Al principio, yo quedé con mi contacto en que iba a ser lo de siempre,
que no íbamos a tener más complicaciones que las normales en esto. Porque como
se puede usted imaginar, complicaciones las tenemos a patadas, ¿eh? Pero a
patadas. Y yo no digo que sea una cosa poco honrada, que no lo es, porque a esa
pobre gente luego la putean mucho, pero eso lo hacen los empresarios, ¿sabe
usted? Los empresarios, que son los que buscan lo que buscan, o sea, mano de
obra y no barata, no, sino gratis. Y claro, gratis, gratis, lo que se dice gratis, pues
no puede ser, porque la vida está muy jodida, y no sólo por ahí, de donde
vienen todos éstos, no, sino también aquí. Y lo que yo digo, vamos, es que si
vienen es por algo, y es porque se piensan que esto va a ser la hostia, que se
van a hacer ricos, o vete tú a saber. Y este país puede ser cualquier cosa
menos Jauja. Yo, sin ir más lejos, estoy bien jodido. ¿Se cree usted que me gusta pegarme las palizas de camión que me pego yo, eh?
Mire, hasta cinco días sin dormir he estado yo en la carretera. Y claro, luego
vienen que si los accidentes, los ayayais y los madres mías. Y es que no puede
ser, coño, que para mantener a la familia uno tenga que hacer estas cosas. Pero
cuando no hay más cojones, no hay más cojones, y ya está.
A mí la
verdad es que me dan mucha lástima, qué quiere que le diga, pero también me da
mucha lástima ver a los chavales aquí, que se pegan media vida estudiando, se
sacan sus carrera y al final terminan de barrenderos. ¡Y eso con suerte, ojo!
Porque las cosas están así de mal, o peor. Y si encima te vienen yo qué sé la
de extranjeros de todas las partes del mundo, pues mira... Y es
que en parte la culpa la tienen los jóvenes, que no quieren
trabajar en las cosas de toda la vida. Dígale usted a uno de los
chiquillotes esos que se ven por la calle, borrachos del todo, que se vaya a
coger ajos. ¿Sabe qué le va a decir? Que unos cojones, que
vaya su puta madre, con perdón. Y es que no saben que nosotros, sus padres, nos
estamos partiendo el pecho por ellos. Y así va España.
No, no le pienso decir el nombre de mi
contacto, señor. ¿Usted qué se ha creído, que yo soy tonto o qué? Bastante tengo ya encima
con esto, como para encima buscarme más complicaciones. Que esta gente no se
anda con tonterías, oiga, que a las primeras
de cambio te pegan un tiro y se quedan más anchos que largos.
Pues sí, hombre, no faltaba nada más que eso.
Lo del tío
raro sí que se lo voy a contar, claro que sí.. Es que si no, ¿cómo se explica
esta mierda? La verdad es que yo no lo entiendo, y aún me tiemblan las manos,
para qué nos vamos a engañar. Me tomaría un cafelito, ¿sabe? Sí, con leche estaría1 bien. Y si tienen algo de comer... No, no se moleste, si con un bollo de esos que tienen en la máquina de ahí afuera me vale. Es que
la he visto cuando estaba en la sala de espera, sí. Muchas gracias, señor.
Pues eso,
que no sé cómo me pueden quedar ganas de tragar, pero bueno, yo soy así de toda
la vida, me gusta cumplir.
Ya, al
grano.
