Tales of Mystery and Imagination

Tales of Mystery and Imagination

" Tales of Mystery and Imagination es un blog sin ánimo de lucro cuyo único fin consiste en rendir justo homenaje a los escritores de terror, ciencia-ficción y fantasía del mundo. Los derechos de los textos que aquí aparecen pertenecen a cada autor.

Las imágenes han sido obtenidas de la red y son de dominio público. No obstante, si alguien tiene derecho reservado sobre alguna de ellas y se siente perjudicado por su publicación, por favor, no dude en comunicárnoslo.

Ángel Olgoso: Los palafitos




Nada hay tan grato para un espíritu melancólico como realizar a solas, avanzada la primavera, una discreta excursión botánica, entregarse a un paseo despreocupado pero vigoroso, llevado por la deliciosa brisa que lame las laderas de las colinas; vagabundear a placer lejos de los senderos, estudiar con júbilo la raíz aérea que crece en un bosque o la hoja atrapadora de insectos que acecha entre el oleaje de oro de un prado. Y si la fatiga extravía nuestros pasos nada importa sino gozar —como ahora gozo— del aroma del majuelo y del canto exultante del aligrís.

—¿Se ha perdido usted?

Al volverme me encontré ante alguien con aspecto de anticuado pescador. La sotabarba y el viejo sombrero de palma trenzada a mano enmarcaban unos rasgos que desprendían cierta viva simpatía.

—Me atrevería a decir que sí —contesté—, si no supiera que la vecina ciudad de R., donde vivo, apenas dista una decena de kilómetros.

—Nunca oí hablar de ella, señor.

Me asombraron esas palabras, pero no podía pasar por alto que su mirada era franca y que parecía, también, acostumbrado a la sorpresa de los forasteros.

—Con todo —prosiguió—, le ruego que pase la noche protegido entre nosotros. Usted sabe que no puedo abandonarlo a su suerte.

Gustave Le Rouge: Spectre seul



L’Ombre semblait pleuvoir avec les fluides hachures d’une averse qui fuyait interminablement d’un ciel enfumé, pareil de ton au ciment noirci par de terreuses infiltrations, comme si cette indigente ruelle et toute la maussade ville provinciale elle-même eussent été construites sous les voûtes fangeuses de quelque réservoir souterrain. Déjà la nuit se blottissait aux angles de la triste salle de café où j’étais assis, une maladroite et rougeaude bonne n’en finissait pas de remonter – avec une foule de bruits agaçants – une demi-douzaine de lampes grinçantes, et je baillais mortellement, endolori par le tambourinement monotone des gouttes sur les vitres et le sourd pataugement des passants hâtés parmi les flaques d’eau sale.

Bientôt je m’aperçus que – depuis longtemps déjà – mes yeux distraits s’étaient fixés sur un homme à la physionomie chagrine qui, comme moi, semblait plongé dans le plus nauséeux désœuvrement. Ayant considéré attentivement – pendant que j’étais moi-même l’objet d’un pareil examen – son front dégarni, ses prunelles décolorées, ses paupières rougies et plissées d’une infinité de menues rides, sa lèvre inférieure pendante et son envahissante barbe grise, je fus saisi d’une soudaine pitié et, presqu’au même instant – avec une fulgurante rapidité – j’eus la conscience de posséder – au moins passagèrement – l’inexplicable pouvoir de m’immiscer aux plus intimes sentiments de l’inconnu et de m’identifier avec la substance de ses afflictions.

