¿Es posible que esto lo haya hecho una mujer? ¡Válgame el cielo, ¿cómo es posible?!
(Roberto Longhi, sobre Judith decapitando a Holofernes de Artemisia Gentileschi)
Soy la muchacha encolerizada, y la cólera me cubre como los matorrales a la montaña
(Poema hitita Ishtar y Hedammu)
En aquel tiempo era el caos. Y el caos comenzó a girar sobre su eje como un violento tornado. Hasta condensarse en un único punto. Y se hizo tan sólido y tan corpóreo que tomó la forma de un horrible monstruo, el paladín de las sombras. Era invencible. No había voz que se alzase para desafiarlo. Y así su imperio de tiranía se ensanchaba día a día, hasta eclipsar por completo la luz. Y la creación que había sido vergel de vida y júbilo, se tornó taciturno camposanto. Las flores y la hierba se volvieron abrojos para los pies; los cantos de los pájaros, desabridos rugidos.
Sumisión pidió a cambio de moderar su cólera. Y sumisión obtuvo la bestia. Así fue suministrando su veneno lentamente, en dosis pequeñas. Hasta que un día, descubierto el engaño, Ella decidió adelantarse a su suerte. Se puso en pie. Y revestida de cegadora coraza, se enfrentó a su oponente. “No hincaré la rodilla en tierra nunca más”, dijo. Esa vez el dragón se conformó con cortarle el dedo meñique. Pero muchas otras le retó, y muchas otras fue vencida… Y aún así no se rendía. Pieza a pieza fue perdiendo partes de su ser. Finalmente comprendió que debía urdir un plan, y aprendió a ser astuta. Cambió coraza por etérea túnica y, tras seducir al monstruo, cantó hasta adormecerle. Entonces alzó su cimitarra. La cabeza lanzó hacia el cielo: el único ojo que dejó en su cuenca, para siempre vigilante y abierto. Luego separó en dos su cuerpo. En lugar de vísceras desparramadas, surgió un universo: un mundo luminoso y prometedor de nuevo. Cerró la puerta tras de sí. Jamás regresó a ese apartamento.
‒¿Cree que podría tratarse de un rito satánico? ‒indaga mientras procura eludir la mirada fija que parece juzgarle desde la lámpara que cuelga del techo.
‒No sabría decir; resulta difícil explicar tanta violencia.
El inspector intenta abstraerse de la escena del crimen. Se refugia en el mutismo y mientras tanto sueña. Sueña abandonar ese mundo pervertido y regresar a otro tiempo, uno donde el hombre aún no existía y el lobo no se comía al cordero.