Tales of Mystery and Imagination

Tales of Mystery and Imagination

" Tales of Mystery and Imagination es un blog sin ánimo de lucro cuyo único fin consiste en rendir justo homenaje a los escritores de terror, ciencia-ficción y fantasía del mundo. Los derechos de los textos que aquí aparecen pertenecen a cada autor.

Las imágenes han sido obtenidas de la red y son de dominio público. No obstante, si alguien tiene derecho reservado sobre alguna de ellas y se siente perjudicado por su publicación, por favor, no dude en comunicárnoslo.

Lygia Fagundes Telles: As Formigas



Quando minha prima e eu descemos do táxi já era quase noite. Ficamos imóveis diante do velho sobrado de janelas ovaladas, iguais a dois olhos tristes, um deles vazado por uma pedrada. Descansei a mala no chão e apertei o braço da prima.
- É sinistro.
Ela me impeliu na direção da porta. Tínhamos outra escolha? Nenhuma pensão nas redondezas oferecia um preço melhor a duas pobres estudantes, com liberdade de usar o fogareiro no quarto, a dona nos avisara por telefone que podíamos fazer refeições ligeiras com a condição de não provocar incêndio. Subimos a escada velhíssima, cheirando a creolina.
- Pelo menos não vi sinal de barata - disse minha prima.
A dona era uma velha balofa, de peruca mais negra do que a asa da graúna. Vestia um desbotado pijama de seda japonesa e tinha as unhas aduncas recobertas por uma crosta de esmalte vermelho-escuro descascado nas pontas encardidas. Acendeu um charutinho.
- É você que estuda medicina? - perguntou soprando a fumaça na minha direção.
- Estudo direito. Medicina é ela.
A mulher nos examinou com indiferença. Devia estar pensando em outra coisa quando soltou uma baforada tão densa que precisei desviar a cara. A saleta era escura, atulhada de móveis velhos, desparelhados. No sofá de palhinha furada no assento, duas almofadas que pareciam ter sido feitas com os restos de um antigo vestido, os bordados salpicados de vidrilho.

Iban Zaldua: El receptor



Nos lo prestó una pareja de amigos, compañeros de la universidad; por lo visto, lo compraron en Polonia, durante el semestre que pasaron en la universidad de Poznan con su hija de pocos meses. «Nosotros ya no lo necesitamos, hace mucho que Ane duerme por las noches de un tirón», nos dijeron. Maddi se despertaba muy a menudo, en aquella época, de manera que aceptamos: aquel aparato de color crema iba a venirnos muy bien. Constaba de dos elementos: el emisor, que colocaríamos junto a la cuna de Maddi, y el receptor, que llevaríamos con nosotros. El alcance, por lo que nos contó Jabi, era de doscientos cincuenta metros, aproximadamente. «Más que suficiente, al menos si no pretendéis tomaros unas copas en el bar de abajo».
Durante las primeras semanas funcionó a la perfección: si Maddi suspiraba, la oíamos varias veces amplificada, aunque estuviésemos en la otra punta de la casa. Al mes de tener el aparato en casa, sin embargo, empezamos a oír ruidos a través del receptor, siempre alrededor de las once de la noche: una especie de chirridos o, según mi mujer, de quejidos. Las primeras veces, por descontado, fuimos corriendo a ver qué le pasaba a la niña, pero siempre la encontrábamos dormida como un tronco. Se nos ocurrió que podía ser la pila -el aparato usaba una de esas pilas cuadradas, grandes, que ya no son tan fáciles de encontrar-, pero, aunque la cambiamos, fue inútil: esa misma noche, a partir de las once, el receptor empezó a emitir aquellos molestos gemidos, y no hizo otra cosa durante los siguientes minutos. «Será una interferencia -afirmó Arantza-. Seguro. Le preguntaré a los vecinos, ya sabes, a los que han tenido gemelos». Así era: los de al lado poseían un aparato similar, que encendían hacia las once de la noche, cuando se acostaban. Les explicamos nuestro problema, pero ellos no podían hacer mucho: nuestro aparato, al menos, no le causaba interferencias al suyo.

