Tales of Mystery and Imagination

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Justo Sierra: La Fiebre Amarilla

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INCOMPLETO A SALTOS

Registrando un cuaderno pomposamente intitulado Álbum de viaje, y que yacía sobre ese polvo simpático que el tiempo aglomera en una caja de papeles largo tiempo olvidados, me encontré lo que verán mis amables lectoras:

Veníamos en la diligencia de Veracruz, un joven alemán, Wilhelm S., de cabellos de oro gris, ojos azules, grandes y sin expresión, y yo. No bien habíamos encumbrado el Chiquihuite cuando se desató la tormenta. El carruaje se detuvo para no exponerse a los peligros del descenso por aquellas pendientes convertidas en ríos. Asomé la cabeza por la portezuela, levantando la pesada cortinilla de cuero que el viento azotaba contra el marco; parecía de noche. Sobre nosotros la tempestad con sus mil alas negras golpeaba el espacio; sus gritos eléctricos rodaban por las cuestas hasta el mar, y el rayo, abriendo como espada fulmínea el seno de las nubes, nos mostraba las lívidas entrañas de la borrasca. Estábamos, literalmente, en el centro de una cascada que despeñándose de las nubes rebotaba en la cumbre de la montaña y corría por las pendientes con un furor torrencial.

pasaba sobre altísimo puente. sus larguísimas alas. sobre cuyo gris azuloso se destacaban negros e inmóviles los stratus que parecían una bandada de pájaros marinos abriendo al viento. y tengo un horno en el vientre. El camino que habíamos seguido al subir la cuesta. que apenas destacaban sus copas entre la tupida cortina de las lianas. Estoy sudando a mares ─me decía en francés mi compañero de viaje─. . del pie de la montaña. Duerma usted ─le contesté─. Dos horas después la tempestad había pasado. Eran las cinco de la tarde y el sol marchaba por el camino en que se perdían los últimos jirones de las nubes. manchado aquí y allí por el tierno y brillante verdor de los platanares. lleva al puerto. Y uniendo al consejo el ejemplo me arrebujé a mi capa y cerré los ojos. y ondulando por aquella gradería de titanes. En el fondo del cuadro. Por oriente un tapiz infinito de verdura bajaba plegándose en todas las quiebras y dobleces de la serranía. que tardaba en soplar. abajo. tiñéndolo todo con una maravillosa multiplicidad de tintas que se fundían en un tono cálido de oro y esmeralda. huyendo hacia el oeste por entre la verde serranía. por entre espesos y bullentes matorrales a confundirse con el fragmento de vía-férrea que. allí donde se adivinaba el mar. hasta convertirse en azul por la distancia y bañar su ancho fleco de arena en la costa de Veracruz. Penetraba la luz por entre aquella vegetación exuberante. así le pasará todo. serpenteaba por entre árboles. bajaba en curvas abiertas a una pequeña población de madera e iba. se levantaban soberbios grupos de nubes.


rodeada por amarilla corona que doraba el mar en torno. Dormía el alemán como una persona muy fatigada y de su pecho jadeante salían sollozos opacos. en donde depositaban las corrientes sus algas semejantes a las bandillas con que envolvían a sus momias los egipcios. la espléndida Cuba. Las ramas de un árbol cercano se introducían por una ventanilla de la diligencia que esperaba inmóvil que los torrentes disminuyeran un poco su ímpetu.. la esclava servida por esclavos. la Florida y Yucatán. bordado por la curva inmensa de sus calientes costas y entrecerrado al oriente por esos dos muelles bajos y cuajados de flores y de palmas. como un enorme girasol que se abriera a flor de agua. He aquí lo que vi: Era la gota de agua el Golfo de México. yo preocupado por el funesto temor que me infundía el estado de mi compañero. entre los que parece emprender el vuelo la larguísima banda de aves acuáticas de las Antillas. Sobre aquel peñón. una sospecha cruzó por mi mente: “¡Si tendrá!. En medio del Golfo. la luna pasa fugaz velada por lívidos vapores y en los días de tempestad las procelarias describen un amplísimo círculo en torno suyo lanzando graznidos pavorosos. el sol brilla con un tono cobrizo. lágrima postrera de la tormenta. guiada por la garza real. parecía presa de intenso malestar.”. Sobre una hoja amarillenta temblaba una gota de agua.. se levantaba un islote de impuro color de oro. Una voz . me puse a mirar atentamente aquella perla de cristal líquido.

