Tales of Mystery and Imagination

Tales of Mystery and Imagination

" Tales of Mystery and Imagination es un blog sin ánimo de lucro cuyo único fin consiste en rendir justo homenaje a los escritores de terror, ciencia-ficción y fantasía del mundo. Los derechos de los textos que aquí aparecen pertenecen a cada autor.

Las imágenes han sido obtenidas de la red y son de dominio público. No obstante, si alguien tiene derecho reservado sobre alguna de ellas y se siente perjudicado por su publicación, por favor, no dude en comunicárnoslo.

Gustave Le Rouge: Notre-Dame la Guillotine




Par toute la ville, depuis les sept longues semaines que flambait la révolte des Pauvres, les manifestations de la vie s’étaient faites souterraines et funèbres. Le bruit sommeillait, voilé d’une solennelle sourdeur de cataracte lointaine.

Le triomphe des riches n’avait point empêché la destruction d’une grande partie de la ville. Chaque nuit, d’implacables incendies rougeoyaient ne laissant qu’un chaos de ruines. Les squelettes carbonisés des arbres, les colonnes tordues des lampadaires s’enfonçaient en des perspectives de suie, en de grimaçants horizons de cendre et de plâtras, coupés de décombrales barricades, selon le pluvieux silence de l’hiver, en un pantelant qui-vive d’explosions et de meurtres.

Seul, le cœur de la ville occupé par les vainqueurs palpitait encore d’une furieuse vitalité, d’une vindicative fièvre de supplices. Cernés dans trois grandes places par l’armée, les pauvres étaient exterminés méthodiquement sans interruption, jusqu’à la tombée du soleil : la guillotine fonctionnait, les fusillades crépitaient.

En personne, Gorgius, le grand Répresseur présidait à la destruction, étonnant d’énergie malgré son âge. Grâce à lui, maintenant, la sérénité renaissait dans les cœurs ; encore un peu de sang et les pauvres allaient être définitivement humiliés, domestiqués pour des siècles. Une multitude, d’ailleurs, à cause des interruptions dans l’approvisionnement, succombait au froid, à la famine et au suicide.

Clive Barker: Human remains



Some trades are best practised by daylight, some by night. Gavin was a professional in the latter category. In midwinter, in midsummer, leaning against a wall, or poised in a doorway, a fire-fly cigarette hovering at his lips, he sold what sweated in his jeans to all comers.

Sometimes to visiting widows with more money than love, who'd hire him for a weekend of illicit meetings, sour, insistent kisses and perhaps, if they could forget their dead partners, a dry hump on a lavender-scented bed. Sometimes to lost husbands, hungry for their own sex and desperate for an hour of coupling with a boy who wouldn't ask their name.

Gavin didn't much care which it was. Indifference was a trademark of his, even a part of his attraction. And it made leaving him, when the deed was done and the money exchanged, so much simpler. To say, "Ciao", or "Be seeing you", or nothing at all to a face that scarcely cared if you lived or died: that was an easy thing.

And for Gavin, the profession was not unpalatable, as professions went. One night out of four it even offered him a grain of physical pleasure. At worst it was a sexual abattoir, all steaming skins and lifeless eyes. But he'd got used to that over the years.

José Carlos Canalda: La lámpara



Hace tan sólo unos años Paco el Chirla hubiera sido simplemente un vago o un maleante; pero hoy, a tenor de las nuevas corrientes sociales, es un honroso marginado... Cambio éste, dicho sea de paso, que no ha supuesto la menor alteración en su tradicional modo de vida, que continúa siendo exactamente el mismo desde hace más de veinte años. Paco, de hecho, malvive gracias a sus trapicheos y cambalaches oficiando normalmente de trapero, circunstancialmente de descuidero y, cuando la necesidad aprieta, de traficante de drogas en pequeña escala; eso sí, huyendo siempre de la violencia ya que él es, y se siente orgulloso de ello, uno de los pocos que van quedando de la vieja escuela, muy escasos ya frente a una nueva ola que recurre a la menor ocasión a la navaja o a la pistola... Los tiempos cambian, pero Paco no.
Transcurría el mes de agosto. En aquella calurosa época la gran ciudad estaba semidesierta y el Chirla, bastante conservador en todo lo que se refería a sus hábitos, había renunciado a trasladarse temporalmente a la bulliciosa costa mediterránea, prefiriendo sobrevivir, como lo hacía siempre, a costa de los inmensos desechos vomitados por la metrópoli en cuyos arrabales vivía. Lo que para muchos era tan sólo basura para él representaba un auténtico tesoro del cual vivía y en el que había llegado a encontrar, en una ocasión, hasta una gruesa pulsera de oro. En realidad bastaba con hacer caso omiso de los posibles escrúpulos introduciéndose sin miedo ni asco entre los grandes montones de detritus... Y hacía ya mucho que Paco había dejado de preocuparse por la sensibilidad de su tacto o de su olfato.