Guy Boothby: A Professor of Egyptology



From seven o'clock in the evening until half past, that is to say for the half-hour preceding dinner, the Grand Hall of the Hotel Occidental, throughout the season, is practically a lounge, and is crowded with the most fashionable folk wintering in Cairo. The evening I am anxious to describe was certainly no exception to the rule. At the foot of the fine marble staircase--the pride of its owner--a well-known member of the French Ministry was chatting with an English Duchess whose pretty, but somewhat delicate, daughter was flirting mildly with one of the Sirdar's Bimbashis, on leave from the Soudan. On the right-hand lounge of the Hall an Italian Countess, whose antecedents were as doubtful as her diamonds, was apparently listening to a story a handsome Greek attaché was telling her; in reality, however, she was endeavouring to catch scraps of a conversation being carried on, a few feet away, between a witty Russian and an equally clever daughter of the United States. Almost every nationality was represented there, but unfortunately for our prestige, the majority were English. The scene was a brilliant one, and the sprinkling of military and diplomatic uniforms (there was a Reception at the Khedivial Palace later) lent an additional touch of colour to the picture. Taken altogether, and regarded from a political point of view, the gathering had a significance of its own.

At the end of the Hall, near the large glass doors, a handsome, elderly lady, with grey hair, was conversing with one of the leading English doctors of the place--a grey-haired, clever-looking man, who possessed the happy faculty of being able to impress everyone with whom he talked with the idea that he infinitely preferred his or her society to that of any other member of the world's population. They were discussing the question of the most suitable clothing for a Nile voyage, and as the lady's daughter, who was seated next her, had been conversant with her mother's ideas on the subject ever since their first visit to Egypt (as indeed had been the Doctor), she preferred to lie back on the divan and watch the people about her. She had large, dark, contemplative eyes. Like her mother she took life seriously, but in a somewhat different fashion.

Javier Marías: En el viaje de novios




Mi mujer se había sentido indispuesta y habíamos regresado apresuradamente a la habitación del hotel, donde ella se había acostado con escalofríos y un poco de náusea y un poco de fiebre. No quisimos llamar enseguida a un médico por ver si se le pasaba y porque estábamos en nuestro viaje de novios, y en ese viaje no se quiere la intromisión de un extraño, aunque sea para un reconocimiento. Debía de ser un ligero mareo, un cólico, cualquier cosa. Estábamos en Sevilla, en un hotel que quedaba resguardado del tráfico por una explanada que lo separaba de la calle.


Mientras mi mujer se dormía (pareció dormirse cuando la acosté y la arropé), decidí mantenerme en silencio, y la mejor manera de lograrlo y no verme tentado a hacer ruido o hablarle por aburrimiento era asomarme al balcón y ver pasar a la gente, a los sevillanos, cómo caminaban y cómo vestían, cómo hablaban, aunque, por la relativa distancia de la calle y el tráfico, no oía más que un murmullo. Miré sin ver, como mira quien llega a una fiesta en la que sabe que la única persona que le interesa no estará allí porque se quedó en casa con su marido. Esa persona única estaba conmigo, a mis espaldas, velada por su marido.Yo miraba hacia el exteriory pensaba en el interior, pero de pronto individualicé a una persona, y la individualicé porque a diferencia de las demás, que pasaban un momento y desaparecían, esa persona permanecía inmóvil en su sitio. Era una mujer de unos treinta años de lejos, vestida con una blusa azul sin apenas mangas y una falda blanca y zapatos de tacón también blancos. Estaba esperando, su actitud era de espera inequívoca, porque de vez en cuando daba dos o tres pasos a derecha o izquierda, y en el último pasa arrastraba un poco el tacón afilado de un pie o del otro, un gesto de contenida impaciencia. Colgado del brazo llevaba un gran bolso, como los que en mi infancia llevaban las madres, mi madre, un gran bolso negro colgado del brazo anticuadamente, no echado al hombro como se llevan ahora. Tenía unas piernas robustas, que se clavaban sólidamente en el suelo cada vez que volvían a detenerse en el punto elegido para su espera tras el mínimo desplazamiento de dos o tres pasos y el tacón arrastrado del último paso. Eran tan robustas que anulaban o asimilaban esos tacones, eran ellas las que se hincaban sobre el pavimento, como navaja en madera mojada. A veces flexionaba una para mirarse detrás y alisarse la falda, como si temiera algún pliegue que le afeara el culo, o quizá se ajustaba las bragas rebeldes a través de la tela que las cubría.