Manuel Mujica Láinez: La galera



¿Cuántos días, cuántos crueles, torturadores días hace que viajan así, sacudidos, zangoloteados, golpeados sin piedad contra la caja de la galera, aprisionados en los asientos duros? Catalina ha perdido la cuenta. Lo mismo pueden ser cinco que diez, que quince; lo mismo puede haber transcurrido un mes desde que partieron de Córdoba arrastrados por ocho mulas dementes. Ciento cuarenta y dos leguas median entre Córdoba y Buenos Aires, y aunque Catalina calcula que ya llevan recorridas más de trescientas, sólo ochenta separan en verdad a su punto de origen y la Guardia de la Esquina, próxima parada de las postas.
Los otros viajeros vienen amodorrados, agitando las cabezas como títeres, pero Catalina no logra dormir. Apenas si ha cerrado los ojos desde que abandonaron la sabia ciudad. El coche chirría y cruje columpiándose en las sopandas de cuero estiradas a torniquete, sobre las ruedas altísimas de madera de urunday. De nada sirve que ejes y mazas y balancines estén envueltos en largas lonjas de cuero fresco para amortiguar los encontrones. La galera infernal parece haber sido construida a propósito para martirizar a quienes la ocupan. ¡Ah, pero esto no quedará así! En cuanto lleguen a Buenos Aires la vieja señorita se quejará a don Antonio Romero de Tejada, administrador principal de Correos, y si es menester irá hasta la propia Virreina del Pino, la señora Rafaela de Vera y Pintado. ¡Ya verán quién es Catalina Vargas!
La señorita se arrebuja en su amplio manto gris y palpa una vez más, bajo la falda, las bolsitas que cosió en el interior de su ropa y que contienen su tesoro. Mira hacia sus acompañantes, temerosa de que sospechen de su actitud, mas su desconfianza se deshace presto. Nadie se fija en ella. El conductor de la correspondencia ronca atrozmente en su rincón, al pecho el escudo de bronce con las armas reales, apoyados los pies en la bolsa del correo. Los otros se acomodaron en posturas disparatadas, sobre las mantas con las cuales improvisan lechos hostiles cuando el coche se detiene para el descanso. Debajo de los asientos, en cajones, canta el abollado metal de las vajillas al chocar contra las provisiones y las garrafas de vino.

Jean Lorrain (Paul Alexandre Martin Duval): Un crime inconnu



"Préservez-nous, Seigneur, de la chose effrayante qui se promène la nuit".
(Le Roi David)

"Ce qui peut se passer dans une chambre d'hôtel meublé une nuit de mardi gras, non, cela dépasse tout ce que l'imagination peut inventer d'horrible !" Et, s'étant versé de la chartreuse plein son verre, un grand verre à soda, de Romer vidait ce verre d'un trait et commençait :

"C'était il y a deux ans, au plus fort de mes troubles nerveux. J'étais guéri de l'éther, mais non des phénomènes morbides qu'il engendre, troubles de l'ouïe, troubles de la vue, angoisses nocturnes et cauchemars : le solfanol et le bromure avaient déjà eu raison de pas mal de ces troubles, mais les angoisses néanmoins persistaient. Elles persistaient surtout dans l'appartement que j'avais si longtemps habité avec elle, rue Saint-Guillaume, de l'autre côté de l'eau, et où sa présence semblait avoir imprégné les murailles et les tentures de je ne sais quel délétère envoûtement : partout ailleurs mon sommeil était régulier, mes nuits calmes, mais à peine avais-je franchi le seuil de cet appartement que l'indéfinissable malaise des anciens jours corrompait l'atmosphère ambiante autour de moi ; d'irraisonnées terreurs me glaçaient et m'étouffaient tour à tour. C'étaient des ombres bizarres se tassant hostilement dans les angles, d'équivoques plis dans les rideaux et les portières tout à coup animées de je ne sais quelle vie effrayante et sans nom. La nuit, cela devenait abominable ; une chose horrible et mystérieuse habitait avec moi dans cet appartement, une chose invisible, mais que je devinais accroupie dans l'ombre et me guettant, une chose ennemie dont je sentais parfois le souffle passer sur mon visage, et presque à mes côtés l'innomable frôlement. C'était une sensation affreuse, messieurs, et s'il me fallait revivre dans ce cauchemar, je crois que j'aimerais mieux... mais passons...

"Donc j'en étais arrivé à ne plus pouvoir dormir dans mon appartement, à ne plus pouvoir même l'habiter et, en ayant encore pour une année de bail, j'avais pris le parti d'aller loger à l'hôtel. Je ne pouvais toutefois m'y tenir en place, quittant le Continental pour l'hôtel du Louvre, et l'hôtel du Louvre pour d'autres plus infimes, dévoré d'une tracassante manie de locomotion et de changement.

