Toda la semana con aquel creciente desasosiego. Una inquieta comezón que me desvelaba, que no me daba reposo. Hasta que el sábado, después de ir de un sitio a otro sin alivio, quedé desfallecido en un banco del parque.
No sé si dormí un minuto o tres horas. Me despertó aquel raro rumor que sentía dentro de mí, un murmullo como de bocas devoradoras. Un niño me observaba
—Mira, mamá —dijo señalando con el dedo—, a este señor le salen hormigas por la nariz.
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