Kelly Link: Some Zombie Contingency Plans


This is a story about being lost in the woods. This guy Soap is at a party out in the suburbs. The thing you need to know about Soap is that he keeps a small framed oil painting in the trunk of his car. The painting is about the size of a paperback novel. Wherever Soap goes, this oil painting goes with him. But he leaves the painting in the trunk of his car, because you don’t walk around a party carrying a painting. People will think
you’re weird.
Soap doesn’t know anyone here. He’s crashed the party, which is what he does now, when he feels lonely. On weekends, he just drives around the suburbs until he finds one of those summer twilight parties that are so big that they spill out onto the yard.

Kids are out on the lawn of a two-story house, lying on the damp grass and drinking beer out of plastic cups. Soap has brought along a six-pack. It’s the least he can do. He walks through the house, past four black guys sitting all over a couch. They’re watching a football game and there’s some music on the stereo.
The television is on mute. Over by the TV, a white girl is dancing by herself. When she gets too close to it, the guys on the couch start complaining. Soap finds the kitchen. There’s one of those big professional ovens and a lot of expensive-looking knives stuck to a magnetic strip on the wall. It’s funny, Soap thinks, how expensive stuff always looks more dangerous, and also safer, both of these things at the same time. He pokes around in the fridge and finds some pre-sliced cheese and English muffins. He grabs three slices of cheese, the muffins, and puts the beer in the fridge. There’s also a couple of steaks, and so he takes one out, heats up the broiler.


Severo Sarduy: El torturador



¡No es cierto lo que dicen! No he matado a cien personas. Solo a unas 40, y otras 20 torturadas... es decir, 22, porque había dos niños, ahora que recuerdo.

Pues bien, ¿por qué no confesarlo? Soy el mejor torturador del régimen.

Si bien es cierto que al principio mi ejecución era algo burda, también lo es que he refinado mis procedimientos hasta la exquisitez, ¡tras... tras! y ya están fuera los ojos. Unos ligeros golpecitos más en el saca-uñas y las manos se vuelven 20 hilillos de sangre. El rostro humano cobra entonces una nueva conmovedora expresión (la palabra “conmovedora” no es la indicada, ya que solo los primeros casos lograron conmoverme: una niña prometió seguir mirándome aun después de no tener ojos).

El más envidiado de mis aciertos, lo confieso, es “la silla” que tiene un agujero en su parte anterior para lo que sabéis. Soy esto simplemente: un fabricante de artefactos mecánicos. No me negarán que para ello se requiere una gran dosis de talento. Si alguno de mis inventos (cuya creación ahora me niegan los otros torturadores) son puramente ingenuos, tales como el saca-ojos, el saca-uñas y el corta-dedos y el corta-..., he concebido otros, con menos sentido práctico, es cierto, donde las más tremendas facultades del espíritu humano se ponen en juego, combinadas a la vez con la electricidad.

Pero comencemos por el principio. ¿Quién soy, en primer lugar? ¿Cómo me enrolé en el régimen?... Bien, salía de una sala de teatro, algo tarde en la noche... ¿Había tomado?... no lo recuerdo exactamente. Cruzaba la calle cuando se acercó un carro perseguidora. Me hicieron las preguntas de ritual, añadiendo algunas malas palabras, y creo que llegaron a empujarme.

