Tales of Mystery and Imagination

Tales of Mystery and Imagination

" Tales of Mystery and Imagination es un blog sin ánimo de lucro cuyo único fin consiste en rendir justo homenaje a los escritores de terror, ciencia-ficción y fantasía del mundo. Los derechos de los textos que aquí aparecen pertenecen a cada autor.

Las imágenes han sido obtenidas de la red y son de dominio público. No obstante, si alguien tiene derecho reservado sobre alguna de ellas y se siente perjudicado por su publicación, por favor, no dude en comunicárnoslo.

Julio Cortázar: La noche boca arriba



Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;
le llamaban la guerra florida.

A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.

Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.

Jack London: Lost face



It was the end. Subienkow had travelled a long trail of bitterness and horror, homing like a dove for the capitals of Europe, and here, farther away than ever, in Russian America, the trail ceased. He sat in the snow, arms tied behind him, waiting the torture. He stared curiously before him at a huge Cossack, prone in the snow, moaning in his pain. The men had finished handling the giant and turned him over to the women. That they exceeded the fiendishness of the men, the man’s cries attested.

Subienkow looked on, and shuddered. He was not afraid to die. He had carried his life too long in his hands, on that weary trail from Warsaw to Nulato, to shudder at mere dying. But he objected to the torture. It offended his soul. And this offence, in turn, was not due to the mere pain he must endure, but to the sorry spectacle the pain would make of him. He knew that he would pray, and beg, and entreat, even as Big Ivan and the others that had gone before. This would not be nice. To pass out bravely and cleanly, with a smile and a jest—ah! that would have been the way. But to lose control, to have his soul upset by the pangs of the flesh, to screech and gibber like an ape, to become the veriest beast—ah, that was what was so terrible.

There had been no chance to escape. From the beginning, when he dreamed the fiery dream of Poland’s independence, he had become a puppet in the hands of Fate. From the beginning, at Warsaw, at St. Petersburg, in the Siberian mines, in Kamtchatka, on the crazy boats of the fur-thieves, Fate had been driving him to this end. Without doubt, in the foundations of the world was graved this end for him—for him, who was so fine and sensitive, whose nerves scarcely sheltered under his skin, who was a dreamer, and a poet, and an artist. Before he was dreamed of, it had been determined that the quivering bundle of sensitiveness that constituted him should be doomed to live in raw and howling savagery, and to die in this far land of night, in this dark place beyond the last boundaries of the world.

Raúl Brandão: O Mistério da Árvore



Esgalhada e seca, os seus frutos eram cadáveres ou corvos. Ninguém se lembrava que tivesse dado folhas nem flor, a árvore enorme que havia séculos servia de forca: ninguém se deitava à sua sombra, e até o sol fugia da árvore estarrecida e hirta que havia séculos servia de forca.
Em frente ficava o Palácio real, construído num bloco de pedra escura, e só o Rei, de alma igual à sua alma, nua e trágica, se pusera a amá-la, a árvore triste que havia séculos servia de forca.
Que doença estranha, lenta mas tenaz, matava o Rei?... Só amava os crepúsculos, as agonias da luz, o passado, ea multidão silenciosa vinha vê-lo, ao fim da tarde, de cabeça encostada aos vidros das janelas, fixo o olhar nas águas verdes e limosas e no espectro da árvore levantada diante do Palácio. Tudo que era vivo fugira de ao pé dele, porque o Rei mandava punir a mocidade eo amor, e dez léguas à roda o país tinha sido assolado pelos seus guerreiros brutais. Mandara queimar tudo, devastar tudo no seu reino. Nem uma folha nem uma ave – nem um sinal de vida. De pé unicamente a árvore, desde séculos estarrecida e hirta, a árvore maldita que no seu reino servia de forca.
No silêncio tumular do Palácio os passos do Rei ecoavam pelos corredores desertos, lentos ou precipitados, conforme o pensamento tenaz que o devorava, gastando pouco a pouco as lages duras do chão. Não podia amar. Nem a voluptuosidade, nem o ideal, nem o amor, nem a carne láctea das mulheres: tudo lhe era vedado. Horas atrás de horas se ouviam no Palácio os passos do Rei doente, toda a noite, toda a noite a rondar ...