Heinrich von Kleist: Der Findling



Antonio Piachi, ein wohlhabender Güterhändler in Rom, war genötigt, in seinen Handelsgeschäften zuweilen große Reisen zu machen. Er pflegte dann gewöhnlich Elvire, seine junge Frau, unter dem Schutz ihrer Verwandten, daselbst zurückzulassen. Eine dieser Reisen führte ihn mit seinem Sohn Paolo, einem eilfjährigen Knaben, den ihm seine erste Frau geboren hatte, nach Ragusa. Es traf sich, daß hier eben eine pestartige Krankheit ausgebrochen war, welche die Stadt und Gegend umher in großes Schrecken setzte. Piachi, dem die Nachricht davon erst auf der Reise zu Ohren gekommen war, hielt in der Vorstadt an, um sich nach der Natur derselben zu erkundigen. Doch da er hörte, daß das Übel von Tage zu Tage bedenklicher werde, und daß man damit umgehe, die Tore zu sperren; so überwand die Sorge für seinen Sohn alle kaufmännischen Interessen: er nahm Pferde und reisete wieder ab.
Er bemerkte, da er im Freien war, einen Knaben neben seinem Wagen, der, nach Art der Flehenden, die Hände zu ihm ausstreckte und in großer Gemütsbewegung zu sein schien. Piachi ließ halten; und auf die Frage: was er wolle? antwortete der Knabe in seiner Unschuld: er sei angesteckt; die Häscher verfolgten ihn, um ihn ins Krankenhaus zu bringen, wo sein Vater und seine Mutter schon gestorben wären; er bitte um aller Heiligen willen, ihn mitzunehmen, und nicht in der Stadt umkommen zu lassen. Dabei faßte er des Alten Hand, drückte und küßte sie und weinte darauf nieder. Piachi wollte in der ersten Regung des Entsetzens, den Jungen weit von sich schleudern; doch da dieser, in eben diesem Augenblick, seine Farbe veränderte und ohnmächtig auf den Boden niedersank, so regte sich des guten Alten Mitleid: er stieg mit seinem Sohn aus, legte den Jungen in den Wagen, und fuhr mit ihm fort, obschon er auf der Welt nicht wußte, was er mit demselben anfangen sollte.

Jerome David Salinger: A Perfect Day for Bananafish



THERE WERE ninety-seven New York advertising men in the hotel, and, the way they were monopolizing the long-distance lines, the girl in 507 had to wait from noon till almost two-thirty to get her call through. She used the time, though. She read an article in a women's pocket-size magazine, called "Sex Is Fun-or Hell." She washed her comb and brush. She took the spot out of the skirt of her beige suit. She moved the button on her Saks blouse. She tweezed out two freshly surfaced hairs in her mole. When the operator finally rang her room, she was sitting on the window seat and had almost finished putting lacquer on the nails of her left hand.
She was a girl who for a ringing phone dropped exactly nothing. She looked as if her phone had been ringing continually ever since she had reached puberty.
With her little lacquer brush, while the phone was ringing, she went over the nail of her little finger, accentuating the line of the moon. She then replaced the cap on the bottle of lacquer and, standing up, passed her left--the wet--hand back and forth through the air. With her dry hand, she picked up a congested ashtray from the window seat and carried it with her over to the night table, on which the phone stood. She sat down on one of the made-up twin beds and--it was the fifth or sixth ring--picked up the phone.
"Hello," she said, keeping the fingers of her left hand outstretched and away from her white silk dressing gown, which was all that she was wearing, except mules--her rings were in the bathroom.
"I have your call to New York now, Mrs. Glass," the operator said.

