Tales of Mystery and Imagination

Tales of Mystery and Imagination

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Santiago Eximeno: 200



«No había previsto que ese recuerdo me iba a atenaza!
de forma tan mala. Creo que es por el olor de las quemaduras, creo que no es natural que unos hombres
maten a otros con fuego» Una temporada de machetes, Jean Hatzfeld


La luz del sol me deslumbraba, apenas podía mantener los ojos abiertos. Me llevé la mano derecha a la frente y lu utilicé a modo de visera para mirar a mi alrededor. Ya empezaban a formarse las primeras colas ante las taquillas: hombres, mujeres y niños agolpándose ante la entrada intentando ser los primeros en recoger su billete y acceder al recinto. Entrecerré los ojos, escudriñando entre el arco iris de ropajes de la multitud, buscando infructuosamente a mi mujer. Hacía calor y notaba cómo las primeras gotas de sudor resbalaban por mi cuero cabelludo, perlando mi frente.
—¡Papá! —gritó una voz a mi espalda.
Me volví, me acuclillé y esperé con los brazos abiertos a mi hijo, que corría hacia mí con una sonrisa radiante en su rostro. Nos abrazamos durante varios segundos, sin­tiendo el roce de nuestra piel contra las ropas, respirando el olor de nuestros cuerpos recién bañados. Mi mujer caminaba tras el niño, con las manos entrelazadas en el regazo. Descubrí en su mirada preocupación y me incor­poré para besarla en los labios. Una de las cámaras situa­da en las torres de acceso se giró para inmortalizar el momento. Acaricié el pelo de mi hijo, sonreí. Ella se limi­tó a apoyar su rostro contra mi cuello, aspirar mi olor, abrazarme.
—Es tarde —dije, liberándome por un instante de su abrazo. De pronto me sentía molesto por su contacto—. Deberíamos entrar.
Nos situamos en una de las doce colas de acceso al recin­to, el niño agarrado a mi mano derecha, mi mujer acari­ciando discretamente mi mano izquierda. Aún tendríamos que esperar varios minutos para llegar hasta las taquillas, pequeños cubículos de cristal y aluminio donde operarios anónimos que nunca aparecían en las pantallas, vestidos con ridículos trajes verdes y blancos, nos entregarían nues­tros billetes.
—¿Qué veremos hoy, papá? —preguntó mi hijo, y yo me encogí de hombros.

José Saramago: Embargo



Acordou com a sensação aguda de um sonho degolado e viu diante de si a chapa cinzenta e gelada da vidraça, o olho esquadrado da madrugada que entrava, lívido, cortado em cruz e escorrente de transpiração condensada. Pensou que a mulher esquecera de correr o cortinado ao deitar-se, e aborreceu-se: se não conseguisse a voltar a dormir já, acabaria por ter o dia estragado. Faltou-lhe porém o ânimo para levantar-se, para tapar a janela: preferiu cobrir a cara com um lençol e virar-se para a mulher que dormia, refugiar-se no calor dela e no cheiro d seus cabelos libertos. Esteve ainda uns minutos à espera, inquieto, a temer a espertina matinal. Mas depois acudiu-lhe a idéia do casulo morno q era a cama e a presença labiríntica do corpo a que se encostava, e, quase a deslizar num círculo lento de imagens sensuais, tornou a cair no sono. O olho cinzento da vidraça foi-se azulando aos poucos, fitando fixo as duas cabeças pousadas na cama, como restos aquecidos de uma mudança para outra casa ou para outro mundo. Quando o despertador tocou, passadas duas horas, o quarto estava claro.
Disse à mulher que não se levantasse, que aproveitasse um pouco mais da manhã, e escorregou para o ar frio, para a humidade indefinível das paredes, dos puxadores das portas, das toalhas da casa de banho. Fumou o primeiro cigarro enquanto se barbeava e o segundo com o café, que entretanto aquecera. Tossiu como todas as manhãs. Depois vestiu-se às apalpadelas, sem acender a luz do quarto. Na queria acordar a mulher. Um cheiro fresco de água-de-colônia avivou a penumbra, e isso fez que a mulher suspirasse de prazer quando o marido debruçou-se na cama para lhe beijar os olhos fechados. E ele sussurrou que não viria almoçar a casa.
Fechou a porta e desceu rapidamente a escada. O prédio parecia mais silencioso que de costume. Talvez do nevoeiro, pensou. Reparara que o nevoeiro era assim como uma campânula que abafava os sons e os transformava, dissolvendo-os, fazendo deles o que fazia com as imagens. Estaria nevoeiro. No último lanço da escada já poderia ver a rua e saber se acertara. Afinal havia uma luz ainda cinzenta, mas dura e rebrilhante, de quartzo. Na berma do passeio, um grande rato morto. E enquanto, parado à porta, acendia o terceiro cigarro, passou um garoto embaçado, de gordo, que cuspiu em cima do animal, como lhe tinham ensinado e sempre via fazer.