David Roas: El rival



Narciso se sentía diferente de sí mismo. Cuando salía de su casa, caminaba siempre dos pasos por delante de él. Sólo se detenía para esperarse cuando llegaba al café en el que desayunaba cada mañana. Allí, se abría la puerta solícito, fingiendo una falsa educación, para cerrársela inmediatamente en las narices cuando estaba a punto de cruzarla. Otro de sus juegos preferidos, por ejemplo, era desafiarse a ver quién leía más rápido, pasando velozmente la página e impidiéndose leer cómodamente.

Comer, dormir, follar… era siempre una competición.

El día en que murió, sentado frente al ataúd donde reposaba, no pudo reprimir una sonrisa de venganza.

Alfonso Álvarez Villar: Helas



Thompson miraba con satisfacción el estado de las excavaciones arqueológicas en aquel rincón de Creta. Ya habían aparecido, bajo los picos y los azadones, los primeros vestigios de un palacio que parecía datar del Minoico reciente. Habían pasado tres meses desde que el avión le trasladara de la brumosa Cambridge a aquel país soleado.
Era todavía un hombre joven. El ser uno de los mejores especialistas en historia egea, el que en las revistas y en los programas de televisión se le llamase con orgullo el sucesor de Sir Arthur Evans, no le privaba de ser uno de los mejores jugadores de golf, en un país en que el golf es uno de los hobbies más extendidos. Sólo las entradas en el cuero cabelludo y algunas arrugas sobre su rostro macizo de anglosajón delataban el paso de los años.
Thompson había sido llamado por la Dirección Nacional de Arqueología del Gobierno de Atenas, algunos días después que un muchacho de los alrededores de Heraklion hubiese aparecido en una tienda de antigüedades intentando vender un magnífico jarrón, en el que sobre un fondo negro, como de profundidades marinas, agitaban sus tentáculos varios pulpos de líneas estilizadas. La noticia de aquel hallazgo se había divulgado rápidamente, pero las autoridades griegas se habían anticipado a la nube de depredadores que se disponían a enriquecerse a costa de los turistas.

Dino Buzzati: Ragazza che precipita



A diciannove anni, Marta si affacciò dalla sommità del grattacielo e, vedendo di sotto la città risplenderenella sera, fu presa dalle vertigini. Il grattacielo era d’argento, supremo e felice in quella sera bellissima e pura, mentre il vento stirava sottilifilamenti di nubi, qua e là, sullo sfondo di un azzurro assolutamente incredibile. Era infatti l’ ora che le città vengono prese dall’ispirazione e chi non è cieco ne resta travolto.
Dall’ aereo culmine la ragazza vedeva le strade e le masse dei palazzi contorcersi nel lungo spasimo del tramonto e là dove il bianco delle case finiva,cominciava il blu del mare che visto dall’ alto sembrava in salita. E siccome dall’ oriente avanzavano i velari della notte, la città divenne un dolce abisso brulicante di luci; che palpitava. C’erano dentro gli uominipotenti e le donne ancora di più, le pellicce e i violini, le macchine smaltate d’onice, le insegne fosforescentidei tabarins, gli androni delle spente regge, le fontane, i diamanti, gli antichi giardini taciturni, le feste, idesideri, gli amori e, sopra tutto, quello struggente incantesimo della sera per cui si fantastica di grandezza edi gloria.Queste cose vedendo, Marta si sporse perdutamente oltre la balaustra e si lasciò andare. Le parve di librarsi nell’aria, ma precipitava. Data la straordinaria altezza del grattacielo, le strade e le piazze laggiù in fondoerano estremamente lontane, chissà quanto tempo per arrivarci. Ma la ragazza precipitava.Le terrazze e i balconi degli ultimi piani erano popolati in quell’ora da gente elegante e ricca che prendeva cocktails e faceva sciocche conversazioni. Ne venivano fiotti sparsi e confusi di musiche. Marta vi passò dinanzi e parecchi si affacciarono a guardarla.Voli di quel genere - nella maggioranza appunto ragazze - non erano rari nel grattacielo e costituivano pergli inquilini un diversivo interessante; anche perciò il prezzo di quegli appartamenti era altissimo.Il sole, non ancora del tutto disceso, fece del suo meglio per illuminare il vestitino di Marta. Era un modestoabito primaverile comprato-fatto per pochi soldi. Ma la luce lirica del tramonto lo esaltava alquanto,rendendolo chic.Dai balconi dei miliardari, mani galanti si tendevano verso di lei, offrendo fiori e bicchieri. « Signorina, unpiccolo drink?... Gentile farfalla, perché non si ferma un minuto tra noi? »Lei rideva, svolazzando, felice (ma intanto precipitava): « No, grazie, amici. Non posso. Ho fretta d’arrivare.»« Di arrivare dove? » le chiedevano.« Ah, non fatemi parlare » rispondeva Marta e agitava le mani in atto di confidenziale saluto.