Rosa Chacel: Fueron testigos



Había ya pasado un cierto tiempo después del mediodía, en realidad un tiempo enteramente incierto, más difícil de precisar que el que tarda una manzana en bajar de la rama a la tierra, pues en éste eran impalpables bloquecillos de piedra los que estaban bajando lentamente y asentándose en la calle.
Las máquinas que trabajaban en la demolición de una casa acababan de pararse. Los hombres habían caído rápidamente en el descanso, así como los cierres metálicos de almacenes y depósitos, y sólo habían quedado en el aire, fluctuantes y reacias a sedimentarse, las partículas de diferentes géneros y estructuras que componen el polvo. Entre éstas, de opaca y material pesantez, el incógnito tráfico de los olores: aceites, frutas mustias, cueros.
No había un alma viva en toda la calle. Sólo, a veces, dejaba asomar en el quicio de una puerta la mitad de su figura un joven sirio que vendía botones y cintas, ocupando media entrada de una casa con sus mercancías. La otra mitad del portal era oscura, la otra mitad del muchacho quedaba en la sombra. La que se asomaba al quicio de la puerta, afrontaba el tiempo sin oasis del mediodía.
A lo lejos, en la calle apareció un hombre. Venía por la acera de enfrente a la puerta del sirio. No había nada de notable ni en su aspecto ni en sus ademanes: era, simplemente, un hombre que venía por la acera de enfrente. Sin embargo, al ir aproximándose, su modo de andar fue dejando de ser natural, fue acor­tando gradualmente el paso o, más bien, su paso fue haciéndose lento, cada vez más lento a medida que avanzaba, y al mismo tiempo fue inclinándose y ten­diendo a caer hacia adelante como una vela reblandecida. Al fin, dos casas antes de llegar enfrente, cayó.

Italo Calvino: Ultimo viene il corvo



La corrente era una rete di increspature leggere e traspa­renti, con in mezzo l'acqua che andava. Ogni tanto c'era come un battere d'ali d'argento a fior d'acqua: il lam­peggiare del dorso di una trota che riaffondava subito a zig-zag.
-  C'è pieno di trote, - disse uno degli uomini.
-  Se buttiamo dentro una bomba vengono tutte a gal­la a pancia all'aria, - disse l'altro; si levò una bomba dal­la cintura e cominciò a svitare il fondello.
Allora s'avanzò il ragazzo che li stava a guardare, un ragazzetto montanaro, con la faccia a mela. - Mi dai, -disse e prese il fucile a uno di quegli uomini. - Cosa vuole questo? - disse l'uomo e voleva togliergli il fucile. Ma il ragazzo puntava l'arma sull'acqua come cercando un bersaglio. «Se spari in acqua spaventi i pesci e nien-t'altro», voleva dire l'uomo ma non finì neanche. Era af­fiorata una trota, con un guizzo, e il ragazzo le aveva sparato una botta addosso, come l'aspettasse proprio lì. Ora la trota galleggiava con la pancia bianca. - Cribbio, - dissero gli uomini.
Il ragazzo ricaricò l'arma e la girò intorno. L'aria era tersa e tesa: si distinguevano gli aghi sui pini dell'altra riva e la rete d'acqua della corrente. Una increspatura saettò alla superficie: un'altra trota. Sparò: ora galleg­giava morta. Gli uomini guardavano un po' la trota un po' lui. - Questo spara bene, - dissero.
      Il ragazzo muoveva ancora la bocca del fucile in aria.

Rainer Maria Rilke: Der Totengräber



In San Rocco war der alte Totengräber gestorben. Es wurde täglich ausgerufen, daß die Stelle neu zu besetzen sei. Aber es vergingen drei Wochen, oder mehr, ohne daß jemand sich gemeldet hätte. Und da während dieser ganzen Zeit niemand starb in San Rocco, so schien die Sache auch nicht dringend zu sein, und man wartete ruhig ab. Wartete, bis an einem Abend im Mai der Fremde erschien, der das Amt übernehmen wollte. Gita, die Tochter des Podestà, war die erste, die ihn sah. Er trat aus dem Zimmer ihres Vaters (sie hatte ihn nicht kommen sehen) und kam gerade auf sie zu, als hätte er erwartet, ihr auf dem Gange, der dunkel war, zu begegnen.
»Bist du seine Tochter?« fragte er mit einer leisen Stimme, und legte ein fremdartiges Betonen aufjedes seiner Worte.
Gita nickte und ging neben dem Fremden her bis zu einem der tiefen Fenster, durch das von draußen der Glanz und die Stille der Gasse fiel, die im Abend lag. Dort besahen sie einander aufmerksam. Gita war so vertieft in den Anblick des fremden Mannes, daß ihr erst nachträglich einfiel, daß auch er, während aller dieser Minuten, als sie stand und ihn betrachtete, sie angesehen haben müsse. Er war hoch und schlank, und hatte ein schwarzes Reisekleid von fremdartigem Zuschnitt. Sein Haar war blond und er trug es, wie Edelleute es tragen. Er hatte überhaupt etwas von einem Edelmann an sich, er konnte Magister sein oder Arzt; wie merkwürdig, daß er Totengräber war. Und sie suchte unwillkürlich seine Hände. Er hielt sie ihr hin, beide, wie ein Kind.
»Es ist keine schwere Arbeit«, sagte er; und obwohl sie auf seine Hände sah, fühlte sie das Lächeln seiner Lippen, in dem sie stand wie in einem Sonnenstrahl.