Hesketh Vernon Hesketh Prichard - Katherine Prichard: The story of Baelbrow



IT is a matter for regret that so many of Mr. Flaxman Low's reminiscences should deal with the darker episodes of his career. Yet this is almost unavoidable, as the more purely scientific and less strongly marked cases would not, perhaps, contain the same elements of interest for the general public however valuable and instructive they might be to the expert student. It has also been considered better to choose the completer cases, those that ended in something like satisfactory proof, rather than the many instances where the thread broke abruptly amongst surmisings, which it was never possible to subject to convincing tests.

North of a low-lying strip of promontory of Bael Ness thrusts a blunt nose into the sea. On the ness, backed by pinewoods, stands a square, comfortable stone mansion, known to the countryside as Baelbrow. It has face the east winds for close upon three hundred years, and during the whole period has been the home of the Swaffam family, who were never in any wise put out of conceit of their ancestral dwelling by the fact that it had always been haunted. Indeed, the Swaffams were proud of the Baelbrow Ghost, which enjoyed a wide notoriety, and no one dreamt of complaining of its behaviour until Professor Jungvort, of Nuremburg, laid information against it, and sent an urgent appeal for help to Mr. Flaxman Low.

The Professor, who was well acquainted with Mr. Low, detailed the circumstances of his tenancy of Baelbrow, and the unpleasant events that had followed thereupon.

Ángel Olgoso: El espanto



Acodado en una mesita exterior del café Madagascar, sorbo el contenido de mi taza y contemplo a los transeúntes, estudiándolos como quien pesca con chispa y mosca ahogada. El aire remolca muy despacio las nubes. Me fijo en un hombre agradable con sombrero y maletín que lleva de la mano a una niña de no más de seis años, tironeando un poco de su bracito, lo suficiente como para impedir que avance con naturalidad. Parece asustada. El contacto de aquellas dos manos desparejas no es el idóneo, ni responde a la bendición del amor, remite por el contrario a la vorágine de peligros que se extiende más allá de uno mismo. Esos detalles triviales me sobrecogen. Y su efecto hace que, de pronto, tenga del hombre la percepción —repugnante en el más genuino sentido de la palabra— de algo como una langosta, una más entre las langostas de una plaga que bulle sobre un mar de sangre negra. Los observo mientras se alejan: la niña con pasitos descompasados y él emitiendo sonidos de masticación. Finalmente, ambos se pierden entre los huevos de oscuridad que están siendo incubados bajo los farallones de nuestros edificios.

Jean Lorrain (Paul Alexandre Martin Duval): Les trous du masque



I
« Vous voulez en voir, m’avait dit mon ami de Jakels, soit, procurez-vous un domino et un loup, un domino assez élégant de satin noir, chaussez des escarpins et, pour cette fois, des bas de soie noire et attendez-moi chez vous mardi. Vers dix heures et demie, j’irai vous prendre. »
Le mardi suivant, enveloppé dans les plis bruissants d’un long camail, un masque de velours à barbe de satin assujetti derrière les oreilles, j’attendais mon ami de Jakels dans ma garçonnière de la rue Taitbout, tout en chauffant aux braises du foyer mes pieds horripilés par le contact irritant de la soie ; dehors les cornets à bouquin et les cris exaspérés d’un soir de carnaval m’arrivaient confus du boulevard.
Assez étrange et même inquiétante à la longue, en y réfléchissant, cette veillée solitaire d’une forme masquée affalée dans un fauteuil, dans le clair obscur de ce rez-de-chaussée encombrés de bibelots, assourdi de tentures avec, dans les miroirs pendus aux murailles, la flamme haute d’une lampe à pétrole et le vacillement de deux longues bougies très blanches, sveltes, comme funéraires ; et de Jakels n’arrivait pas. Les cris des masques éclatant au loin aggravaient encore l’hostilité du silence, les deux bougies brûlaient si droites qu’un énervement finissait par me prendre et, soudain effaré devant ces trois lumières, je me levai pour aller en souffler une.
En ce moment, une des portières s’écartait et de Jakels entra.
De Jakels ? Je n’avais entendu ni sonner ni ouvrir. Comment s’était —il introduit dans mon appartement ? J’y ai songé souvent depuis ; enfin de Jakels était là devant moi ; de Jakels ? C’est-à-dire un long domino, une grande forme sombre voilée et masquée comme moi : « Vous êtes prêt, interrogeait sa voix que je ne reconnus pas, ma voiture est là, nous allons partir. »

