Tales of Mystery and Imagination

Tales of Mystery and Imagination

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Alejo Carpentier: Los advertidos



…et facta est pluvia super terram…

I

El amanecer se llenó de canoas. Al inmenso remanso, nacido de la invisible confluencia del Río venido de arriba -cuyas fluentes se desconocían- y del Río de la Mano Derecha, las embarcaciones llegaban, raudas, deseosas de entrar vistosamente en esbeltez de eslora, para detenerse, a palancazas de los remeros, donde otras, ya detenidas, se enracimaban, se unían borda con borda, abundosas de gente que saltaba de proas a popas para presumir de graciosas, largando chistes, haciendo muecas, a donde no los llamaban. Ahí estaban los de las tribus enemigas -secularmente enemigas por raptos de mujeres y hurtos de comida-, sin ánimo de pelear, olvidadas de pendencias, mirándose con sonrisas fofas, aunque sin llegar a entablar diálogo. Ahí estaban los de Wapishan y los de Shirishan, que otrora -acaso dos, tres, cuatro siglos antes- se habían acuchillado las jaurías, mutuamente, librándose combates a muerte, tan feroces que, a veces, no había quedado quien pudiera contarlos. Pero los bufones, de caras lacadas, pintadas con zumo de árboles, seguían saltando a canoa en canoa, enseñando los sexos acrecidos por prepucios de cuerno de venado, agitando las sonajas y castañuelas de conchas que llevaban colgadas de los testículos. Esa concordia, esa paz universal, asombraba a los recién llegados, cuyas armas, bien preparadas, atadas con cordeles que podían zafarse rápidamente, quedaban, sin mostrarse, en el piso de las canoas, bien al alcance de la mano. Y todo aquello -la concentración de naves, la armonía lograda entre humanos enemigos, el desparpajo de los bufones- era porque se había anunciado a los pueblos de más allá de los raudales, a los pueblos andariegos, a los pueblos de las montañas pintadas, a los pueblos de las Confluencias Remotas, que el viejo quería ser ayudado en una tarea grande. Enemigos o no, los pueblos respetaban al anciano Amaliwak por su sapiencia, su entendimiento de todo y su buen consejo, los años vividos en este mundo, su poder de haber alzado, allá arriba en la cresta de aquella montaña, tres monolitos de piedra que todos, cuando tronaba, llamaban los Tambores de Amaliwak. No era Amaliwak un dios cabal; pero era un hombre que sabía; que sabía de muchas cosas cuyo conocimiento era negado al común de los mortales: que acaso dialogara, alguna vez, con la Gran-Serpiente-Generadora, que, acostada sobre los montes, siguiéndole el contorno como una mano puede seguir el contorno a la otra mano, había engendrado los dioses terribles que rigen el destino de los hombres, dándoles el Bien con el hermoso pico del tucán, semejante al Arco Iris, y Mal, con la serpiente coral, cuya cabeza diminuta y fina ocultaba el más terrible de los venenos. Era broma corriente decir que Amaliwak, por viejo, hablaba solo y respondía con tonterías a sus propias preguntas, o bien interrogaba las jarras, las cestas, la madera de los arcos, como si fuesen personas. Pero cuando el Viejo de los Tres Tambores convocaba era porque algo iba a suceder. De ahí que el remanso más apacible de la confluencia del Río venido de arriba con el río de la Mano Derecha estuviera llena, repleta, congestionada de canoas, aquella mañana.

