Tales of Mystery and Imagination

Tales of Mystery and Imagination

" Tales of Mystery and Imagination es un blog sin ánimo de lucro cuyo único fin consiste en rendir justo homenaje a los escritores de terror, ciencia-ficción y fantasía del mundo. Los derechos de los textos que aquí aparecen pertenecen a cada autor.

Las imágenes han sido obtenidas de la red y son de dominio público. No obstante, si alguien tiene derecho reservado sobre alguna de ellas y se siente perjudicado por su publicación, por favor, no dude en comunicárnoslo.

Juan José Millás: Simetría



A mí siempre me ha gustado disfrutar del cine a las cuatro de la tarde, que es la hora a la que solía ir cuando era pequeño; no hay aglomeraciones y con un poco de suerte estás solo en el patio de butacas. Con un poco más de suerte todavía, a lo mejor se te sienta a la derecha una niña pequeña, a la que puedes rozar con el codo o acariciar ligeramente la rodilla sin que se ofenda por estos tocamientos ingenuos, carentes de maldad.
El caso es que el domingo este que digo había decidido prescindir del cine por ver si era capaz de pasar la tarde en casa, solo, viendo la televisión o leyendo una novela de anticipación científica, el único género digno de toda la basura que se escribe en esta sucia época que nos ha tocado vivir. Pero a eso de las seis comenzaron a retransmitir un partido de fútbol en la primera cadena y a dar consejos para evitar el cáncer de pulmón en la segunda. De repente, se notó muchísimo que era domingo por la tarde y a mí se me puso algo así como un clavo grande de madera a la altura del paquete intestinal, y entonces me tomé un tranquilizante que a la media hora no me había hecho ningún efecto, y, la angustia comenzó a subirme por todo el tracio respiratorio y ni podía concentrarme en la lectura ni estar sin hacer nada... En fin, muy mal.
Entonces pensé en preparar un baño y tomar una lección de hidroterapia, pero los niños del piso de arriba comenzaron a rodar por el pasillo algún objeto pesado y calvo (la cabeza de su madre, tal vez), y así llegó un momento en el que habría sido preciso ser muy insensible para ignorar que estábamos en la víspera del lunes.
Paseé inútilmente por el salón para aliviar la presión del bajo vientre, cada vez más oprimido por el miedo. Pero la angustia desde dondequiera que se produjera ascendía a velocidad suicida por la tráquea hasta alcanzar la zona de distribución de la faringe, donde se detenía unos instantes para repartirse de forma equitativa entre la nariz, la boca, el cerebro, etc.

Franz Kafka: Prometheus



Von Prometheus berichten vier Sagen: Nach der ersten wurde er, weil er die Götter an die Menschen verraten hatte, am Kaukasus festgeschmiedet, und die Götter schickten Adler, die von seiner immer wachsenden Leber fraßen.
Nach der zweiten drückte sich Prometheus im Schmerz vor den zuhackenden Schnäbeln immer tiefer in den Felsen, bis er mit ihm eins wurde.
Nach der dritten wurde in den Jahrtausenden sein Verrat vergessen, die Götter vergaßen, die Adler, er selbst.
Nach der vierten wurde man des grundlos Gewordenen müde. Die Götter wurden müde, die Adler wurden müde, die Wunde schloß sich müde.
Blieb das unerklärliche Felsgebirge. – Die Sage versucht das Unerklärliche zu erklären. Da sie aus einem Wahrheitsgrund kommt, muß sie wieder im Unerklärlichen enden.

Manuel Peyrou: El busto



Hizo el nudo de la corbata y, al mismo tiempo que tiraba hacia abajo para ajustarlo, apretó con dos dedos el género, de modo que a partir del lazo hiciera un doblez, un repliegue central, evitando la formación de pequeñas arrugas. Se puso el saco azul y verificó el efecto general. Estar impecable era para él una forma de la comodidad. Satisfecho —dignamente satisfecho—, salió y cerró con cuidado la puerta de calle. No había podido asistir a la iglesia, pero esperaba llegar antes de las diez a la casa de su hermana. Era el día del casamiento de su sobrino mayor, quien más que un pariente era su amigo. Pasó frente a los porteros de las casas vecinas y les deseó con llaneza las buenas noches; era una elegante silueta, a pesar de sus años: alto, moreno, con el cabello ligeramente estriado de plata.