Fritz Leiber: Ship of Shadows





“Issiot! Fffool! Lushshsh!” hissed the cat and bit Spar somewhere.

The fourfold sting of the eye teeth balanced the gut-wretchedness of his looming hangover, so that Spar’s mind floated as free as his body in the blackness of Windrush, in which shone only a couple of running lights dim as churning dream-glow and infinitely distant as the Bridge or the Stern.

The vision came of a ship with all sails set creaming through blue, wind-ruffled sea against a blue sky. The last two nouns were not obscene now. He could hear the whistle of the salty wind through shrouds and stays, its drumming against the taut sails, and the creak of the three masts and all the rest of the ship’s wood.

What was wood? From somewhere came the answer: plastic alive-o.

And what force flattened the water and kept it from breaking up into great globules and the ship from spinning away, keel over masts, in the wind?

Instead of being blurred and rounded like reality, the vision was sharp-edged and bright—the sort Spar never told, for fear of being accused of second sight and so of witchcraft.

Windrush was a ship too, was often called the Ship. But it was a strange sort of ship, in which the sailors lived forever in the shrouds inside cabins of all shapes made of translucent sails welded together. And it was a ship that was not sailing anywhere, because it had everywhere in it—it was all there was.

The only other things the two ships shared were the wind and the unending creaking. As the vision faded, Spar began to hear the winds of Windrush softly moaning through the long passageways, while he felt the creaking in the vibrant shroud to which he was clipped wrist and ankle to keep him from floating around in the Bat Rack.

Sleepday’s dreams had begun good, with Spar having Crown’s three girls at once. But Sleepday night he had been half-waked by the distant grinding of Hold Three’s big chewer. Then werewolves and vampires had attacked him, solid shadows diving in from all six corners, while witches and their familiars tittered in the black shadowy background. Somehow he had been protected by the cat, familiar of a slim witch whose bared teeth had been an ivory blur in the larger silver blur of her wild hair. Spar pressed his rubbery gums together. The cat had been the last of the supernatural creatures to fade. Then had come the beautiful vision of the ship.

Miguel Dorelo: Conurbano



La observaba pasar desde hacia casi una semana.
Ella cumplía con su rutina todas las tardecitas, al trote durante parte del trayecto y luego acelerando el paso hasta terminar su recorrido justo en el puente donde realizaba sus ejercicios y elongaciones finales. Luego, a paso firme se alejaba cruzando la ruta y él la miraba hasta que su figura joven y esbelta se perdía detrás de una hilera de árboles que formaban un pequeño monte interrumpido abruptamente por las obras de un nuevo barrio en construcción.
De unos quince o dieciséis años, o quizás algo más, lucía hermosa y saludable enfundada en su equipo de gimnasia gris plata con vivos rojos que hacía resaltar su piel bronceada y su largo pelo rubio.
Él era de contextura más bien grande y poco propensa a cualquier tipo de actividad física a juzgar por su abultado vientre, aparentando por lo menos el doble de edad que ella; digamos que no era precisamente el tipo de hombre en el que una jovencita como ella se fijaría. Ciertamente, jamás había desviado en lo más mínimo su mirada cuando pasaba a su lado, como si él formase naturalmente parte del paisaje de aquél lugar del suburbano bonaerense tanto como algunas de las viejas fábricas abandonadas que se herrumbraban añorando épocas de bonanza ya pasadas.

