Tales of Mystery and Imagination

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Leopoldo Lugones: Cábala práctica

Leopoldo Lugones


—COMO EL ADMINISTRADOR del cementerio era conocido suyo, fácilmente se arregló todo. Mi amigo Eduardo quería completar su gabinete de historia natural con un esqueleto bien elegido. Ambos, hombres muy prácticos en semejantes cosas, buscaron minuciosamente entre los cadáveres depositados en el osario antes de incinerarlos (operación que se ejecutaba cada cinco años, según prescripción de los reglamentos municipales) la pieza requerida hasta dar con una que, en opinión de Eduardo, era verdaderamente maravillosa. «Un esqueleto de mujer joven», decía mi amigo con cierta fruición perversa, que solía traicionarse a veces, en la intimidad, bajo su exterior frío y correcto de dandy sabio.
Así me disponía a contar una noche, para distraer las melancolías de Carmen, el caso de mi amigo Eduardo, cuyo apellido me permitiréis disfrazar con la ene convencional, pues se trata de una historia y no quiero cometer inconveniencias.
Carmen era una de las amigas más hermosas que en mi vida haya tenido, pero padecía de caprichos melancólicos y de agresiva coque-tería, como todas las muchachas de veinte años cuyos ojos negros no han sido adorados suficientemente. Está de más decir que sus ojos negros eran admirables. Con frecuencia brillantes y profundos como las noches muy estrelladas, estaban, la de aquella de mi cuento, llenos de adorable languidez. ¿Cómo fue que nuestra conversación llegó al caso de Eduardo? No lo sé; pero Eduardo frecuentaba la casa de mi amiga, y por alguna coincidencia vulgar sería.
—¡Pero no es creíble! Eduardo, un hombre tan seco, tan despreocupado...
—Sin embargo, es la más pura verdad. Quiera escucharme un instante, y espero que si mi relato nada vale como historia, conseguirá, tal vez, interesarla como cuento.
Y mientras los otros charlaban en el espacioso salón, con el ruidoso desenfado de las gentes de confianza, yo empecé lo que, a despecho de los ojos incrédulos de Carmen, me atrevo a llamar por tercera vez historia, por más increíble que el hecho parezca a todos.

Emilia Pardo Bazán: Vampiro

Emilia Pardo Bazán por Gustav Wertheimer
Emilia Pardo Bazán por el pintor  Gustav Wertheimer 1887
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No se hablaba en el país de otra cosa. ¡Y qué milagro! ¿Sucede todos los días que un setentón vaya al altar con una niña de quince?

Así, al pie de la letra: quince y dos meses acababa de cumplir Inesiña, la sobrina del cura de Gondelle, cuando su propio tío, en la iglesia del santuario de Nuestra Señora del Plomo -distante tres leguas de Vilamorta- bendijo su unión con el señor don Fortunato Gayoso, de setenta y siete y medio, según rezaba su partida de bautismo.

La única exigencia de Inesiña había sido casarse en el santuario; era devota de aquella Virgen y usaba siempre el escapulario del Plomo, de franela blanca y seda azul. Y como el novio no podía, ¡qué había de poder, malpocadiño!, subir por su pie la escarpada cuesta que conduce al Plomo desde la carretera entre Cebre y Vilamorta, ni tampoco sostenerse a caballo, se discurrió que dos fornidos mocetones de Gondelle, hechos a cargar el enorme cestón de uvas en las vendimias, llevasen a don Fortunato a la silla de la reina hasta el templo. ¡Buen paso de risa!

Sin embargo, en los casinos, boticas y demás círculos, digámoslo así, de Vilamorta y Cebre, como también en los atrios y sacristías de las parroquiales, se hubo de convenir en que Gondelle cazaba muy largo, y en que a Inesiña le había caído el premio mayor. ¿Quién era, vamos a ver, Inesiña? Una chiquilla fresca, llena de vida, de ojos brillantes, de carrillos como rosas; pero qué demonio, ¡hay tantas así desde el Sil al Avieiro! En cambio, caudal como el de don Fortunato no se encuentra otro en toda la provincia. Él sería bien ganado o mal ganado, porque esos que vuelven del otro mundo con tantísimos miles de duros, sabe Dios qué historia ocultan entre las dos tapas de la maleta; solo que.... ¡pchs!, ¿quién se mete a investigar el origen de un fortunón? Los fortunones son como el buen tiempo: se disfrutan y no se preguntan sus causas.