Las vitrinas del salón de los regalos exhibían algunas joyas costosas. Un collar de piedras combinadas difundía un pequeño arco iris sobre su estuche de fondo rojo; un anillo con un topacio, un par de aros de brillantes y algunos otros meteoros artificiales y enanos fulgían bajo la luz de las lámparas. Verificó si el prendedor elegido por él para su flamante sobrina y los gemelos de brillantes para el novio habían sido bien colocados. Satisfecho, avanzó en busca de la nueva pareja.

—¡No me vas a decir que no es una cosa rara! —dijo de pronto su sobrino, sorprendiéndolo. Estaba en el mismo salón y no había notado su presencia.

George R. R. Martin: Meathouse Man


I

IN THE MEATHOUSE

They came straight from the ore-fields that first time, Trager with the others, the older boys, the almost-men who worked their corpses next to his. Cox was the oldest of the group, and he'd been around the most, and he said that Trager had to come even if he didn't want to. Then one of the others laughed and said that Trager wouldn't even know what to do, but Cox the kind-of leader shoved him until he was quiet. And when payday came, Trager trailed the rest to the meathouse, scared but somehow eager, and he paid his money to a man downstairs and got a room key.

He came into the dim room trembling, nervous. The others had gone to other rooms, had left him alone with her (no, it, not her but it, he reminded himself, and promptly forgot again). In a shabby gray cubicle with a single smoky light.

He stank of sweat and sulfur, like all who walked the streets of Skrakky, but there was no help for that. It would be better if he could bathe first, but the room did not have a bath. Just a sink, double bed with sheets that looked dirty even in the dimness, a corpse.

She lay there naked, staring at nothing, breathing shallow breaths. Her legs were spread; ready. Was she always that way, Trager wondered, or had the man before him arranged her like that? He didn't know. He knew how to do it (he did, he did, he'd read the books Cox gave him, and there were films you could see, and all sorts of things), but he didn't know much of anything else. Except maybe how to handle corpses. That he was good at, the youngest handler on Skrakky, but he had to be. They had forced him into the handlers' school when his mother died, and they made him learn, so that was the thing he did. This, this he had never done (but he knew how, yes, yes, he did); it was his first time.

Ana Tapia: La impronta



No me gusta la persona que soy cuando vuelvo a esta casa. Aquí mandan mis padres, y me tratan como a un niño grande que ha olvidado las normas.
Se come a medianoche, y no antes ni después. Se sale a cazar en grupo. Nunca solo: odian la iniciativa individual.
–Pero yo ya no hago esas cosas –protesto.
–Qué cosas –me miran con lástima, como si hubieran criado un hijo tonto.
–Cazar. Humanos, me refiero.
No me gusta esta casa, no me gusta su impronta, ni el color de las bombillas o la sangre seca sobre las alfombras. Mis padres nunca han destacado por su pulcritud.
Me descubren haciendo las maletas.
–Has cambiado, cariño –dice mamá.
–¿De dónde sale esa culpabilidad? –murmura mi padre–. Es tu naturaleza, hijo.
–He dejado embarazada a una chica –suelto yo–. No se cómo, pero lo he hecho. Vais a ser abuelos. Deberíais limpiar un poco la casa.
Y mis padres, que jamás se han asustado por nada, se sientan ahora en el borde del sofá, con las manos frías –muertas– sobre las rodillas, se miran el uno al otro, con horror, y por primera vez aparentan la edad que realmente tienen.

Niccolò Ammaniti: Lo zoologo


Mi ricordo bene.
La birreria si chiamava "Il becco giallo".
Era piccola, affollata e cercava di assomigliare a un pub inglese con quei muri rivestiti di legno e i boccali appesi sopra il bancone.
Sedevo a un tavolo con professori, assistenti e ricercatori dell'università di Bologna. Non li conoscevo bene.
Avevo tenuto, quella mattina, alla facoltà di scienze biologiche di Bologna un convegno sulle dinamiche onnonali durante la metamorfosi degli anfibi urodeli.
Un successo.
Dopo il congresso essendo solo e con l'unica possibilità di ritornarmene in albergo, nella mia squallida cameretta, i colleghi mi avevano invitato ad andare con loro, a bere.
Accettai.
Bevemmo molta birra e finimmo a parlare di università, di concorsi per ricercatori e di dottorati. L'atmosfera calda e fumosa di quel posto induceva alle chiacchiere, ai pettegolezzi accademici.
La solita zuppa.
Metti insieme più di due colleghi, non importa quali, geometri, bancari o calciatori, finiranno sempre a parlare di lavoro.