Sidoine Colette: Nuit blanche



Il n'y a dans notre maison qu'un lit, trop large pour toi un peu étroit pour nous deux. Il est chaste tout blanc, tout nu; aucune draperie ne voile, en plein jour, son honnête candeur. Ceux qui viennent nous voir le regardent tranquillement, et ne détournent pas les yeux d'un air complice, car il est marqué, au milieu, d'un seul vallon moelleux, comme le lit d'une jeune fille qui dort seule. Ils ne savent pas, ceux qui entrent ici, que chaque nuit le poids de nos deux corps joints creuse un peu plus sous son linceul voluptueux, ce vallon pas plus large qu'une tombe.
Ô notre lit tout nu ! Une lampe éclatante, penchée sur lui, le dévêt encore. Nous n'y cherchons pas, au crépuscule l'ombre savante, d'un gris d'araignée, que filtre un dais de dentelle, ni la rose lumière d'une veil­leuse couleur de coquillage... Astre sans aube et sans déclin, notre lit ne cesse de flamboyer que pour s'en­foncer dans une nuit profonde et veloutée.
Un halo de parfum le nimbe; il embaume, rigide et blanc, comme le corps d'une bienheureuse défunte. C'est un parfum compliqué qui surprend, qu'on respire attentivement, avec le souci d'y démêler l'âme blonde de ton tabac favori, l'arôme plus blond de ta peau si claire et ce santal brûlé qui s'exhale de moi; mais cette agreste odeur d'herbes écrasées, qui peut dire si elle est mienne ou tienne ?