Algernon Bertram Freeman-Mitford: The Vampire Cat of Nabéshima



There is a tradition in the Nabéshima family (of the Hizen daimyo) that, many years ago, the Prince of Hizen was bewitched and cursed by a cat that had been kept by one of his retainers. This prince had in his house a lady of rare beauty, called O Toyo: amongst all his ladies she was the favourite, and there was none who could rival her charms and accomplishments. One day the Prince went out into the garden with O Toyo, and remained enjoying the fragrance of the flowers until sunset, when they returned to the palace, never noticing that they were being followed by a large cat. Having parted with her lord, O Toyo retired to her own room and went to bed. At midnight she awoke with a start, and became aware of a huge cat that crouched watching her; and when she cried out, the beast sprang on her, and, fixing its cruel teeth in her delicate throat, throttled her to death. What a piteous end for so fair a dame, the darling of her prince's heart, to die suddenly, bitten to death by a cat! Then the cat, having scratched out a grave under the verandah, buried the corpse of O Toyo, and assuming her form, began to bewitch the Prince.

Woody Allen: Count Dracula


Somewhere in Transylvania, Dracula the monster is sleeping in his coffin, waiting for night to fall. As exposure to the sun's rays would surely cause him to perish, he stays protected in the satin-lined chamber bearing his family name in silver. Then the moment of darkness comes, and through some miraculous instinct the fiend emerges from the safety of his hiding place and, assuming the hideous forms of the bat or the wolf, he prowls the countryside, drinking the blood of his victims. Finally, before the first rays of his archenemy, the Sun, announce a new day, he hurries back to the safety of his hidden coffin and sleeps, as the cycle begins anew. Now he starts to stir. The fluttering of his eyelids are a response to some age-old, unexplainable instinct that the sun is nearly down and his time is near. Tonight, he is particularly hungry as he lies there, fully awake now, in red-lined inverness cape and tails, waiting to feel with uncanny perception the precise moment of darkness before opening the lid and emerging, he decides who this evening's victims will be. The baker and his wife, he thinks to himself. Succulent, available, and unsuspecting. The thought of the unwary couple whose trust he has carefully cultivated excites his blood lust to a fever pitch, and he can barely hold back these last seconds before climbing out of the coffin to seek his prey. Suddenly he knows the sun is down. Like an angel of hell, he rises swiftly, and changing into a bat, flies to the cottage of his tantalizing victims.

Ignacio Martínez de Pisón: Otra vez la noche



Desde niña le habían fascinado los secretos, los pequeños actos clandestinos y, aún más que ellos, los emocionantes rituales que los acompañaban y envolvían, ese recluirse en penumbras aledañas al misterio, ese obstinado frecuentar una intimidad distintiva, ese dulce confabularse con la fantasía en busca de una estrategia de falsedades que encubrieran o arroparan su pequeño mundo propio e insustituible.

La noche, una forma peculiar de la noche que sólo Silvia estaba capacitada para reconocer en cualquier lugar y cualquier hora del día o mes del año, había sido siempre el único testigo de sus vivencias secretas; la mentira, el principal cómplice de sus ocultamientos. Todavía ahora, recién franqueada la primera veintena, seguía creyendo en la existencia de una noche exclusiva, una noche propicia pero absorbente como una amistad que no admite ser compartida. Y todavía ahora recurría con deleite al juego de la simulación y la mentira para esconder amorosamente sus secretos.

Gustave Flaubert: La Légende de Saint Julien l'Hospitalier

Gustave Flaubert by Eugene Giraud

Le père et la mère de Julien habitaient un château, au milieu des bois, sur la pente d'une colline.