Sedeva accanto a me il vecchio e stimato professor Tauri, ordinario della cattedra di biochimica. Un omino grasso e con un nasone a patata e due belle guance rosse rosse che veniva voglia di pizzicargliele.
Era insoddisfatto. Sbuffava. A un tratto, afferrò il boccale di birra e lo sbatté sul tavolo più volte come fosse un giudice che picchia il martello per chiedere il silenzio.
«Per favore! Non possiamo parlare tutti insieme. Voglio parlare io! Se no me ne vado» ci intimò con la sua aria da tricheco prepotente.
«Parli, parli pure, professore» dissi io.
Lui si guardò in giro, a controllare che la sua platea fosse attenta, poi allungò il collo da tapiro e disse soddisfatto:

Leopoldo María Panero: Acéfalo



Ed io sentii chiavar l’uscio di sotto
all’orribile torre: ond’io guardai
nel viso al mio figliuol senza far matto.
Inferno, XXXIII, 46-48

I
Descripción de la Torre de Gualandi, en el centro de Le Sette Vie, que sirvió de prisión al Conte Ugolino y a sus dos hijos y a sus dos sobrinos en el año de 1289, y una de cuyas puertas fue sellada tras de ellos: descripción que ha de ser fría, objetiva, geométrica, en modo alguno poética: como, si quien la mirara, no fuera el autor, ni ningún otro hombre, sino el objetivo insensible de una cámara cinematográfica.

II. Presentimientos de Ugolino
1. Una noche, tras de una batalla perdida (la batalla de Meloria, en la desastrosa guerra con Génova, en 1284: fue el regreso de los prisioneros hechos en esa batalla a Pisa uno de los factores que más influyeron en la caída del conte, cuando éste ya se había convertido en déspota de Pisa: en esta ocasión, sin embargo, se supone que no era aún sino capitán general de los ejércitos de Pisa), Ugolino sueña que está en su palacio, en un banquete: pasan ante sus ojos numerosas imágenes de copas de cristal rellenas de Chianti, de vino francés de Médoc; ve verterse en las copas líquidos rojos, o rosáceos, y algunos casi negros: ve el vino derramado por toda la mesa y se siente inmensamente borracho: y de repente le asalta la sospecha, venida no se sabe de dónde, de que lo que mancha los ricos manteles no es vino, sino sangre.
2. Siendo aún capitán general de los ejércitos de Pisa, y después de derrotar, con la ayuda de su aliado el arzobispo Ruggiero degli Ubaldini, a los Visconti, sus rivales para el gobierno de la ciudad (que le habían encarcelado y desterrado antes de 1276), entra triunfalmente en Pisa y desfila junto a degli Ubaldini por sus calles. No se hace mención de sus sentimientos, basta con saber que experimenta un profundo cansancio, que apenas alivia el orgullo: el desfile se le antoja interminable. Entonces, de repente, cree por un segundo ver entre la multitud a un hambre sin cabeza, que le aplaude frenéticamente: se vuelve al instante hacia Ruggiero en demanda de ayuda, y puede ver cómo éste le sonríe.
3. Discusión entre il conte y degli Ubaldini, mucho más tarde, cuando Ugolino es ya tirano de Pisa en la biblioteca del palacio del Arzobispo (por orden del cual habría de ser encerrado luego en la torre de Gualandi).

Arthur Machen: The white people



PROLOGUE

"SORCERY and sanctity," said Ambrose, "these are the only realities. Each is an ecstasy, a withdrawal from the common life."

Cotgrave listened, interested. He had been brought by a friend to this mouldering house in a northern suburb, through an old garden to the room where Ambrose the recluse dozed and dreamed over his books.

"Yes," he went on, "magic is justified of her children. I There are many, I think, who eat dry crusts and drink water, with a joy infinitely sharper than anything within the experience of the 'practical' epicure."

"You are speaking of the saints?"

"Yes, and of the sinners, too. I think you are falling into the very general error of confining the spiritual world to the supremely good; but the supremely wicked, necessarily, have their portion in it. The merely carnal, sensual man can no more be a great sinner than he can be a great saint. Most of us are just indifferent, mixed-up creatures; we muddle through the world without realizing the meaning and the inner sense of things, and, consequently, our wickedness and our goodness are alike second-rate, unimportant."