Starei cantaba como el cenzontle mexicano y su canto acariciaba como el terral que besa las palmeras en las tardes calientes. sonaba en aquella isla perdida. y reía de todo abriendo su . abandonaban pueblos. pero si alguno se acercaba a ella el Golfo rugía sordamente y el pájaro de las tempestades cruzaba el espacio. Era muy bella: negros eran sus ojos y embriagadoramente dulces como los de las aztecas. Cuando Starei apareció una mañana en la playa sentada sobre la concha de carey rubio de una tortuga marina. es la hija del Golfo y el Golfo fue su cuna. los profetas y los guerreros. haga dios que vuelva a ella”. parecía una perla viva y todos la adoraron como una hija de dios. de Dimivancaracol. templos y hogares para correr en pos de ella por las orillas del mar. Mas el profeta de la tribu oró toda la noche junto al fuego sagrado en que ardían las hojas inebriantes del tabaco y oyó la voz divina que resonaba dentro del corazón del gran fetiche de piedra que le decía: “no la matéis. infinitamente triste. Starei cumplió trece años y los ancianos y los jóvenes. “Oye. su cutis terso y dorado como el de las que se bañan en el Meschacebé. celestial su voz como la del shkok que canta sus serenatas en los zapotales de Mayapán y sus dos piececitos combados y finos como los de las princesas antillanas que pasan su vida mecidas en hamacas que parecen tejidas por las hadas. guardadla y amparadla. Todos estaban locos de amor. los caciques y los esclavos. como la voz del mar.” me dijo: El mismo año que los hijos del sol llegaron a las islas vivía en Cuba una mujer de trece años a quien llamaban Starei (estrella).

La hermosura de aquel . reinaba con furia jamás vista Hurakan. después de una de sus correrías por la orilla del mar en que pasaba horas enteras contemplando las olas como si esperase algo. Los sacerdotes hablaban de un nuevo diluvio y de la calabaza alegórica en donde estaban los océanos y los monstruos del agua y que se había roto un día e inundado la tierra y se encaramaban azorados a la cima de sus cúes y se refugiaban en la sombra de sus dioses de piedra. los que la seguían decidieron hacer alto y enterrar a sus muertos: a los ancianos que habían muerto de cansancio en pos de la hija del Golfo. la divina Starei regresó al pueblo. que temblaban sobre sus bases. mas al despuntar la aurora corrieron delirantes adonde el canto de la virgen los llamaba. Toda la noche pasó en oración y en sacrificios. olvidaron a Starei. a las esposas que habían sucumbido desesperadas. a las madres que habían muerto de dolor. a los jóvenes que se habían arrancado el corazón a sus pies. Los hombres al escucharla lloraban de rodillas y las mujeres lloraban también viendo sus casas de palma vacías y las cunas de junco inmóviles y heladas hacía mucho tiempo. Los habitantes de la isla. boca roja como las alas del ipiri y su seno levantaba y dejaba caer en dobles pliegues provocadores la finísima tela de algodón blanco que lo cubría. Era una noche de tempestad. Starei estaba en la playa sentada sobre un tronco de palma de los millares que el viento había arrancado y regado por la arena. sobre sus rodillas descansaba la cabeza de un hombre blanco que parecía un cadáver. transidos de pavor. el dios de las Antillas. Una noche de tempestad.

