Tales of Mystery and Imagination

Tales of Mystery and Imagination

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Auguste Villiers de L'Isle-Adam: Le Tueur de Cygnes



« Les cygnes comprennent les signes. »
Victor Hugo.Les Misérables.


À Monsieur Jean MARRAS.


À force de compulser des tomes d’Histoire naturelle, notre illustre ami, le docteur Tribulat Bonhomet avait fini par apprendre que « le cygne chante bien avant de mourir ». — En effet (nous avouait-il récemment encore), cette musique seule, depuis qu’il l’avait entendue, l’aidait à supporter les déceptions de la vie et toute autre ne lui semblait plus que du charivari, du « Wagner ».
— Comment s’était-il procuré cette joie d’amateur ? — Voici :
Aux environs de la très ancienne ville fortifiée qu’il habite, le pratique vieillard ayant, un beau jour, découvert dans un parc séculaire à l’abandon, sous des ombrages de grands arbres, un vieil étang sacré — sur le sombre miroir duquel glissaient douze ou quinze des calmes oiseaux, — en avait étudié soigneusement les abords, médité les distances, remarquant surtout le cygne noir, leur veilleur, qui dormait, perdu en un rayon de soleil.
Celui-là, toutes les nuits, se tenait les yeux grands ouverts, une pierre polie en son long bec rose, et, la moindre alerte lui décelant un danger pour ceux qu’il gardait, il eût, d’un mouvement de son col, jeté brusquement dans l’onde, au milieu du blanc cercle de ses endormis, la pierre d’éveil : — et la troupe à ce signal, guidée encore par lui, se fût envolée à travers l’obscurité sous les allées profondes, vers quelques lointains gazons ou telle fontaine reflétant de grises statues, ou tel autre asile bien connu de leur mémoire. — Et Bonhomet les avait considérés longtemps, en silence, — leur souriant, même. N’était-ce pas de leur dernier chant dont, en parfait dilettante, il rêvait de se repaître bientôt les oreilles ?

Julio Cortázar: Todos los fuegos el fuego

Julio Cortázar por Alejandro Cabeza, Pintor Cortázar Retratista, Todos los fuegos el fuego, Retrato de Julio Cortázar, Escritores argentinos, Salomé Guadalupe Ingelmo






Así será algún día su estatua, piensa irónicamente el procónsul mientras alza el brazo, lo fija en el gesto del saludo, se deja petrificar por la ovación de un público que dos horas de circo y de calor no han fatigado. Es el momento de la sorpresa prometida; el procónsul baja el brazo, mira a su mujer que le devuelve la sonrisa inexpresiva de las fiestas. Irene no sabe lo que va a seguir y a la vez es como si lo supiera, hasta lo inesperado acaba en costumbre cuando se ha aprendido a soportar, con la indiferencia que detesta el procónsul, los caprichos del amo. Sin volverse siquiera hacia la arena prevé una suerte ya echada, una sucesión cruel y monótona. Licas, el viñatero, y su mujer Urania son los primeros en gritar un nombre que la muchedumbre recoge y repite: “Te reservaba esta sorpresa”, dice el procónsul. “Me han asegurado que aprecias el estilo de ese gladiador”. Centinela de su sonrisa, Irene inclina la cabeza para agradecer. “Puesto que nos haces el honor de acompañarnos aunque te hastían los juegos”, agrega el procónsul, “es justo que procure ofrecerte lo que más te agrada”. “¡Eres la sal del mundo!”, grita Licas. “¡Haces bajar la sombra misma de Marte a nuestra pobre arena de provincia!” “No has visto más que la mitad”, dice el procónsul, mojándose los labios en una copa de vino y ofreciéndola a su mujer. Irene bebe un largo sorbo, que parece llevarse con su leve perfume el olor espeso y persistente de la sangre y el estiércol. En un brusco silencio de expectativa que lo recorta con una precisión implacable, Marco avanza hacia el centro de la arena; su corta espada brilla al sol, allí donde el viejo velario deja pasar un rayo oblicuo, y el escudo de bronce cuelga negligente de la mano izquierda. “¿No irás a enfrentarlo con el vencedor de Smirnio?”, pregunta excitadamente Licas. “Mejor que eso”, dice el procónsul. “Quisiera que tu provincia me recuerde por estos juegos, y que mi mujer deje por una vez de aburrirse”. Urania y Licas aplauden esperando la respuesta de Irene, pero ella devuelve en silencio la copa al esclavo, ajena al clamoreo que saluda la llegada del segundo gladiador. Inmóvil, Marco parece también indiferente a la ovación que recibe su adversario; con la punta de la espada toca ligeramente sus grebas doradas.