Max Aub: Crimen ejemplar



Hacía un frío de mil demonios. Me había citado a las siete y cuarto en la esquina de Venustiano Carranza y San Juan de Letrán. No soy de esos hombres absurdos que adoran el reloj reverenciándolo como una deidad inalterable. Comprendo que el tiempo es elástico y que cuando le dicen a uno a las siete y cuarto, lo mismo da que sean las siete y media. Tengo un criterio amplio para todas las cosas. Siempre he sido un hombre muy tolerante: un liberal de la buena escuela. Pero hay cosas que no se pueden aguantar por muy liberal que uno sea. Que yo sea puntual a las citas no obliga a los demás sino hasta cierto punto; pero ustedes reconocerán conmigo que ese punto existe. Ya dije que hacía un frío espantoso. Y aquella condenada esquina abierta a todos los vientos. Las siete y media, las ocho menos veinte, las ocho menos diez. Las ocho. Es natural que ustedes se pregunten que por qué no lo dejé plantado. La cosa es muy sencilla: yo soy un hombre respetuoso de mi palabra, un poco chapado a la antigua, si ustedes quieren, pero cuando digo una cosa, la cumplo. Héctor me había citado a las siete y cuarto y no me cabe en la cabeza el faltar a una cita. Las ocho y cuarto, las ocho y veinte, las ocho y veinticinco, las ocho y media, y Héctor sin venir. Yo estaba positivamente helado: me dolían los pies, me dolían las manos, me dolía el pecho, me dolía el pelo. La verdad es que si hubiese llevado mi abrigo café, lo más probable es que no hubiera sucedido nada. Pero ésas son cosas del destino y les aseguro que a las tres de la tarde, hora en que salí de casa, nadie podía suponer que se levantara aquel viento. Las nueve menos veinticinco, las nueve menos veinte, las nueve menos cuarto. Transido, amoratado. Llegó a las nueve menos diez: tranquilo, sonriente y satisfecho. Con su grueso abrigo gris y sus guantes forrados:

-¡Hola, mano!

Así, sin más. No lo pude remediar: lo empujé bajo el tren que pasaba.

Charles Perrault: La Barbe bleue



Il était une fois un homme qui avait de belles maisons à la ville et à la campagne, de la vaisselle d’or et d’argent, des meubles en broderies et des carrosses tout dorés. Mais, par malheur, cet homme avait la barbe bleue : cela le rendait si laid et si terrible, qu’il n’était ni femme ni fille qui ne s’enfuît de devant lui.
Une de ses voisines, dame de qualité, avait deux filles parfaitement belles. Il lui en demanda une en mariage, et lui laissa le choix de celle qu’elle voudrait lui donner. Elles n’en voulaient point toutes deux, et se le renvoyaient l’une à l’autre, ne pouvant se résoudre à prendre un homme qui eût la barbe bleue. Ce qui les dégoûtait encore, c’est qu’il avait déjà épousé plusieurs femmes, et qu’on ne savait ce que ces femmes étaient devenues.
La Barbe bleue, pour faire connaissance, les mena, avec leur mère et trois ou quatre de leurs meilleures amies et quelques jeunes gens du voisinage, à une de ses maisons de campagne, où on demeura huit jours entiers. Ce n’étaient que promenades, que parties de chasse et de pêche, que danses et festins, que collations : on ne dormait point et on passait toute la nuit à se faire des malices les uns aux autres ; enfin tout alla si bien que la cadette commença à trouver que le maître du logis n’avait plus la barbe si bleue, et que c’était un fort honnête homme.
Dès qu’on fut de retour à la ville, le mariage se conclut. Au bout d’un mois, la Barbe bleue dit à sa femme qu’il était obligé de faire un voyage en province, de six semaines au moins, pour une affaire de conséquence ; qu’il la priait de se bien divertir pendant son absence ; qu’elle fît venir ses bonnes amies ; qu’elle les menât à la campagne, si elle voulait ; que partout elle fît bonne chère.

