículo bonete y con el aire de un campesino recién llegado de San Sepolcro. El maestro celebró alegremente nuestra labor, y él mismo sintió ganas de dibujar. Decía: «Salaino sabe reírse y no ha caído en la trampa». Y luego, dirigiéndose a mí: «Tú sigues creyendo en la belleza. Muy caro lo pagarás. No falta en tu dibujo una línea, pero sobran muchas. Traedme un cartón. Os enseñaré cómo se destruye la belleza».

Con un lápiz de carbón trazó el bosquejo de una bella figura: el rostro de un ángel, tal vez el de una hermosa mujer. Nos dijo: «Mirad, aquí está naciendo la belleza. Estos dos huecos oscuros son sus ojos; estas líneas imperceptibles, la boca. El rostro entero carece de contorno. Ésta es la belleza». Y luego, con un guiño: «Acabemos con ella». Y en poco tiempo, dejando caer unas líneas sobre otras, creando espacios de luz y de sombra, hizo de memoria ante mis ojos maravillados el retrato de Gioia. Los mismos ojos oscuros, el mismo óvalo del rostro, la misma imperceptible sonrisa.

Ángel García Galiano: La última cena



El conde me ha invitado a su castillo. Naturalmente yo llevaré la bebida

Maria Isabel Barreno: A Freira e o Assassino



Madre Angélica atravessava de noite os escuros corredores do convento. Tinha aquele hábito. Dormia mal. Acordava invariavelmente duas horas depois de ter adormecido, no silêncio denso, escuro, só cortado pelas folhas das árvores, em conversa com o vento, no jardim, e pelo ressonar de várias das freiras – umas porque eram gordas, de enormes peitos, e aquele peso excessivo certamente lhes comprimia os pulmões, outras porque tinham sinusite, bronquite, enfim, várias obstruções do aparelho respiratório. Assim pensava Madre Angélica, invariavelmente, atravessando os escuríssimos corredores, ouvindo o ressonar das suas irmãs em Cristo, e concluía, sempre com um estremecimento: quantas obstruções e filtros e escuras passagens temos dentro de nós, acerca dos quais ignoramos tudo, e que sub-repticiamente se revelam ao conhecimento dos outros, na nossa inconsciência, pela calada da noite ou por qualquer outro lapso de nossa vigilância. Aqui chegada, Madre Angélica estremecia, mais ainda do que durante toda a caminhada. Ela tinha medo daqueles escuros e desertos corredores, mas tinha aquele hábito, aquele consolo no seu mau dormir: levantava-se da cama e dirigia-se à capela, onde entrava pela porta do coro, que dava para o interior do convento.
A capela destacava-se do edifício do convento. Tanto a sua porta principal como a porta da sacristia davam para a pequena álea que atravessava o jardim e conduzia até ao portão de ferro, bem alto, fechado à noite. Madre Angélica entrava, quase rangia os dentes com o arrepio que lhe dava o chiar da porta nos gonzos, descia pela escadinha de caracol e sentava-se num dos bancos da nave. Aí orava, pedindo a Deus vários socorros porque se achava muito imperfeita. No fim da sobressaltada caminhada sabia-lhe bem aquela solitária intimidade com Deus, toda a capela só para si.

I.A. Ireland (Jorge Luis Borges - Bioy Casares ?): Ending for a Ghost Story



'How eerie!' said the girl, advancing cautiously. 'And what a heavy door!'

She touched it as she spoke and it suddenly swung to with a click

'Good Lord!' said the man, 'I don't believe there's a handle inside.
Why, you've locked us both in!'

'Not both of us. Only one of us,' said the girl, and before his eyes, she passed straight through the door, and vanished.

Yoss (José Miguel Sánchez Gómez): Fábula de la mariposa mágica



Cierto hechicero (que no se llamaba Chuang-Tzu ni había nunca soñado que era una mariposa) era célebre por sus sortilegios. Un día, un joven ambicioso acudió a él y le rogó que le enseñara magia.
—Antes deberás convencerme de que eres digno de ser mi aprendiz —le respondió el sabio taumaturgo, entregándole una maceta con una frondosa planta, en una de cuyas hojas brillaba bien visible un punto blanco—. Cuida como de tu propia vida de la oruga que nacerá de este huevo, y de la mariposa en la que se convertirá, y ya veremos.
El joven retornó a su hogar con la maceta y la vigiló con fervor. A la semana fue encantado testigo de la eclosión del huevo en un brillante gusanillo rojo con rayas verdes, que comenzó inmediatamente a comerse las hojas de la planta.
Durante los siguientes quince días la oruga comió sin descanso y creció en correspondencia. Por cuidarla, el joven enflaqueció y en su rostro aparecieron dos enormes ojeras, pero logró evitar que una mantis y una araña devoraran al animalejo, así como que varios pájaros la picotearan.
Al decimosexto día, la ya enorme oruga verdeamarilla se colgó de una de las ramas desnudas de la planta, envolviéndose en un capullo de seda, y quedó inmóvil.
Cuando la crisálida se rompió, una mariposa diferente a cualquier especie conocida extendió al aire sus alas multicolores y de cambiantes motivos. El joven la contempló arrobado, sintiéndose más cerca que nunca de volver realidad su ambición de ser mago.