Guy de Maupassant: La mère sauvage



I

Je n'étais point revenu à Virelogne depuis quinze ans. J'y retournai chasser, à l'automne, chez mon ami Serval, qui avait enfin fait reconstruire son château, détruit par les Prussiens.
J'aimais ce pays infiniment. Il est des coins du monde délicieux qui ont pour les yeux un charme sensuel. On les aime d'un amour physique. Nous gardons, nous autres que séduit la terre, des souvenirs tendres pour certaines sources, certains bois, certains étangs, certaines collines, vus souvent et qui nous ont attendris à la façon des événements heureux. Quelquefois même la pensée retourne vers un coin de forêt, ou un bout de berge, ou un verger poudré de fleurs, aperçus une seule fois, par un jour gai, et restés en notre coeur comme ces images de femmes rencontrées dans la rue, un matin de printemps, avec une toilette claire et transparente, et qui nous laissent dans l'âme et dans la chair un désir inapaisé, inoubliable, la sensation du bonheur coudoyé.
A Virelogne, j'aimais toute la campagne, semée de petits bois et traversée par des ruisseaux qui couraient dans le sol comme des veines, portant le sang à la terre. On pêchait là-dedans des écrevisses, des truites et des anguilles ! Bonheur divin ! On pouvait se baigner par places, et on trouvait souvent des bécassines dans les hautes herbes qui poussaient sur les bords de ces minces cours d'eau.
J'allais, léger comme une chèvre, regardant mes deux chiens fourrager devant moi. Serval, à cent mètres sur ma droite, battait un champ de luzerne. Je tournai les buissons qui forment la limite du bois des Saudres, et j'aperçus une chaumière en ruines.
Tout à coup, je me la rappelai telle que je l'avais vue pour la dernière fois, en 1869, propre, vêtue de vignes, avec des poules devant la porte. Quoi de plus triste qu'une maison morte, avec son squelette debout, délabré, sinistre ?

Nancy Kilpatrick: Necromimicos



The dead bring her life. Since the moment of consciousness of their presence, Amulette, rather than dismiss them, begged the dead to remain. Amulette’s mother, father, grand-mere - the lucky one, for whom she is named - two sisters and baby brother, none understand her need for those who have passed. No one understands, really. Only Etienne.



As she matured, her thinking on cemeteries altered. From vast and lovely gardens, they became her personal shopping mall. Wrought-iron gates, stone benches, candles encased in etched glass-and-brass holders, marble angels and cherubs, filigreed metallic crosses . . . Memento mori. The accoutrements of death, scanned by the eye of a selective consumer. Furnishings for the world between worlds where Amulette resides. The only place where she can exist.



As the sun fades, Amulette leaves the city-din behind: stores dedicated to the here-and-now, or cheap imitations of the past. Inexhaustible vehicles. Food, entertainment, pursuits she cannot understand. People dressed of-a-piece - for a time she enjoyed classifying them: business, casual, post-grunge, retro hippy, neo-rave, Goth - the last those oh-so-sweet darklings in requisite chains, silver crosses clinging to black stretch velvet. To look at them reinforces her yearning.

Stefano Massaron: Il rumore



Salve a tutti. Ho quarantasei anni e non mi posso lamentare. Faccio il redattore in una rivista femminile, guadagno abbastanza bene da mantenere la mia famiglia, ho una moglie a cui voglio bene, due figli adolescenti che non mi danno troppi problemi e, piano piano, sto finendo di pagare il mutuo della casa, un appartamentino di tre locali più servizi in un quartiere relativamente tranquillo di Milano.
Non mi posso lamentare, dicevo. Be', non è del tutto vero, in realtà: ultimamente, mi capita sempre più spesso di fare fatica a dormire. Il motivo ve lo spiegherò tra poco. Per questo (e su consiglio del mio medico di famiglia, a cui sono molto affezionato e di cui mi fido moltissimo), ho deciso di raccontare per iscritto la storia di Debora la Palla. Forse, se lo faccio, i ricordi smetteranno di tormentarmi.
E stato tanto tempo fa (eravamo alla fine degli anni Cinquanta), ma mi sembra che non sia passato nemmeno un giorno: sempre più spesso, negli ultimi tempi, quando sono sul punto di addormentarmi ecco che mi balza davanti agli occhi quel suo faccione da luna piena, quei suoi capelli unticci, quegli occhi bovini che sembravano quasi scomparire nella faccia bianco-latte butterata da concentrazioni rossastre di acne, sfoghi e pustolette. F di lei che sto parlando, ovviamente: Debora la Palla. Cerco sempre di scacciarla, mi divincolo tra le lenzuola per liberarmi della sua presenza, lotto sull'orlo del sonno per togliermela dalla testa: a volte ci riesco, e mi metto a dormire. A volte, però, sento il rumore, quel rumore. E allora non dormo più.
La mamma le apre la porta, e Debora non ha il coraggio di guardarla in faccia. Se ne sta li con gli occhi bassi a fissare la vestaglia lisa, stretta in vita da una cintura di stoffa macchiata dall'uso. Il solito odore di zuppa di cipolle permea la casa, e Debora vi si rifugia quasi con impazienza, sperando che il familiare conforto dell'abitudine attenui il bruciore dei graffi e il dolore della vergogna che le infiamma le gengive.
La mamma le mette una mano sotto il mento e le solleva la testa, costringendola a guardarla negli occhi.

