Tales of Mystery and Imagination

Tales of Mystery and Imagination

" Tales of Mystery and Imagination es un blog sin ánimo de lucro cuyo único fin consiste en rendir justo homenaje a los escritores de terror, ciencia-ficción y fantasía del mundo. Los derechos de los textos que aquí aparecen pertenecen a cada autor.

Las imágenes han sido obtenidas de la red y son de dominio público. No obstante, si alguien tiene derecho reservado sobre alguna de ellas y se siente perjudicado por su publicación, por favor, no dude en comunicárnoslo.

Niccolò Ammaniti: La pizza posseduta



“Scusi, lei è uno scrittore cannibale?”
Chi mi stava facendo questa domanda non era il solito giornalista, critico, lettore, ma una vecchietta piccolina e gobba, chiusa in una lunga vestaglia di flanella a fiori.
“Non ho capito... Che ha detto?”
“Ho detto: lei è uno scrittore cannibale?”
Se ne stava lì, come una testuggine, in piedi davanti alla porta di casa mia, appoggiata a un bastone nero e mi guardava dal basso del suo metro e mezzo, attraverso due fondi di bottiglia.
La vedova Menichelli.
Abitava nel mio palazzo. Al secondo o al terzo piano. E si vedeva raramente in giro. Usciva solo per andare a fare la spesa al supermarket SMEC di viale Regina, trascinandosi dietro un enorme carrello mezzo sfondato.
Non guardava in faccia nessuno. Non salutava nessuno. Quella era la prima volta che ci parlavo in vita mia.
“Allora, giovanotto, è o non è uno scrittore cannibale?” insistette spostandosi in bocca la dentiera.
Che le potevo rispondere?
Che non mi piacciono le etichette, che me l’hanno appiccicato addosso, che io sono uno scrittore e basta, insomma le solite cazzate che dico ogni volta a tutti?”
No.
Troppo complicato.
“Sissignora. Ha davanti uno Scrittore Cannibale. Che cosa posso fare per lei?”
“Bene, mi deve aiutare. Mio nipote Gianfranco è impazzito. Lei mi deve aiutare.”

Nancy Holder: Passion Play


It was a chilly May morning, and Cardinal Schonbrun's knees cracked as he took his seat beside Father Meyer in the Passionspielhaus. Father Meyer heard the noise very clearly; he was acutely aware of every sound, smell, and sight around him: of the splinters in the planks of the large, open-air stage before them, the smell of dew, the dampness of his palms. The murmurs of anticipation of the assembling crowd, and those of speculation—and derision—when his own people, scattered among the thousands, caught sight of him. He was aware that he looked like a prisoner, wedged between his friend Hans Ahrenkiel, the bishop of Munich, and his nemesis, the cardinal. He was aware that his life as a priest would be over that day.

The cardinal scowled at Father Meyer and said, «Is it true what I've just heard?»

Father Meyer licked his lips. How had he hoped to keep it a secret? «That depends on what it is, Eminence.»

«Did you give absolution to the wandelnder Leichnam this morning?

Though his heart sank—someone had betrayed him—Father Meyer regarded the cardinal steadily. «Ja. Does that surprise you?»

Cardinal Schonbrun made a shocked noise. On Father Meyer's left, the bishop shook his head mournfully.

«Did it partake of the Holy Eucharist?»

Ricardo Palma: El Manchay-Puito

Ricardo Palma by Teófilo Castillo

I

No sabré decir con fijeza en qué año del pasado siglo era cura de Yanaquihua, en la doctrina de Andaray, perteneciente a la diócesis del Cuzco, el doctor don Gaspar de Angulo y Valdivieso; pero sí diré que el señor cura era un buen pastor, que no esquilmaba mucho a sus ovejas, y que su reputación de sabio iba a la par de su moralidad. Rodeado siempre de infolios con pasta de pergamino, disfrutaba de una fama de hombre de ciencia, tal como no se reconoció entonces sino en gente que peinara canas. Gran latinista y consumado teólogo, el obispo y su cabildo no desperdiciaban ocasión de consultarlo en los casos difíciles, y su dictamen era casi siempre acatado.

El doctor Angulo y Valdivieso vivía en la casa parroquial, acompañado del sacristán y un pongo o muchacho de servicio. Su mesa rayaba en frugal, y por lo que atañe al cumplimiento de los sagrados deberes de su ministerio daba ejemplo a todos sus compañeros de la diócesis.