Basil Copper: Camera obscura




AS MR. SHARSTED PUSHED his way up the narrow, fussily conceived lanes that led to the older part of the town, he was increasingly aware that there was something about Mr. Gingold he didn’t like. It was not only the old-fashioned, outdated air of courtesy that irritated the moneylender but the gentle, absent-minded way in which he continually put off settlement. Almost as if money were of no importance.
The moneylender hesitated even to say this to himself; the thought was a blasphemy that rocked the very foundations of his world. He pursed his lips grimly and set himself to mount the ill-paved and flinty roadway that bisected the hilly terrain of this remote part of the town.
The moneylender’s narrow, lopsided face was perspiring under his hard hat; lank hair started from beneath the brim, which lent him a curious aspect. This, combined with the green-tinted spectacles he wore, gave him a sinister, decayed look, like someone long dead. The thought may have occurred to the few, scattered passers-by he met in the course of his ascent, for almost to a person they gave one cautious glance and then hurried on as though eager to be rid of his presence.
He turned in at a small courtyard and stood in the shelter of a great old ruined church to catch his breath; his heart was thumping uncomfortably in the confines of his narrow chest and his breath rasped in his throat. Assuredly, he was out of condition, he told himself. Long hours of sedentary work huddled over his accounts were taking their toll; he really must get out more and take some exercise.

Joseín Moros: El ladrón



Innumerables vegetales brillan en el supermercado, los reflejos de tomates, lechugas y repollos, tiñen las caras de dos ancianas. Son pequeñas, como aquellos legendarios pigmeos. Tienen la piel pálida, ojos negros inexpresivos, sin brillo, sin parpadeos; acercan sus menudas caras afiladas a los vegetales y olfatean con cuidado. Las manos firmes, flacas, venosas, escogen lo mejor de las verduras, hortalizas y legumbres.

Un hombre grueso, de barba, lentes oscuros, pantalón azul y franela blanca, calzando zapatos deportivos muy caros, las observa con disimulo. Piensa, mientras finge escoger unos quesos.

—Las viejas están robando.

Un momento antes, el hombre había sustraído la billetera de una compradora distraída y la ocultó en la parte delantera de su ropa interior.

Las ancianas, con la cesta de mano rellena de vegetales, se escurrieron tras un estante colmado de envases. El ladrón sonrió y pensó.

—Son hábiles, allí las cámaras de seguridad no las ven. ¿Por qué se escondieron, si todavía no han robado a nadie?

El hombre se inclinó y miró entre las filas de botellas. A través del vidrio coloreado de rojo y naranja, vio las ancianas moviendo las manos.

—Están locas, parecen magos de feria.

El ladrón, con naturalidad, para no llamar la atención, aceleró el paso y las alcanzó. Se detuvo frente a ellas y dijo en voz baja.

Catherine L. Moore (Northwest Smith): Black Thirst



     Northwest Smith leant his head back against the warehouse wall and stared up into the black night-sky of Venus. The waterfront street was very quiet tonight, very dangerous. He could hear no sound save the eternal slap-slap of water against the piles, but he knew how much of danger and sudden death dwelt here voiceless in the breathing dark, and he may have been a little homesick as he stared up into the clouds that masked a green star hanging lovely on the horizon--Earth and home. And if he thought of that he must have grinned wryly to him-self in the dark, for Northwest Smith had no home, and Earth would not have welcomed him very kindly just then.
     He sat quietly in the dark. Above him in the warehouse wall a faintly lighted window threw a square of pallor upon the wet street. Smith drew back into his angle of darkness under the slanting shaft, hugging one knee. And presently he heard footsteps softly on the street.
     He may have been expecting footsteps, for he turned his head alertly and listened, but it was not a man's feet that came so lightly over the wooden quay, and Smith's brow furrowed. A woman, here, on this black waterfront by night? Not even the lowest class of Venusian street-walker dared come along the waterfronts of Ednes on the nights when the space-liners were not in. Yet across the pavement came clearly now the light tapping of a woman's feet.
     Smith drew farther back into the shadows and waited. And presently she came, a darkness in the dark save for the triangular patch of pallor that was her face. As she passed under the light falling dimly from the window overhead he understood suddenly how she dared walk here and who she was. A long black cloak hid her, but the lightfell upon her face, heart-shaped under the little three-cornered velvet cap that Venusian women wear, fell on ripples of half-hidden bronze hair; and by that sweet triangular face and shining hair he knew her for one of the Minga maids--those beauties that from the beginning of history have been bred in the Minga stronghold for loveliness and grace, as racehorses are bred on Earth, and reared from ear-liest infancy in the art of charming men. Scarcely a court on the three planets lacks at least one of these exquisite creatures, long-limbed, milk-white, with their bronze hair and lovely brazen faces--if the lord of that court has the wealth to buy them. Kings from many nations and races have poured their riches into the Minga gateway, and girls like pure gold and ivory have gone forth to grace a thousand palaces, and this has been so since Ednes first rose on the shore of the Greater Sea.