Dino Buzzati: Le gobbe nel giardino



Quando è scesa la notte a me piace fare una passeggiata nel giardino. Non crediate io sia ricco. Un giardino come il mio lo avete tutti. E più tardi capirete il perché. Nel. buio, ma non è proprio completamente buio perché dalle finestre accese della casa un vago riverbero viene, nel buio io cammino sul prato, le scarpe un poco affondando nell'erba, e intanto penso, e pensando alzo gli occhi a guardare il cielo se è sereno e, se ci sono le stelle, le osservo domandandomi tante cose. Però certe notti non mi faccio domande, le stelle se ne stanno lassù sopra di me stupidissime e non mi dicono niente. Ero un ragazzo quando facendo la mia passeggiata notturna inciampai in un ostacolo. Non vedendo, accesi un fiammifero. Sulla liscia superficie del prato c'era una protuberanza e la cosa era strana. Forse il giardiniere avrà fatto un lavoro, pensai, gliene chiederò ragione domani mattina.
All'indomani chiamai il giardiniere, il suo nome era Giacomo. Gli dissi: «Che cosa hai fatto in giardino, nel prato c'è come una gobba, ieri sera ci sono incespicato e questa mattina appena si è fatta luce l'ho vista. È una gobba stretta e oblunga, assomiglia a un tumulo mortuario. Mi vuoi dire che cosa succede? ». « Non è che assomiglia, signore» disse il giardiniere Giacomo « è proprio un tumulo mortuario. Perché ieri, signore, è morto un suo amico. »
Era vero. Il mio carissimo amico Sandro Bartoli di ventun anni era morto in montagna col cranio sfracellato.
« E tu vuoi dire » dissi a Giacomo « che il mio amico è stato sepolto qui? »
« No » lui rispose « il suo amico signor Bartoli » egli disse cosi perché era delle vecchie generazioni e perciò ancor rispettoso « è stato sepolto ai piedi delle montagne che lei sa. Ma qui nel giardino il prato si è sollevato da solo, perché questo è il suo giardino, signore, e tutto ciò che succede nella sua vita, signore, avrà un seguito precisamente qui. »

Clark Ashton Smith: The Maker of Gargoyles



Among the many gargoyles that frowned or leered from the roof of the new-built cathedral of Vyones, two were pre-eminent above the rest by virtue of their fine workmanship and their supreme grotesquery. These two had been wrought by the stone-carver Blaise Reynard, a native of Vyones, who had lately returned from a long sojourn in the cities of Provence, and had secured employment on the cathedral when the three years' task of its construction and ornamentation was well-nigh completed. In view of the wonderful artistry shown by Reynard, it was regretted by Ambrosius, the archbishop, that it had not been possible to commit the execution of all the gargoyles to this delicate and accomplished workman; but other people, with less liberal tastes than Ambrosius, were heard to express a different opinion.

This opinion, perhaps, was tinged by the personal dislike that had been generally felt toward Reynard in Vyones even from his boyhood; and which had been revived with some virulence on his return. Whether rightly or unjustly, his very physiognomy had always marked him out for public disfavor: he was inordinately dark, with hair and beard of a preternatural bluish-black, and slanting, ill-matched eyes that gave him a sinister and cunning air. His taciturn and saturnine ways were such as a superstitious people would identify with necromantic knowledge or complicity; and there were those who covertly accused him of being in league with Satan; though the accusations were little more than vague, anonymous rumors, even to the end, through lack of veritable evidence.