Les quatre tours aux angles avaient des toits pointus recouverts d'écailles de plomb, et la base des murs s'appuyait sur les quartiers de rocs, qui dévalaient abruptement jusqu'au fond des douves.

Les pavés de la cour étaient nets comme le dallage d'une église. De longues gouttières, figurant des dragons la gueule en bas, crachaient l'eau des pluies vers la citerne; et sur le bord des fenêtres, à tous les étages, dans un pot d'argile peinte, un basilic ou un héliotrope s'épanouissait.

Une seconde enceinte, faite de pieux, comprenait d'abord un verger d'arbres à fruits, ensuite un parterre où des combinaisons de fleurs dessinaient des chiffres, puis une treille avec des berceaux pour prendre le frais, et un jeu de mail qui servait au divertissement des pages. De l'autre côté se trouvaient le chenil, les écuries, la boulangerie, le pressoir et les granges. Un pâturage de gazon vert se développait tout autour, enclos lui-même d'une forte haie d'épines.

On vivait en paix depuis si longtemps que la herse ne s'abaissait plus; les fossés étaient pleins d'herbe; des hirondelles faisaient leur nid dans la fente des créneaux; et l'archer qui tout le long du jour se promenait sur la courtine, dès que le soleil brillait trop fort, rentrait dans l'échauguette, et s'endormait comme un moine.

A l'intérieur, les ferrures partout reluisaient; des tapisseries dans les chambres protégeaient du froid; et les armoires regorgeaient de linge, les tonnes de vin s'empilaient dans les celliers, les coffres de chêne craquaient sous le poids des sacs d'argent.

On voyait dans la salle d'armes, entre des étendards et des mufles de bêtes fauves, des armes de tous les temps et de toutes les nations, depuis les frondes des Amalécites et les javelots des Garamantes jusqu'aux braquemarts des Sarrasins et aux cottes de mailles des Normands.

La maîtresse broche de la cuisine pouvait faire tourner un boeuf; la chapelle était somptueuse comme l'oratoire d'un roi. II y avait même, dans un endroit écarté, une étuve à la romaine; mais le bon seigneur s'en privait, estimant que c'est un usage des idolâtres.

Howard Phillips Lovecraft: The Lurking Fear



I. The Shadow On The Chimney 

There was thunder in the air on the night I went to the deserted mansion atop Tempest Mountain to find the lurking fear. I was not alone, for foolhardiness was not then mixed with that love of the grotesque and the terrible which has made my career a series of quests for strange horrors in literature and in life. With me were two faithful and muscular men for whom I had sent when the time came; men long associated with me in my ghastly explorations because of their peculiar fitness.
We had started quietly from the village because of the reporters who still lingered about after the eldritch panic of a month before - the nightmare creeping death. Later, I thought, they might aid me; but I did not want them then. Would to God I had let them share the search, that I might not have had to bear the secret alone so long; to bear it alone for fear the world would call me mad or go mad itself at the demon implications of the thing. Now that I am telling it anyway, lest the brooding make me a maniac, I wish I had never concealed it. For I, and I only, know what manner of fear lurked on that spectral and desolate mountain.

David Roas: Locus amoenus



La tarde es deliciosa. Tras un largo día de calor, una leve brisa refresca el ambiente. Sentado en un banco del parque, disfruto a solas y en silencio de un momento casi perfecto.

El cuerpo de la niña se estrella a mi lado con su característico ruido de fruta madura. Miro hacia arriba. El segundo cuerpo –el de un niño esta vez- cae unos instantes más tarde, a pocos metros del banco. Después cae otro, y otro más. La tormenta ha empezado.