Johann Wolfgang von Goethe:Das Märchen



An dem großen Flusse, der eben von einem starken Regen geschwollen und übergetreten war, lag in seiner kleinen Hütte, müde von den Anstrengungen des Tages, der alte Fährmann und schlief. Mitten in der Nacht weckten ihn einige laute Stimmen; er hörte, daß Reisende übergesetzt sein wollten.
Als er vor die Tür hinaus trat, sah er zwei große Irrlichter über dem angebundenen Kahne schweben, die ihm versicherten, daß sie große Eile hätten und schon an jenem Ufer zu sein wünschten. Der Alte säumte nicht, stieß ab und fuhr, mit seiner gewöhnlichen Geschicklichkeit, quer über den Strom, indes die Fremden in einer unbekannten, sehr behenden Sprache gegeneinander zischten und mitunter in ein lautes Gelächter ausbrachen, indem sie bald auf den Rändern und Bänken, bald auf dem Boden des Kahns hin- und widerhüpften.
Der Kahn schwankt! rief der Alte; und wenn ihr so unruhig seid, kann er umschlagen; setzt euch, ihr Lichter!
Sie brachen über diese Zumutung in ein großes Gelächter aus, verspotteten den alten und waren noch unruhiger als vorher. Er trug ihre Unarten mit Geduld, und stieß bald am jenseitigen Ufer an.
Hier ist für Eure Mühe! riefen die Reisenden, und es fielen, indem sie sich schüttelten, viele glänzende Goldstücke in den feuchten Kahn. Ums Himmels willen, was macht ihr? rief der Alte. Ihr bringt mich ins größte Unglück! Wäre ein Goldstück ins Wasser gefallen, so würde der Strom, der dies Metall nicht leiden kann, sich in entsetzliche Wellen erhoben, das Schiff und mich verschlungen haben, und wer weiß, wie es euch gegangen sein würde! Nehmt euer Geld wieder zu euch!
Wir können nichts wieder zu uns nehmen, was wir abgeschüttelt haben, versetzten jene.
So macht ihr mir noch die Mühe, sagte der Alte, indem er sich bückte und die Goldstücke in seine Mütze las, daß ich sie zusammensuchen, ans Land tragen und vergraben muß.

Michael Swanwick: The Dead



Three boy zombies in matching red jackets bussed our table, bringing water, lighting candles, brushing away the crumbs between courses. Their eyes were dark, attentive, lifeless; their hands and faces so white as to be faintly luminous in the hushed light. I thought it in bad taste, but «This is Manhattan,» Courtney said. «A certain studied offensiveness is fashionable here.»

The blond brought menus and waited for our order.

We both ordered pheasant. «An excellent choice,» the boy said in a clear, emotionless voice. He went away and came back a minute later with the freshly strangled birds, holding them up for our approval. He couldn't have been more than eleven when he died and his skin was of that sort connoisseurs call «milk glass,» smooth, without blemish, and all but translucent. He must have cost a fortune.

As the boy was turning away, I impulsively touched his shoulder. He turned back. «What's your name, son?» I asked.

«Timothy.» He might have been telling me the sp'ecialit'e de maison . The boy waited a breath to see if more was expected of him, then left.

Courtney gazed after him. «How lovely he would look,» she murmured, «nude. Standing in the moonlight by a cliff. Definitely a cliff. Perhaps the very one where he met his death.»

Juan José Arreola: El discípulo



De raso negro, bordeada de armiño y con gruesos alamares de plata y de ébano, la gorra de Andrés Salaino es la más hermosa que he visto. El maestro la compró a un mercader veneciano y es realmente digna de un príncipe. Para no ofenderme, se detuvo al pasar por el Mercado Viejo y eligió este bonete de fieltro gris. Luego, queriendo celebrar el estreno nos puso de modelo el uno al otro.

Dominado mi resentimiento, dibujé una cabeza de Salaino, lo mejor que ha salido de mi mano. Andrés aparece tocado con su hermosa gorra, y con el gesto altanero que pasea por las calles de Florencia, creyéndose a los dieciocho años un maestro de la pintura. A su vez, Salaino me retrató con el ridículo bonete y con el aire de un campesino recién llegado de San Sepolcro. El maestro celebró alegremente nuestra labor, y él mismo sintió ganas de dibujar. Decía: «Salaino sabe reírse y no ha caído en la trampa». Y luego, dirigiéndose a mí: «Tú sigues creyendo en la belleza. Muy caro lo pagarás. No falta en tu dibujo una línea, pero sobran muchas. Traedme un cartón. Os enseñaré cómo se destruye la belleza».

Con un lápiz de carbón trazó el bosquejo de una bella figura: el rostro de un ángel, tal vez el de una hermosa mujer. Nos dijo: «Mirad, aquí está naciendo la belleza. Estos dos huecos oscuros son sus ojos; estas líneas imperceptibles, la boca. El rostro entero carece de contorno. Ésta es la belleza». Y luego, con un guiño: «Acabemos con ella». Y en poco tiempo, dejando caer unas líneas sobre otras, creando espacios de luz y de sombra, hizo de memoria ante mis ojos maravillados el retrato de Gioia. Los mismos ojos oscuros, el mismo óvalo del rostro, la misma imperceptible sonrisa.