However, the people who suspected Reynard of diabolic affiliations were wont for awhile to instance the two gargoyles as sufficient proof. No man, they contended, who was so inspired by the Arch-Enemy, could have carven anything so sheerly evil and malignant, could have embodied so consummately in mere stone the living lineaments of the most demoniacal of all the deadly Sins.

Miguel Dorelo: Matarla



Esa mañana se levantó con la decisión tomada: la mataría.

No había pegado un ojo en toda la noche, yendo y viniendo entre la habitación y la cocina. Litros de café habían colaborado malamente en acentuar aquél insomnio que lo acosaba desde hacía varias semanas. Su salud se resentía cada vez más aceleradamente y en uno de los pocos momentos de lucidez que se colaban entre sus desquiciados pensamientos, comprendió que no podría continuar de esa forma por más tiempo.
Tanto la había amado como ahora la odiaba; aunque había momentos en que no llegaba a discernir uno y otro sentimiento.

Volvió a abrir todos y cada unos de los mails intercambiados, visitó su blog y su muro de Facebook; releyó sus últimas subidas a Twitter y se quedó varias horas observando su fotolog.
No me quedan alternativas, concluyó. Solo su muerte aliviaría en algo todo ese dolor que ahora sentía.

Se habían conocido casi de casualidad por un comentario de ella en el Facebook durante un intercambio no demasiado serio sobre un tema aún más nimio; un “me gusta” en uno en especial y el consiguiente “pedido de amistad” rápidamente aceptado. Ir de inmediato a su perfil y mirar antes que nada las fotos: no estaba para ganar un concurso de belleza, pero tenía algo que lo atrajo de inmediato, aunque en “información” no había demasiadas coincidencias en gustos musicales, autores preferidos ni películas favoritas.
Comenzaron con un par de mensajes privados, intercambio de mails y luego a chatear varias veces al día. Acentuaron las coincidencias y fueron raleando todo comentario sobre lo que los diferenciara. Finalmente, se enamoraron.

Gustave Le Rouge: Notre-Dame la Guillotine




Par toute la ville, depuis les sept longues semaines que flambait la révolte des Pauvres, les manifestations de la vie s’étaient faites souterraines et funèbres. Le bruit sommeillait, voilé d’une solennelle sourdeur de cataracte lointaine.

Le triomphe des riches n’avait point empêché la destruction d’une grande partie de la ville. Chaque nuit, d’implacables incendies rougeoyaient ne laissant qu’un chaos de ruines. Les squelettes carbonisés des arbres, les colonnes tordues des lampadaires s’enfonçaient en des perspectives de suie, en de grimaçants horizons de cendre et de plâtras, coupés de décombrales barricades, selon le pluvieux silence de l’hiver, en un pantelant qui-vive d’explosions et de meurtres.

Seul, le cœur de la ville occupé par les vainqueurs palpitait encore d’une furieuse vitalité, d’une vindicative fièvre de supplices. Cernés dans trois grandes places par l’armée, les pauvres étaient exterminés méthodiquement sans interruption, jusqu’à la tombée du soleil : la guillotine fonctionnait, les fusillades crépitaient.

En personne, Gorgius, le grand Répresseur présidait à la destruction, étonnant d’énergie malgré son âge. Grâce à lui, maintenant, la sérénité renaissait dans les cœurs ; encore un peu de sang et les pauvres allaient être définitivement humiliés, domestiqués pour des siècles. Une multitude, d’ailleurs, à cause des interruptions dans l’approvisionnement, succombait au froid, à la famine et au suicide.

Clive Barker: Human remains



Some trades are best practised by daylight, some by night. Gavin was a professional in the latter category. In midwinter, in midsummer, leaning against a wall, or poised in a doorway, a fire-fly cigarette hovering at his lips, he sold what sweated in his jeans to all comers.

Sometimes to visiting widows with more money than love, who'd hire him for a weekend of illicit meetings, sour, insistent kisses and perhaps, if they could forget their dead partners, a dry hump on a lavender-scented bed. Sometimes to lost husbands, hungry for their own sex and desperate for an hour of coupling with a boy who wouldn't ask their name.

