En una clase de muerte el espíritu muere también, y se ha comprobado que
puede suceder que el cuerpo continúe
vigoroso durante muchos años. Y a veces, como se ha testificado de forma irrefutable, el espíritu muere al mismo
tiempo que el cuerpo, pero, según algunos,
resucita en el mismo lugar en que el cuerpo se corrompió.
Ambrose Bierce, Un habitante de Carcosa
We are all just prisoners here / of our own device [...] You can check
out / any time you like / but you can never leave.
The Eagles, Hotel California
Cuatro treinta de la madrugada. Sólo cuatro minutos desde la
última vez que miró el despertador. Una eternidad.
Borborigmos que sacuden las cañerías, suspiros que escapan por el
desagüe, silbidos, gemidos, crujidos, un rechinar persistente como el de quien,
para resistir el dolor, aprieta los dientes… Abundantes y variados, toda suerte
de rumores turbadoramente similares a sonidos corporales, se adueñan de la casa.
A esas horas cualquier susurro se impone
en el silencio sepulcral de la noche. Y él paralizado en la cama, presa de un
insomnio pertinaz, escucha atentamente cada uno de ellos. Como si en las voces
de esa casa esperase descifrar un mensaje. Como si en ellas aspirase a encontrar
el remedio o al menos el origen de su mal.
Y su casa está llena, llena de voces que parecen deseosas de sincerarse,
de desahogarse. Ya se sabe, todas las casas viejas cargan con sus achaques.
Tienen un pasado a las espaldas repleto de historias. Y esas historias no se
pueden borrar.
“El retiro constituye un momento importante en la vida del hombre.
Cuesta habituarse a las nuevas circunstancias. Es normal que echemos de menos
nuestra rutina en el trabajo. Los cambios a menudo generan ansiedad, y esa
ansiedad produce alteraciones del sueño. Búsquese un pasatiempo y tenga
paciencia”. Eso le había dicho el médico.