Yo llevé el
camión hasta un puerto de Francia, y allí teníamos que recoger la mercancía. Y
no ponga esa cara, porque yo no les llamo mercancía porque me guste, sino
porque se dice así. Yo entiendo que son personas, pero vienen aquí a lo que vienen, y
aunque me dan un poco de lástima, tampoco puedo andarme con tontunas de si tal o
de si cual. Había unos doscientos o doscientos y pico, que yo no los conté,
porque los ayudaron a subir los franceses. Que no eran franceses, ¿sabe?, sino
rumanos, como ellos. Para que luego digan de nosotros; su misma gente es la que los lleva para arriba y para abajo, y luego, los
que son como yo, nos llevamos las hostias. Nosotros somos los tontacos. Si los
pillan a ésos, los mandan a su país de vuelta, hala, y si me pillan a mí, como
me han pillado, me joden la vida. ¿Y esto es justicia, señor? ¿Usted me puede
decir a mí que esto es justicia? Ni justicia ni nada. Esto es una mierda.
Que sí, señor,
que me centro en lo que estamos.
Pues sí, eran rumanos, y lo sé por el
acento y la pinta, que yo ya he visto gente de todas partes. Y no digo que los
haya llevado yo, ¿eh? Que ésta es la primera vez que yo me meto en un fregao
así, y la última. Y sólo por los cuartos, que son la perdición de todo hijo de
vecino. ¿O es que usted está aquí a estas horas de la madrugada por gusto?
Claro, coño. El dinero nos mueve a todos, y cada cual hace lo que le toca. A
mí, llevar a los rumanos abajo, y a usted, hablar conmigo y sacarme toda la
información que pueda. Si yo le entiendo, ¿sabe?, que soy una persona muy
comprensiva, no se crea otra cosa... Yo entiendo a todo el mundo: a usted, a
los jefes, a la pobre gente que se viene aquí para ganarse la vida... Los entiendo
a todos. Por eso me extrañó lo que pasó al principio, cuando los fueron
subiendo al camión. Yo estaba en el bar de enfrente, mirando por la ventana, y
entonces vi que empezaron a pegarse con los nuestros. Me extrañó, porque que yo
sepa, eso no suele ocurrir. Esa gente viene porque le da la gana, y si se tiene
que subir a un camión y pegarse ocho, diez, quince horas de viaje como sardinas
en lata, se las pegan sin rechistar. Y oiga, tan a gusto. Muy mal tienen que
estar en su país, sí, pero en fin... El caso es que salí a ver qué pasaba, y me
acerqué al encargado, que le estaba dando de bofetadas a uno que se había
puesto gilipollas y le pregunté que qué pasaba.
—A lo tuyo
—me dijo, y yo me hice a un lado y me quedé mirando para enterarme de cómo iba a
acabar ese follón. Porque yo no quería follones, que si alguien no quería
venir, por mí se quedaba en tierra y aquí paz y después gloria.
Por lo visto
había tres o cuatro que iban con sus mujeres y con sus hijos, y no querían
subir al camión con el tío raro. Esto me lo dijo uno de los que iban con el
encargado, uno que no era rumano, yo creo que era bosnio o algo así. El caso es
que chapurreaba un poco el francés y el español, y me lo contó. Yo al tío raro
no lo vi, porque estaba ya al fondo del camión, con los otros. Y me pareció una
cosa muy extraña, la verdad. Pero total, los subieron a hostias y me dijeron
que chitón, que a mí eso ni me iba ni me venía. Y no me hacía gracia, ¿eh?, que
a mí no me gusta llevar a la gente a disgusto. Pero en fin...
Algunos de
los que subían iban cuchicheando entre ellos, todos muy serios, ¿sabe usted?
Ahora que lo pienso, aunque no entiendo ni una palabra de rumano, supongo que
estarían hablando del tío raro. A saber...
Los cargaron
a todos, a mí me dieron el fajo de billetes que se han quedado ustedes, y me
explicaron que me darían el resto al llegar a Madrid. Lo normal en estos
casos... Vamos, digo yo que será lo normal, porque es la primera vez, ya le
digo. Yo me subí en mi camión, y cogí carretera y manta con toda tranquilidad.
