Morir es un arte como cualquier otro.
John
Faré, 1965
Nunca antes había tallado un pulgar humano. En 1964 muchos me consideraban uno de los mejores prostéticos de
Dinamarca; mi trabajo sobre articulaciones, cadera y clavícula sobre todo, me
había otorgado cierta fama en círculos médicos. En una galería de arte moderno
de Copenhague incluso
realizaron una pequeña
exposición con mis bocetos y modelos
de trabajo. Me gustaba codearme con escultores y fotógrafos. En el fondo yo siempre me había considerado más un artista que un simple
médico. Y quizás por eso acudieron a mí.
Llovía, recuerdo eso. En mi taller siempre olía a alcantarilla en cuanto caían cuatro gotas. Puede que por eso asociara al principio
aquel olor a la persona de Gilbert Aridoff, el primero de los compañeros de
Faré que llegué a conocer. Siempre que me encontraba con él me llegaba ese olor
almizclado y levemente nauseabundo. En aquella primera ocasión no hablamos
demasiado, Aridoff quería saber si podía realizar la réplica exacta de un pulgar humano. Le dije
que sí, pero que mi trabajo se orientaba a moldes y prótesis genéricas. Dijo
entenderlo y se marchó sin más explicaciones.
Volvió unas semanas más tarde. Llevaba con él una caja de cartón del
tamaño de un puño. La dejó sobre mi mesa de trabajo y se encendió un cigarrillo
mentolado que no pudo apartar aquel olor que parecía desprender.
—Debe usted comprender —me dijo, tras un par de caladas profundas al
cigarro— que lo que le voy a proponer no tiene
nada que ver con la ciencia o la medicina. Tiene que ver con el arte.
El arte. En aquella época el arte podía ser tanto pintar un globo gigante de azul o saltar desde un segundo piso. No quiero decir
que haya cambiado demasiado ahora, pero entonces todo el mundo experimentaba cierto
vértigo ante el arte. Sobre todo si el que hablaba era capaz de pronunciar
aquella palabra con mayúsculas.
—Represento a un artista muy especial —continuó, alguien dispuesto a
romper todas las barreras que el stablishmeni ha
dispuesto durante años sobre la verdadera expresión artística. Trabajamos en un
proyecto arriesgado, una idea revolucionaria. Y créame si le digo que necesitamos
su ayuda para seguir adelante.
El porqué un artista de vanguardia
necesitaba a un especialista en prostética para romper con los valores
establecidos mi intrigó. Aridoff señaló la caja que había traído.