Aunque sólo contaba treinta y cuatro años de edad y era de bello rostro, vigoroso de cuerpo, hábil músico e insinuante y simpático en la conversación, nunca había dado pábulo a la maledicencia ni escandalizado a los feligreses con un pecadillo venial de esos que un faldellín de bandera, vestido por cuerpo de buena moza, ha hecho y hace aún cometer a más de cuatro ministros del altar. El estudio absorbía por completo el alma y los sentidos del cura de Yanaquihua, y así por esta circunstancia como por la benevolencia de su carácter era la idolatría de la parroquia.

Pero llegó un día fatal, probablemente el de San Bartolomé, en que el diablo anda suelto y tentando al prójimo. Una linda muchacha de veinte pascuas muy floridas, con una boquita como un azucarillo, y unos ojos como el lucero del alba, y una sonrisita de Gloria in excelsis Deo, y una cintura cenceña, y un piececito como el de la emperatriz de la Gran China, y un todo más revolucionario que el Congreso, se atravesó en el camino del doctor Angulo, y desde ese instante anduvo con la cabeza a pájaros y hecho un memo. Anita Sielles, que así se llamaba la doncella, lo traía hechizado. El pastor de almas empezó a desatender el rebaño, y los libros allí se estaban sin abrir y cubiertos de polvo y telarañas.

Decididamente el cuerpo le pedía jarana..., y ¡vamos!, no todo ha de ser rigor. Alguna vez se le ha de dar gusto al pobrecito sin que raye en vicioso; que «ni un dedo hace mano ni una golondrina verano».

Frank Belknap Long: The Man with a Thousand Legs




1. Statement of Horace Randall, Psychoanalyst

SOMEONE rapped loudly on the door of my bedroom. It was past midnight but I had been unable to sleep and I welcomed the disturbance.

“Who’s there?” I asked.

“A young man what insists on being admitted, sir,” replied the raucous voice of my housekeeper. “A young man — and very thin and pale he is, sir— what says he’s business what won’t wait. ‘He’s in bed,’ I says, but then he says as how you’re the only doctor what can help him now. He says as how he hasn’t slept or ate for a week, and he ain’t nothing but a boy, sir!”

“Tell him he can come in,” I replied as I slid into my dressing gown and reached for a cigar.

The door opened to admit a thin shaft of light and a young man so incredibly emaciated that I stared at him in horror. He was six feet tall and extremely broad-shouldered, but I don’t think he weighed one hundred pounds. As he approached me he staggered and leaned against the wall for support. His eyes fairly blazed. It was obvious that some tremendous idea swayed him. I gently indicated a chair and he collapsed into it.

For a moment he sat and surveyed me. When I offered him a cigar he brushed it aside with a gesture of contempt.

“Why should I poison my body with such things?” he snapped. “Tobacco is for weaklings and children.”

I studied him curiously. He was apparently an extraordinary young man. His forehead was high and broad, his nose was curved like a scimitar, and his lips were so tightly compressed that only a thin line indicated his mouth.