Ya me habían avisado de que tuviera mucho cuidado, y me explicaron la ruta mil
veces, pero yo me la sabía de memoria. A la hora o así, tuve que parar en la
frontera y pagar las tasas y todo eso, y también unté un poco a los guardias,
claro. Así se hacen estas cosas, que yo sepa. Sin problemas, vamos. Hasta me
tomé unos cafés con los franceses, ¿sabe? Me bajé a la garita y ahí cerré el
trato... Bueno, en realidad el trato ya lo habían cerrado los jefes hace días,
¿no? Pero pasa lo que pasa, que esa gente también tiene hijos que mantener, y
procuran arañar cuatro perras más si pueden... Y uno, para evitarse problemas,
les paga un poquito más de la cuenta y en paz, hombre, para qué vamos a reñir.
Y eso me lo quité yo de mi bolsillo, ¿eh? Pues nada, estábamos tan tranquilos
cuando empezamos a oír los gritos. Y dice uno de los guardias franchutes, que
hablaba español mejor que yo, que soy de Cuenca:
—Eso es en
el camión.
—No, hombre
—le digo yo—. ¿Cómo va a ser en el camión? Si dentro ya pueden estar cayendo
rayos y centellas, quee a la parte de fuera no llega nada de nada.
—Vamos a ver
—dice, y va y saca la pistola.
Total, que
salimos de la garita y vamos para el camión. Y sí, los gritos eran de allí
dentro. Y yo pensé: «¿Pero esto cómo puede ser?». Y di la vuelta y me fijé en
que las puertas estaban mal cerradas, ¿sabe? Habían echado el cerrojo, pero la
parte baja no estaba bien enganchada. Me di cuenta porque vi un montón de manos
que asomaban por ahí abajo, y hacían fuerza para salir. Estaban armando un
escándalo de mil demonios, y el guardia francés me dijo que me cortara un pelo
y que llevara el camión a otra parte pero ya, o se quedaba en la frontera. A
mí me dio no sé qué, porque además, así no podía cerrar. Tenía que abrir la
puerta otra vez para no pillarles las manos. ¡Menudo lío! Y anda que no me lo
dejó bien claro mi contacto: «Ni se te ocurra abrir la puerta hasta que estés
en Madrid, o te buscas un problema con nosotros».
¿Y qué iba a
hacer yo, si además tenía al franchute con la pistola en la mano y una cara de
mala virgen que no podía con ella? Pues seguir adelante, por supuesto. ¿Qué
habría hecho usted en mi lugar, eh? Lo mismo. Se lo digo yo, señor.
¡Hombre, el
café! No sabe usted lo bien que me va a venir, oiga, que estoy que me duermo. Y
el bollo este... ¿No había en la máquina unos de esos que llevan chocolate por
dentro también? ¿Sabe de cuáles le digo? Ya, ya, no es cuestión de abusar. Si
a mí estos que llevan sólo chocolate por fuera también me gustan mucho. Pero
tómese usted uno y me acompaña, ¿no?
Vale, vale,
a lo que estábamos.
Pues sí,
señor. Cogí el portante, como quien dice, y me metí en la Península, que no sabe
usted el descanso que li queda a uno cuando sabe que ya está en su patria. Y es
que lo de salir fuera para trabajar no le gusta a nadie, se lo digo yo, Cada
vez que entro en España, me da como un no sé que, ¿sabe usted? Primero como
emoción, que uno dice «Hala, ya estoy en mi
casa», aunque estés en Cataluña y te queden horas de carretera. Pero hacerlas
aquí, en carreteras de las nuestras, ya no es lo mismo. Y aparte de la emoción,
también es que haces el resto de viaje más tranquilo, pensando que lo más que
puede pasar es que lo paren ustedes a uno, y ya sabe, un cigarrito y a tragar
millas.
Pero esta
noche la cosa no estaba como para tranquilizarse. Y ya no es sólo saber que
detrás llevaba a toda esa gente, no. El problema
es que desde que había pasado la frontera, los cabrones no habían dejado de
gritar. Y que el remolque no estuviera bien cerrado era una preocupación más. Y
es eso que le digo, los gritos es que los tengo aún metidos aquí, en la sesera.