Brian Evenson: Prairie


I.

Early evening, still distant from the prairie, we encountered a man with skin flayed half-free of his back. He allowed us to inspect that portion of him, and we saw the underskin, purpled and creased with folds that in their convolution resembled the human brain.

The runds off his back he had tanned and twisted into a belt, which he wore and which our captain tried, unsuccessfully, to purchase of him. When our physician inquired after the particulars of his persecutor, the man answered by unfurling from his rucksack a flapping sheet of skin with a large and hardened callous aswash at one end of it which, upon formal inspection, proved an empty, flavid face.

II.

Our paroch of late has taken to baptizing all we encounter, tallying their particulars on wound scrolls before they are slaughtered. As we walk, he counts the names, phrases aloud before us the petitions he will employ before the Church as, spreading forth his lists of converts, he renders plea for sainthood.

Mário-Henrique Leiria: Regressos



Lourival tinha finalmente conseguido o tempo suficiente e o local apropriado para escrever o livro que trazia na cabeça. Alugara uma casinha pequena, bem no interior do país, completamente isolada e rodeada de pinheiros sussurrantes. Afastada da estrada principal e da aldeia, chegava-se lá por uma azinhaga que mal permitia passagem ao velho Fiat.
Instalara-se, com a máquina de escrever, entre a mobília simpa-licamente modesta, e dispusera-se a trabalhar com eficiência durante seis meses, pelo menos. Alimentação tinha-a ali ao alcance, na aldeia. E um bom vinho, um pouco fechado mas gostoso, numa tasca discre­tamente escura e convidativa onde, às vezes, passava uma hora, ou até duas, de conversa fiada com os velhos pachorrentos. Sem televisão, que ali não chegava. Na verdade, tudo pelo melhor.
Estava a terminar o segundo capítulo com relativa facilidade. Corria bem, fluente, o enredo deslizava e o problema desenvolvia-se, lógico.
Meteu nova folha na máquina e ia levar à boca o copo de tinto, quando ouviu bater na porta da frente que dava mesmo para a casa de entrada onde costumava trabalhar e comer. Admirou-se. Bem, talvez alguém da aldeia a pedir-lhe que escrevesse uma carta para França, Alemanha ou coisa no género. Um pouco intrigado, foi abrir. E deu um passo atrás, num pasmo imenso.

Hannah Wolf Bowen: Everything Is Better With Zombies


Everything would be better with zombies. Take my junior high school graduation. Everything would have been better if zombies had shuffled in to «Pomp and Circumstance.» They would have lurched into the gym, devoured the principal's brains, and shuffled out again.

There were no zombies at graduation. We walked in line. We took our seats. Living dead.

I've long suspected that I might be a zombie. If I were a zombie, how would I know? I study scary and not-scary movies. I read books. I play the relevant video games until my thumbs ache and my eyes grow tired and dry.

My best friend Lionel says that he would know. «You'd walk,» he says, and demonstrates, shambling gait and arms draped in the air. He lists left, which helps to make it work, but Lion's walked badly for a while now. He's not doing it for effect. «And you'd go 'Braaains!' and everyone would run away.»

Lion scowls and sits down beside me on the crumbly step. He picks at the grass growing up through the cracks. He would be out of luck, if it came to running from the zombies.

Peter Tremayne: The Banshee




For three days the Banshee had been heard wailing outside his door at night. It was no surprise when his body was discovered. His time had come.

Sister Fidelma gazed at Brother Abán with surprise.

The elderly monk was sitting slightly forward on his chair, shivering a little although the day was not cold. His thin mouth trembled slightly; a fleck of spittle from one corner caught on the greying stubble of his unshaven chin. His pale eyes stood out in a bony, almost skeletal head over which the skin was stretched taut and parchment-like.