Santiago Dabove: Ser Polvo



¡Inexorable severidad de las circunstancias! Los médicos que me atendían tuvieron que darme, a mis pedidos insistentes, a mis ruegos desesperados, varias inyecciones de morfina y otras sustancias para poner como un guante suave a la garra con que habitualmente me torturaba la implacable enfermedad: una atroz neuralgia del trigémino.
Yo, por mi parte, tomaba más venenos que Mitrídates. El caso era poner una sordina a esa especie de pila voltaica o bobina que atormentaba mi trigémino con su corriente de viva pulsación dolorosa. Pero nunca se diga: he agotado el padecimiento, este dolor no puede ser superado. Pues siempre habrá más sufrimiento, más dolor, más lágrimas que tragar. Y no se vea en las quejas y expresión de amargura presentes otra cosa que una de las variaciones sobre este texto único de terrible dureza: "¡no hay esperanza para el corazón del hombre!". Me despedí de los médicos y llevaba la jeringa para inyecciones hipodérmicas, las píldoras de opio y todo el arsenal de mi farmacopea habitual.
Monté a caballo, como solía hacerlo, para atravesar esos cuarenta kilómetros que separaban los pueblos que con frecuencia recorría.
Frente mismo a ese cementerio abandonado y polvoriento que me sugería la idea de una muerte doble, la que habla albergado y la de él mismo, que se caía y se transformaba en ruinas, ladrillo por ladrillo, terrón por terrón, me ocurrió la desgracia. Frente mismo a esa ruina me tocó la fatalidad lo mismo que a Jacob el ángel que en las tinieblas le tocó el muslo y lo derrengó, no pudiendo vencerlo. La hemiplejia, la parálisis que hacia tiempo me amenazaba, me derribó del caballo. Luego que cal, éste se puso a pastar un tiempo, y al poco rato se alejó. Quedaba yo abandonado en esa ruta solitaria donde no pasaba un ser humano en muchos días, a veces. Sin maldecir mi destino, porque se habla gastado la maldición en mi boca y nada representaba ya. Porque esa maldición habla sido en mi como la expresión de gratitud que da a la vida un ser constantemente agradecido por la prodigalidad con que lo mima una existencia abundante en dones.

Michael Marshall Smith: This Is Now



"Okay," Henry said. "So now we're here."

He was using his "So entertain me" voice, and he was cold but trying not to show it. Pete and I were cold too. We were trying not to show it either. Being cold is not manly. You look at your condensing breath as if it's a surprise to you, what with it being so balmy and all. Even when you've known each other for over thirty years, you do these things. Why? I don't know.

"Yep," I agreed. It wasn't my job to entertain Henry.

Pete walked up to the thick wire fence. He tilted his head back until he was looking at the top, four feet above his head. A ten-foot wall of tautly criss-crossed wire.

"Who's going to test it?"

"Well, hey, you're closest." Like the others, I was speaking quietly, though we were half a mile from the nearest road or house or person.

This side of the fence, anyhow.

"I did it last time."

"Long while ago."

"Still," he said, stepping back. "Your turn, Dave."

I held up my hands. "These are my tools, man."

Henry sniggered. "You're a tool, that's for sure."

Juan Pedro Aparicio: Agonías



En la otra vida se encuesta a los recién llegados sobre cuanto tiempo han tardado en morir y uno a uno van explicando la duracion de su enfermedad. «Ni me enteré —dice un joven— bajaba las escaleras del colegio con las botas de futbol puestas para ir a jugar un partido y me quede tieso. Un aneurisma, dijeron los medicos.» «A mí me duro tres años —dice un hombre de mediana edad— porque aunque el cancer me lo diagnosticaron tarde, yo empece a pasarlo mal mucho antes.» «Lo mío fue bastante más largo —dice una señora muy mayor—. Un ictus cerebral me tuvo primero en silla de ruedas y luego en cama sin poder hablar con nadie oyendo lo que los otros decían. Estuve cinco años así.» «Temo que voy a ponerme el primero de esa lista —dijo un anciano de buena estatura— porque llevo muriéndome noventa y dos años, casi noventa y tres, que los cumpliría, de no estar aquí ahora, el próximo dos de noviembre.»