Santiago Eximeno: 200



«No había previsto que ese recuerdo me iba a atenaza!
de forma tan mala. Creo que es por el olor de las quemaduras, creo que no es natural que unos hombres
maten a otros con fuego» Una temporada de machetes, Jean Hatzfeld


La luz del sol me deslumbraba, apenas podía mantener los ojos abiertos. Me llevé la mano derecha a la frente y lu utilicé a modo de visera para mirar a mi alrededor. Ya empezaban a formarse las primeras colas ante las taquillas: hombres, mujeres y niños agolpándose ante la entrada intentando ser los primeros en recoger su billete y acceder al recinto. Entrecerré los ojos, escudriñando entre el arco iris de ropajes de la multitud, buscando infructuosamente a mi mujer. Hacía calor y notaba cómo las primeras gotas de sudor resbalaban por mi cuero cabelludo, perlando mi frente.
—¡Papá! —gritó una voz a mi espalda.
Me volví, me acuclillé y esperé con los brazos abiertos a mi hijo, que corría hacia mí con una sonrisa radiante en su rostro. Nos abrazamos durante varios segundos, sin­tiendo el roce de nuestra piel contra las ropas, respirando el olor de nuestros cuerpos recién bañados. Mi mujer caminaba tras el niño, con las manos entrelazadas en el regazo. Descubrí en su mirada preocupación y me incor­poré para besarla en los labios. Una de las cámaras situa­da en las torres de acceso se giró para inmortalizar el momento. Acaricié el pelo de mi hijo, sonreí. Ella se limi­tó a apoyar su rostro contra mi cuello, aspirar mi olor, abrazarme.
—Es tarde —dije, liberándome por un instante de su abrazo. De pronto me sentía molesto por su contacto—. Deberíamos entrar.
Nos situamos en una de las doce colas de acceso al recin­to, el niño agarrado a mi mano derecha, mi mujer acari­ciando discretamente mi mano izquierda. Aún tendríamos que esperar varios minutos para llegar hasta las taquillas, pequeños cubículos de cristal y aluminio donde operarios anónimos que nunca aparecían en las pantallas, vestidos con ridículos trajes verdes y blancos, nos entregarían nues­tros billetes.
—¿Qué veremos hoy, papá? —preguntó mi hijo, y yo me encogí de hombros.