Ernst Theodor Amadeus Hoffmann: Das Majorat



Dem Gestade der Ostsee unfern liegt das Stammschloß der Freiherrlich von R..schen Familie, R..sitten genannt. Die Gegend ist rauh und öde, kaum entsprießt hin und wieder ein Grashalm dem bodenlosen Triebsande, und statt des Gartens, wie er sonst das Herrenhaus zu zieren pflegt, schließt sich an die nackten Mauern nach der Landseite hin ein dürftiger Föhrenwald, dessen ewige, düstre Trauer den bunten Schmuck des Frühlings verschmäht, und in dem statt des fröhlichen Jauchzens der zu neuer Lust erwachten Vögelein nur das schaurige Gekrächze der Raben, das schwirrende Kreischen der sturmverkündenden Möwen widerhallt. Eine Viertelstunde davon ändert sich plötzlich die Natur. Wie durch einen Zauberschlag ist man in blühende Felder, üppige Äcker und Wiesen versetzt. Man erblickt das große, reiche Dorf mit dem geräumigen Wohnhause des Wirtschaftsinspektors. An der Spitze eines freundlichen Erlenbusches sind die Fundamente eines großen Schlosses sichtbar, das einer der vormaligen Besitzer aufzubauen im Sinne hatte. Die Nachfolger, auf ihren Gütern in Kurland hausend, ließen den Bau liegen, und auch der Freiherr Roderich von R., der wiederum seinen Wohnsitz auf dem Stammgute nahm, mochte nicht weiter bauen, da seinem finstern, menschenscheuen Wesen der Aufenthalt in dem alten, einsam liegenden Schlosse zusagte.
Er ließ das verfallene Gebäude, so gut es gehen wollte, herstellen und sperrte sich darin ein mit einem grämlichen Hausverwalter und geringer Dienerschaft. Nur selten sah man ihn im Dorfe, dagegen ging und ritt er oft am Meeresstrande hin und her, und man wollte aus der Ferne bemerkt haben, wie er in die Wellen hineinsprach und dem Brausen und Zischen der Brandung zuhorchte, als vernehme er die antwortende Stimme des Meergeistes.
Auf der höchsten Spitze des Wartturms hatte er ein Kabinett einrichten und mit Fernröhren – mit einem vollständigen astronomischen Apparat versehen lassen; da beobachtete er Tages, nach dem Meer hinausschauend, die Schiffe, die oft gleich weißbeschwingten Meervögeln am fernen Horizont vorüberflogen. Sternenhelle Nächte brachte er hin mit astronomischer oder, wie man wissen wollte, mit astrologischer Arbeit, worin ihm der alte Hausverwalter beistand. Überhaupt ging zu seinen Lebzeiten die Sage, daß er geheimer Wissenschaft, der sogenannten schwarzen Kunst, ergeben sei, und daß eine verfehlte Operation, durch die ein hohes Fürstenhaus auf das empfindlichste gekränkt wurde, ihn aus Kurland vertrieben habe. Die leiseste Erinnerung an seinen dortigen Aufenthalt erfüllte ihn mit Entsetzen, aber alles sein Leben Verstörende, was ihm dort geschehen, schrieb er lediglich der Schuld der Vorfahren zu, die die Ahnenburg böslich verließen.

Rubén Darío: El caso de la señorita Amelia



Que el doctor Z es ilustre, elocuente, conquistador; que su voz es profunda y vibrante al mismo tiempo, y su gesto avasallador y misterioso, sobre todo después de la publicación de su obra sobre La plástica de ensueño, quizás podríais negármelo o aceptármelo con restricción; pero que su calva es única, insigne, hermosa, solemne, lírica si gustáis, ¡oh, eso nunca, estoy seguro! ¿Cómo negaríais la luz del sol, el aroma de las rosas y las propiedades narcóticas de ciertos versos? Pues bien; esta noche pasada poco después de que saludamos el toque de las doce con una salva de doce taponazos del más legítimo Roederer, en el precioso comedor rococó de ese sibarita de judío que se llama Lowensteinger, la calva del doctor alzaba aureolada de orgullo, su bruñido orbe de marfil, sobre el cual, por un capricho de la luz, se veían sobre el cristal de un espejo las llamas de dos bujías que formaban, no sé cómo, algo así como los cuernos luminosos de Moisés. El doctor enderezaba hacia mí sus grandes gestos y sus sabias palabras. Yo había soltado de mis labios, casi siempre silenciosos, una frase banal cualquiera. Por ejemplo, ésta:

-¡Oh, si el tiempo pudiera detenerse!

La mirada que el doctor me dirigió y la clase de sonrisa que decoró su boca después de oír mi exclamación, confieso que hubiera turbado a cualquiera.

-Caballero -me dijo saboreando el champaña-; si yo no estuviese completamente desilusionado de la juventud; si no supiese que todos los que hoy empezáis a vivir estáis ya muertos, es decir, muertos del alma, sin fe, sin entusiasmo, sin ideales, canosos por dentro; que no sois sino máscaras de vida, nada más... sí, si no supiese eso, si viese en vos algo más que un hombre de fin de siglo, os diría que esa frase que acabáis de pronunciar: «¡Oh, si el tiempo pudiera detenerse!», tiene en mí la respuesta más satisfactoria.