Ruth Rendell: The Fever Tree



Where malaria is, there grows the fever tree. It has the feathery fern-like leaves, fresh green and tender,
that are common to so many trees in tropical regions.
Its shape is graceful with an air of youth, as if every fever tree is still waiting to grow up. But the most distinctive thing about it is the colour of its bark which is the yellow of an unripe lemon. The fever trees stand out from among the rest because of their slender yellow trunks.
Ford knew what the tree was called and he could recognize it but he didn't know what its botanical name was. Nor had he ever heard why it was called the fever tree, whether the tribesmen used its leaves or bark or fruit as a specific against malaria or if it simply took its name from its warning presence wherever the malaria-carrying mosquito was. The sight of it in Ntsukunyane seemed to promote a fever in his blood.
An African in khaki shorts and shirt lifted up the bar for them so that their car could pass through the opening in the fence. Inside it looked no different from outside, the same bush, still, silent, unstirred by wind, stretching away on either side. Ford, driving the two miles along the tarmac road to the reception hut, thought of how it would be if he turned his head and saw Marguerite in the passenger seat beside him. It was an illusion he dared not have but was allowed to keep for only a minute. Tricia shattered it. She began to belabour him with schoolgirl questions, uttered in a bright and desperate voice.
Another African, in a fancier, more decorated uniform, took their booking voucher and checked it against a ledger. You had to pay weeks in advance for the privilege of staying here. Ford had booked the day after he had said goodbye to Marguerite and returned, for ever, to Tricia.

Iván Olmedo: La última visita




Para los ocho avalonios

Desde la autopista se veía, allá abajo, una extensión enor­me de retales coloreados de pardo y verde oscuro; campos de cultivo y huertas trabajadas cada día por manos incansa­bles, un inmenso terreno despejado donde el viento era único amo y señor. Solamente los cuervos tenían su permi­so para surcar aquel cielo vasto que envolvía las tierras. Muy al fondo, apartado de la vista, un río recorría con pere­za su camino eterno, regalando sus aguas a la magnífica plantación de kiwis que los agricultores habían ubicado insto al lado de la ribera. Los cuervos, que jugueteaban complacidos en alas del viento, caían una y otra vez, sin éxito, sobre las redes de nylon de color oscuro que separa­ban las enredaderas para protegerlas de sus ataques.
Entre tanta tierra fértil se alzaba la casa de dos plantas. Rectilínea, sobria, carente de alardes arquitectónicos que desviaran la atención de su elemental señorío, tenía la apariencia de un artilugio extraterreno que hubiera caído de los cielos en una noche de estrellas, golpeando el suelo con tuerza y hundiendo sus cimientos en la espalda del mundo. Para llegar hasta la casa, el camino consistía en una carreterita de piedras y tierra reseca, no muy ancha, que discurría con varios quiebros innecesarios a través de los cam­pos. Ese camino pasaba justo por delante de la puerta prin­cipal, y continuaba hasta morir a orillas del río indolente. Eran las tres de la tarde. Arreciaba el viento; golpeaba el sol. Frente a la fachada marrón y ocre, deteriorada por los míos de descuido, estaban aparcados un utilitario, a la som­bra del cobertizo, una furgoneta de color blanco y un coche negro, estilizado, invadido por el polvo del viaje a través de la cicatriz que marcaba los campos. Salvo el murmullo de hojas que el viento arrancaba de los árboles lejanos y algún ocasional graznido de frustración, el silencio era total.