José Saramago: Embargo



Acordou com a sensação aguda de um sonho degolado e viu diante de si a chapa cinzenta e gelada da vidraça, o olho esquadrado da madrugada que entrava, lívido, cortado em cruz e escorrente de transpiração condensada. Pensou que a mulher esquecera de correr o cortinado ao deitar-se, e aborreceu-se: se não conseguisse a voltar a dormir já, acabaria por ter o dia estragado. Faltou-lhe porém o ânimo para levantar-se, para tapar a janela: preferiu cobrir a cara com um lençol e virar-se para a mulher que dormia, refugiar-se no calor dela e no cheiro d seus cabelos libertos. Esteve ainda uns minutos à espera, inquieto, a temer a espertina matinal. Mas depois acudiu-lhe a idéia do casulo morno q era a cama e a presença labiríntica do corpo a que se encostava, e, quase a deslizar num círculo lento de imagens sensuais, tornou a cair no sono. O olho cinzento da vidraça foi-se azulando aos poucos, fitando fixo as duas cabeças pousadas na cama, como restos aquecidos de uma mudança para outra casa ou para outro mundo. Quando o despertador tocou, passadas duas horas, o quarto estava claro.
Disse à mulher que não se levantasse, que aproveitasse um pouco mais da manhã, e escorregou para o ar frio, para a humidade indefinível das paredes, dos puxadores das portas, das toalhas da casa de banho. Fumou o primeiro cigarro enquanto se barbeava e o segundo com o café, que entretanto aquecera. Tossiu como todas as manhãs. Depois vestiu-se às apalpadelas, sem acender a luz do quarto. Na queria acordar a mulher. Um cheiro fresco de água-de-colônia avivou a penumbra, e isso fez que a mulher suspirasse de prazer quando o marido debruçou-se na cama para lhe beijar os olhos fechados. E ele sussurrou que não viria almoçar a casa.
Fechou a porta e desceu rapidamente a escada. O prédio parecia mais silencioso que de costume. Talvez do nevoeiro, pensou. Reparara que o nevoeiro era assim como uma campânula que abafava os sons e os transformava, dissolvendo-os, fazendo deles o que fazia com as imagens. Estaria nevoeiro. No último lanço da escada já poderia ver a rua e saber se acertara. Afinal havia uma luz ainda cinzenta, mas dura e rebrilhante, de quartzo. Na berma do passeio, um grande rato morto. E enquanto, parado à porta, acendia o terceiro cigarro, passou um garoto embaçado, de gordo, que cuspiu em cima do animal, como lhe tinham ensinado e sempre via fazer.

Hesketh Vernon Hesketh Prichard - Katherine Prichard: The story of Baelbrow



IT is a matter for regret that so many of Mr. Flaxman Low's reminiscences should deal with the darker episodes of his career. Yet this is almost unavoidable, as the more purely scientific and less strongly marked cases would not, perhaps, contain the same elements of interest for the general public however valuable and instructive they might be to the expert student. It has also been considered better to choose the completer cases, those that ended in something like satisfactory proof, rather than the many instances where the thread broke abruptly amongst surmisings, which it was never possible to subject to convincing tests.

North of a low-lying strip of promontory of Bael Ness thrusts a blunt nose into the sea. On the ness, backed by pinewoods, stands a square, comfortable stone mansion, known to the countryside as Baelbrow. It has face the east winds for close upon three hundred years, and during the whole period has been the home of the Swaffam family, who were never in any wise put out of conceit of their ancestral dwelling by the fact that it had always been haunted. Indeed, the Swaffams were proud of the Baelbrow Ghost, which enjoyed a wide notoriety, and no one dreamt of complaining of its behaviour until Professor Jungvort, of Nuremburg, laid information against it, and sent an urgent appeal for help to Mr. Flaxman Low.

The Professor, who was well acquainted with Mr. Low, detailed the circumstances of his tenancy of Baelbrow, and the unpleasant events that had followed thereupon.

Ángel Olgoso: El espanto



Acodado en una mesita exterior del café Madagascar, sorbo el contenido de mi taza y contemplo a los transeúntes, estudiándolos como quien pesca con chispa y mosca ahogada. El aire remolca muy despacio las nubes. Me fijo en un hombre agradable con sombrero y maletín que lleva de la mano a una niña de no más de seis años, tironeando un poco de su bracito, lo suficiente como para impedir que avance con naturalidad. Parece asustada. El contacto de aquellas dos manos desparejas no es el idóneo, ni responde a la bendición del amor, remite por el contrario a la vorágine de peligros que se extiende más allá de uno mismo. Esos detalles triviales me sobrecogen. Y su efecto hace que, de pronto, tenga del hombre la percepción —repugnante en el más genuino sentido de la palabra— de algo como una langosta, una más entre las langostas de una plaga que bulle sobre un mar de sangre negra. Los observo mientras se alejan: la niña con pasitos descompasados y él emitiendo sonidos de masticación. Finalmente, ambos se pierden entre los huevos de oscuridad que están siendo incubados bajo los farallones de nuestros edificios.

