Tales of Mystery and Imagination

Tales of Mystery and Imagination

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Ronald Chetwynd-Hayes: The Labyrinth




They were lost. Rosemary knew it and said so in forcible language. Brian also was well aware of their predicament but was unwilling to admit it.

"One cannot be lost in England," he stated. "We're bound to strike a main road if we walk in a straight line."

"But suppose we wander in a circle?" Rosemary asked, look-ing fearfully round at the Dartmoor landscape, "and finish up in a bog?"

"If we use our eyes there's no reason why bogs should bother us. Come on and stop moaning."

"We should never have left that track," Rosemary insisted. "Suppose we get caught out here when night falls?"

"Don't be daft," he snapped, "it's only mid-day. We'll be in Princetown long before nightfall."

"You hope." She refused to be convinced. "I'm hungry."

"So am I." They were walking up a steep incline. "But I don't keep on about it."

"I'm not keeping on. I'm hungry and I said so. Do you think we'll find a main road soon?" ^

"Over the next rise," he promised. "There's always a main road over the next rise."

But he was wrong. When they crested the next rise and looked down, there was only a narrow track which terminated at a tumbledown gate set in a low stone wall. Beyond, like an island girdled by a yellow lake, was a lawn-besieged house. It was built of grey stone and seemed to have been thrown up by the moors; a great, crouching monster that glared out across the countryside with multiple glass eyes. It had a strange look. The chimney stacks might have been jagged splinters of rock that had acquired a rough cylindrical shape after centuries of wind and rain. But the really odd aspect was that the sun appeared to ignore the house. It had baked the lawn to a pale yellow, cracked the paint on an adjacent summerhouse, but in some inexplicable way, it seemed to disavow the existence of the great, towering mass.

Miguel de Unamuno: El que se enterró



Era extraordinario el cambio de carácter que sufrió mi amigo. El joven jovial, dicharachero y descuidado, habíase convertido en un hombre tristón, taciturno y escrupuloso.
Sus momentos de abstracción eran frecuentes y durante ellos parecía como si su espíritu viajase por caminos de otro mundo. Uno de nuestros amigos, lector y descifrador asiduo de Browning, recordando la extraña composición en que éste nos habla de la vida de Lázaro después de resucitado, solía decir que el pobre Emilio había visitado la muerte. Y cuantas inquisiciones emprendimos para adivinar la causa de aquel misterioso cambio de carácter fueron inquisiciones infructuosas.
Pero tanto y tanto le apreté y con tal insistencia cada vez, que por fin un día, dejando transparentar el esfuerzo que cuesta una resolución costosa y muy combatida, me dijo de pronto: "Bueno, vas a saber lo que me ha pasado, pero le exijo, por lo que le sea más santo, que no se lo cuentes a nadie mientras yo no vuelva a morirme." Se lo prometí con toda solemnidad y me llevó a su cuarto de estudio, donde nos encerramos.
Desde antes de su cambio no había yo entrado en aquel su cuarto de estudio. No se había modificado en nada, pero ahora me pareció más en consonancia con su dueño. Pensé por un momento que era su estancia más habitual y favorita la que le había cambiado de modo tan sorprendente.
Su antiguo asiento, aquel ancho sillón frailero, de vaqueta, con sus grandes brazos, me pareció adquirir nuevo sentido. Estaba examinándolo cuando Emilio, luego de haber cerrado cuidadosamente la puerta, me dijo, señalándomelo:

William Fryer Harvey: Across the moors



It really was most unfortunate.

Peggy had a temperature of nearly a hundred, and a pain in her side, and Mrs. Workington Bancroft knew that it was appendicitis. But there was no one whom she could send for the doctor.

James had gone with the jaunting-car to meet her husband who had at last managed to get away for a week's shooting.

Adolph, she had sent to the Evershams, only half an hour before, with a note for Lady Eva.

The cook could not manage to walk, even if dinner could be served without her.

Kate, as usual, was not to be trusted.

There remained Miss Craig.

"Of course, you must see that Peggy is really ill," said she, as the governess came into the room, in answer to her summons. "The difficulty is, that there is absolutely no one whom I can send for the doctor." Mrs. Workington Bancroft paused; she was always willing that those beneath her should have the privilege of offering the services which it was her right to command.

"So, perhaps, Miss Craig," she went on, "you would not mind walking over to Tebbits' Farm. I hear there is a Liverpool doctor staying there. Of course I know nothing about him, but we must take the risk, and I expect he'll be only too glad to be earning something during his holiday. It's nearly four miles, I know, and I'd never dream of asking you if it was not that I dread appendicitis so."

