¡Matar matar hasta que no haya nadie a quien
- ni yo ni tú - matar matar!
(Canción de cuna)
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- A 5 m. 15 s. De Objetivo
FK - 28 = MUERTE
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Las sirenas, con su canción de alarma, alertaron
a la ciudad.
Mientras los habitantes buscaban refugio en
las entrañas de la urbe, mientras las
armas apuntaban hacia aquel
lugar del grisáceo cielo por donde se suponía que no
tardarían en aparecer los
rugientes pájaros metálicos, mientras los computadores
programaban órdenes que
eran recibidas en los puestos defensivos por medio de
pantallas de televisión,
mientras unos esperaban comenzar a divertirse y otros esperaban
comenzar a sufrir, un hombre
murmuraba:
- Maldito, maldito sea el juego de la guerra.
Era Barsén, que desde hacía tiempo ya no sabía
si amaba u odiaba a la humanidad.
(- Pero, yo también soy humanidad. Los pecados
de la humanidad, son mis pecados.
Porque, para combatir la
violencia, he usado de la violencia. Es posible que nadie sea
culpable, pero tampoco
nadie es inocente. Todos, de una forma o de otra, participamos en
el juego de la guerra,
el más peligroso y abominable juego que hayamos podido inventar
los hombres.)
Sacó una tarjeta de su bolsillo, una tarjeta
perforada en el ordenador de reclutamiento
de su ciudad. Volvió a
leerla, lentamente, pensando en el verdadero valor de cada una de
las pocas palabras de aquel
frío mensaje:
«Barsén, D. E. Hora: 7 m. Servicio: Transporte.»
Y la fecha.
(- Barsén - se dijo -, ya estás en la lista,
ya formas parte del incontable número de
seres que han de matar
y morir. Porque, lo que es vivir... ¡Qué poco nos debe gustar el
vivir! - ironizó.)
Las sirenas dejaron de cantar tras un prolongado
y agonizante silbido. Se hizo el
silencio, un expectante
y denso silencio.
(- A partir de las siete horas de mañana, lucharás
contra el enemigo. El enemigo... Pero
¿contra qué enemigo? Porque,
ahora, ya comenzamos a ser todos enemigos de todos.
Bueno, será contra el que
esté frente a uno, contra el que avance en dirección contraria,
contra el que venga de
otra parte, contra uno mismo. Porque, si la humanidad lucha entre
sí, se destruye entre sí,
es como si no tuviera más enemigo que ella misma. Por más que
lo intento, sigo sin entenderlo,
sin entender nada, sin comprender el porqué de todo esto.
Es así, y así hay que aceptarlo.
¿O no? ¿Hay que rebelarse, hay que protestar, hay que
gritar? Lo hice, lo hicimos
muchos. ¿El resultado? Ser detenidos, ser encarcelados. Y sólo
pedíamos, sólo pedía paz.
«¡Paz!», gritaba hasta quedar sin voz. Pero, nadie quiere esa
paz...)
Lejanos llegaron los rugidos de los pájaros
metálicos. Barsén miró al cielo. Venían
como formando una bandada.
- Son aviones, aviones cargados de muerte.
Barsén no buscó refugio. Permanecía en su pequeño
y mimado jardín. Practicaba un
injerto a un árbol.
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(- Hay luz, pero no sol. Siempre esas nubes
grisáceas, sucias, contaminadas. Como el
mar, que ya no es verde,
ni azul. Como la tierra, cubierta por un polvillo negruzco. No
obstante, aquí está mi
jardín. Un superviviente. Ahora sólo puedo ejercer mi oficio de
jardinero en mi propio
jardín. Porque la ciudad se ha quedado sin ellos. Eran buenos
lugares, estratégicos,
para colocar armas. Armas poderosas, gigantes pesadas.)
Los aviones estaban más próximos. Unos sonreían,
otros lloraban. Según el papel que
tuvieran en la apocalíptica
guerra. Pronto se iniciaría la batalla, una batalla más de las
muchas que había en el
mundo al cabo del día. Después, el mismo denso de siempre.
Más muertos, más heridos,
más devastación...
(- Pero ningún vencedor. Porque, ¿qué hombre
puede proclamarse vencedor dando
muerte a otro hombre? Ha
matado a otros como él... Y los que son como él forman la
humanidad. Es como si hubiera
arrancado una parte del cuerpo de la humanidad. Un
pedazo, y otro pedazo,
y otro pedazo... Hasta que no haya cuerpo, ni mente... ni nada.
Quizá lo que queramos sea
eso: nada. Uno no puede considerarse victorioso cuando
lucha consigo mismo. Y
sí, en cambio, puede considerarse derrotado, por el mero hecho
de luchar contra sí mismo,
contra los que son como él. Estamos despedazando a la
humanidad...
¡Es el maldito juego de la guerra! - y Barsén
notó que sus manos se le crispaban,
estando a punto de romper
el injerto.)
Los aviones llegaron a la ciudad. De sus vientres
comenzaron a caer centenares de
bombas, los cañones respondían
con su fuego.
