- Un poco más y me hubiera sentado en las escaleras. Estoy desfallecida.
- Parecemos caracoles. Llevamos la casa encima en cuanto salimos de vacaciones. No sé para qué complicarnos la vida de esta forma.
Elena frota sus manos doloridas y profiere un gemido.
- ¡Oh, una ampolla!
César se limpia el sudor de la frente con un pañuelo, después de dejar las maletas casi al lado de la puerta.
- A ver... No es nada, mujer.
- Achaques de la vejez.
- Cuando seas realmente una anciana, no lo dirás...
- Aquí hace demasiado calor; abriré la ventana. ¡Y huele a pintura!
- Ya no recordaba que antes de irnos habíamos pintado las habitaciones. No han quedado mal, ¿verdad?
- No, no...
- Ya que estás dispuesto a trabajar, abre también la del dormitorio.
- Como ordene la señora. ¡Con tal de mandar!
- No seas exagerado. Si vieras a otras cómo se portan. Por ejemplo, ¿sabes lo que...
- Prefiero no enterarme.
César entra en el dormitorio. Elena, mientras tanto, se sienta cómodamente en un butacón y enciende un cigarrillo. Habla como para sí misma:
- Adiós al sol y al mar... ¡Lástima que todo haya finalizado!
El regresa a la sala y se sienta al lado de ella.
- ¿Decías algo?
- Nada de particular. Estoy tan cansada que acabaré durmiéndome aquí mismo.
Elena se quita los zapatos ayudándose con los pies.
- ¡Quién pudiera contemplar el mar desde el hotelito!
- Vale más olvidar; le entra a uno el mal humor. Mañana, a las nueve en punto, a la oficina. Lo que más odio es tener que fichar. Es como si a uno le convirtieran en autómata.
- Y yo tendré que limpiar todo esto. ¡Vaya trabajo! El próximo año, ¿volveremos?
- ¡Pero si aún apenas hemos regresado!
- Bueno, no te excites.
Los dos se quedan en silencio.
Un agudo silbido, que les obliga a taparse los oídos, les despierta.
- ¿Qué ha sido? - pregunta Elena.
- ¿También tú lo has escuchado? Creí, creí... que se trataba de una pesadilla. Vaya, nos hemos quedado dormidos...
- ¿Y el silbido?
- No tengo ni la menor idea.
- ¿Algún choque?
- No es ruido de accidente.
César se levanta y se asoma a la ventana.
- ¿Ves algo?
- Lo de siempre. Es como si el tiempo se hubiera detenido mientras estuvimos fuera.
- ¿Y en el cielo?
- Miles de estrellas.
- Pero esa especie de silbido ha venido de alguna parte...
- Desde luego. Sería, no sé, algún escape de... ¡Cualquier cosa! ¿Y si desalojamos las maletas?
- ¡Por favor! Mañana; hoy no, te lo ruego.
- Los trajes se arrugarán demasiado.
- Yo los plancharé; por eso no te preocupes. El que llevas puesto te sirve para ir a la oficina. Un día es un día.
- ¡Si no queda otro remedio!
César la toma por una mano y la levanta. Ambos entran en el dormitorio. El enciende la luz.
- Veo montañas de trabajo por todas partes - dice Elena.
César se fija en algo que hay en la pared.
- ¡Estos pintores! ¡Mira lo que han dejado!
- Una mancha... Pues no me había dado cuenta al marchar.
- Por culpa de las prisas. Mañana les avisaremos, por muy amigos que sean. A la hora de cobrar fueron bien exigentes.
- ¿No habrá salido a causa de tener cerrada la habitación?
- Supongo que no.
- ¿Y por humedad?
- ¿En este tiempo? Además, aquí no padecemos de ese mal.
César pasa la mano por la pequeña mancha. La retira alarmado.
- ¿Qué ocurre?
- Ha sido una extraña sensación...
- ¡Estás pálido!
- No esperaba esa viscosidad.
- Déjame a mí...
- ¡No la toques!
- Pero si yo...
- Es demasiado desagradable.