"Very well," said Miss Craig, "I suppose I must go; but I don't know the way."

"Oh you can't miss it," said Mrs. Workington Bancroft, in her anxiety temporarily forgiving the obvious unwillingness of her governess' consent.

"You follow the road across the moor for two miles, until you come toRedman's Cross. You turn to the left there, and follow a rough path that leads through a larch plantation. And Tebbits' farm lies just below you in the valley."

"And take Pontiff with you," she added, as the girl left the room. "There's absolutely nothing to be afraid of, but I expect you'll feel happier with the dog."

Francisco de Quevedo: El sueño de las calaveras

Francisco de Quevedo


Los sueños dice Homero que son de Júpiter y que él los envía, y en otro lugar que se han de creer. Es así cuando tocan en cosas importantes y piadosas o las sueñan reyes y grandes señores, como se colige del doctísimo y admirable Propercio en estos versos:

Nec tu sperne piis venientia somnia portis
cum pia venerunt somnia pondus habent

Dígolo a propósito que tengo por caído del cielo uno que yo tuve en estas noches pasadas, habiendo cerrado los ojos con el libro del Dante, lo cual fue causa de soñar que veía un tropel de visiones. Y aunque en casa de un poeta es cosa dificultosa creer que haya cosa de juicio aunque por sueños, le hubo en mí por la razón que da Claudiano en la prefación al libro 2 del Rapto , diciendo que todos los animales sueñan de noche como sombras de lo que trataron de día; y Petronio Arbitro dice:

Et canis in somnis leporis vestigia latrat

y hablando de los jueces:

Et pauido cernit inclusum corde tribunal

Parecióme, pues, que veía un mancebo que discurriendo por el aire daba voz de su aliento a una trompeta, afeando con su fuerza en parte su hermosura. Halló el son obediencia en los mármoles y oídos en los muertos, y así al punto comenzó a moverse toda la tierra y a dar licencia a los güesos que anduviesen unos en busca de otros; y pasando tiempo, aunque fue breve, vi a los que habían sido soldados y capitanes levantarse de los sepulcros con ira, juzgándola por seña de guerra; a los avarientos con ansias y congojas, recelando algún rebato; y los dados a vanidad y gula, con ser áspero el son, lo tuvieron por cosa de sarao o caza. Esto conocía yo en los semblantes de cada uno y no vi que llegase el ruido de la trompeta a oreja que se persuadiese a lo que era. Después noté de la manera que algunas almas huían, unas con asco y otras con miedo, de sus antiguos cuerpos. A cuál faltaba un brazo, a cuál un ojo, y diome risa ver la diversidad de figuras y admiróme la providencia en que estando barajados unos con otros, nadie por yerro de cuenta se ponía las piernas ni los miembros de los vecinos. Solo en un cementerio me pareció que andaban destrocando cabezas y que vi a un escribano que no le venía bien el alma y quiso decir que no era suya por descartarse della.

João de Araújo Correia: O Ceguinho e o Demónio

João de Araújo Correia


Tal ceguinho era religioso por vocação e por necessidade. Gostava de assistir às missas, rezar pelos benfeitores, ouvir a palavra de Deus orada do púlpito pelos melhores jesuítas e de adormecer à noite com as camândulas presas entre os dedos magros ― de tísico... A religião dava-lhe prazer e rendia-lhe coroas. Vendo-o tão pio, as beatas ricas fartavam-no de esmolas e até lhe inventaram o vício de fumar para ele se entreter ― as santas criaturas.

Morava numa casa térrea ao rés do adro e tinha por costume sentar-se nos degraus de um cruzeiro levantado diante da igreja. Ali vivia ― preso àquelas pedras com mais amor do que ao buraco da casa. Dali espreitava tudo ― se é que os cegos espreitam. Não espreitava, mas, ouvia. Dava relação de quantos passos feriam a testada do templo. Passos apressados de homens que não tiram o chapéu a ninguém ― menos a uma cruz. Passos frívolos de senhorinhas que fazem vénia, mas ligeira, a Nossa Senhora. Passos doentios de senhoras de idade, cuja reverência ao Santíssimo é meiga e prolongada. Passinhos de criança sobre o saibro, tic, tic, davam ao ceguinho a impressão do primeiro granizo que pinga na areia.

Afeito àqueles ruídos, conhecia-os todos, identificava-os, sabia o nome aos pés que os produziam. Tinha que fazer, contando-os e nomeando-os, porque o adro era aberto e muita gente o atravessava para ir mais depressa à sua vida.