"And you think the great sinner, then, will be an ascetic, as well as the great saint?"

"Great people of all kinds forsake the imperfect copies and go to the perfect originals. I have no doubt but that many of the very highest among the saints have never done a 'good action' (using the words in their ordinary sense). And, on the other hand, there have been those who have sounded the very depths of sin, who all their lives have never done an 'ill deed.'"

He went out of the room for a moment, and Cotgrave, in high delight, turned to his friend and thanked him for the introduction.

"He's grand," he said. "I never saw that kind of lunatic before."

Ambrose returned with more whisky and helped the two men in a liberal manner. He abused the teetotal sect with ferocity, as he handed the seltzer, and pouring out a glass of water for himself, was about to resume his monologue, when Cotgrave broke in--

"I can't stand it, you know," he said, "your paradoxes are too monstrous. A man may be a great sinner and yet never do anything sinful! Come!"

"You're quite wrong," said Ambrose. "I never make paradoxes; I wish I could. I merely said that a man may have an exquisite taste in Romanée Conti, and yet never have even smelt four ale. That's all, and it's more like a truism than a paradox, isn't it? Your surprise at my remark is due to the fact that you haven't realized what sin is. Oh, yes, there is a sort of connexion between Sin with the capital letter, and actions which are commonly called sinful: with murder, theft, adultery, and so forth. Much the same connexion that there is between the A, B, C and fine literature. But I believe that the misconception--it is all but universal--arises in great measure from our looking at the matter through social spectacles. We think that a man who does evil to us and to his neighbours must be very evil. So he is, from a social standpoint; but can't you realize that Evil in its essence is a lonely thing, a passion of the solitary, individual soul? Really, the average murderer, quâ murderer, is not by any means a sinner in the true sense of the word. He is simply a wild beast that we have to get rid of to save our own necks from his knife. I should class him rather with tigers than with sinners."

"It seems a little strange."

Philarète Chasles: L'oeil sans paupière



Hallowe'en, Hallowe'en! criaient-ils tous, c'est ce soir la nuit sainte, la belle nuit des skelpies et des fairies! Carrick! et toi, Colean, venez-vous? Tous les paysans de Carrick-Border sont là, nos Megs et nos Jeannies y viendront aussi. Nous apporterons de bon whiskey dans des brocs d'étain, de l'ale fumeuse, le parritch4 savoureux. Le temps est beau; la lune doit briller; camarades, les ruines de Cassilis-Downaus n'auront jamais vu d'assemblée plus joyeuse!»

Ainsi parlait Jock Muirlaud, fermier, veuf et jeune encore. Il était, comme la plupart des paysans d'Écosse, théologien, un peu poète, grand buveur, et cependant fort économe. Murdock, Will Lapraik, Tom Duckat, l'entouraient. La conversation avait lieu près du village de Cassilis.

Vous ne savez sans doute pas ce que c'est que l'Hallowe'en: c'est la nuit des fées; elle a lieu vers le milieu d'août. Alors on va consulter le sorcier du village; alors tous les esprits follets dansent sur les bruyères, traversent les champs, à cheval sur les pâles rayons de la lune. C'est le carnaval des génies et des gnomes. Alors il n'y a pas de grotte ni de rocher qui n'ait son bal et sa fête, pas de fleur qui ne tressaille sous le souffle d'une sylphide, pas de ménagère qui ne ferme soigneusement sa porte, de peur que le spunkie n'enlève le déjeuner du lendemain, et ne sacrifie à ses espiègleries le repas des enfans qui dorment enlacés dans le même berceau.

Telle était la nuit solennelle, mêlée de caprice fantastique et d'une secrète terreur, qui allait s'élever sur les collines de Cassilis. Imaginez un terrain montagneux, qui ondule comme une mer, et dont les nombreuses collines se tapissent d'une mousse verte et brillante; au loin, sur un pic escarpé, les murs crénelés du château détruit, dont la chapelle, privée de sa toiture, s'est conservée presque intacte, et fait jaillir dans l'éther pur ses pilastres minces, sveltes comme des branchages en hiver et dépouillés de leur feuillage. La terre est inféconde dans ce canton. Le genêt doré y sert de retraite au lièvre; la roche paraît à nu de distance à distance. L'homme qui ne reconnaît un pouvoir suprême que dans la désolation et la terreur regarde ces terrains stériles comme frappés du sceau même de la Divinité. La bienfaisance féconde et immense du Très-Haut nous inspire peu de gratitude: c'est son châtiment et sa rigueur que nous adorons.

