En el laboratorio: el atanor, crisoles, redomas, retortas, manuscritos y libros, muchos libros con los que interpretar el universo. Nada es lo que parece.
−Veremos. La vía es larga y estrecha, de estudio y perseverancia. La vocación se revelará tu recompensa. “Si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo”.
−Acéptame −insistió. Y mintió. Únicamente importaba su propósito; todo valía.
En él no hay fe ni pasión. No ha sufrido transformación espiritual alguna. Sencillamente fingió ver la rosa donde sólo había ceniza. Y el maestro le creyó. O quiso creerle. Había estado tan solo… Le legó sus conocimientos, el fruto de toda una vida. Y aun así, una vez tras otra, sólo plomo en lugar de oro. Sin embargo un día, tras haber probado todas las combinaciones posibles, del alambique hinchado surge el prodigio.
Entonces comprende finalmente su advertencia: “El camino es la Piedra”... Por primera vez explora sinceramente su interior y descubre que ha pervertido el mensaje y banalizado la búsqueda; que ha tomado por vil metal el más alto objetivo. Ha perseguido siempre un falso brillo. Mientras el maestro se consagraba en cuerpo y alma a su disciplina, a penetrar la materia y el espíritu, él sólo ha repetido palabras aprendidas mecánicamente. Nunca ha buscado la perfección sino él éxito, la panacea: un elixir adulterado, una ficticia vida eterna. Ni un sólo paso ha dado en ese camino desde la ignorancia a la iluminación. Demasiado arrogante. No existe la fórmula, ahora lo sabe; nunca más volverá a concebir una obra perfecta.