Franz Kafka: Das Urteil



Es war an einem Sonntagvormittag im schönsten Frühjahr. Georg Bendemann, ein junger Kaufmann, saß in seinem Privatzimmer im ersten Stock eines der niedrigen, leichtgebauten Häuser, die entlang des Flusses in einer langen Reihe, fast nur in der Höhe und Färbung unterschieden, sich hinzogen. Er hatte gerade einen Brief an einen sich im Ausland befindenden Jugendfreund beendet, verschloß ihn in spielerischer Langsamkeit und sah dann, den Ellbogen auf den Schreibtisch gestützt, aus dem Fenster auf den Fluß, die Brücke und die Anhöhen am anderen Ufer mit ihrem schwachen Grün.
Er dachte darüber nach, wie dieser Freund, mit seinem Fortkommen zu Hause unzufrieden, vor Jahren schon nach Rußland sich förmlich geflüchtet hatte. Nun betrieb er ein Geschäft in Petersburg, das anfangs sich sehr gut angelassen hatte, seit langem aber schon zu stocken schien, wie der Freund bei seinen immer seltener werdenden Besuchen klagte. So arbeitete er sich in der Fremde nutzlos ab, der fremdartige Vollbart verdeckte nur schlecht das seit den Kinderjahren wohlbekannte Gesicht, dessen gelbe Hautfarbe auf eine sich entwickelnde Krankheit hinzudeuten schien. Wie er erzählte, hatte er keine rechte Verbindung mit der dortigen Kolonie seiner Landsleute, aber auch fast keinen gesellschaftlichen Verkehr mit einheimischen Familien und richtete sich so für ein endgültiges Junggesellentum ein.

Marc R. Soto: Sushi



Despierto, y es como si jamás hubiera soñado con muñecas desmembradas.
Aún aturdido, no me atrevo a moverme; para qué, si la luz que penetra en el cuarto a través de los agujeros de la persiana me dice que aún no es hora de levantarse, para qué si sin moverme sé de Sandra, de su presencia que ahueca las sábanas y deja un vacío, una frontera de nada, un ras­guño de aire entre su espalda y la mía. No, mejor quedarme quieto. Mirando la pared frente a mí puedo imaginar que vuelo sobre un mar helado. Permanezco inmóvil, como dormido, como muerto, como ella que parece también dor­mida, no se le oye ni respirar. De un tiempo a esta parte dice que no concilia el sueño si no es tras estar un buen rato paseando a solas en su mitad del colchón. A saber en qué pensará, si en ovejas o en nosotros, en este vacío, este frío que crece y nos separa y nos arroja a cada uno a un extre­mo del colchón, lindando el abismo, las zapatillas al fondo como peces muertos que, barridos por las corrientes, roda­ran en las profundidades. Eso pienso, que las zapatillas son como peces muertos, cuando de pronto y sin previo aviso una voz dentro de mí dice: eh, imagina que está muerta. Imagínalo por un segundo: ella de espaldas, el pecho inmó­vil, la piel cerúlea asomándose al escote del camisón de satén verde, los ojos abiertos que miran sin ver los dígitos rojos del despertador, y tú aquí haciéndote preguntas estú­pidas, imaginando que vuelas sobre un mar helado, soñan­do con muñecas rotas. Eh, imagínalo durante un segundo, únicamente por probar qué se siente, aunque sea mentira.
Porque sé que es mentira. Si no oigo sonido alguno en la habitación es porque Sandra no ronca, sino que tan sólo emite una respiración débil y acompasada. Lo recuerdo de cuando ella todavía recostaba su cabeza sobre mi pecho para dormir, y escuchar su respiración era como oír el batir suave de las olas en una playa tranquila. Claro que no ha muerto, aunque... tal vez sí haya muerto.

Rosalie Parker: In the Garden



IT REALLY IS a lovely day. I’m not used to sitting in the garden, basking in the pleasant weather and enjoying the fruits of my labour. I spend most of my time here weeding and pruning, so I’m grateful for the opportunity to laze around for a change, watching the flower heads bob gently in the soft breeze, listening to the drowsy hum of the bees as they gorge on the comfrey blossoms.