Estaba desnudo y espléndidamente tatuado con dibujos rojos. sin hacer caso de la mirada profunda y preñada de cólera de Starei. será el esposo de toda mi vida. de la argolla de oro que rodeaba su cintura pendía una tela bordada maravillosamente de plumas del huitzili. sus cejas eran dos delgadas líneas rojas que se juntaban en el arranque de su nariz aguileña. engastadas en sendos círculos negros. su boca del color violáceo del palo de Campeche levantaba hacia arriba los extremos de su arco sensual e irónico. del color del vellón del maíz. Está muerto ─dijo con voz profunda un viejo sacerdote. Aquel hombre. Está vivo ─gritó un hombre abriéndose paso entre la multitud. no deformado ni por el vello más sutil. Era alto y fuerte. jamás habían visto tan extraño personaje entre ellos. que algunos creían venido de Haití. rostro era dulce y varonil a la vez y la barba apenas naciente indicaba la corta edad del joven que Starei devoraba con los ojos arrasados en lágrimas. Quien lo salve ─exclamaba─. la retiró con un movimiento brusco como si hubiese tocado una brasa. se levantaban rígidos sobre su frente ancha y broncínea y dividiéndose en dos porciones caían espesos y lacios en derredor de su cuello atlético. será mi compañero. sus cabellos. no llamaba tanto la atención como sus ojos de color de dos monedas de oro finísimo. . se acercó al que en apariencia era un cadáver. Los indios se apararon sobresaltados. Puso una mano en aquella frente glacial y al llevar la otra al corazón del blanco. el colibrí de Anáhuac. El óvalo de su rostro.

allí está entre los cocoteros la cabaña de Zekom (quiere decir fiebre este nombre). ¿Era un talismán? Cuando aquel hombre singular ya no tuvo bajo su mano aquello que le era. No. te aguardo. rodeóle el cuello con los brazos y le cubrió de besos la boca y los ojos. Starei ─dijo el de los ojos de oro─. Entonces su compañero respondió en el idioma de los de Haití que en Cuba era perfectamente comprendido: . adoradora de Luzbel! ─clamaba el joven pugnando por desasirse de la hermosa. un obstáculo. Starei lo tomó de la mano. dejadme por favor. desgarró rápidamente la camisa tosca de lino. y apenas había sido obedecido aquel mandato cuando el presunto muerto se incorporó y tomando el pedazo de madera que Starei conservaba en la mano. no. Era una cruz. allí está nuestro lecho nupcial. sin duda. ¡oh. Starei se lo arrebató. la colocó sobre el corazón sin latidos del náufrago y dijo a la niña: “Bésale en la boca”. se acercó al cristiano. porque lo has prometido. se arrodilló pegando a él sus labios y bañándole con sus lágrimas. Y se alejó y se perdió entre las palmas. empapado aún. La hija del Golfo no pudo reprimir un grito de rabia al escuchar las palabras del hijo del Calor. lo condujo a su cabaña y le dijo con expresiva pantomima: Aquí viviremos los dos. Adiós. que cubría el pecho del joven y se apoderó de un objeto que llevaba pendiente del cuello.

vengo de Castilla. ¿Vienes a mi cabaña. Seré tu hermano ─respondió el misionero. que es el único dios. ¿Y por qué no quieres ser mi esposo? Porque soy sacerdote y mi dios. No puedo ser tu esposo. ordena a sus sacerdotes que no se casen. de mucho más allá del mar. Pero no el amor del mundo ─añadió suspirando el español. Starei? ─le preguntó. . En la mitad de su camino se encontró a Zekom. Jamás ─contestó ella. ¿Por qué no? ¿Quién eres? Soy de muy lejos. que fijaba sobre ella su terrible mirada amarilla. seré tu hermano. Eso no puede ser. Otros muchos y yo llegamos hace algunos meses a Haití y sabiendo que esta región de tu isla no había sido visitada por cristianos. altanera y bravía. quédate conmigo en la cabaña y seremos los reyes de la isla y nuestros hijos serán los dueños de todos. quisimos descubrirla y naufragamos en la espantosa tormenta de anoche y ya iba yo a perecer al arriba a la playa. nos ordena predicar el amor y vengo a predicarlo aquí. Y la india enamorada se alejó llorando. cuando me asió tu mano entre las olas y me salvaste. eso no es cierto ─repuso con ímpetu la isleña ─.