Richard Middleton: On the Brighton road



Slowly the sun had climbed up the hard white downs, till it broke with little of the mysterious ritual of dawn upon a sparkling world of snow. There had been a hard frost during the night, and the birds, who hopped about here and there with scant tolerance of life, left no trace of their passage on the silver pavements. In places the sheltered caverns of the hedges broke the monotony of the whiteness that had fallen upon the coloured earth, and overhead the sky melted from orange to deep blue, from deep blue to a blue so pale that it suggested a thin paper screen rather than illimitable space. Across the level fields there came a cold, silent wind which blew a fine dust of snow from the trees, but hardly stirred the crested hedges. Once above the skyline, the sun seemed to climb more quickly, and as it rose higher it began to give out a heat that blended with the keenness of the wind.
It may have been this strange alternation of heat and cold that disturbed the tramp in his dreams, for he struggled for a moment with the snow that covered him, like a man who finds himself twisted uncomfortably in the bed-clothes, and then sat up with staring, questioning eyes.
‘Lord! I thought I was in bed,’ he said to himself as he took in the vacant landscape, ‘and all the while I was out here.’ He stretched his limbs, and, rising carefully to his feet, shook the snow off his body. As he did so the wind set him shivering, and he knew that his bed had been warm.
‘Come, I feel pretty fit,’ he thought. ‘I suppose I am lucky to wake at all in this. Or unlucky—it isn’t much of a business to come back to.’ He looked up and saw the downs shining against the blue like the Alps on a picture-postcard. ‘That means another forty miles or so, I suppose,’ he continued grimly. ‘Lord knows what I did yesterday. Walked till I was done, and now I’m only about twelve miles from Brighton. Damn the snow, damn Brighton, damn everything!’ The sun crept higher and higher, and he started walking patiently along the road with his back turned to the hills.
‘Am I glad or sorry that it was only sleep that took me, glad or sorry, glad or sorry?’ His thoughts seemed to arrange themselves in a metrical accompaniment to the steady thud of his footsteps, and he hardly sought an answer to his question. It was good enough to walk to.

Juan José Plans: La mancha



- Un poco más y me hubiera sentado en las escaleras. Estoy desfallecida.
- Parecemos caracoles. Llevamos la casa encima en cuanto salimos de vacaciones. No sé para qué complicarnos la vida de esta forma.
Elena frota sus manos doloridas y profiere un gemido.
- ¡Oh, una ampolla!
César se limpia el sudor de la frente con un pañuelo, después de dejar las maletas casi al lado de la puerta.
- A ver... No es nada, mujer.
- Achaques de la vejez.
- Cuando seas realmente una anciana, no lo dirás...
- Aquí hace demasiado calor; abriré la ventana. ¡Y huele a pintura!
- Ya no recordaba que antes de irnos habíamos pintado las habitaciones. No han quedado mal, ¿verdad?
- No, no...
- Ya que estás dispuesto a trabajar, abre también la del dormitorio.
- Como ordene la señora. ¡Con tal de mandar!
- No seas exagerado. Si vieras a otras cómo se portan. Por ejemplo, ¿sabes lo que...
- Prefiero no enterarme.
César entra en el dormitorio. Elena, mientras tanto, se sienta cómodamente en un butacón y enciende un cigarrillo. Habla como para sí misma:
- Adiós al sol y al mar... ¡Lástima que todo haya finalizado!
El regresa a la sala y se sienta al lado de ella.
- ¿Decías algo?

Italo Calvino: Campo di mine



-Minato, - così il vecchio aveva detto, facendo girare una mano aperta davanti agli occhi, come schiarisse un vetro appannato. - Tutto per lì, non si sa bene dove. So­no venuti e hanno minato. Noi stavamo nascosti.
L'uomo coi calzoni zuavi aveva guardato un po' il versante della montagna, un po' il vecchio ritto sulla porta.
- Ma dalla fine della guerra ad ora, - aveva detto, -c'era tempo di provvedere. Pure il passaggio ci deve es­sere. Qualcuno lo saprà bene.
«Tu, vecchio, lo sai bene», aveva anche pensato, per­ché di certo il vecchio era un contrabbandiere e conosce­va la frontiera come il fornello della sua pipa.
H vecchio aveva guardato i calzoni zuavi rattoppati, il tascapane sdrucito e floscio dell'uomo e quella crosta di polvere, dai capelli alle scarpe, che testimoniava quanti chilometri a piedi doveva aver fatto. - Non si sa bene dove, - aveva ripetuto. - Per il passo. Un campo di mi­ne -. E aveva fatto ancora quel gesto, come se ci fosse stato un vetro appannato tra lui e tutto il resto.
-    Dico, non sarò ancora tanto sfortunato di andare a battere proprio su una mina? - aveva chiesto l'uomo, con un sorriso che gli aveva legato i denti come un cachi acerbo.