You’ll have noticed that where we’re sitting, beneath the high wall, is concealed from view. None of the surrounding houses overlooks us. We can lounge in perfect peace while we chat – and I’m in a chatty mood today. An afternoon of rest after all my work. Yesterday’s showers mean that even the vegetable plot doesn’t need watering.

It never ceases to amaze me how the garden, cold and as good as dead just a few months ago, has burgeoned into lush green life. Is it only two years since I hacked back the old lilac tree behind you there – and look at it now! Tall enough to peep over the wall, its vigour restored by the judicious elimination of unproductive wood.

You’re not a gardener, are you? So perhaps you don’t know that once a garden is established, much of good gardening is about removal rather than planting, honing what you have to produce a pleasing effect, sacrificing the particular for the good of the whole. Gardening is a creative pastime, but the result is always a work in progress; unlike a painting or a piece of music a garden is never fixed in time.

I couldn’t see the attraction when I was a child. My mother would sometimes ask me to help weed our extensive vegetable beds, and it seemed a thankless task to me. I didn’t understand or appreciate the work that went into it, just the end result, which I viewed as entirely natural and given. Perhaps that’s how you see it now? As an adult I have learned to appreciate the satisfaction of managing nature, but as a child the garden was simply my world, the arena of my imagination, the setting for my elaborate games.

Carlos Fuentes: Vlad



A Cecilia, Rodrigo y Gonzalo,
los niños monstruólogos de Sarriá.

Duérmase mi niña,
que ahí viene el coyote;
a cogerla viene
con un gran garrote...
CANCIÓN INFANTIL MEXICANA


I

"No le molestaría, Navarro, si Dávila y Uriarte estuviesen a la mano. No diría que son sus inferiores -mejor dicho, sus subalternos- pero sí afirmaría que usted es primus inter pares, o en términos angloparlantes, senior partner, socio superior o preferente en esta firma, y si le hago este encargo es, sobre todo, por la importancia que atribuyo al asunto..."
Cuando, semanas más tarde, la horrible aven­tura terminó, recordé que en el primer momento atribuí al puro azar que Dávila anduviese de viaje lunamielero en Europa y Uriarte metido en un embargo judicial cualquiera. Lo cierto es que yo no iba a marcharme en viaje de bodas, ni hubiese aceptado los trabajos, dignos de un pasante de de­recho, que nuestro jefe le encomendaba al afanoso Uriarte.
Respeté -y agradecí el significativo aparte de su confianza- la decisión de mi anciano patrón. Siem­pre fue un hombre de decisiones irrebatibles. No acos­tumbraba consultar. Ordenaba, aunque tenía la delicadeza de escuchar atentamente las razones de sus colaboradores. Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, cómo iba yo a ignorar que su fortuna -tan re­ciente en términos relativos, pero tan larga como sus ochenta y nueve años y tan ligada a la historia de un siglo enterrado ya- se debía a la obsecuencia políti­ca (o a la flexibilidad moral) con las que había servi­do -ascendiendo en el servicio- a los gobiernos de su largo tiempo mexicano. Era, en otras palabras, un "influyente".
Admito que nunca lo vi en actitud servil ante nadie, aunque pude adivinar las concesiones inevita­bles que su altiva mirada y su ya encorvada espina debieron hacer ante funcionarios que no existían más allá de los consabidos sexenios presidenciales. Él sa­bía perfectamente que el poder político es perecede­ro; ellos no. Se ufanaban cada seis años, al ser nombrados ministros, antes de ser olvidados por el resto de sus vidas. Lo admirable del señor licenciado don Eloy Zurinaga es que durante sesenta años supo deslizarse de un periodo presidencial al otro, quedando siempre "bien parado". Su estrategia era muy senci­lla. Jamás hubo de romper con nadie del pasado porque a ninguno le dejó entrever un porvenir insignificante para su pasajera grandeza política. La sonrisa irónica de Eloy Zurinaga nunca fue bien entendida más allá de una superficial cortesía y un inexistente aplauso.

Tales of Mystery and Imagination