¿Se lo imagina usted? Ya, claro que se lo imagina. Después de haber visto lo
que yo, claro que se lo tiene que imaginar.
Ya sabe
usted lo del cabrito ese que venía con las luces largas, el muy hijo de puta. A
ése sí que lo tenían que pillar ustedes, ¿sabe? Ése sí que es un criminal, a
mí que no me fastidien. Yo que ya tenía bastante con el guirigay que me estaban
montando los rumanos atrás, no hago más que pasar Calatañazor, y ya sabe
usted, como a tres o cuatro kilómetros del Burgo de Osma, en un tramo que es
una recta, coño, y va y me sale el cabronazo ese de las luces largas, y yo que
lo veo me digo: «¡Se me tira encima, se me tira encima!». Y hala, volantazo y a
tomar por saco. Pero qué le voy a contar a usted, que estará harto de ver estas
cosas día sí, día también.
Ya, ya, lo
de después, que eso sí que no es de verlo todos los días.
Bueno, pues
total, la máquina se me salió a la derecha, al bosquecillo, me tragué yo qué sé
la de árboles, y al final volcó. ¡Menuda hostia, señor! ¡Pero de las gordas,
eh! Yo creía que me había matado,
pero no. En el fondo aún tendré que dar gracias a Dios y todo...
Cuando
vuelvo en mí y me veo ahí, sujeto por el cinturón de seguridad, me digo
«¡Menudo milagro!». Y entonces me acuerdo de las pobres gentes de ahí atrás,
que ya ni chillaban ni nada, y digo «¡Me cago en Satanás, que me los he cargado
a todos!».
Así me gusta
el café, calentito, calentito, casi hirviendo. Y lo bien que sienta ahora. Si
es que son muchas horas sin dormir, y encima con el trauma del golpe... ¿Me
dejarán echar una cabezada aunque
sea en el calabozo?
Ya, ya...
El caso es
que me las ingenié para salir de la cabina, que el camión había volcado del
lado derecho, y yo tuve que salir por la puerta del conductor. Y miré a ver si
el cabronazo de las luces largas había parado, pero ¡quia!, ése se había
largado de allí y no quería saber nada. Total, que salgo fuera, compruebo que
no tengo nada roto, y digo: «Pues a esta gente habrá que sacarla de ahí
adentro, que alguno quedará vivo, y al ir tantos habrán hecho de colchón unos
con otros». Y claro, ya a esas alturas, me daba lo mismo que me hubieran dicho
que no abriera la puerta hasta llegar a Madrid, porque llegar llegar, lo que
se dice llegar, ya no íbamos a llegar a ninguna parte.
Y abrí la
puerta. ¡Vaya si la abrí! ¡Y maldita sea la hora en que se me ocurrió! Yo ahora
lo pienso y ¿sabe usted?, ojalá y me hubiera mordido la mano un gorrino. Así de
claro se lo digo. Porque no es lo mismo contarlo así, a lo pavo, tomándonos un
café tranquilamente, que estar allí.
Me voy para
la parte de atrás del camión, y yo ya sabía que aquello iba a ser un disparate,
¿sabe usted? Pero no tanto como lo que me encontré. Mire, los pilotos de atrás
aún funcionaban, y algo alumbraban. Y vi los chorros de sangre que se escapaban
por los bajos, que ahora estaban en vertical, a la izquierda. Y no había poca
sangre, no. Y yo pensé: «Madre mía, menudo desastre, si es que se han reventado
todos...».
Descorrí el
cerrojo con cuidado, porque si me descuido la puerta se me cae encima... y
aquello era como para asustar al miedo.
No era sólo
el olor normal en sí, que aquello olía a doscientas y pico personas hacinadas,
o sea, a sudor y a mierda y a meados. Es que además olía a la sangre, que usted
sabrá que es así como un olor dulzón muy asqueroso... A ver si me explico...