Charles Nodier: La Nonne Sanglante



Un revenant fréquentait le château de Lindemberg, de manière à le rendre inhabitable. Apaisé ensuite par un saint homme, il se réduisit à n’occuper qu’une chambre, qui était constamment fermée. Mais tous les cinq ans, le cinq de mai, à une heure précise du matin, le fantôme sortait de son asile.

C’était une religieuse couverte d’un voile, et vêtue d’une robe souillée de sang. Elle tenait d’une main un poignard, et de l’autre une lampe allumée, descendait ainsi le grand escalier, traversait les cours, sortait par la grande porte, qu’on avait soin de laisser ouverte, et disparaissait.

Le retour de cette mystérieuse époque était près d’arriver, lorsque l’amoureux Raymond reçut l’ordre de renoncer à la main de la jeune Agnès, qu’il aimait éperduement.

Il lui demanda un rendez-vous, l’obtint, et lui proposa un enlèvement. Agnès connaissait trop la pureté du coeur de son amant, pour hésiter à le suivre : « C’est dans cinq jours, lui dit-elle, que _la nonne sanglante doit_ faire sa promenade. Les portes lui seront ouvertes, et personne n’osera se trouver sur son passage. Je saurai me procurer des vêtemens convenables, et sortir sans être reconnue ; soyez prêt à quelque distance.... » Quelqu’un entra alors et les força de se séparer.

Le cinq de mai, à minuit, Raymond était aux portes du château. Une voiture et deux chevaux l’attendaient dans une caverne voisine.

Gabriel García Márquez: Alguien desordena estas rosas


Como es domingo y ha dejado de llover, pienso llevar un ramo de rosas a mi tumba. Rosas rojas y blancas, de las que ella cultiva para hacer altares y coronas. La mañana estuvo entristecida por este invierno taciturno y sobrecogedor que me ha puesto a recordar la colina donde la gente del pueblo abandona sus muertos. Es un sitio pelado, sin árboles, barrido apenas por las migajas providenciales que regresan después de que el viento ha pasado. Ahora que dejó de llover y que el sol de mediodía debe haber endurecido el jabón de la cuesta, podría llegar hasta el túmulo en cuyo fondo reposa mi cuerpo de niño, ahora confundido, desmenuzado entre caracoles y raíces.
Ella está prosternada frente a sus santos. Permanece abstraída desde cuando dejé de moverme en la habitación, después de haber fracasado en el primer intento de llegar hasta el altar para coger las rosas más encendidas y frescas. Tal vez hoy hubiera podido hacerlo; pero la lamparita pestañeó, y ella, recobrada del éxtasis, levantó la cabeza y miró hacia el rincón donde está la silla. Debió pensar: “Es otra vez el viento”, porque es verdad que algo crujió junto al altar y la habitación onduló un instante, como si hubiera sido removido el nivel de los recuerdos estancados en ella desde hace tanto tiempo. Entonces comprendí que debía aguardar una nueva ocasión para coger las rosas, porque ella continuaba despierta, mirando la silla, y habría podido sentir junto a su rostro el rumor de mis manos. Ahora debo esperar a que ella abandone la habitación, dentro de un momento, y vaya a la pieza vecina a dormir la siesta medida e invariable del domingo. Es posible que entonces pueda yo salir con las rosas para estar de regreso antes de que ella vuelva a esta habitación y se quede mirando la silla.

Tales of Mystery and Imagination