Gavin didn't much care which it was. Indifference was a trademark of his, even a part of his attraction. And it made leaving him, when the deed was done and the money exchanged, so much simpler. To say, "Ciao", or "Be seeing you", or nothing at all to a face that scarcely cared if you lived or died: that was an easy thing.

And for Gavin, the profession was not unpalatable, as professions went. One night out of four it even offered him a grain of physical pleasure. At worst it was a sexual abattoir, all steaming skins and lifeless eyes. But he'd got used to that over the years.

José Carlos Canalda: La lámpara



Hace tan sólo unos años Paco el Chirla hubiera sido simplemente un vago o un maleante; pero hoy, a tenor de las nuevas corrientes sociales, es un honroso marginado... Cambio éste, dicho sea de paso, que no ha supuesto la menor alteración en su tradicional modo de vida, que continúa siendo exactamente el mismo desde hace más de veinte años. Paco, de hecho, malvive gracias a sus trapicheos y cambalaches oficiando normalmente de trapero, circunstancialmente de descuidero y, cuando la necesidad aprieta, de traficante de drogas en pequeña escala; eso sí, huyendo siempre de la violencia ya que él es, y se siente orgulloso de ello, uno de los pocos que van quedando de la vieja escuela, muy escasos ya frente a una nueva ola que recurre a la menor ocasión a la navaja o a la pistola... Los tiempos cambian, pero Paco no.
Transcurría el mes de agosto. En aquella calurosa época la gran ciudad estaba semidesierta y el Chirla, bastante conservador en todo lo que se refería a sus hábitos, había renunciado a trasladarse temporalmente a la bulliciosa costa mediterránea, prefiriendo sobrevivir, como lo hacía siempre, a costa de los inmensos desechos vomitados por la metrópoli en cuyos arrabales vivía. Lo que para muchos era tan sólo basura para él representaba un auténtico tesoro del cual vivía y en el que había llegado a encontrar, en una ocasión, hasta una gruesa pulsera de oro. En realidad bastaba con hacer caso omiso de los posibles escrúpulos introduciéndose sin miedo ni asco entre los grandes montones de detritus... Y hacía ya mucho que Paco había dejado de preocuparse por la sensibilidad de su tacto o de su olfato.

Kelly Link: Some Zombie Contingency Plans


This is a story about being lost in the woods. This guy Soap is at a party out in the suburbs. The thing you need to know about Soap is that he keeps a small framed oil painting in the trunk of his car. The painting is about the size of a paperback novel. Wherever Soap goes, this oil painting goes with him. But he leaves the painting in the trunk of his car, because you don’t walk around a party carrying a painting. People will think
you’re weird.
Soap doesn’t know anyone here. He’s crashed the party, which is what he does now, when he feels lonely. On weekends, he just drives around the suburbs until he finds one of those summer twilight parties that are so big that they spill out onto the yard.

Kids are out on the lawn of a two-story house, lying on the damp grass and drinking beer out of plastic cups. Soap has brought along a six-pack. It’s the least he can do. He walks through the house, past four black guys sitting all over a couch. They’re watching a football game and there’s some music on the stereo.
The television is on mute. Over by the TV, a white girl is dancing by herself. When she gets too close to it, the guys on the couch start complaining. Soap finds the kitchen. There’s one of those big professional ovens and a lot of expensive-looking knives stuck to a magnetic strip on the wall. It’s funny, Soap thinks, how expensive stuff always looks more dangerous, and also safer, both of these things at the same time. He pokes around in the fridge and finds some pre-sliced cheese and English muffins. He grabs three slices of cheese, the muffins, and puts the beer in the fridge. There’s also a couple of steaks, and so he takes one out, heats up the broiler.


Severo Sarduy: El torturador



¡No es cierto lo que dicen! No he matado a cien personas. Solo a unas 40, y otras 20 torturadas... es decir, 22, porque había dos niños, ahora que recuerdo.

Pues bien, ¿por qué no confesarlo? Soy el mejor torturador del régimen.