Cuando uno se hace un corte en un dedo y se chupa la herida, ¿ese regustillo
que se te mete en la garganta? Pues era como estar chupando sangre por la
nariz; yo estaba respirando sangre...
Y ahí
adentro algunos todavía gemían. No podía verlos... Bueno, sí. Algunos estaban
amontonados y se cayeron fuera del camión cuando abrí la puerta... Y mire, yo
no esperaba eso... Me había imaginado a alguno reventado por el golpe, pero es que aquello
no era cosa del impacto.
No sé si me
estoy explicando, señor. Yo estaba todavía atacado y un poco atontado por el
hostión, y con las luces rojas de atrás tampoco podía ver gran cosa.
Mire...
Había brazos
sueltos, y piernas, y más sangre por todas partes. Y una cabeza salió rodando
y terminó ahí, a mis pies, ¿sabe? Eso... Eso no puede ser culpa del accidente.
¡Joder, si el camión se había salido, sí, y había volcado! Pero ¿cómo va
alguien a perder la cabeza, o un brazo, o los dos? No tiene ningún fuste.
Y dentro, en
lo oscuro, algunos todavía gemían... Yo estaba acojonado, pero a la vez me
daban ganas de llorar. Es una impresión muy gorda. No sabía qué hacer, estaba
como paralizado, ¿comprende? Me quedé mirando aquello, y es que no podía ni
reaccionar. Nunca he visto una cosa así antes, ni quiero volverla a ver.
Perdone, si
no le importa voy a terminarme el café, que a mí en vez de ponerme nervioso, me
calma... Aunque ahora no sé si me va a caer bien al estómago...
Lo que
quería decirle es que antes de verlo, lo oí. Se lo juro por mi madre que le
digo la verdad, señor... Lo oí aullar ahí dentro, entre
los muertos. Y se lo juro otra vez, no era ninguno de esos pobrecillos que aún quedaban vivos, que a ellos todavía se les
oía. Poco, pero se les oía.
Esto era
otra cosa, señor. Ni gemidos ni hostias en vinagre; ese aullido lo tuvieron que
sentir en Calatañazor y en el Burgo, se lo digo yo. Eso, señor, no era un
hombre, se lo juro por mis hijos. Se me pusieron los pelos como escarpias. Lo
primero que pensé al oír aquello entre tantos cadáveres fue que de alguna manera, alguien me había colado un tigre en el camión. Un tigre como una
casa de grande, y es que no le veía otra explicación. O sea, le digo la
verdad, no me cagué ni me meé en los pantalones porque ya me había aliviado en
la frontera, cuando estuve con los franchutes. Ya no me extrañaba que los
rumanos hubieran estado berreando todo el camino.
Ya le digo, un tigre. Lo tuve muy claro.
No se me ocurrió que fuera un león, o un leopardo, o yo qué sé. No, un tigre.
Al segundo
aullido se me quitó esa idea de la cabeza. Ésa, y cualquier otra idea que
pudiera tener, porque salí por piernas, carretera abajo. Pensé por un momento
en volver a la cabina del camión, pero me dije: «Sí, y unos cojones».
Y sí, sí que
lo vi, señor. Y no, no era un tigre, ni un león, ni Cristo que lo fundó.
Estaría a
cincuenta metros o así, no más, que ya sabe que el tramo aquel es una recta. Y
se me ocurrió volver la cabeza, y fue entonces cuando lo vi salir.
Claro que
sí, señor, claro que estaba muy oscuro, si lo sabré yo, que estaba allí. Pero
se lo juro las veces que haga falta, por quien haga falta y sobre la Biblia de Tutankamón si a
usted le da la gana: los pilotillos rojos no iluminan mucho, ni falta que me
hicieron para ver una cosa muy grande, no sé, como una vaca o un toro de
grande. Y salió de allí, de mi puto camión, a cuatro patas.