Ray Loriga: Los asesinos



Los hay que al pasar por la calle de Los Asesinos cerca del campo de Santo Stefano sienten miedo por ellos mismos, aunque hace mucho que no se cometen crímenes allí, y los hay que al cruzar esta callecita veneciana sienten miedo por los demás, temiendo ser capaces de cometer un crimen. También hay unos desdichados terceros que agachamos la cabeza seguros de ser reconocidos ya como criminales.
De los crímenes cometidos en la imaginación se guardan celosos registros desde el principio de los tiempos y resulta difícil encontrar un viajero sensato que escape a la sombra de la culpa. ¡Si ya en la infancia nos escondemos sin haber hecho aún nada!
No hay niño que al escuchar su nombre en boca de la autoridad de sus adultos no contenga la respiración por un segundo esperando un castigo. Lo mismo en invierno que en verano, pues siempre se está demasiado cerca del mar, o demasiado alto en la roca, o se ha comido demasiada tarta o poco estofado. Se han tocado las cucharitas de plata, por más que no se robara ninguna, o se ha visto por la puerta entreabierta lo que no estaba permitido. Los crímenes se multiplican con la edad y siempre hay una patada a destiempo a la mascota de la casa por más que hasta entonces y después se la haya cuidado con esmero. La adolescencia entera se guía siguiendo el mapa del deseo que no reporta ningún bien a los demás, y de la propia satisfacción o de ese anhelo, nacen las culpas de la edad adulta. Es tan egoísta querer sacar provecho del cuerpo de la mujer amada que se avergüenza uno de sólo pensarlo y qué decir de las glorias del oficio que se buscan con el único objetivo de satisfacer nuestro orgullo y enriquecer el bolsillo. Nada bueno se hace en una vida por el bien ajeno y hasta en el cuidado amoroso de los hijos se invierten buenas dosis de ambición y avaricia, de ahí que en un descuido los llamemos tesoros. No hay cariño por ligero que sea que no arrastre una condena. Nuestra felicidad nos lleva a planear robos de guante blanco en el corazón de los otros. Decimos mi vida, para referirnos a quienes más amamos, hurtando ya lo que sabemos que no puede pertenecernos. Incluso en los placeres más sencillos no buscamos sino la propia alegría.
¿Qué hacemos bajo el sol o entre la nieve sino tratar de divertirnos? Cuántos hemos confundido el bienestar con una causa noble. Hay quienes eligen féretro antes de morir, para presumir entre los vivos de esa última elegancia.
No debemos extrañarnos entonces si al atravesar con paso rápido la calle de Los Asesinos, cerca de San Stefano, bajamos la cabeza, sabiéndonos culpables de los crímenes cometidos.
Sólo quien no haya amado nunca a nadie, ni a sí mismo, puede levantar la frente y presumir de su inocencia en calles como ésta.

Pilar Pedraza: Balneario

  

¡Buenos días señor! Acomódese como pueda, pero, por favor, no empuje. Cabemos todos, aunque estemos un poco apretados: se lo digo yo, que conozco el paño. Tiene usted el codo como una piedra y me lo está clavando. No es que me duela, no, ni siquiera me molesta. Además, ¿qué puede hacer usted?

No se preocupe ni ponga esa cara, hombre. Su estancia aquí no será larga; como mucho, dos semanas. Se lo digo por experiencia. A estas alturas del curso, nos necesitan más que nunca, y los que tienen la suerte de estar tan delgaditos como usted, no duran nada. Pronto descansará y se librará de estas apreturas y, sobre todo, de este olor. Yo ya ni lo noto, pero comprendo que un recién llegado...

Cuando me trajeron a mí, me mareé muchísimo.

¡Creí que me moría! ¿No es gracioso?

No se apene, señor; uno acaba por acostumbrarse. Dígamelo a mí, que llevo aquí dos años. Se dice pronto ¡dos años! Y ya me ve, tan fresca. Bueno, es un decir: de fresca, nada. Estoy muy correosa, cada día más. A veces me desespero, ¿sabe? Me gustaría tumbarme y sobre todo estar seca. Este caldo es mi desesperación, pero, ¿qué voy a hacer?

Ni puedo salir, ni me sacan. A ratos pienso que me han olvidado, pero ¡quia! Sé que tarde o temprano les seré útil, y la espera me da una ansiedad. Si al menos supiera que me han olvidado para siempre, tal vez yo también me olvidaría de mí misma y dejaría de sufrir.

Valerio Evangelisti: Marte distruggerà la Terra



Ci hanno ingannati sistematicamente, per quasi un cinquantennio. Sono riusciti a sfuggire alle nostre ricerche, hanno eluso le ispezioni, hanno fornito immagini artefatte.» Il segretario alla Difesa Burke era tutto sudato mentre, al termine di un discorso di un’ora e mezzo corredato da riprese satellitari, fotografie e mappe, menava di fronte al Consiglio di Sicurezza delle Nazioni Unite l’affondo decisivo. «Perché tanto accanimento nella menzogna? Perché una cortina fumogena così impressionante? Non c’è che una risposta logica. Non volevano farci sapere quale potenza avevano accumulato nelle loro grinfie. E a quale scopo?»
Il rappresentante della Russia guardò l’orologio. «Ce lo dica lei, signor Burke. Noi abbiamo pazientato abbastanza. Venga alle conclusioni.»
Burke trasse dal taschino un fazzoletto e se lo passò sul faccione nero. Oltre a essere affaticato, era incollerito dal palese scetticismo degli astanti. «Le conclusioni? Sono presto dette. Dobbiamo intervenire, e subito. Altrimenti Marte distruggerà la terra.»
Ci fu un lungo silenzio, mentre i consiglieri si guardavano increduli. Poi il rappresentante della Francia si alzò in piedi, afferrò il rapporto che aveva in mano e lo sbatté sul banco. «È pazzesco. Semplicemente pazzesco. Quell’uomo ci prende per idioti. Ma io ne ho abbastanza di questa farsa. Me ne vado.»
Burke fece una risatina sardonica, che però risentiva della fatica per la battaglia sostenuta. «Noto che il mio collega Rousselet non si convince nemmeno di fronte all’evidenza. Ha visto le foto e i filmati. Non riesco a capire perché metta in dubbio con tanta arroganza la buona fede degli Stati Uniti e la mia personale. Mi dia un buon motivo.»