- Siempre has sido muy aprensivo.
- No se trata de una mancha corriente.
- Pues no parece otra cosa.
- Hace un mes que hemos salido de vacaciones. Tenía que estar seca, como el resto de la pintura.
- Anda, descansa.
- Además, ¿no se mueve?
- ¡Qué tontería!
César estudia detenidamente la mancha mientras se desviste.
- Llamaré al pintor - dice - por pura curiosidad.
- Ya es bastante tarde...
- Las once. Estará despierto.
- Si así dejas de contemplar la mancha como un papamoscas, llama.
- ¿Diga?
- Oye, soy César...
- Se acabaron las vacaciones, ¿eh?
- Sí, ya sabes...
- ¡Qué suerte tienen los que van sin los días contados! ¿Para qué me llamas, a todo esto? ¿No te ha gustado la pintura?
- ¡Oh sí, por supuesto! Pero, atiende, me he encontrado en el dormitorio con una mancha en la pared. Una mancha no muy grande y de un color... de un color como el de la sangre...
- La habitación está pintada de verde...
- Es raro, ¿no? Y no se encuentra seca.
- Entonces, amigo, eso no es una mancha.
- ¿Qué opinas?
- Yo sólo entiendo de pintura. Si lo deseas, puedo pasar mañana.
- Muchas gracias, será lo mejor. Adiós.
César cuelga el auricular con gesto pensativo. La voz de Elena le hace volver a la realidad.
- ¿Has acabado?
- Voy, voy ahora mismo.
Elena, cuando César entra en el dormitorio, ya está acostada.
- Quiero dormir...
- Joaquín me ha dicho que pasará mañana.
- Muy bien.
El mira nuevamente la mancha. Frunce las cejas.
- ¡Juraría que ha crecido de tamaño!
- Apagaré la luz.
César se acomoda en el lecho.
Las cortinas de la ventana son mecidas por el viento. Algunos anuncios luminosos, intermitentes, destacan por encima de los tejados. Los débiles rayos de la luna penetran en la habitación, recortando los objetos.
En la cama, Elena duerme profundamente abrazada a la almohada. A su lado, César apoya la cabeza en las manos. Está despierto y fuma un cigarrillo. Procurando no molestar a Elena, se levanta. Ante la mancha, susurra:
- Palpita, palpita...
Duda si tocarla nuevamente. Lo hace y siente la misma sensación que la vez anterior. Sale con cuidado de la habitación. Y marca una cifra en el teléfono.
- ¿Esteban?
- ¿A quién diablos se le ocurre...?
- Soy César. Ya sé que son las dos de la madrugada...
- Algo es algo...
- Déjame explicarte antes de que me cuelgues: en mi dormitorio hay una mancha que... vive.
- ¿Una mancha que vive? Has tomado el sol, ¿no tendrás fiebre?
- ¡Me encuentro perfectamente, no te burles!
- Te escucho, te escucho...
- La mancha... ¡Crece!
- No comprendo absolutamente nada.
- Ni yo. ¿Has visto en tu vida algo semejante?
- Claro que no. ¿Y por qué me llamas a mí?
- Como eres biólogo he pensado que...
- Los biólogos y las manchas de la pared, como comprenderás, tenemos muy poco en común.
- ¡Si se mueve!
- Mañana tengo que levantarme temprano. Así que te ruego...
- Está bien. Perdona si te he molestado...
- Tal vez te visite... ¡Uf!
César oye cómo Esteban cuelga con brusquedad. Da unos cuantos pasos, sin saber hacia dónde ir.
- Tal vez yo reaccionara de la misma manera...
- Primero, un agudo y extraño silbido; después, la mancha... ¿Puede haber algo de común entre ambos fenómenos?
Sus ojos contemplan las estrellas.
- Una noche demasiado... silenciosa. ¿Dónde podría encontrar la respuesta?
Del portal de la casa sale un hombre encorvado. César lo llama.
- ¡Doctor!
El hombre mira distraídamente hacia otras partes.
- ¡Señor Canal, aquí arriba!