‘He was fated to die,’ repeated the old man, almost petulantly. ‘You cannot deny the summons of the death wail.’

Fidelma realised that the old man was troubled and he spoke with deadly seriousness. ‘Who heard this wailing?’ she asked, trying to hide her natural scepticism.

The old man shivered. ‘Glass, the miller, whose house is not far away. And Bláth has confirmed that she was disturbed by the sounds.’

Fidelma pursed her lips and expelled a little air through them in an almost soundless whistle. ‘I will speak with them later. Tell me what you know about this matter, Brother Abán. Just those facts that are known to you.’

The early religieux sighed as if suppressing irritation. ‘I thought that you knew them. Surely my message was clear?’

Ramón Gómez de la Serna: Traspaso de los sueños



De pronto, dejó de tener pesadillas y se sintió aliviado, pues habían llegado ya a ser una proyección obsedante en las paredes de su alcoba.
Descansado y tranquilo, en su sillón de lectura, el criado le anunció que quería verle el señor de arriba.
Como para la visita de un vecino no debe haber dilaciones que valgan, le hizo pasar, y escuchó su incumbencia:
—Vengo porque me ha traspasado usted sus sueños.
—¿Y en qué lo ha podido notar?
—Como vecinos antiguos que somos, sé sus costumbres, sus manías y sobre todo sé su nombre, el nombre titular de los sueños que me agobian a mí, que no solía soñar... Aparecen paisajes, señoras, niños con los que nunca tuve que ver...
—¿Pero cómo ha podido pasar eso?
—Indudablemente, como los sueños suben hacia arriba como el humo, han ascendido a mi alcoba, que está encima de la suya . . .

Auguste Villiers de L'Isle-Adam: Le Tueur de Cygnes



« Les cygnes comprennent les signes. »
Victor Hugo.Les Misérables.


À Monsieur Jean MARRAS.


À force de compulser des tomes d’Histoire naturelle, notre illustre ami, le docteur Tribulat Bonhomet avait fini par apprendre que « le cygne chante bien avant de mourir ». — En effet (nous avouait-il récemment encore), cette musique seule, depuis qu’il l’avait entendue, l’aidait à supporter les déceptions de la vie et toute autre ne lui semblait plus que du charivari, du « Wagner ».
— Comment s’était-il procuré cette joie d’amateur ? — Voici :
Aux environs de la très ancienne ville fortifiée qu’il habite, le pratique vieillard ayant, un beau jour, découvert dans un parc séculaire à l’abandon, sous des ombrages de grands arbres, un vieil étang sacré — sur le sombre miroir duquel glissaient douze ou quinze des calmes oiseaux, — en avait étudié soigneusement les abords, médité les distances, remarquant surtout le cygne noir, leur veilleur, qui dormait, perdu en un rayon de soleil.
Celui-là, toutes les nuits, se tenait les yeux grands ouverts, une pierre polie en son long bec rose, et, la moindre alerte lui décelant un danger pour ceux qu’il gardait, il eût, d’un mouvement de son col, jeté brusquement dans l’onde, au milieu du blanc cercle de ses endormis, la pierre d’éveil : — et la troupe à ce signal, guidée encore par lui, se fût envolée à travers l’obscurité sous les allées profondes, vers quelques lointains gazons ou telle fontaine reflétant de grises statues, ou tel autre asile bien connu de leur mémoire. — Et Bonhomet les avait considérés longtemps, en silence, — leur souriant, même. N’était-ce pas de leur dernier chant dont, en parfait dilettante, il rêvait de se repaître bientôt les oreilles ?