Fue sólo un
instante, ¿sabe usted? Lo justo para verlo de lejos, y sí, con muy poca
iluminación. Grande, muy grande, y sí, a cuatro patas. Y si me lo pregunta
usted, señor, le diré que aquello
tenía pelo negro, ¿de acuerdo? Y orejas largas. ¿Y sabe otra cosa? Llevaba algo
en la boca. Era la pierna o el brazo di alguien. Y la llevaba así, en esa
bocaza llena de colmillos que sí, que los vi a
cincuenta metros, con menos luz que una mierda Vaya si los vi.
Y si no está
contento con lo que le cuento, que no lo estará, menos le va a gustar esto
otro: justo antes de que siguiera la carrera pensando que esa cosa iba a ir a
por mí, antes de que me recogiera doscientos metros más abajo el señor ése del
Renault cinco, aún vi más, ¿sabe? Porque vi a esa cosa meterse en el bosque y
desaparecer con el almuerzo colgándole de las mandíbulas. Pero antes, señor...
Antes se había enderezado. Esa cosa de mierda se marchó de allí caminando,
¿sabe, señor? Andando como hacemos usted y yo, y todo el mundo: a dos patas. Se
entró a los árboles y desapareció.
Mi teoría, por si le interesa, es que esa
cosa era el tío raro, ¿se
acuerda? Ése con el que no querían subir los rumanos. Me ha dado tiempo a pensarlo en el rato que me han tenido aislado en la
habitación aquella, y yo creo que ellos sabían que el tío raro no era... bueno, normal.
Y no ponga esa cara...
No se ha creído usted ni una palabra,
¿verdad, señor? Y sin embargo, usted ha visto el camión, ¿no? Ha visto los
cadáveres. Y sabe perfectamente que esa carnicería no la puede causar un
accidente como éste, ¿verdad?
Pero me van
a cargar a mí todos los muertos, ¿no? ¿Es eso lo que quiere
decir?
Bueno.
Créase lo que le dé la gana. Yo no le puedo contar otra cosa, porque lo que le
he dicho es la pura verdad. Palabra de honor.
Y no, no insista: no pienso decirle el
nombre de mi contacto.
6 comments:
Sería una buena idea apoyar el crowdfunding para publicar mi nueva novela, LOS NÁUFRAGOS DE VENUS.
Sobre todo si os ha gustado mi cuento...
Quedan 10 días y me falta poco para lograr mi objetivo...
http://www.verkami.com/projects/4370-los-naufragos-de-venus
Saludos
Estamos aquí por amor a la literatura y por solidaridad hacia quienes la hacen posible. Demasiado a menudo se olvida que no habría literatura sin los escritores… Nuestra intención es colaborar en cuanto podamos con todos y cada uno de vosotros, con lo que consideramos una comunidad compuesta por compañeros entre los cuales, más que en ninguna otra si cabe, debe reinar la armonía y el sano compañerismo. Por tanto cualquier propuesta concreta que nos podáis presentar, siempre que resulte razonable y viable, será acogida con calidez y obtendrá nuestro apoyo. Será un placer para nosotros colaborar con todos vosotros en la medida de nuestras modestas posibilidades. Fraternales saludos
Pues quedan 3 días para que termine el plazo de apoyos. Si no se logra el objetivo, la novela no existirá.
No sé si estáis familiarizados con el sistema del crowdfunding...
En cualquier caso, saludos.
http://www.verkami.com/projects/4370-los-naufragos-de-venus
Acabamos de colgar un aviso con el link, a ver si se logra llegar a tiempo. Toda la suerte. Fraternales saludos.
¡Muchísimas gracias, compañeros!
¡Abrazos!
A ti, por haber escogido una vía nada fácil e intentar dar lo mejor a través de ella. No desfallezcas nunca. Fraternales abrazos.
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