Jean Lorrain (Paul Alexandre Martin Duval): Les trous du masque



I
« Vous voulez en voir, m’avait dit mon ami de Jakels, soit, procurez-vous un domino et un loup, un domino assez élégant de satin noir, chaussez des escarpins et, pour cette fois, des bas de soie noire et attendez-moi chez vous mardi. Vers dix heures et demie, j’irai vous prendre. »
Le mardi suivant, enveloppé dans les plis bruissants d’un long camail, un masque de velours à barbe de satin assujetti derrière les oreilles, j’attendais mon ami de Jakels dans ma garçonnière de la rue Taitbout, tout en chauffant aux braises du foyer mes pieds horripilés par le contact irritant de la soie ; dehors les cornets à bouquin et les cris exaspérés d’un soir de carnaval m’arrivaient confus du boulevard.
Assez étrange et même inquiétante à la longue, en y réfléchissant, cette veillée solitaire d’une forme masquée affalée dans un fauteuil, dans le clair obscur de ce rez-de-chaussée encombrés de bibelots, assourdi de tentures avec, dans les miroirs pendus aux murailles, la flamme haute d’une lampe à pétrole et le vacillement de deux longues bougies très blanches, sveltes, comme funéraires ; et de Jakels n’arrivait pas. Les cris des masques éclatant au loin aggravaient encore l’hostilité du silence, les deux bougies brûlaient si droites qu’un énervement finissait par me prendre et, soudain effaré devant ces trois lumières, je me levai pour aller en souffler une.
En ce moment, une des portières s’écartait et de Jakels entra.
De Jakels ? Je n’avais entendu ni sonner ni ouvrir. Comment s’était —il introduit dans mon appartement ? J’y ai songé souvent depuis ; enfin de Jakels était là devant moi ; de Jakels ? C’est-à-dire un long domino, une grande forme sombre voilée et masquée comme moi : « Vous êtes prêt, interrogeait sa voix que je ne reconnus pas, ma voiture est là, nous allons partir. »

Fritz Leiber: Ship of Shadows





“Issiot! Fffool! Lushshsh!” hissed the cat and bit Spar somewhere.

The fourfold sting of the eye teeth balanced the gut-wretchedness of his looming hangover, so that Spar’s mind floated as free as his body in the blackness of Windrush, in which shone only a couple of running lights dim as churning dream-glow and infinitely distant as the Bridge or the Stern.

The vision came of a ship with all sails set creaming through blue, wind-ruffled sea against a blue sky. The last two nouns were not obscene now. He could hear the whistle of the salty wind through shrouds and stays, its drumming against the taut sails, and the creak of the three masts and all the rest of the ship’s wood.

What was wood? From somewhere came the answer: plastic alive-o.

And what force flattened the water and kept it from breaking up into great globules and the ship from spinning away, keel over masts, in the wind?

Instead of being blurred and rounded like reality, the vision was sharp-edged and bright—the sort Spar never told, for fear of being accused of second sight and so of witchcraft.

Windrush was a ship too, was often called the Ship. But it was a strange sort of ship, in which the sailors lived forever in the shrouds inside cabins of all shapes made of translucent sails welded together. And it was a ship that was not sailing anywhere, because it had everywhere in it—it was all there was.

The only other things the two ships shared were the wind and the unending creaking. As the vision faded, Spar began to hear the winds of Windrush softly moaning through the long passageways, while he felt the creaking in the vibrant shroud to which he was clipped wrist and ankle to keep him from floating around in the Bat Rack.