Si bien es cierto que al principio mi ejecución era algo burda, también lo es que he refinado mis procedimientos hasta la exquisitez, ¡tras... tras! y ya están fuera los ojos. Unos ligeros golpecitos más en el saca-uñas y las manos se vuelven 20 hilillos de sangre. El rostro humano cobra entonces una nueva conmovedora expresión (la palabra “conmovedora” no es la indicada, ya que solo los primeros casos lograron conmoverme: una niña prometió seguir mirándome aun después de no tener ojos).

El más envidiado de mis aciertos, lo confieso, es “la silla” que tiene un agujero en su parte anterior para lo que sabéis. Soy esto simplemente: un fabricante de artefactos mecánicos. No me negarán que para ello se requiere una gran dosis de talento. Si alguno de mis inventos (cuya creación ahora me niegan los otros torturadores) son puramente ingenuos, tales como el saca-ojos, el saca-uñas y el corta-dedos y el corta-..., he concebido otros, con menos sentido práctico, es cierto, donde las más tremendas facultades del espíritu humano se ponen en juego, combinadas a la vez con la electricidad.

Pero comencemos por el principio. ¿Quién soy, en primer lugar? ¿Cómo me enrolé en el régimen?... Bien, salía de una sala de teatro, algo tarde en la noche... ¿Había tomado?... no lo recuerdo exactamente. Cruzaba la calle cuando se acercó un carro perseguidora. Me hicieron las preguntas de ritual, añadiendo algunas malas palabras, y creo que llegaron a empujarme.

Guy de Maupassant: La mère sauvage



I

Je n'étais point revenu à Virelogne depuis quinze ans. J'y retournai chasser, à l'automne, chez mon ami Serval, qui avait enfin fait reconstruire son château, détruit par les Prussiens.
J'aimais ce pays infiniment. Il est des coins du monde délicieux qui ont pour les yeux un charme sensuel. On les aime d'un amour physique. Nous gardons, nous autres que séduit la terre, des souvenirs tendres pour certaines sources, certains bois, certains étangs, certaines collines, vus souvent et qui nous ont attendris à la façon des événements heureux. Quelquefois même la pensée retourne vers un coin de forêt, ou un bout de berge, ou un verger poudré de fleurs, aperçus une seule fois, par un jour gai, et restés en notre coeur comme ces images de femmes rencontrées dans la rue, un matin de printemps, avec une toilette claire et transparente, et qui nous laissent dans l'âme et dans la chair un désir inapaisé, inoubliable, la sensation du bonheur coudoyé.
A Virelogne, j'aimais toute la campagne, semée de petits bois et traversée par des ruisseaux qui couraient dans le sol comme des veines, portant le sang à la terre. On pêchait là-dedans des écrevisses, des truites et des anguilles ! Bonheur divin ! On pouvait se baigner par places, et on trouvait souvent des bécassines dans les hautes herbes qui poussaient sur les bords de ces minces cours d'eau.
J'allais, léger comme une chèvre, regardant mes deux chiens fourrager devant moi. Serval, à cent mètres sur ma droite, battait un champ de luzerne. Je tournai les buissons qui forment la limite du bois des Saudres, et j'aperçus une chaumière en ruines.
Tout à coup, je me la rappelai telle que je l'avais vue pour la dernière fois, en 1869, propre, vêtue de vignes, avec des poules devant la porte. Quoi de plus triste qu'une maison morte, avec son squelette debout, délabré, sinistre ?

Nancy Kilpatrick: Necromimicos



The dead bring her life. Since the moment of consciousness of their presence, Amulette, rather than dismiss them, begged the dead to remain. Amulette’s mother, father, grand-mere - the lucky one, for whom she is named - two sisters and baby brother, none understand her need for those who have passed. No one understands, really. Only Etienne.



As she matured, her thinking on cemeteries altered. From vast and lovely gardens, they became her personal shopping mall. Wrought-iron gates, stone benches, candles encased in etched glass-and-brass holders, marble angels and cherubs, filigreed metallic crosses . . . Memento mori. The accoutrements of death, scanned by the eye of a selective consumer. Furnishings for the world between worlds where Amulette resides. The only place where she can exist.