Pedro Escudero Zumel: Cuento del niño-zombi



El niño-zombi quiere hacer la primera comunión.
Está deseando probar el cuerpo de Cristo

Caitl'in R. Kiernan: Ode to Edvard Munch



I find her, always, sitting on the same park bench. She's there, no matter whether I'm coming through the park late on a Thursday evening or early on a Monday evening or in the first grey moments of a Friday morning. I play piano in a martini bar at Columbus and 89th, or I play

at the piano, mostly for tips and free drinks. And when I feel like the long walk or can't bear the thought of the subway or can't afford cab fare, whenever I should happen to pass that way alone in the darkness and the interruptions in the darkness made by the lampposts, she's there. Always on that same bench, not far from the Ramble and the Bow Bridge, just across the lake. They call that part of the park Cherry Hill. The truth is that I haven't lived in Manhattan long enough to know these things, and, anyway, I'm not the sort of man who memorizes the cartography of Central Park, but she told me it's called Cherry Hill, because of all the cherry trees growing there. And when I looked at a map in a guidebook, it said the same thing.

You might mistake her for a runaway, sixteen or maybe seventeen; she dresses all in rags, or clothes so threadbare and dirty that they may as well be rags, and I've never seen her wearing shoes, no matter the season or the weather. I've seen her barefoot in snow. I asked her about that once, if she would wear shoes if I brought her a pair, and she said no, thank you, but no, because shoes make her claustrophobic.

I find her sitting there alone on the park bench near the old fountain, and I always ask before I sit down next to her. And always she smiles and says of course, of course you can sit with me. You can always sit with me. Her shoulder-length hair has been dyed the color of pomegranates, and her skin is dark. I've never asked, but I think she may be Indian. India Indian, I mean. Not Native American. I once waited tables with a girl from Calcutta, and her skin was the same color, and she had the same dusky brown-black eyes. But if she is Indian, the girl on Cherry Hill, she has no trace of an accent when she talks to me about the fountain or her favorite paintings in the Met or the exhibits she likes best at the Museum of Natural History.

The first time she smiled…

"You're a vampire?" I asked, as though it were the sort of thing you might ask any girl sitting on a park bench in the middle of the night.

Reginald Campbell Thompson: The child of the grave



There is a curious story current in Mosul about a woman who died and was buried before her child was born. This story I heard in Mosul, and I learnt that it was also told in Baghdad when I was there, and curiously enough, when at Luxor some time after, an Arab boy told me that a near relation of his, his father or uncle, who was a native of Mosul, had also repeated it to him. The story goes that after the womand was buried in a tomb, her son was born and lived and grew up in that tomb for about ten years, when he was found by a man digging into the grave. The boy was taken out, fed and clothed, and lived to a good old age. It is therefore to be presumed that during his childhood in the tomb the boy was fed in some supernatural manner that would seem to imply the return of the mother's spirit.