O cego não pedia esmola. Cumprimentava e recebia. Quando, no meio daquele perpassar de pés e pernas, reconhecia amigo ou devota, dizia:

― Senhor F., o dia está bonito.

Ou:

― Minha Senhora! A missinha amanhã é mais cedo. A Senhora sabe... Disse o Senhor Abade...

Amado Nervo: El país en que la lluvia era luminosa

Amado Nervo



Después de lentas jornadas a caballo por espacio de medio mes y por caminos desconocidos y veredas sesgas, llegamos al país de la lluvia luminosa.
La capital de este país, ignorado ahora, aunque en un tiempo fue escenario de claros hechos, era una ciudad gótica, de callejas retorcidas, llenas de sorpresas románticas, de recodos de misterio, de ángulos de piedra tallada, en que los siglos acumularon su pátina señoril, de venerables matices de acero.
Estaba la ciudad situada a la orilla de un mar poco frecuentado; de un mar cuyas aguas se debe a bacterias que viven en la superficie de los mares, a animálculos microscópicos que poseen un gran poder fotogénico, semejante en sus propiedades al de los cocuyos, luciérnagas y gusanos de luz.
Estos microorganismos, en virtud de su pequeñez, cuando el agua se evapora, ascienden con ella, sin dificultad alguna. Más aún: como sus colonias innumerables son superficiales, la evaporación las arrebata por miríadas, y después, cuando los vapores se condensan y viene la lluvia, en cada gota palpitan incontables animálculos, pródigos de luz, que producen el bello fenómeno a que se hace referencia.
A decir verdad, el mar a cuyas orillas se alzaba la ciudad término de mi viaje no siempre había sido fosforescente. El fenómeno se remontaba a dos o tres generaciones. Provenía, si ello puede decirse, de la aclimatación en sus aguas de colonias fotogénicas (más bien propias de los mares tropicales), en virtud de causas térmicas debidas a una desviación del Gulf stream, y a otras determinantes que los sabios, en su oportunidad, explicaron de sobra. Algunos ancianos del vecindario recordaban haber visto caer, en sus mocedades, la lluvia oscura y monótona de las ciudades del Norte, madre del esplín y de la melancolía.


Henry Ferris Arnold: The Night Wire



"New York, September 30 CP FLASH
"Ambassador Holliwell died here today. The end came
suddenly as the ambassador was alone in his study...."

There is something ungodly about these night wire jobs. You sit up here on the top floor of a skyscraper and listen in to the whispers of a civilization. New York, London, Calcutta, Bombay, Singapore -- they're your next-door neighbors after the streetlights go dim and the world has gone to sleep.

Alone in the quiet hours between two and four, the receiving operators doze over their sounders and the news comes in. Fires and disasters and suicides. Murders, crowds, catastrophes. Sometimes an earthquake with a casualty list as long as your arm. The night wire man takes it down almost in his sleep, picking it off on his typewriter with one finger.

Once in a long time you prick up your ears and listen. You've heard of some one you knew in Singapore, Halifax or Paris, long ago. Maybe they've been promoted, but more probably they've been murdered or drowned. Perhaps they just decided to quit and took some bizarre way out. Made it interesting enough to get in the news.

But that doesn't happen often. Most of the time you sit and doze and tap, tap on your typewriter and wish you were home in bed.

Iván Teruel: Hermanastros



Contemplo el pulso firme de sus manos de niño: con una sujeta el gorrión y con la otra sostiene el alfiler con el que atraviesa sus ojos. Esa es la primera escena que parpadea en mi cerebro agónico. Se diluye. Siento mis ojos a punto de reventar. Se desliza otro recuerdo. Este sin dibujo. Solo un olor y un sabor acres, el de su entrepierna adolescente. Y el apremio de su mano en mi nuca. Y la náusea incontenible después. El contorno de otra imagen barre ese recuerdo ciego: es un envase envuelto en llamas. Hay una rana viva dentro. Volvemos a ser pequeños.
......
Ahora irrumpen algunas palabras suyas, inestables y rendidas, ya adultas, con un murmullo de fondo. Estamos en un bar. Y la voz traza una herida que supura: me habla de un tío suyo, de su primera niñez y de un dolor puntiagudo en el culo. Mi dolor, el de ahora, el de mis ojos, es esférico. Pienso: hay una geometría del dolor. Ya no pienso. Solo veo un relampagueo nervioso y fulminante: su mano derecha sacándome de un canal; su puño izquierdo crujiendo contra un pómulo; sus nudillos tocando tantas veces mi puerta; las yemas de sus dedos demorándose en mi cuerpo. Sus manos, siempre sus manos. Las mismas que me han acariciado antes. Las mismas que se han abalanzado sobre mi cuello después, tras mis palabras. Las mismas que ahora acaban con mi vida de la única forma en que podían hacerlo. Aplastándola.