- ¡Caramba! Buenas noches, vecino. Apenas le he oído.
- Es que, si grito más, despertaría a Elena.
- ¿Y cómo a estas horas despierto?
- No acabo de conciliar el sueño.
- Tome una de esas pastillas que le he recomendado; le irán bien.
- ¿Qué pastillas?
- Entonces, ¿no ha sido a usted? ¡Siempre tan distraído!
- Doctor, ¿podría subir un momento?
- ¿Se encuentra mal su mujer?
- Todo lo contrario. Es que...
- ¿Diga?
- Hay una cosa rara en la pared, como una mancha... Pero no es una mancha.
- Hijo, acaban de llamarme urgentemente para ir a un parto. El niño no se presenta en buena posición... César, ¿qué puedo hacer?
- Es que esa cosa... ¡palpita!
- Interesante. ¿Le parece bien que entre cuando regrese?
- Se lo agradecería. Crece. Ya ha aumentado de tamaño varias veces.
El doctor consulta su reloj.
- ¡Se está haciendo tarde!
- Hasta luego... ¡Y no se olvide!
- Haré todo lo posible... Ya sabe que mi memoria...
El doctor desaparece por una esquina. César se acerca a la mancha, que ya le falta poco para ocupar casi toda la pared. César mira angustiado a Elena. Después de un momento de duda toma un candelabro entre sus manos. Lo levanta y da a la mancha con él. El candelabro, rebota. La mancha ha quedado intacta. En cambio el candelabro, ante el asombro de César, se ha roto.
- Es imposible...
Elena se remueve. Pregunta entre sueños:
- ¿Qué haces?
- iOh... he... he tropezado! No acabo de poder dormir y fumo.
- Bien...
César espera a que la respiración de Elena le indique que duerme de nuevo. Deja el candelabro y pasa a la sala de estar. Su frente está bañada en sudor, así como las palmas de las manos.
Ninguno de los libros de la biblioteca le puede informar. Lanza el último de los consultados, con rabia. Se sienta.
- ¿Y si no es nada? Parece una pesadilla, una cruel pesadilla. En cambio, estoy seguro de que algo ocurre. ¿Por qué esta noche tan silenciosa? Suposiciones mías. Esa mancha vive... ¿Qué es? ¿Cómo ha llegado hasta aquí? Tal vez el silbido fuera....
La mano de Elena en su hombro, le sorprende. Ella parece un tanto nerviosa.
- César... he visto esa mancha. Ocupa la pared... ¿Le has dado algún golpe?
- ¿Por qué lo dices?
- El candelabro...
- Sí, le he dado un golpe. Pero se quedó impertérrita. Ni un gemido, ni un movimiento... El candelabro, roto...
- Me parece que no te has fijado muy bien.
- ¿Mas sucesos?
- El candelabro... se funde.
- ¿Eh?
César corre precipitadamente hacia el dormitorio.
Encima de la mesa, el candelabro se deshace entre una nube azulada. César se acerca a la mancha.
- ¡Monstruo! ¡Di, qué ser se esconde en esas palpitaciones! ¡Quién eres! ¡Qué deseas de nosotros! ¡Habla! ¡Contesta!, ¡Criatura de los infiernos!
Elena le toma por el brazo.
- Salgamos de aquí...
César se deja llevar. Elena cierra con llave la puerta del dormitorio.
- ¿Te enciendo un cigarrillo? - le pregunta.
- Sí... sí... Pero, ¿qué es?
- Tampoco yo lo sé. Algo sucede en nuestra casa. Tenías razón, esa mancha no es corriente. Es...
- ¡Un ser vivo!
- No habla, no escucha, no le importa nuestra presencia.
- ¡Se ha instalado en la habitación y somos incapaces de destruirlo! El candelabro... ¿Cómo puede hacer eso, qué poder tiene?
- Llama a la Policía.
- ¿A la Policía? ¿Lo creerán?
- Al menos se acercarán hasta aquí.
- Buenas noches. Servicio Nocturno.
- Algo grave está ocurriendo en mi hogar...