Ángel García Galiano: La última cena



El conde me ha invitado a su castillo. Naturalmente yo llevaré la bebida

Maria Isabel Barreno: A Freira e o Assassino



Madre Angélica atravessava de noite os escuros corredores do convento. Tinha aquele hábito. Dormia mal. Acordava invariavelmente duas horas depois de ter adormecido, no silêncio denso, escuro, só cortado pelas folhas das árvores, em conversa com o vento, no jardim, e pelo ressonar de várias das freiras – umas porque eram gordas, de enormes peitos, e aquele peso excessivo certamente lhes comprimia os pulmões, outras porque tinham sinusite, bronquite, enfim, várias obstruções do aparelho respiratório. Assim pensava Madre Angélica, invariavelmente, atravessando os escuríssimos corredores, ouvindo o ressonar das suas irmãs em Cristo, e concluía, sempre com um estremecimento: quantas obstruções e filtros e escuras passagens temos dentro de nós, acerca dos quais ignoramos tudo, e que sub-repticiamente se revelam ao conhecimento dos outros, na nossa inconsciência, pela calada da noite ou por qualquer outro lapso de nossa vigilância. Aqui chegada, Madre Angélica estremecia, mais ainda do que durante toda a caminhada. Ela tinha medo daqueles escuros e desertos corredores, mas tinha aquele hábito, aquele consolo no seu mau dormir: levantava-se da cama e dirigia-se à capela, onde entrava pela porta do coro, que dava para o interior do convento.
A capela destacava-se do edifício do convento. Tanto a sua porta principal como a porta da sacristia davam para a pequena álea que atravessava o jardim e conduzia até ao portão de ferro, bem alto, fechado à noite. Madre Angélica entrava, quase rangia os dentes com o arrepio que lhe dava o chiar da porta nos gonzos, descia pela escadinha de caracol e sentava-se num dos bancos da nave. Aí orava, pedindo a Deus vários socorros porque se achava muito imperfeita. No fim da sobressaltada caminhada sabia-lhe bem aquela solitária intimidade com Deus, toda a capela só para si.

I.A. Ireland (Jorge Luis Borges - Bioy Casares ?): Ending for a Ghost Story



'How eerie!' said the girl, advancing cautiously. 'And what a heavy door!'

She touched it as she spoke and it suddenly swung to with a click

'Good Lord!' said the man, 'I don't believe there's a handle inside.
Why, you've locked us both in!'

'Not both of us. Only one of us,' said the girl, and before his eyes, she passed straight through the door, and vanished.

Yoss (José Miguel Sánchez Gómez): Fábula de la mariposa mágica



Cierto hechicero (que no se llamaba Chuang-Tzu ni había nunca soñado que era una mariposa) era célebre por sus sortilegios. Un día, un joven ambicioso acudió a él y le rogó que le enseñara magia.
—Antes deberás convencerme de que eres digno de ser mi aprendiz —le respondió el sabio taumaturgo, entregándole una maceta con una frondosa planta, en una de cuyas hojas brillaba bien visible un punto blanco—. Cuida como de tu propia vida de la oruga que nacerá de este huevo, y de la mariposa en la que se convertirá, y ya veremos.
El joven retornó a su hogar con la maceta y la vigiló con fervor. A la semana fue encantado testigo de la eclosión del huevo en un brillante gusanillo rojo con rayas verdes, que comenzó inmediatamente a comerse las hojas de la planta.
Durante los siguientes quince días la oruga comió sin descanso y creció en correspondencia. Por cuidarla, el joven enflaqueció y en su rostro aparecieron dos enormes ojeras, pero logró evitar que una mantis y una araña devoraran al animalejo, así como que varios pájaros la picotearan.
Al decimosexto día, la ya enorme oruga verdeamarilla se colgó de una de las ramas desnudas de la planta, envolviéndose en un capullo de seda, y quedó inmóvil.
Cuando la crisálida se rompió, una mariposa diferente a cualquier especie conocida extendió al aire sus alas multicolores y de cambiantes motivos. El joven la contempló arrobado, sintiéndose más cerca que nunca de volver realidad su ambición de ser mago.

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