Julio Cortázar: Todos los fuegos el fuego

Julio Cortázar por Alejandro Cabeza, Pintor Cortázar Retratista, Todos los fuegos el fuego, Retrato de Julio Cortázar, Escritores argentinos, Salomé Guadalupe Ingelmo






Así será algún día su estatua, piensa irónicamente el procónsul mientras alza el brazo, lo fija en el gesto del saludo, se deja petrificar por la ovación de un público que dos horas de circo y de calor no han fatigado. Es el momento de la sorpresa prometida; el procónsul baja el brazo, mira a su mujer que le devuelve la sonrisa inexpresiva de las fiestas. Irene no sabe lo que va a seguir y a la vez es como si lo supiera, hasta lo inesperado acaba en costumbre cuando se ha aprendido a soportar, con la indiferencia que detesta el procónsul, los caprichos del amo. Sin volverse siquiera hacia la arena prevé una suerte ya echada, una sucesión cruel y monótona. Licas, el viñatero, y su mujer Urania son los primeros en gritar un nombre que la muchedumbre recoge y repite: “Te reservaba esta sorpresa”, dice el procónsul. “Me han asegurado que aprecias el estilo de ese gladiador”. Centinela de su sonrisa, Irene inclina la cabeza para agradecer. “Puesto que nos haces el honor de acompañarnos aunque te hastían los juegos”, agrega el procónsul, “es justo que procure ofrecerte lo que más te agrada”. “¡Eres la sal del mundo!”, grita Licas. “¡Haces bajar la sombra misma de Marte a nuestra pobre arena de provincia!” “No has visto más que la mitad”, dice el procónsul, mojándose los labios en una copa de vino y ofreciéndola a su mujer. Irene bebe un largo sorbo, que parece llevarse con su leve perfume el olor espeso y persistente de la sangre y el estiércol. En un brusco silencio de expectativa que lo recorta con una precisión implacable, Marco avanza hacia el centro de la arena; su corta espada brilla al sol, allí donde el viejo velario deja pasar un rayo oblicuo, y el escudo de bronce cuelga negligente de la mano izquierda. “¿No irás a enfrentarlo con el vencedor de Smirnio?”, pregunta excitadamente Licas. “Mejor que eso”, dice el procónsul. “Quisiera que tu provincia me recuerde por estos juegos, y que mi mujer deje por una vez de aburrirse”. Urania y Licas aplauden esperando la respuesta de Irene, pero ella devuelve en silencio la copa al esclavo, ajena al clamoreo que saluda la llegada del segundo gladiador. Inmóvil, Marco parece también indiferente a la ovación que recibe su adversario; con la punta de la espada toca ligeramente sus grebas doradas.

Dino Buzzati: Le gobbe nel giardino



Quando è scesa la notte a me piace fare una passeggiata nel giardino. Non crediate io sia ricco. Un giardino come il mio lo avete tutti. E più tardi capirete il perché. Nel. buio, ma non è proprio completamente buio perché dalle finestre accese della casa un vago riverbero viene, nel buio io cammino sul prato, le scarpe un poco affondando nell'erba, e intanto penso, e pensando alzo gli occhi a guardare il cielo se è sereno e, se ci sono le stelle, le osservo domandandomi tante cose. Però certe notti non mi faccio domande, le stelle se ne stanno lassù sopra di me stupidissime e non mi dicono niente. Ero un ragazzo quando facendo la mia passeggiata notturna inciampai in un ostacolo. Non vedendo, accesi un fiammifero. Sulla liscia superficie del prato c'era una protuberanza e la cosa era strana. Forse il giardiniere avrà fatto un lavoro, pensai, gliene chiederò ragione domani mattina.
All'indomani chiamai il giardiniere, il suo nome era Giacomo. Gli dissi: «Che cosa hai fatto in giardino, nel prato c'è come una gobba, ieri sera ci sono incespicato e questa mattina appena si è fatta luce l'ho vista. È una gobba stretta e oblunga, assomiglia a un tumulo mortuario. Mi vuoi dire che cosa succede? ». « Non è che assomiglia, signore» disse il giardiniere Giacomo « è proprio un tumulo mortuario. Perché ieri, signore, è morto un suo amico. »
Era vero. Il mio carissimo amico Sandro Bartoli di ventun anni era morto in montagna col cranio sfracellato.
« E tu vuoi dire » dissi a Giacomo « che il mio amico è stato sepolto qui? »
« No » lui rispose « il suo amico signor Bartoli » egli disse cosi perché era delle vecchie generazioni e perciò ancor rispettoso « è stato sepolto ai piedi delle montagne che lei sa. Ma qui nel giardino il prato si è sollevato da solo, perché questo è il suo giardino, signore, e tutto ciò che succede nella sua vita, signore, avrà un seguito precisamente qui. »