- ¿Sí?
- Es... difícil de explicar. Se trata de algo que se ha adherido a la pared y que crece... Era como una mancha de pequeñas dimensiones. Y ahora, gigantesca...
- ¿Ha robado? - se oye con cierto deje de ironía.
- ¡No! ¡Se limita a crecer! ¿Es que le parece poco?
- Una mancha viva...
- Exacto, exacto...
- Atendiendo a lo que me acaba de decir, yo le recomendaría llamar a los Bomberos. Si no ha cometido ningún delito y se trata tan sólo de una mancha, que crece y palpita, nada podemos hacer nosotros.
- ¡Estoy seguro de que es un ser, una amenaza!
- No se excite...
- ¡Todos igual!
César cuelga malhumorado el teléfono. Elena, que ha seguido la conversación, lo abraza.
- ¿Vendrán?
- Me dice que llamemos a los Bomberos.
- ¿No piensan ayudarnos?
- No es de incumbencia de ellos. Me han preguntado, si molesta, si roba... ¡Ridículo! Ridículo mundo. Nadie piensa en nadie. En cuanto le cuentas a uno un problema, lo único que desea es que acabes pronto para poderse ir. Tal vez el doctor venga pronto; he hablado con él desde la ventana. Tenía que asistir a un parto... Pero, tan solo, «tal vez» como el pintor y mi amigo el biólogo...
- ¡Llama a los Bomberos! ¡Llama a todas las partes! Alguien... alguien nos atenderá.
- ¿Tú crees?
Elena no contesta.
- Bien, probaremos.
- ¿Dónde está el fuego?
- Calma, se trata de...
- ¿No hay fuego? ¿Es una broma?
- Fuego, fuego... ¡Algo peor!
- Un derrumbamiento... ¿Peor que el fuego? No es posible.
- Han de venir urgentemente para acabar con una mancha que hay en la pared. ¡Espere, no es una mancha!
- Le advierto que si piensa divertirse a costa nuestra le costará caro.
- Hablo en serio, señor, demasiado en serio. ¡Y estoy cansado de que nadie me haga caso!
- O sea, que ya se ha dirigido a otros organismos.
- Sí.
- Y le han tomado por un loco...
- Pues... exactamente...
- ¡Lo está!
- Se lo ruego, un momento. Yo...
Pero el bombero ya ha colgado. Mira desesperado a Elena.
- Me ha dicho... que estoy loco.
- Tampoco ellos. Y ahora, ¿a quién?
- ¿Y si estamos locos? ¿Será todo producto de alucinaciones nuestras?
- ¡Eso no es cierto! Lo que han visto nuestros ojos existe.
- Nadie nos comprende.
- Lo mejor será irnos. A un hotel.
- Tengo clavada aquí esa criatura - señala la cabeza -. No me iré sin saber qué es.
Elena, al oír la llamada, abre la puerta. Aparece ante ella el doctor, que busca aparatosamente las gafas por sus bolsillos.
- ¡Ajá! Ha sido un buen parto... un buen parto. Me siento feliz. Un nuevo ser siempre hace feliz a un doctor. Y hasta es guapo. Eso sí, un chico guapo. Ehhh... ¿preocupados?
- ¿No se acuerda? - le pregunta César.
- La verdad es que me he dado cuenta, de pura casualidad de que había quedado en pasar por aquí. Pero ¡qué distraído soy!... en estos momentos...
- Una mancha que crece, que crece, ¡que crece!
- ¡Ah, ya! Veamos de qué se trata.
La mancha se extiende ya por el suelo y por el techo.
- ¿La ve? ¡Es monstruosa! Y ahí, en su centro, palpita.
- Me pondré las gafas... Ando bastante mal de la vista. El doctor se acerca a la mancha y la va a tocar.
- ¡No lo haga! - exclama César.
- Joven, usted tiene la virtud de asustarme.
El doctor toca la mancha. Retira la mano con un gesto de asco.
- ¡Viscosa!
- Ya le advertí...
- Parece viva...