más bella que el sol de primavera. Genios revestidos de maravillosos ropajes disparaban sobre aquellas naciones infinitas flechas de llama. La hija del Golfo permaneció largo rato extática y muda. así será nuestro reino. estaba en la cima de una roca desde donde se dominaba la costa. Y ante los ojos fascinados de la hija del Golfo se presentó un panorama sorprendente. como sobre un pedestal espléndido estaba ella de pie. Starei detuvo el paso. Y en la cima del cu. mañana te espero en mi cabaña. a mí el Trópico ardiente en un arrecife de oro y coral. arrojóse sobre él de nuevo y. Anda. cuyo contacto daba la muerte. que reflejaba su luz en torno hasta el lejano horizonte. soñando. porque hijos de dioses somos. al verlo sintió la india renacer toda su pasión. Starei se fue pensando. aprisionándolo entre sus brazos. Al despuntar el nuevo día vio al español oculto en el bosque. Starei ─murmuró Zekom en su oído─. arrodillado y con los ojos fijos en el cielo. Mira ─prosiguió Zekom─. En medio de una llanura de esmeralda levanta un cu o teocali su altísima pirámide de oro. En derredor de aquella llanura fulgurante estaban posternados innumerables pueblos con el miedo retratado en la frente. a ti te engendró el Golfo en una concha perlera. Seremos los reyes de todas las islas y de los mares y nuestros hijos serán dioses sobre la tierra. repetía: .

 Ámame. Al rayar el día Zekom y Starei salieron de la cabaña nupcial. Maldito seas ─dijo Starei y huyó. Éste arrojó una piedra al mar y en el acto apareció en el occidente una piragua negra. yo te amo. del color de oro que tenían los ojos de su amante. que es la ley de la vida. Seré tu hermano ─respondió pálido de emoción el misionero. pero ámame como yo te amo. oraremos juntos y seré humilde y cobarde como tú. Starei. seré tu esclava. La silueta del bajel. Ven a mi cabaña nupcial. pero se contuvo lanzando al cielo una mirada sublime de resignación y de dolor. y entraron en la lancha que instantáneamente ganó el horizonte. Entonces el misionero apareció en la playa gritando: Ven. Toda la noche tornó a rugir el Golfo de una manera espantosa. pero al recibir la niña el primer rayo del sol en sus lánguidos ojos. ámame. . Starei se había desposado con el diablo. Adoraré a tu dios. ven. perdieron su negrura luminosa como la de la noche y se tornaron amarillos. Ven a ser reina ─dijo Zekom a la hija del Golfo. se perdió en la línea imperceptible en que el mar se une al cielo. El sacerdote hizo un movimiento para seguirla. hermana mía. que no puede maldecirnos porque cumplimos con su ley. como un ala negra. hombre de la tierra fría. que se acercó a la orilla impulsada por el huracán que inflaba sus velas color de sangre.

lo estrechaba en mis brazos procurando debilitar sus sufrimientos dándole ánimo. Murió el misionero poco tiempo después. la diligencia se puso en camino y yo volví la vista a mi amigo. ¿es Starei? Sí. me muero. y su helado cadáver se puso horriblemente amarillo como si sobre él se reflejaran los ojos de oro impuro de Zekom. Me muero. de una enfermedad extraña. desde aquí irradia su eterna venganza contra los blancos. Llegamos a Córdoba. Yo no sabía qué hacer. la amarilla… ¿Quién? ─le pregunté─. Y la voz que resonaba triste y melancólica en la roca continuó: Éste es el centro del imperio de Starei. Preciso me fue abandonarlo. madre mía ─decía el pobre muchacho. ¡Y ay de los hijos de las tierras frías! La gota de agua rodó al suelo. y sus lágrimas evaporadas por el calor del Trópico envenenan la atmósfera del Golfo. El pobre febricitante decía: Miradla. Al llegar a México leí este párrafo en un periódico de Veracruz: . Estaba irreconocible: una lividez amarillenta había invadido su piel y sus ojos parecían saltar de sus órbitas. ella es ─me contestó. Dese entonces todos los años Starei lo llora sin consuelo.

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