Margaret Atwood: Starlet sex scandal




Starlet sex scandal. Giant squid involved.


Max Aub: La gabardina

Max Aub por Genaro Lahuerta


A mi novia, que me lo contó.

Todavía existía el carnaval. Es decir: hace muchos años. No importa: de todos modos no me van a creer. Se llamaba Arturo, Arturo Gómez Landeiro. No era mal parecido, solo una gran nariz le molestaba para andar por el mundo. No era nariz descollante pero si una nariz un poco mayor de lo normal. Por ella pensó hacerse marino. Pero su madre no le dejó. Lo más sorprendente: que esto que cuento le sucediera a él; a veces me he preguntado el porqué sin atinar la contestación. Por lo visto las cosas extraordinarias le suceden a cualquiera; lo importante es cómo se enfrenta uno con la sorpresa. Si Arturo Gómez hubiese sido hombre excepcional no escribiría esto: se hubiera encargado él de referirlo, o hubiese seguido adelante. Pero se asustó y no me queda más remedio que contarlo, porque no me sé callar las cosas.


Aquello empezó el 28 de febrero de 19... Arturo cumplía aquel día -mejor dicho, aquella noche- veintitrés años, cuatro meses y unos cuantos días.

Que no se me olvide decir que era huérfano de padre, que su mamá le esperaba cada noche para verle regresar, entrar en su cuarto, meterse en la cama antes de acostarse a su vez; lo cual redundaba en cierta timidez que irradiaba del joven y hacía que sus amigos le tuvieran en poco y no contaran con él sino de tarde en tarde para sus honestas francachelas. Leía poco, primero porque, según la señora viuda de Gómez, aquello “estropeaba los ojos”; después porque el difunto ―buen gallego― le había dado bastante quehacer con los libros, a los que fue aficionadísimo, con detrimento de otras obligaciones; burlón y amigo de cosas que quedaban en el aire (frases con sentido que no explicaba, repentinos accesos de alegría sin base a la vista, caprichos anómalos: quedarse todo el domingo en la cama fumando su pipa o ―lo que era peor― desaparecer para reintegrarse al cristiano hogar diez o quince días más tarde, sin explicaciones decorosas). Doña Clotilde había tenido muy buen cuidado de preservar a su hijo de tan peregrinos antecedentes. Don Arturo, el desaparecido, aparentó no tomarlo en cuenta. Se murió un buen día, tranquilamente, sin despedirse de los suyos, lo cual pareció a su digna esposa un postrer desacato; además del susto que se llevó al despertar cerca del cadáver.

Alexandre Dumas: Les tombeaux de Saint-Denis



Eh bien ! qu'est-ce que cela prouve, docteur ? demanda M. Ledru.
—Cela prouve que les organes qui transmettent au cerveau les perceptions qu'ils reçoivent peuvent se déranger par suite de certaines causes, au point d'offrir à l'esprit un miroir infidèle, et qu'en pareil cas on voit des objets et on entend des sons qui n'existent pas. Voilà tout.
—Cependant, dit le chevalier Lenoir avec la timidité d'un savant de bonne foi, cependant il arrive certaines choses qui laissent une trace, certaines prophéties qui ont un accomplissement. Comment expliquerez-vous, docteur, que des coups donnés par des spectres ont pu faire naître des places noires sur le corps de celui qui les a reçus ? comment expliquerez-vous qu'une vision ait pu, dix, vingt, trente ans auparavant, révéler l'avenir ? Ce qui n'existe pas peut-il meurtrir ce qui est ou annoncer ce qui sera ?
—Ah ! dit le docteur, vous voulez parler de la vision du roi de Suède.
—Non, je veux parler de ce que j'ai vu moi-même.
—Vous !
—Moi.
—Où cela ?
—A Saint-Denis.
—Quand cela ?
—En 1794, lors de la profanation des tombes.
—Ah ! oui, écoutez cela, docteur, dit M. Ledru.
—Quoi ? qu'avez-vous vu ? dites.
—Voici. En 1793 j'avais été nommé directeur du Musée des monuments français, et, comme tel, je fus présent à l'exhumation des cadavres de l'abbaye de Saint-Denis, dont les patriotes éclairés avaient changé le nom en celui de Franciade.
Je puis, après quarante ans, vous raconter les choses étranges qui ont signalé cette profanation.
La haine que l'on était parvenu à inspirer au peuple pour le roi Louis XVI, et que n'avait pu assouvir l'échafaud du 21 janvier, avait remonté aux rois de sa race : on voulut poursuivre la monarchie jusqu'à sa source, les monarques jusque dans leur tombe, jeter au vent la cendre de soixante rois.
Puis aussi peut-être eut-on la curiosité de voir si les grands trésors que l'on prétendait enfermés dans quelques-uns de ces tombeaux s'étaient conservés aussi intacts qu'on le disait.