Cristina Fernández Cubas: El reloj de Bagdad

Cristina Fernández Cubas


Nunca las temí ni nada hicieron ellas por amedrentarme. Estaban ahí, junto a los fogones, confundidas con el crujir de la leña, el sabor a bollos recién horneados, el vaivén de los faldones de las viejas. Nunca las temí, tal vez porque las soñaba pálidas y hermosas, pendientes como nosotros de historias sucedidas en aldeas sin nombre, aguardando el instante oportuno para dejarse oír, para susurramos sin palabras: «Estamos aquí, como cada noche». O bien, refugiarse en el silencio denso que anunciaba: «Todo lo que estáis escuchando es cierto. Trágica, dolorosa, dulcemente cierto». Podía ocurrir en cualquier momento. El rumor de las olas tras el temporal, el paso del último mercancías, el trepidar de la loza en la alacena, o la inconfundible voz de Olvido, encerrada en su alquimia de cacerolas y pucheros:
_Son las ánimas, niña, son las ánimas.
Más de una vez, con los ojos entornados, creí en ellas.
¿Cuántos años tendría Olvido en aquel tiempo? Siempre que le preguntaba por su edad la anciana se encogía de hombros, miraba por el rabillo del ojo a Matilde y seguía impasible, desgranando guisantes, zurciendo calcetines, disponiendo las lentejas en pequeños montones, o recordaba, de pronto, la inaplazable necesidad de bajar al sótano a por leña y alimentar la salamandra del último piso. Un día intenté sonsacar a Matilde. «Todos los del mundo», me dijo riendo.

Ernst Theodor Amadeus Hoffmann: Des Vetters Eckfenster



Meinen armen Vetter trifft gleiches Schicksal mit dem bekannten Scarron. So wie dieser hat mein Vetter durch eine hartnäckige Krankheit den Gebrauch seiner Füße gänzlich verloren, und es tut not, daß er sich, mit Hilfe standhafter Krücken und des nervichten Arms eines grämlichen Invaliden, der nach Belieben den Krankenwärter macht, aus dem Bette in den mit Kissen bepackten Lehnstuhl, und aus dem Lehnstuhl in das Bette schrotet. Aber noch eine Ähnlichkeit trägt mein Vetter mit jenem Franzosen, den eine besondere, aus dem gewöhnlichen Gleise des französischen Witzes ausweichende Art des Humors trotz der Sparsamkeit seiner Erzeugnisse in der französischen Literatur feststellte. So wie Scarron schriftstellert mein Vetter; so wie Scarron ist er mit besonderer lebendiger Laune begabt und treibt wunderlichen humoristischen Scherz auf seine eigne Weise. Doch zum Ruhme des deutschen Schriftstellers sei es bemerkt, daß er niemals für nötig achtete, seine kleinen pikanten Schüsseln mit Asa fötida zu würzen, um die Gaumen seiner deutschen Leser, die dergleichen nicht wohl vertragen, zu kitzeln. Es genügt ihm das edle Gewürz, welches, indem es reizt, auch stärkt. Die Leute lesen gerne, was er schreibt; es soll gut sein und ergötzlich; ich verstehe mich nicht darauf. Mich erlabte sonst des Vetters Unterhaltung, und es schien mir gemütlicher, ihn zu hören, als ihn zu lesen. Doch eben dieser unbesiegbare Hang zur Schriftstellerei hat schwarzes Unheil über meinen armen Vetter gebracht; die schwerste Krankheit vermochte nicht den raschen Rädergang der Phantasie zu hemmen, der in seinem Innern fortarbeitete, stets Neues und Neues erzeugend. So kam es, daß er mir allerlei anmutige Geschichten erzählte, die er, des mannigfachen Wehs, das er duldete, unerachtet, ersonnen. Aber den Weg, den der Gedanke verfolgen mußte, um auf dem Papiere gestaltet zu erscheinen, hatte der böse Dämon der Krankheit versperrt. Sowie mein Vetter etwas aufschreiben wollte, versagten ihm nicht allein die Finger den Dienst, sondern der Gedanke selbst war verstoben und verflogen. Darüber verfiel mein Vetter in die schwärzeste Melancholie. »Vetter!« sprach er eines Tages zu mir, mit einem Ton, der mich erschreckte, »Vetter, mit mir ist es aus! Ich komme mir vor wie jener alte, vom Wahnsinn zerrüttete Maler, der tagelang vor einer in den Rahmen gespannten grundierten Leinewand saß und allen, die zu ihm kamen, die mannigfachen Schönheiten des reichen, herrlichen Gemäldes anpries, das er soeben vollendet; – ich geb's auf, das wirkende, schaffende Leben, welches, zur äußern Form gestaltet, aus mir selbst hinaustritt, sich mit der Welt befreundend! – Mein Geist zieht sich in seine Klause zurück!« Seit der Zeit ließ sich mein Vetter weder vor mir, noch vor irgendeinem andern Menschen sehen. Der alte grämliche Invalide wies uns murrend und keifend von der Türe weg wie ein beißiger Haushund. –
Es ist nötig zu sagen, daß mein Vetter ziemlich hoch in kleinen niedrigen Zimmern wohnt. Das ist nun Schriftsteller- und Dichtersitte. Was tut die niedrige Stubendecke? Die Phantasie fliegt empor und baut sich ein hohes, lustiges Gewölbe bis in den blauen glänzenden Himmel hinein. So ist des Dichters enges Gemach, wie jener zwischen vier Mauern eingeschlossene, zehn Fuß ins Gevierte große Garten, zwar nicht breit und lang, hat aber stets eine schöne Höhe. Dabei liegt aber meines Vetters Logis in dem schönsten Teile der Hauptstadt, nämlich auf dem großen Markte, der von Prachtgebäuden umschlossen ist und in dessen Mitte das kolossal und genial gedachte Theatergebäude prangt. Es ist ein Eckhaus, was mein Vetter bewohnt, und aus dem Fenster eines kleinen Kabinetts übersieht er mit einem Blick das ganze Panorama des grandiosen Platzes.