Clark Ashton Smith: The Weaver in the Vault



The instructions of Famorgh, fifty-ninth king of Tasuun, were minutely circumstantial and explicit, and, moreover, were not to be disobeyed without the incurring of penalties that would make mere death a pleasant thing. Yanur, Grotara, and Thirlain Ludoch, three of the king's hardiest henchmen, riding forth at morn from the palace in Miraab, debated with a thin semblance of jocosity whether, in their case, obedience or disobedience would prove the direr evil.

The commission they had just received from Famorgh was no less singular than distasteful. They were to visit Chaon Gacca, the long-forsaken seat of the kings of Tasuun, lying more than ninety miles to the north of Miraab amid the desert hills; and, descending into the burial vaults beneath the ruined palace, were to find and bring back to Miraab whatever remained of the mummy of King Tnepreez, founder of the dynasty to which Famorgh belonged. No one had entered Chaon Gacca for centuries, and the preservation of its dead in the catacombs was uncertain; but even if only the skull of Tnepreez was left, or the bone of his little finger, or the dust of mummia into which he had crumbled, the men-at-arms were to fetch it carefully, guarding it like a holy relic.

Luis Mateo Díez: Desazón



     Toda la semana con aquel creciente desasosiego. Una inquieta comezón que me desvelaba, que no me daba reposo. Hasta que el sábado, después de ir de un sitio a otro sin alivio, quedé desfallecido en un banco del parque.
     No sé si dormí un minuto o tres horas. Me despertó aquel raro rumor que sentía dentro de mí, un murmullo como de bocas devoradoras. Un niño me observaba
      —Mira, mamá —dijo señalando con el dedo—, a este señor le salen hormigas por la nariz.

Nathaniel Hawthorne: Rappaccini's Daughter



We do not remember to have seen any translated specimens of the productions of M. de l'Aubepine--a fact the less to be wondered at, as his very name is unknown to many of his own countrymen as well as to the student of foreign literature. As a writer, he seems to occupy an unfortunate position between the Transcendentalists (who, under one name or another, have their share in all the current literature of the world) and the great body of pen-and-ink men who address the intellect and sympathies of the multitude. If not too refined, at all events too remote, too shadowy, and unsubstantial in his modes of development to suit the taste of the latter class, and yet too popular to satisfy the spiritual or metaphysical requisitions of the former, he must necessarily find himself without an audience, except here and there an individual or possibly an isolated clique. His writings, to do them justice, are not altogether destitute of fancy and originality; they might have won him greater reputation but for an inveterate love of allegory, which is apt to invest his plots and characters with the aspect of scenery and people in the clouds, and to steal away the human warmth out of his conceptions. His fictions are sometimes historical, sometimes of the present day, and sometimes, so far as can be discovered, have little or no reference either to time or space. In any case, he generally contents himself with a very slight embroidery of outward manners,--the faintest possible counterfeit of real life,--and endeavors to create an interest by some less obvious peculiarity of the subject. Occasionally a breath of Nature, a raindrop of pathos and tenderness, or a gleam of humor, will find its way into the midst of his fantastic imagery, and make us feel as if, after all, we were yet within the limits of our native earth. We will only add to this very cursory notice that M. de l'Aubepine's productions, if the reader chance to take them in precisely the proper point of view, may amuse a leisure hour as well as those of a brighter man; if otherwise, they can hardly fail to look excessively like nonsense.

Antonio Tabucchi: Sueño de Francisco de Goya y Lucientes, pintor y visionario



La noche del primero de mayo de 1820, visitado por uno de sus interminables desvaríos, Francisco de Goya y Lucientes, pintor y visionario, tuvo un sueño.
Soñó que su amante de juventud estaba debajo de un árbol. Era el austero campo de Aragón y el sol estaba en lo alto. Su amante estaba en un columpio y él la mecía de por vida. Ella traía una sombrilla con encajes y reía con risa breve y nerviosa. Luego su amante se tiró al pasto y él fue tras ella para revolcarse. Rodaron por la pendiente de la colina hasta llegar a un muro amarillo. Treparon al muro y vieron a los soldados, iluminados por una farola, fusilar a los hombres. La farola no venía a cuento en aquel soleado paisaje, pero alumbraba tenuemente la escena. Los soldados hicieron fuego y los hombres cayeron formando un charco con su sangre. Francisco de Goya y Lucientes sacó entonces el pincel de pintor que llevaba en la cintura y avanzó blandiéndolo amenazadoramente. Los soldados, como por un encanto, desaparecieron, asustados por aquella aparición. Y en lugar de los soldados apareció un espantoso gigante que devoraba la pierna de un hombre. El pelo lo tenía curtido y la cara lívida, dos hilos de sangre bajaban por las comisuras de su boca y tenía los ojos vendados, pero con todo reía.
—¿Quién eres? —le preguntó Francisco de Goya y Lucientes.
El gigante se limpió la boca y dijo: —Soy el monstruo que domina la humanidad, la Historia es mi madre.
Francisco de Goya y Lucientes dio un paso hacia adelante y agitó el pincel. El gigante desapareció y en su lugar apareció una anciana. Era una bruja desdentada, con la piel de pergamino y los ojos amarillos.
—¿Quién eres? —le preguntó Francisco de Goya y Lucientes.