(- La guerra se inició cuando... No, realmente,
siempre hubo una guerra, algunas
guerras, sin ningún momento
de paz, sin darse el mundo un descanso. Pero hubo una
que desencadenó la presente.
No se trataba de unos cuantos contra otros cuantos. Se
trataba de muchos contra
muchos. Hasta ser mundial, total. Alguien, desesperado, utilizó
las armas nucleares. Después,
los demás... Y así, así hasta el final. Mi jardín debe
continuar, tiene que supervivir.
Un mundo devastado, pero con un jardín, por muy
pequeño que sea. Para que
otros sepan que también, en su día, hubo amor...)
Los aviones, los aparatos que no habían sido
derribados, se alejaron. Pero las armas
instaladas en la ciudad
continuaron disparando, redoblaron sus esfuerzos. Porque, en el
cielo, llegaba un avión
de color negro, distinto. Era el que traía la más aterradora de las
cargas. Los otros tan sólo
habían servido para franquearle el camino.
Barsén continuaba con su injerto cuando desaparecieron
todos los sonidos. Se hizo un
total e imposible silencio.
Y una cegadora luz.
Barsén se sintió lanzado por los aires, proyectado,
como si su cuerpo se desintegrara.
Fue como si todas las tormentas
se hubieran hecho una, como si todos los huracanes se
hubieran hecho uno. Y Barsén
voló, voló muy alto, hasta caer en alguna parte, como si
hubiera estado navegando
por espacios infinitos y por un tiempo eterno.
Rojo, todo era rojo a su alrededor. También
él era rojo, como aquel hongo que se
elevaba más allá de las
cenicientas nubes.
Sintió el fuego.
Él era fuego.
Ardía.
Como una llama humana.
Y la llama gritó:
- ¡Malditos!
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2
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Ordenador TFxR200. A-3.
Informe: Barsén, D. E.
(- Cent. Méd.-Aisl. 5002-Hab.
7-15)
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Orden C / T.S / 738:
BABEL
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Barsén, internado en un centro médico, no dejó
de ser una llama humana hasta
transcurridos varios meses.
Durante este tiempo, que pasó la mayor parte inconsciente,
fue llevado al quirófano
más de diez veces. Las ocasiones en que estuvo a punto de morir
fueron incontables, como
incontables fueron después los momentos en que deseó morir.
Había sido uno de los supervivientes de aquella
explosión nuclear que arrasara toda
una ciudad de casi medio
millón de habitantes. Donde antes se levantaba una urbe, ahora
tan sólo quedaban unas
ruinas ennegrecidas; donde antes vivían miles de seres
humanos, ahora tan sólo
agonizaban algunos insectos.
Barsén, en una habitación aislada, aguardaba
su destino.
- Soy un contaminado... - repetía incesantemente.
Viéndose en el espejo, era incapaz de reconocerse.
(- Quien se refleja, no soy yo. Es otro. Ni
tan siquiera un ser humano...)
Su cuerpo, deformado al máximo, le causaba
horror. Un horror casi sobrenatural,
imposible de vencer. Principalmente,
porque su mente estaba intacta, porque no había
sido afectada, porque razonaba
y comprendía. Era la desesperación de la desesperación,
la angustia de la angustia.
(- Monstruoso...)
Un ser monstruoso, pero también peligroso.
Podía contaminar, podía crear más horror, podía
devorar a los demás con su
radioactividad, podía sembrar
la muerte.
Tenía que permanecer aislado.
(- ¿Para siempre?)
La respuesta le llegó una mañana, cuando le
fue a visitar el director del centro médico,
convenientemente protegido
por un traje ultraespecial.
- Aquí no puede continuar. No podemos hacer
más por usted. Y necesitamos las
habitaciones para otros,
para esos otros que constantemente nos están llegando. Nuestra
misión ha finalizado. Ahora,
otros se harán cargo de usted, de todos los que ya
consideramos tratados por
completo.
- ¿Dónde me llevarán?
- A Babel.
- ¿Babel?
- Sí. Es el nombre de una ciudad.
- Nunca he oído hablar de...
- Está en la Luna - le interrumpió el doctor
-. Una ciudad especial para cuantos son...
como usted. Allí, al menos,
no se sentirán solos. Y quizá, al ser todos iguales...
- Nos conformemos, nos acostumbremos, ¿verdad?
- ironizó Barsén.
- Comprenda, es lo mejor. Por una parte, podrán
rehacer su vida, aunque esto le
parezca ahora como una
burla. Por otra parte, no contagiarán a las personas que están
sanas. Aislados, podrán
vivir...
- Y dejar vivir - dijo Barsén, con un tono
de grave amargura -. Se nos destina a una
ciudad como si no fuéramos
seres humanos. Claro que, es posible que ya no lo seamos.
¿Acaso no le produzco asco,
horror?
El doctor no le contestó. Se limitó a entregarle
una tarjeta.
- Desde ahora será Barsén... y este número.