Graham Masterton: The Taking of Mr Bill



It was only a few minutes past four in the afternoon, but the day suddenly grew dark, thunderously dark, and freezing-cold rain began to lash down. For a few minutes, the pathways of Kensington Gardens were criss-crossed with bobbing umbrellas and au-pairs running helter-skelter with baby-buggies and screaming children.
Then, the gardens were abruptly deserted, left to the rain and the Canada geese and the gusts of wind that ruffled back the leaves. Marjorie found herself alone, hurriedly pushing William in his small navy-blue Mothercare pram. She was wearing only her red tweed jacket and her long black pleated skirt, and she was already soaked. The afternoon had been brilliantly sunny when she left the house, with a sky as blue as dinner-plates. She hadn't brought an umbrella. She hadn't even brought a plastic rain-hat.
She hadn't expected to stay with her Uncle Michael until so late, but Uncle Michael was so old now that he could barely keep himself clean. She had made him tea and tidied his bed, and done some hovering while William lay kicking and gurgling on the sofa, and Uncle Michael watched him, rheumy-eyed, his hands resting on his lap like crumpled yellow tissue-paper, his mind fading and brightening, fading and brightening, in the same way that the afternoon sunlight faded and brightened.
She had kissed Uncle Michael before she left, and he had clasped her hand between both of his. "Take good care of that boy, won't you?" he had whispered. "You never know who's watching. You never know who might want him."
"Oh, Uncle, you know that I never let him out of my sight. Besides, if anybody wants him, they're welcome to him. Perhaps I'll get some sleep at night."
"Don't say that, Marjorie. Never say that. Think of all the mothers who have said that, only as a joke, and then have wished that they had cut out their tongues."
"Uncle… don't be so morbid. I'll give you a ring when I get home, just to make sure you're all right. But I must go. I'm cooking chicken chasseur tonight."

Ioan Barb: Oraşul scufundat



În seara aceea mă despărţisem de bătrâna contesă cu un sentiment de uşurare chiar dacă gândurile îmi erau inflamate de necunoscutele existente în cauza pe care trebuia să o rezolv în justiţie. Mă încerca un sentiment ciudat de eliberare dintr-o carceră chiar din clipa în care ieşeam pe poarta veche din fier forjat a conacului de la poalele munţilor Retezat.