Clark Ashton Smith: The Maker of Gargoyles



Among the many gargoyles that frowned or leered from the roof of the new-built cathedral of Vyones, two were pre-eminent above the rest by virtue of their fine workmanship and their supreme grotesquery. These two had been wrought by the stone-carver Blaise Reynard, a native of Vyones, who had lately returned from a long sojourn in the cities of Provence, and had secured employment on the cathedral when the three years' task of its construction and ornamentation was well-nigh completed. In view of the wonderful artistry shown by Reynard, it was regretted by Ambrosius, the archbishop, that it had not been possible to commit the execution of all the gargoyles to this delicate and accomplished workman; but other people, with less liberal tastes than Ambrosius, were heard to express a different opinion.

This opinion, perhaps, was tinged by the personal dislike that had been generally felt toward Reynard in Vyones even from his boyhood; and which had been revived with some virulence on his return. Whether rightly or unjustly, his very physiognomy had always marked him out for public disfavor: he was inordinately dark, with hair and beard of a preternatural bluish-black, and slanting, ill-matched eyes that gave him a sinister and cunning air. His taciturn and saturnine ways were such as a superstitious people would identify with necromantic knowledge or complicity; and there were those who covertly accused him of being in league with Satan; though the accusations were little more than vague, anonymous rumors, even to the end, through lack of veritable evidence.

However, the people who suspected Reynard of diabolic affiliations were wont for awhile to instance the two gargoyles as sufficient proof. No man, they contended, who was so inspired by the Arch-Enemy, could have carven anything so sheerly evil and malignant, could have embodied so consummately in mere stone the living lineaments of the most demoniacal of all the deadly Sins.

Miguel Dorelo: Matarla



Esa mañana se levantó con la decisión tomada: la mataría.

No había pegado un ojo en toda la noche, yendo y viniendo entre la habitación y la cocina. Litros de café habían colaborado malamente en acentuar aquél insomnio que lo acosaba desde hacía varias semanas. Su salud se resentía cada vez más aceleradamente y en uno de los pocos momentos de lucidez que se colaban entre sus desquiciados pensamientos, comprendió que no podría continuar de esa forma por más tiempo.
Tanto la había amado como ahora la odiaba; aunque había momentos en que no llegaba a discernir uno y otro sentimiento.

Volvió a abrir todos y cada unos de los mails intercambiados, visitó su blog y su muro de Facebook; releyó sus últimas subidas a Twitter y se quedó varias horas observando su fotolog.
No me quedan alternativas, concluyó. Solo su muerte aliviaría en algo todo ese dolor que ahora sentía.

Se habían conocido casi de casualidad por un comentario de ella en el Facebook durante un intercambio no demasiado serio sobre un tema aún más nimio; un “me gusta” en uno en especial y el consiguiente “pedido de amistad” rápidamente aceptado. Ir de inmediato a su perfil y mirar antes que nada las fotos: no estaba para ganar un concurso de belleza, pero tenía algo que lo atrajo de inmediato, aunque en “información” no había demasiadas coincidencias en gustos musicales, autores preferidos ni películas favoritas.
Comenzaron con un par de mensajes privados, intercambio de mails y luego a chatear varias veces al día. Acentuaron las coincidencias y fueron raleando todo comentario sobre lo que los diferenciara. Finalmente, se enamoraron.

Tales of Mystery and Imagination