Félix J. Palma: Venco a la molinera



Lo primero que hice al llegar a mi apartamento fue desplomarme heroicamente sobre el sofá, con ese dramatismo un tanto vanidoso de quienes necesitan creer que aun estando solos siempre hay alguien que mira, que vigila, que evita que nuestros pequeños infortunios pasen desapercibidos en el contexto del universo. El trayecto en taxi con la ventanilla bien abierta, a pesar de que el tráfico había resultado más fluido de lo habitual, no había logrado mitigar el mareo que me había producido el vuelo, aquella turbulencia a escasos minutos del aeropuerto que me había desordenado las tripas, conminándonos a la mayoría a guardar el alma dentro de la bolsita marrón de los asientos en una repugnante sinfonía de arcadas. El apartamento no olía a cerrado, y supe que Berta se había tomado también la molestia de airearlo al regar mis plantas. Dado lo poco que hoy en día cotizan en bolsa las relaciones vecinales, una vecina como Berta era todo un lujo, quizá un guiño de Dios para que no perdiese la fe en el género humano todavía. Me deshice con placer de los zapatos, arrojé a un lado el maletín empachado de congreso y desde mi horizontalidad pasé revista a lo poco de apartamento que registraban mis ojos.
Atisbé por entre la puerta entornada de la cocina un papelito adhesivo pegado al frigorífico y sonreí, conmovido por esos pequeños detalles que tan sigilosamente enuncian amistades enormes: debía de tratarse de la receta que Berta había prometido pasarme para sorprender a Mónica en la cena íntima de la noche próxima, último capítulo de un meticuloso plan de copas y conversaciones que me permitiría adquirir ante sus ojos una dimensionalidad nueva al mostrarme como uno de esos hombres de hoy amigos de su propia cocina (había comprado expresamente un delantal lleno de motivos idiotas para lucirlo a la hora de servir la cena con la certeza de que ella lo encontraría más entrañable que ridículo; cuando cumpliese su objetivo ya lo quemaría). Cerré los ojos, convencido de que con aquel vértigo atroz poco partido más podía sacarle al día, que empezaba a declinar tras la ventana, y me dormí sin desvestirme, todavía con la corbata apretándome sin ganas el cuello como un estrangulador jubilado y la mortaja de la chaqueta, como si aún no hubiese llegado a casa, dispensado de la aburrida tarea de volver a ser yo por unas horas más.
Cuando volví a abrirlos, ya inmerso en un sábado luminoso, comprobé aliviado que no me quedaban secuelas del mareo. Durante la ducha fui recuperando mi existencia, reconociendo como mío todo lo que me rodeaba, tomando mis quince días de congreso en Boston como una excepción y no una realidad. Me puse unos vaqueros y una camisa limpia y enfrenté al fin la nota de Berta, el desafío culinario en el que consumiría la mayor parte de la tarde. Venco a la molinera, anunciaba en letra de palo Berta, antes de desgranar una retahila de ingredientes, consejos, truquitos e incluso un par de chistes pésimos vagamente relacionados con algún paso de la operación. ¿Venco? ¿Qué diablos sería aquello? ¿Algún tipo de pescado? Recordaba haber convenido con ella en que era mejor un plato sencillo y efectivo que sorprender a mi invitada con una extravagancia que me inclinara peligrosamente hacia la pedantería. Y ahora me salía con aquello. ¿De qué había servido discutir sobre ello dos largas horas? No me esperaba aquella puñalada por la espalda. Creía que Berta y yo estábamos juntos en esto...

Mario Vargas Llosa: El abuelo

Mario Vargas Llosa, Alejandro Cabeza Libros, Alejandro Cabeza Retratos, Alejandro Cabeza Paisajes, Alejandro Cabeza Biofrafía, Alejandro Cabeza Libros, Alejandro Cabeza Cuadros, Alejandro Cabeza Pinturas, Alejandro Cabeza Óleos, Retratista Alejandro Cabeza, Alejandro Cabeza Museos, Salomé Guadalupe Ingelmo, Angel Ganivet
Mario Vargas Llosa by Alejandro Cabeza

Cada vez que crujía una ramita, o croaba una rana, o vibraban los vidrios de la cocina que estaba al fondo de la huerta, el viejecito saltaba con agilidad de su asiento improvisado, que era una piedra chata, y espiaba ansiosamente entre el follaje. Pero el niño aún no aparecía. A través de las ventanas del comedor, abiertas a la pérgola, veía en cambio las luces de la araña, encendida hacía rato, y bajo ellas, sombras movedizas y esbeltas, que se deslizaban de un lado a otro con las cortinas, lentamente. Había sido corto de vista desde joven, de modo que eran inútiles sus esfuerzos por comprobar si ya cenaban, o si aquellas sombras inquietas provenían de los árboles más altos.