Doamna Contesă mi se păruse, întrega seară, mai fermecătoare ca niciodată. Mi-a povestit nişte lucruri foarte ciudate, greu de crezut dar m-a asigurat că erau reale. Deşi avea aproape nouăzeci de ani arăta cu cel puţin douăzeci mai tânără; era spontană, deseori imprevizibilă şi ne uimea pur şi simplu cu memoria sa. Mi-a povestit o întâmplare bizară, petrecută în tinereţea sa.
“Să fi fost pe la începutul lui noiembrie, povestea doamna Contesă. Am plecat mai mulţi tineri, studenţi în vremea aceea, la peştera Cioclovina, mai puţin cunoscută astăzi, locul de unde un austriac exploata guano, adică gunoi de liliac care exista în cantităţi uriaşe în această peşteră. Îl scoteau din peşteră cu vagoneţii care erau transportaţi peste vale cu funicularul până în gara Pui. De aici guano era încărcat în vagoane de marfă şi transportat într-o mică fabrică de la periferia Vienei. Când ne pregăteam de plecare, pe înserat, cerul s-a acoperit de nori cenuşii şi a început să ningă abundent; zăpada s-a depus într-un strat destul de gros peste pământul reavăn. Nu putea fi vorba să nr întoarcem acasă în acea noapte şi am ublat o vreme dezorientaţi, deoarece gospodăriile sunt la mari depărtări unele de altele în acele locuri. Spre miezul nopţii am zărit ferestrele unei case luminate de un felinar. Am strigat de la poarta din lemn şi când cineva a ieşit şi ne-a întrbat ce dorim am cerut găzduire de-o noapte. În casă am găsit vreo zece persoane; păreau toţi ameţiţi de rachiu şi am avut impresia că s-au adunat pentru o petrecere. Ne-au oferit o cană de pământ plină cu ţuică fiartă şi am băut până când ne-am dezmorţit după aceea ne-au condus într-un pod cu fân unde să dormim. Ne-au lăsat şi câteva pături de lână să ne învelim şi din cauza oboselii dar şi a alcoolului am adormit repede.
Dimineaţa ne-am trezit buimaci. Când ne-am venit în fire ne-am cutremurat cu toţii. Într-un colţ, sub războiul din lemn al podului casei era un sicriu mic în care zăcea trupul neînsufleţit al unei fetiţe de vreo zece ani. Eram îngroziţi. Am dormit alături de un mort. De bună seamă că cei din casă se îmbătaseră, probabil după obiceiul locului şi urcaseră sicriul în pod după căderea zăpezii. În acele locuri era obiceiul să-şi îngroape morţii în grădina din spatele casei. Probabil aşteptau să o îngroape după topirea zăpezii. Am plecat repede fără să întrebăm nimic. Nici gazda nu mai era aşa primitore ca în timpul nopţii”.

Alfredo Álamo: Indiferencia como un pecado



El piso de Ángel era pequeño, sucio y olía mal. No es que fuera demasiado viejo, pero todo en aquel apartamento realquilado parecía desgastado, como si una pequeña capa de suciedad se hubiese infiltrado justo por debajo de la superficie de cada objeto.

Tampoco era grande, ni siquiera mediano; un somier oxidado, un escritorio de contrachapado con las esquinas abiertas, dos estanterías apenas cubiertas con revistas viejas y un tubo fluorescente que iluminaba entre parpadeos enfermizos. La cocina conservaba dos fogones ennegrecidos y una nevera cuyo interior presentaba manchas que Ángel no había logrado limpiar. El cuarto de baño apenas dejaba sitio para una mísera ducha sin plato y un servicio minúsculo, tan estrecho y bajo que para utilizarlo casi había que ponerse de cuclillas.

Unos finos rayos de luz atravesaban la única ventana de la casa, puerta abierta a un callejón abandonado donde los yonquis solían terminar las noches espantando a parejas en busca de rincones oscuros.

A Ángel, sin embargo, no le molestaba nada de aquello. Si acaso el papel pintado, azul en sus orígenes, que acumulaba humedades, cucarachas y diversos insectos. Por lo demás, teniendo en cuenta la miseria que pagaba por aquel cuchitril, era perfecto.

Tales of Mystery and Imagination