Gustave Le Rouge: Le navire de Jules César




Kill et Murde s’étaient bercés toute leur vie du rêve de pêcher un trésor. La colonne de granit du phare de Righte qu’ils gardaient en pleine mer surgit d’un réseau d’écueils et de stroms dont les gouffres, dit-on encore maintenant, recèlent quelques-uns des navires de la légendaire Armada. Maintes fois d’ailleurs des indices indubitables étaient venus fortifier leurs croyances.

Un jour, Murde ramena entre les mailles de fer de sa drague un grand gobelet d’argent, et Kill prétendait distinguer, par les temps où l’eau était claire, la carcasse et les agrès d’un vaisseau de mille tonneaux d’un gabarit inconnu. Souvent aussi les tempêtes rejetaient à la base du phare des pièces de bois, des bouteilles endentellées de concrétions et de coquilles et jusqu’à des barriques et des coffres, mais ils ne trouvaient point de trésor.

Cependant, plus ils vieillissaient, plus ils s’entêtaient dans leur espoir. Chaque soir après avoir lu la Bible, ils allumaient leurs pipes et vidaient un bowl de grog au genièvre en faisant des projets. Murde voulait acheter aux entours de la ville un cottage de briques coloriées. Il y aurait un parloir de chêne comme celui de l’officier des douanes, et sa nièce Effie, celle qui tenait un cabaret sur le port, devenue grande dame, verserait le thé d’une bouilloire d’argent. Kill, plus ambitieux, voulait habiter Londres et voyager sur le continent ; il s’habillerait comme un gentleman, porterait une bague d’or et se ferait construire un yacht. Ils demeuraient d’accord sur un point, c’était de se partager fidèlement le trésor et de vivre toujours en bonne amitié quand ils seraient devenus riches.

Juan José Arreola: Cuento de horror



La mujer que amé se convirtió en fantasma. Y yo fui el lugar de sus apariciones.

Jack London: A Thousand Deaths




     I had been in the water about an hour, and cold, exhausted, with a terrible cramp in my right calf, it seemed as though my hour had come. Fruitlessly struggling against the strong ebb tide, I had beheld the maddening procession of the water-front lights slip by, but now a gave up attempting to breast the stream and contended myself with the bitter thoughts of a wasted career, now drawing to a close.
     It had been my luck to come of good, English stock, but of parents whose account with the bankers far exceeded their knowledge of child-nature and the rearing of children. While born with a silver spoon in my mouth, the blessed atmosphere of the home circle was to me unknown. My father, a very learned man and a celebrated antiquarian, gave no thought to his family, being constantly lost in the abstractions of his study; while my mother, noted far more for her good looks than her good sense, sated herself with the adulation of the society in which she was perpetually plunged. I went through the regular school and college routine of a boy of the English bourgeoisie, and as the years brought me increasing strength and passions, my parents suddenly became aware that I was possessed of an immortal soul, and endeavoured to draw the curb. But it was too late; I perpetrated the wildest and most audacious folly, and was disowned by my people, ostracised by the society I had so long outraged, and with the thousand pounds my father gave me, with the declaration that he would neither see me again nor give me more, I took a first-class passage to Australia.

     Since then my life had been one long peregrination--from the Orient to the Occident, from the Arctic to the Antarctic--to find myself at last, an able seaman at thirty, in the full vigour of my manhood, drowning in San Francisco bay because of a disastrously successful attempt to desert my ship.

Pablo Brescia: Fidelidad



     Desde lo alto de la colina podía ver el cementerio. Los ataúdes resucitaban desde la entraña de la tierra, ascendían y luego comenzaban a moverse como un magma. Los primeros se atascaban en el cauce estrecho, pero la fuerza de los últimos se imponía y creaba un nuevo camino. Era cuestión de tiempo hasta que las aguas nos taparan.

     Bajaron con rapidez y quebraron las altas puertas de hierro oxidado. Y luego se transformaron en una ola enorme y lenta que avanzaba sin pausa. De pronto, me pareció ver algo que se movía junto a los ataúdes. Pensé que estaba alucinando. Pensé que asistía a una venganza apocalíptica. Pero no. Efectivamente, había algo. Eran perros. Nadaban con destreza, acompañando. ¿Acompañando qué? Y entonces comprendí: todas las cosas volvían a su origen; los perros a sus amos, los amos a sus perros.

     Sentí un ruido, como si tocaran a la puerta. Cuando me di vuelta y miré hacia las escaleras, hubiera jurado que mi perro me sonrió.....

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