Regresó a su asiento y esperó. La noche pasada había llovido y la tierra y las flores despedían un agradable olor a humedad. Pero los insectos pululaban, y los manoteos desesperados de don Eulogio en torno del rostro, no conseguían evitarlos: a su barbilla trémula, a su frente, y hasta las cavidades de sus párpados llegaban cada momento lancetas invisibles a punzarle la carne. El entusiasmo y la excitación que mantuvieron su cuerpo dispuesto y febril durante el día habían decaído y sentía ahora cansancio y algo de tristeza. Tenía frío, le molestaba la oscuridad del vasto jardín y lo atormentaba la imagen, persistente, humillante, de alguien, quizá la cocinera o el mayordomo, que de pronto lo sorprendía en su escondrijo. “¿Qué hace usted en la huerta a estas horas, don Eulogio?” Y vendrían su hijo y su hija política, convencidos de que estaba loco. Sacudido por un temblor nervioso, volvió la cabeza y adivinó entre los bloques de crisantemos, de nardos y de rosales, el diminuto sendero que llegaba a la puerta falsa esquivando el palomar. Se tranquilizó apenas, al recordar haber comprobado tres veces que la puerta estaba junta, con el pestillo corrido, y que en unos segundos podía escurrirse hacia la calle sin ser visto.

“¿Si hubiera venido ya?”, pensó, intranquilo. Porque hubo un instante, a los pocos minutos de haber ingresado cautelosamente en su casa por la entrada casi olvidada de la huerta, en que perdió la noción del tiempo y permaneció como dormido. Sólo reaccionó cuando el objeto que ahora acariciaba sin saberlo, se desprendió de sus manos, y le golpeó el muslo. Pero era imposible. El niño no podía haber cruzado la huerta todavía, porque sus pasos asustados lo habrían despertado, o el pequeño, al distinguir a su abuelo, encogido y dormitando justamente al borde del sendero que debía conducirlo a la cocina, habría gritado.

Barbara Roden: Endless Night



"Thank you so much for speaking with me. And for these journals, which have never seen the light of day. I'm honoured that you'd entrust them to me."

"That's quite all right." Emily Edwards smiled; a delighted smile, like a child surveying an unexpected and particularly wonderful present. "I don't receive very many visitors; and old people do like speaking about the past. No"-she held up a hand to stop him-"I

am old; not elderly, not 'getting on,' nor any of the other euphemisms people use these days. When one has passed one's centenary, 'old' is the only word which applies."

"Well, your stories were fascinating, Miss Edwards. As I said, there are so few people alive now who remember these men."

Another smile, gentle this time. "One of the unfortunate things about living to my age is that all the people one knew in any meaningful or intimate way have died; there is no one left with whom I can share these things. Perhaps that is why I have so enjoyed this talk. It brings them all back to me. Sir Ernest; such a charismatic man, even when he was obviously in ill-health and worried about money. I used to thrill to his stories; to hear him talk of that desperate crossing of South Georgia Island to Stromness, of how they heard the whistle at the whaling station and knew that they were so very close to being saved, and then deciding to take a treacherous route down the slope to save themselves a five-mile hike when they were near exhaustion. He would drop his voice then, and say to me 'Miss Emily'-he always called me Miss Emily, which was the name of his wife, as you know; it made me feel very grown-up, even though I was only eleven-'Miss Emily, I do not know how we did it. Yet afterwards we all said the same thing, those three of us who made that crossing: that there had been another with us, a secret one, who guided our steps and brought us to safety.' I used to think it a very comforting story, when I was a child, but now-I am not as sure."

"Why not?"

For a moment he thought that she had not heard. Her eyes, which until that moment had been sharp and blue as Antarctic ice, dimmed, reflecting each of her hundred-and-one years as she gazed at her father's photograph on the wall opposite. He had an idea that she was not even with him in her comfortable room, that she was instead back in the parlour of her parents' home in north London, ninety years earlier, listening to Ernest Shackleton talk of his miraculous escape after the sinking of the

Neil Gaiman: Bitter Grounds


1

«Come back early or never come»

In every way that counted, I was dead. Inside somewhere maybe I was screaming and weeping and howling like an animal, but that was another person deep inside, another person who had no access to the face and lips and mouth and head, so on the surface I just shrugged and smiled and kept moving. If I could have physically passed away, just let it all go, like that, without doing anything, stepped out of life as easily as walking through a door, I would have. But I was going to sleep at night and waking in the morning, disappointed to be there and resigned to existence.

Sometimes I telephoned her. I let the phone ring once, maybe even twice, before I hung up.

The me who was screaming was so far inside nobody knew he was even there at all. Even I forgot that he was there, until one day I got into the car—I had to go to the store, I had decided, to bring back some apples—and I went past the store that sold apples and I kept driving, and driving. I was going south, and west, because if I went north or east I would run out of world too soon.

A couple of hours down the highway my cell phone started to ring. I wound down the window and threw the cell phone out. I wondered who would find it, whether they would answer the phone and find themselves gifted with my life.

Tales of Mystery and Imagination