Niccolò Ammaniti: La figlia di Siva



Una grassa signora americana con una Nikon a tracolla camminava per i luridi vicoli di una cittadina indiana.
I capelli biondi raccolti in un’unica treccia, la pelle bianca arrossata da quel sole forestiero.
Grossi occhiali con una montatura massiccia di tartaruga e legno di sandalo coprivano gli occhi miopi.
Era vestita con semplicità. Una maglietta azzurra e pantaloncini coloniali color panna. Ai piedi, sandali con la suola di sughero.
Aveva abbandonato il gruppo con cui era partita da Seattle per continuare a curiosare indisturbata nei vicoli di quella cittadina indiana.
Gli altri, stanchi del caldo e della bolgia, se n’erano tornati in albergo, a fare il bagno in piscina, a immergere i piedi gonfi nell’acqua tiepida.
Lei non capiva il loro atteggiamento di superiorità nei confronti degli indiani e il loro continuo fastidio per la povertà e la mancanza di igiene di quel Paese. Non riuscivano a vedere oltre la punta del loro naso. Quello, almeno secondo lei e altri luminari che si erano occupati del problema, era un sistema regolato perfettamente da secoli e aveva prodotto una tra le più complesse e affascinanti culture di tutto il pianeta.
Era stato terribilmente imbarazzante passare quei giorni con le sue amiche che non si erano avvicinate a un piatto locale, che non toccavano con le mani nemmeno i bambini per paura di chissà quali malattie mortali. Avevano finalmente mostrato il loro vero volto e questo l’aveva ferita. Razziste, questa era la parola. Era terribile vedere queste persone storcere il naso: tutto faceva loro schifo. O Dio che orrore! O Dio che impressione!

Washington Irving: The Sketchbook of Geoffrey Crayon / The Legend of Sleepy Hollow

Washington Irving by John Wesley Jarvis

(FOUND AMONG THE PAPERS OF THE LATE DIEDRICH KNICKERBOCKER.)
A pleasing land of drowsy-head it was, Of dreams that wave before the half-shut eye,
And of gay castles in the clouds that pays, For ever flushing round a summer sky.
Castle of Indolence
In the bosom of one of those spacious coves which indent the eastern shore of the Hudson, at that broad expansion of the river denominated by the ancient Dutch navigators the Tappan Zee, and where they always prudently shortened sail and implored the protection of St. Nicholas when they crossed, there lies a small market-town or rural port which by some is called Greensburg, but which is more generally and properly known by the name of Tarry Town. This name was given, we are told, in former days by the good housewives of the adjacent country from the inveterate propensity of their husbands to linger about the village tavern on market days. Be that as it may, I do not vouch for the fact, but merely advert to it for the sake of being precise and authentic. Not far from this village, perhaps about two miles, there is a little valley, or rather lap of land, among high hills, which is one of the quietest places in the whole world. A small brook glides through it, with just murmur enough to lull one to repose, and the occasional whistle of a quail or tapping of a woodpecker is almost the only sound that ever breaks in upon the uniform tranquillity.

Félix J. Palma: Los desprendidos



Lo cierto era que en la vida de Damián Ortega no había excesivas alegrías. Cada mañana ejecutaba el mismo ritual sonámbulo y anodino: se abrillantaba con Agua Brava la quijada afeitada medio a ciegas, se calzaba su gastado traje gris, se estrangulaba el pescuezo con la corbata, empuñaba la cartera y, con ese atavío, lo más parecido a un uniforme de camuflaje con el que pasar desapercibido en la trama del universo, bajaba a la calle dispuesto a encarar con indiferencia una jornada predecible y cansina donde la única sorpresa solía ser la nueva publicidad de la parada del autobús, que cuando no lo decepcionaba con la prosaica estampa de una lavadora, lo tentaba con playas remotas o con una Maribel Verdú apretada en encajes, como un merengue donde ejercitar la lengua.

Esa mañana, sin embargo, ocurrió algo extraordinario. Con miraditas de soslayo estudiaba Damián las excelsas ubres de la Verdú como si hubiera de practicarle una mamografía, cuando el autobús de las ocho despuntó en el horizonte. Se aproximó renqueante, hasta los topes de congéneres belicosos y amodorrados. A ese emplaste de humanidad azocada se sumó Damián, ocupó el hueco que le correspondía en la argamasa con algo de contorsionista, pinzó la barra pringosa con la derecha, apretó el asa del maletín con la izquierda, y se preparó para abstraerse de todo cuanto lo rodeaba durante la media hora larga que duraba su trayecto.