Alejandro Jodorowsky: Calidad y cantidad

Alejandro Jodorowsky



No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada era más larga.



Steve Rasnic Tem: Vintage Domestic



She used to tell him that they'd have the house forever. One day their children would live there. When Jack grew too old to walk, or to feed himself, she would take care of him in this house. She would feed him right from her own mouth, with a kiss. He'd always counted on her keeping this promise.

But as her condition worsened, as the changes accelerated, he realized that this was a promise she could not keep. The roles were to be reversed, and it was to be he who fed his lifetime lover with a kiss full of raw meat and blood. Sweet, domestic vintage.

Early in their marriage his wife had told him that there was this history of depression in her family. That's the way members of the family always talked about it: the sadness, the melancholy, the long slow condition. Before he understood what this meant he hadn't taken it that seriously, because at the time she never seemed depressed. Once their two oldest reached the teen years, however, she became sad, and slow to move, her eyes dark stones in the clay mask of her face, and she stopped telling him about her family's history of depression. When he asked her about the old story, she acted as if she didn't know what he was talking about.

At some point during her rapid deterioration someone had labeled his family "possibly dysfunctional." Follow-up visits from teachers and social workers had removed "possibly" from his family's thickening file. Studies and follow-up studies had been completed, detailed reports and addenda analyzing his children's behavior and the family dynamics. He had fought them all the way, and perhaps they had tired of the issue, because they finally gave up on their investigations. His family had weathered their accusations. He had protected his wife and children, fulfilled his obligations. Finally people left them alone, but they could not see that something sacred was occurring in this house.

The house grew old quickly. But not as quickly as his wife and children.

"You're so damned cheerful all the time," she said to him. "It makes me sick."

At one time that might have been a joke. Looking into her gray eyes at this moment, he knew it was not. "I'm maintaining," he said. "That's all." He thought maybe her vision was failing her. He was sure it had been months since he'd last smiled. He bent over her with the tea, then passed her a cracker. She stretched her neck and tried to catch his lips in her teeth. He expected a laugh but it didn't come.

Juan Miguel Aguilera: Todo lo que nadie pueda imaginar



De acuerdo con la hora fijada, me presenté en la residen­cia situada en el número uno de la Rué Charles Dubois. Era una casa grande, pero modesta, con pesadas ventanas de madera pintada de azul. Justo delante de la casa discurría un pedazo de la vía férrea que cruzaba Amiens. Los sones de la banda del regimiento local que tocaba en una plaza de la ciudad me llegaron confundidos con el pitido de un tren que anunciaba su salida. Pensé que esa combinación de sonidos, el estrépito de la máquina y el romance de la música, le iba muy bien al hombre que habitaba desde hacía muchos años la casa que ahora tenía enfrente: el escritor Julio Verne.
Le dije a la anciana empleada que abrió la puerta que había concertado una cita con el señor Verne. Ella asintió, dándome a entender que ya me estaban esperando, y me condujo a través de un patio pavimentado que atravesaba el jardín de la casa. Estábamos a finales del verano y las hayas cobijaban con su sombra grandes extensiones de un césped bien cuidado, donde no se veía ni una sola hoja caída.
Una escalera en forma de espiral, con los barrotes pintados de rojo, nos condujo a las habitaciones del piso superior. Comprendí que habíamos llegado a los dominios privados del autor, donde había permanecido encerrado una gran parte de su vida y donde escribió muchos de sus famosísimos libros. Cruzamos por un pasillo alfombrado, cuyas paredes estaban decoradas con mapas antiguos, y nos detuvimos frente a una sólida puerta de madera de roble situada al final de éste.
La criada llamó un par de veces con los nudillos y abrió sin esperar repuesta.
—El señor De Chardin —dijo.
Escuché la voz de Verne invitándome a pasar. Así lo hice, y la criada cerró la puerta detrás de mí.
¿Cómo describir el primer encuentro con una persona a la que has admirado desde hace tanto tiempo, cuyos libros has devorado desde que eras un niño, intentando imaginar cómo sería el gigante de la imaginación capaz de crear tales obras?

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