- ¿Qué podemos hacer?
- Un animal...
- ¡Qué cosas, doctor! Un animal...
- Elena, rocíe un trapo con gasolina.
Ella se va. César le susurra:
- Doctor, estoy asustado.
- ¡No sea ingenuo! Esto ha de tener una explicación sencilla, lógica, natural... ¿O cree en fantasmas?
- Al menos los fantasmas son incorpóreos.
- Debe ser resistente.
- ¡Y tanto!
- Vamos, vamos..., tenga paciencia.
- Me trata usted como a un enfermo.
- En el fondo, todos estamos enfermos de algo...
Elena entra con el trapo. El doctor lo prende y lo arroja al centro de la mancha.
- ¿Y qué consigue así? - le pregunta César.
- Esto acabará con la mancha.
Pero el fuego se apaga y la mancha prosigue palpitando.
- ¡Qué terca es la Naturaleza algunas veces! - exclama el doctor -. curioso, curioso. Si se tratara de un ser vivo hubiera tenido que dar muestras ante el fuego...
- ¿La Naturaleza? Esto es antinatural... Algo nuevo, distinto, diferente...
La mancha llega a los pies del doctor.
- ¡Cuidado! - grita Elena, dando un empujón al hombre.
El doctor retrocede y se la caen las gafas.
- ¡Qué contrariedad! Están rotas... Sin gafas soy incapaz de hacer nada, absolutamente nada.
- Dígame a mí...
- Mañana, mañana será todo más lúcido. ¡Qué pena de gafas!
- ¿Va a dejar esto así, conformándose con haberle lanzado un trapo ardiendo?
- No hay peligro... ¿O quiere que le tome el pulso?
- ¡Es usted médico!
- Miren, lo más prudente es que descansen.
- ¿Con esa criatura?
- Dejen la puerta cerrada. En cuanto amanezca compraré unas gafas. Y ya veremos qué se puede hacer.
- Mañana, Mañana... Mañana se reunirán aquí un puñado de gente... ¡Pero mañana puede ser tarde!
- ¡No sea melodramático!
César cierra la puerta tras el doctor con evidente enojo.
- Despertarás a los vecinos - le dice Elena.
- ¡No importa!
- Puede ser que el doctor tenga razón, que lo que necesitamos es descansar. Así, nos agotaremos en vano. César, te lo repito, vámonos de aquí.
- ¿Por qué nos habrá caído a nosotros esta desgracia? ¡Acabaré con esa mancha, con esa bestia, con esa criaturas. Abre un mueble y saca un hacha.
- ¡No entres, es...!
- Una locura, no te lo calles.
César abre la puerta del dormitorio lentamente. Desaparece tras de ella. Elena se queda en la sala paralizada, presa de angustia. Y escucha los golpes. Uno, otro...
Esteban llama repetidamente a la puerta. Por las escaleras, el doctor vacila en cada peldaño.
- Perdone, ¿usted sabe si están los señores Rodríguez?
- Me he dormido, me he dormido estúpidamente. ¿Eh, eh?
- Si sabe si están los señores Rodríguez?
- Pues... ¿Ha llamado?
- No contestan.
- Habrán salido. Son jóvenes como usted... La vida por delante. Por cierto... yo, ayer, por la noche... ¡Ah, sí! ¡Qué torpeza qué torpeza! Sí, estuve con ellos...
- A mí me llamó César. Que si una mancha en la pared...
- ¡Recuerdo, recuerdo! Eso, una mancha en la pared. ¿Sabe? Es curioso, curioso. Si no están es que ha desaparecido...
Esteban llama otra vez.
- No contestan. Vaya con lo que me supuso encontrar un poco de tiempo en el laboratorio para acercarme aquí.
- ¿Se va?
- Sí, claro.
- Entonces ayúdeme a bajar las escaleras. Es que se me rompieron las gafas... ¿Dónde se me rompieron? Qué cabeza, qué cabeza...
- Le acompañaré con mucho gusto...
A los pocos meses, el mundo fue una mancha roja, que palpitaba.
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