Léon Bloy: La Salamandre Vampire



À la mort d’Alaric, il est raconté que les Goths le pleurèrent comme le héros de leur nation et que, suivant la coutume des Barbares du Nord qui cachaient avec soin les tombeaux des hommes extraordinaires, ils détournèrent, pour ses funérailles, le cours d’une petite rivière près de Cosenza. Ayant creusé dans son lit une fosse qui ressemblait à un puits, ils y déposèrent le corps de leur chef avec quantité de richesses, comblèrent la fosse et firent reprendre aux eaux leur cours naturel. Pour s’assurer du secret, on égorgea les prisonniers qui avaient été employés à ce travail. L’instinct de la race a si peu changé que, quinze siècles plus tard, on a vu chez nous se renouveler des scènes analogues, dénuées, à la vérité, de toute grandeur, mais étrangement démonstratives de la lourde puérilité de ce peuple allemand que la trique de tous ses maîtres et le bavardage de tous ses pédants ne put jamais assouplir.

Les esclaves de la Prusse, mécaniquement disciplinés, apportèrent en France, dans le bagage de leurs pousse-culs, la plus séculaire moisissure de leurs origines.

Combien de fois nous demandâmes-nous en vain comment il se pouvait que des uhlans, évidemment tués ou très gravement atteints par nos tireurs et qu’on suivait à la traînée du sang, restassent en selle et disparussent ?

Richard Chistian Matheson: Vampire



Man.
Late. Rain.
Road.
Man.
Searching. Starved. Sick.
Driving.
Radio. News. Scanners. Police. Broadcast.
Accident. Town.
Near.
Speeding. Puddles.
Aching.
Minutes.
Arrive. Park. Watch.
Bodies. Blood. Crowd. Sirens.
Wait.
Hour. Sit. Pain. Cigarette. Thermos. Coffee.

Barbara Garlaschelli: Prima della rivolta




II corpo, uno scienziato del Centro Sperimentale, fu ritrovato al confine della Zona Scarti, dieci anni prima il Quartiere Gallaratese.
Era stato colpito alla testa da ripetuti colpi di un'arma contundente e sembrava che le gambe fossero pas­sate attraverso un'affettatrice. Numerosi altri colpi era­no stati inferti all'altezza dell'addome.
Uno spettacolo penoso.
  Uno spettacolo penoso — disse il commissario Falce. Alzò gli occhi dal cadavere steso sul marciapiede e li fece vagare attorno. Una serie di palazzi quasi tutti dello stesso colore circondavano il prato spoglio dove era stato ritrovato il corpo.
Il commissario sollevò il bavero dell'impermeabile. Una pioggerellina sottile e ghiacciata gli stava martoriando il collo.
  Sbrighiamoci — disse, rivolgendosi agli uomini vicino a lui.
Non gli piaceva stare lì. Quel posto era ormai fuori da qualsiasi controllo e se non fosse stato per il fatto che il morto era uno degli alti papaveri, col cavolo che ci sarebbe venuto.
Restò fermo, scrutandosi nervosamente intorno, in­tanto che gli uomini finivano di fare i loro rilevamenti. Il cadavere venne caricato su una vecchia autoambulanza che si allontanò nel buio, a sirene spiegate. Nes­sun mezzo di trasporto che appartenesse alla nuova ge­nerazione veniva utilizzato nella Zona Scarti. L'ultimo era stato bersagliato da decine di molotov. Non ne era rimasto altro che una carcassa fumante.
"D'altronde" pensò il commissario "a chi importava di entrare in quel quartiere?" Non certo ai pochi che erano rimasti a vivere in Superficie: l'elite, i veri potenti, la crème de la crème della società. Gli altri, quelli che vivevano "sotto" avevano ben altre preoccupazioni. E se quel quartiere lo avevano denominato Zona Scarti, una ragione c'era, no?

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