As the sun fades, Amulette leaves the city-din behind: stores dedicated to the here-and-now, or cheap imitations of the past. Inexhaustible vehicles. Food, entertainment, pursuits she cannot understand. People dressed of-a-piece - for a time she enjoyed classifying them: business, casual, post-grunge, retro hippy, neo-rave, Goth - the last those oh-so-sweet darklings in requisite chains, silver crosses clinging to black stretch velvet. To look at them reinforces her yearning.

Stefano Massaron: Il rumore



Salve a tutti. Ho quarantasei anni e non mi posso lamentare. Faccio il redattore in una rivista femminile, guadagno abbastanza bene da mantenere la mia famiglia, ho una moglie a cui voglio bene, due figli adolescenti che non mi danno troppi problemi e, piano piano, sto finendo di pagare il mutuo della casa, un appartamentino di tre locali più servizi in un quartiere relativamente tranquillo di Milano.
Non mi posso lamentare, dicevo. Be', non è del tutto vero, in realtà: ultimamente, mi capita sempre più spesso di fare fatica a dormire. Il motivo ve lo spiegherò tra poco. Per questo (e su consiglio del mio medico di famiglia, a cui sono molto affezionato e di cui mi fido moltissimo), ho deciso di raccontare per iscritto la storia di Debora la Palla. Forse, se lo faccio, i ricordi smetteranno di tormentarmi.
E stato tanto tempo fa (eravamo alla fine degli anni Cinquanta), ma mi sembra che non sia passato nemmeno un giorno: sempre più spesso, negli ultimi tempi, quando sono sul punto di addormentarmi ecco che mi balza davanti agli occhi quel suo faccione da luna piena, quei suoi capelli unticci, quegli occhi bovini che sembravano quasi scomparire nella faccia bianco-latte butterata da concentrazioni rossastre di acne, sfoghi e pustolette. F di lei che sto parlando, ovviamente: Debora la Palla. Cerco sempre di scacciarla, mi divincolo tra le lenzuola per liberarmi della sua presenza, lotto sull'orlo del sonno per togliermela dalla testa: a volte ci riesco, e mi metto a dormire. A volte, però, sento il rumore, quel rumore. E allora non dormo più.
La mamma le apre la porta, e Debora non ha il coraggio di guardarla in faccia. Se ne sta li con gli occhi bassi a fissare la vestaglia lisa, stretta in vita da una cintura di stoffa macchiata dall'uso. Il solito odore di zuppa di cipolle permea la casa, e Debora vi si rifugia quasi con impazienza, sperando che il familiare conforto dell'abitudine attenui il bruciore dei graffi e il dolore della vergogna che le infiamma le gengive.
La mamma le mette una mano sotto il mento e le solleva la testa, costringendola a guardarla negli occhi.

Ruth Rendell: The Fever Tree



Where malaria is, there grows the fever tree. It has the feathery fern-like leaves, fresh green and tender,
that are common to so many trees in tropical regions.
Its shape is graceful with an air of youth, as if every fever tree is still waiting to grow up. But the most distinctive thing about it is the colour of its bark which is the yellow of an unripe lemon. The fever trees stand out from among the rest because of their slender yellow trunks.
Ford knew what the tree was called and he could recognize it but he didn't know what its botanical name was. Nor had he ever heard why it was called the fever tree, whether the tribesmen used its leaves or bark or fruit as a specific against malaria or if it simply took its name from its warning presence wherever the malaria-carrying mosquito was. The sight of it in Ntsukunyane seemed to promote a fever in his blood.
An African in khaki shorts and shirt lifted up the bar for them so that their car could pass through the opening in the fence. Inside it looked no different from outside, the same bush, still, silent, unstirred by wind, stretching away on either side. Ford, driving the two miles along the tarmac road to the reception hut, thought of how it would be if he turned his head and saw Marguerite in the passenger seat beside him. It was an illusion he dared not have but was allowed to keep for only a minute. Tricia shattered it. She began to belabour him with schoolgirl questions, uttered in a bright and desperate voice.
Another African, in a fancier, more decorated uniform, took their booking voucher and checked it against a ledger. You had to pay weeks in advance for the privilege of staying here. Ford had booked the day after he had said goodbye to Marguerite and returned, for ever, to Tricia.

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