Sleepday’s dreams had begun good, with Spar having Crown’s three girls at once. But Sleepday night he had been half-waked by the distant grinding of Hold Three’s big chewer. Then werewolves and vampires had attacked him, solid shadows diving in from all six corners, while witches and their familiars tittered in the black shadowy background. Somehow he had been protected by the cat, familiar of a slim witch whose bared teeth had been an ivory blur in the larger silver blur of her wild hair. Spar pressed his rubbery gums together. The cat had been the last of the supernatural creatures to fade. Then had come the beautiful vision of the ship.

Miguel Dorelo: Conurbano



La observaba pasar desde hacia casi una semana.
Ella cumplía con su rutina todas las tardecitas, al trote durante parte del trayecto y luego acelerando el paso hasta terminar su recorrido justo en el puente donde realizaba sus ejercicios y elongaciones finales. Luego, a paso firme se alejaba cruzando la ruta y él la miraba hasta que su figura joven y esbelta se perdía detrás de una hilera de árboles que formaban un pequeño monte interrumpido abruptamente por las obras de un nuevo barrio en construcción.
De unos quince o dieciséis años, o quizás algo más, lucía hermosa y saludable enfundada en su equipo de gimnasia gris plata con vivos rojos que hacía resaltar su piel bronceada y su largo pelo rubio.
Él era de contextura más bien grande y poco propensa a cualquier tipo de actividad física a juzgar por su abultado vientre, aparentando por lo menos el doble de edad que ella; digamos que no era precisamente el tipo de hombre en el que una jovencita como ella se fijaría. Ciertamente, jamás había desviado en lo más mínimo su mirada cuando pasaba a su lado, como si él formase naturalmente parte del paisaje de aquél lugar del suburbano bonaerense tanto como algunas de las viejas fábricas abandonadas que se herrumbraban añorando épocas de bonanza ya pasadas.

Johann Wolfgang von Goethe:Das Märchen



An dem großen Flusse, der eben von einem starken Regen geschwollen und übergetreten war, lag in seiner kleinen Hütte, müde von den Anstrengungen des Tages, der alte Fährmann und schlief. Mitten in der Nacht weckten ihn einige laute Stimmen; er hörte, daß Reisende übergesetzt sein wollten.
Als er vor die Tür hinaus trat, sah er zwei große Irrlichter über dem angebundenen Kahne schweben, die ihm versicherten, daß sie große Eile hätten und schon an jenem Ufer zu sein wünschten. Der Alte säumte nicht, stieß ab und fuhr, mit seiner gewöhnlichen Geschicklichkeit, quer über den Strom, indes die Fremden in einer unbekannten, sehr behenden Sprache gegeneinander zischten und mitunter in ein lautes Gelächter ausbrachen, indem sie bald auf den Rändern und Bänken, bald auf dem Boden des Kahns hin- und widerhüpften.
Der Kahn schwankt! rief der Alte; und wenn ihr so unruhig seid, kann er umschlagen; setzt euch, ihr Lichter!
Sie brachen über diese Zumutung in ein großes Gelächter aus, verspotteten den alten und waren noch unruhiger als vorher. Er trug ihre Unarten mit Geduld, und stieß bald am jenseitigen Ufer an.
Hier ist für Eure Mühe! riefen die Reisenden, und es fielen, indem sie sich schüttelten, viele glänzende Goldstücke in den feuchten Kahn. Ums Himmels willen, was macht ihr? rief der Alte. Ihr bringt mich ins größte Unglück! Wäre ein Goldstück ins Wasser gefallen, so würde der Strom, der dies Metall nicht leiden kann, sich in entsetzliche Wellen erhoben, das Schiff und mich verschlungen haben, und wer weiß, wie es euch gegangen sein würde! Nehmt euer Geld wieder zu euch!
Wir können nichts wieder zu uns nehmen, was wir abgeschüttelt haben, versetzten jene.
So macht ihr mir noch die Mühe, sagte der Alte, indem er sich bückte und die Goldstücke in seine Mütze las, daß ich sie zusammensuchen, ans Land tragen und vergraben muß.

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