Christopher Fowler: Night After Night of the Living Dead



The best thing about the dead is you can't get pregnant from sitting on a chair they've just been sitting on, like you can with live people. When live people warm up the seat (especially the toilet seat - that's where AIDS comes from) and you sit on it after them and it's still warm, the heat activates the hormones in your body and fertilizes the eggs, and nine months later you have a baby. But the dead don't leave warm seats because their body temperature is about the same as winter tap water.
The worst thing about the dead is they don't sleep, so if you go downstairs for a glass of water in the middle of the night you're liable to find my grandpa sitting at the kitchen table staring off into the dark, and this frankly gives me the creeps. We have the Night Of The Living Dead to thank for all of this. The most interesting thing about that occasion (apart from the fact that it happened in the middle of the afternoon) is that such a cataclysmic event didn't seem to bother many people at the time. Personally speaking I find that weird because I was only eleven when it happened and it fucked me up considerably, I can tell you.
You probably know all about it - I mean you'd have to have been living in a monastery on the Orkney Islands for the last three years to avoid knowing - but I'll tell you anyway, because (a) it will give like a personal perspective on the whole thing and (b) I'm doing this as my mid-term English essay.
For a start, it was nothing like the movie.

Guy de Maupassant: L'assessin



Le coupable était défendu par un tout jeune avocat, un débutant qui parla ainsi :
- Les faits sont indéniables, messieurs les jurés. Mon client, un honnête homme, un employé irréprochable, doux et timide, a assassiné son patron dans un mouvement de colère qui paraît incompréhensible. Voulez-vous me permettre de faire la psychologie de ce crime, si je puis ainsi parler, sans rien atténuer, sans rien excuser ? Vous jugerez ensuite.
Jean-Nicolas Lougère est fils de gens très honorables qui ont fait de lui un homme simple et respectueux.
Là est son crime : le respect ! C'est un sentiment, messieurs, que nous ne connaissons plus guère aujourd'hui, dont le nom seul semble exister encore et dont toute la puissance a disparu. Il faut entrer dans certaines familles arriérées et modestes, pour y retrouver cette tradition sévère, cette religion de la chose ou de l'homme, du sentiment ou de la croyance revêtus d'un caractère sacré, cette foi qui ne supporte ni le doute ni le sourire, ni l'effleurement d'un soupçon.
On ne peut être un honnête homme, vraiment un honnête homme, dans toute la force de ce terme, que si on est un respectueux. L'homme qui respecte a les yeux fermés. Il croit. Nous autres, dont les yeux sont grands ouverts sur le monde, qui vivons ici, dans ce palais de la justice qui est l'égout de la société, où viennent échouer toutes les infamies, nous autres qui sommes les confidents de toutes les hontes, les défenseurs dévoués de toutes les gredineries humaines, les soutiens, pour ne pas dire souteneurs, de tous les drôles et de toutes les drôlesses, depuis les princes jusqu'aux rôdeurs de barrière, nous qui accueillons avec indulgence, avec complaisance, avec une bienveillance souriante tous les coupables pour les défendre devant vous, nous qui, si nous aimons vraiment notre métier, mesurons notre sympathie d'avocat à la grandeur du forfait, nous ne pouvons plus avoir l'âme respectueuse. Nous voyons trop ce fleuve de corruption qui va des chefs du Pouvoir aux derniers des gueux, nous savons trop comment tout se passe, comment tout se donne, comment tout se vend. Places, fonctions, honneurs, brutalement en échange d'un peu d'or, adroitement en échange de titres et de parts dans les entreprises industrielles, ou plus simplement contre un baiser de femme. Notre devoir et notre profession nous forcent à ne rien ignorer, à soupçonner tout le monde, car tout le monde est suspect ; et nous demeurons surpris quand nous nous trouvons en face d'un homme qui a, comme l'assassin assis devant vous, la religion du respect assez puissante pour en devenir un martyr.

Tales of Mystery and Imagination