- Un número... Barsén Número... Sólo un número...
- Al menos, vive. Otros, en cambio...
- Han tenido mejor suerte. Han muerto... y
los muertos descansan en paz. ¿Por qué no
nos exterminan?
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- Quizá en un futuro se les pueda curar...
- Un noble interés...
- Quizá no sea tan noble - dijo el doctor,
pensativo -. Piensan que tal vez sea posible
contar con sus servicios
en el futuro... Porque esta guerra no tendrá fin...
- Sí, doctor; sí que lo tendrá. Será el fin
de todo, de todos. La humanidad ha querido
destruirse y lo está consiguiendo.
- Barsén, procure ser feliz.
- ¡No me haga reír! Feliz... Ni los sanos ni
los enfermos pueden ser felices. Unos,
porque ya están malditos,
porque ya casi ni son seres humanos; los otros, porque temen
convertirse en cualquier
momento en lo que yo soy... La felicidad no existe. La felicidad la
hemos asesinado nosotros
mismos, doctor.
- En Babel, estoy seguro, pensará de otra manera.
- Allí, ¿quién nos cuidará?
- Claro, a ellos no les podemos contaminar,
ni se asustarán de nuestra presencia, ni les
importará nuestra amargura...
- Lo siento, debo irme. No tardarán en venir
a buscarle.
El doctor parecía indeciso, como si fuera a
añadir algo más. Pero se fue, dejando a
Barsén hundido en sus desesperados
pensamientos.
Barsén Número aguardaba en una larga fila a
que se abriera la compuerta de la nave
que los trasladaría hasta
la Luna. Todos los que formaban la fila eran igual que él.
Contaminados...
- Apestados...
Vigilados por guardianes vestidos con trajes
ultraespeciales apenas se atrevían a
hablar, apenas se atrevían
a mirarse.
Barsén Número se fijó en el ser que estaba
tras él. Era una mujer, había sido una
mujer. Su cuerpo estaba
terriblemente deformado. Pero, sus ojos...
(- En sus ojos hay algo, algo especial - pensó
Barsén Número -. Dentro de este horror,
esos ojos traen dulzura...)
- ¿Cómo te llamas?
- Prisca... Ahora, Prisca Número - respondió
la mujer.
- Yo soy Barsén Número. ¿Estás sola?
- Sí.
- Entonces, quédate conmigo.
Prisca Número asintió. Barsén Número pensó
que debía haberse tratado de una mujer
delicada, hermosa, sensible.
Por un momento, deseó protegerla, volvió a ser lo que antes
era.
(- Pero, ya no soy humano... - se dijo.)
La nave les llevó a la ciudad lunar de Babel.
Una urbe regida por robots. Una urbe fría,
toda de hierro y de cemento.
- Si al menos hubiera un jardín...
- ¿Para
que quieres un jardín?
- Era jardinero.
Se sumaron a otros que ya la habitaban. Y comenzaron
una nueva existencia, un
intento de supervivencia.
Pasaron meses, transcurrió un tiempo imposible
de medir.
Barsén Número y Prisca Número vivían en un
habitáculo, procurando olvidar el pasado
(- Es imposible) existiendo
en aquel presente sin confiar en un futuro.
Hasta que un día, hasta que en una artificial
amanecida, Barsén Número despertó
creyendo que todo volvía
a ser como antes.
Porque algo ya casi olvidado, desconocido en
Babel, llegó hasta él.
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SEGUNDA PARTE
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3
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Ordenador BjaW104.B-2.
Informe: Barsén, D. E.
(Solicita: J en Babel.
Exp. 1)
Respuesta: SÍ
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Barsén Número, al despertar (- ¿O he sido despertado?),
tuvo una aguda observación
acerca de la realidad de
Babel (- Experimenta, ¿acaso un cambio?).
Olfateó.
Le llegó (- ¿De dónde?) un aroma, un límpido
(- ¿Puro?) aroma.
Un olor olvidado (- ¿Negado?), perdido en los
laberínticos arcanos del tiempo (-
¿Cuándo?); un perfume excluido
de los incorpóreos espacios aéreos (- ¿Cómo?).
Llovía olor a hierba (- No existe), a mares
de hierba (- ¿Será el filtro?), a hierba húmeda
(- ¿Humedad?), a hierba
bañada en rocío (- ¿Vapor de agua?).
(- ¿Hierba?)
Algo imposible (- No puede ser).
Pero era (- Es).
Escuchó.
Le llegó (- ¿Cerca?) un sonido, un nítido (-
¿Rítmico?) sonido.
Un sonido pretérito (- ¿Silenciado?), enmudecido
en las espaciales ondas infinitas (-
¿Mutis?); un canto omitido
del pentagrama que las vibraciones dibujan en el tiempo sin
tiempo (- ¿Por qué?).
Llovía sonido de pájaros (- Exterminados),
a trinos de pájaros (- ¿Ruido no
identificado?), a pájaros
armonizados (- ¿Armonía?), a pájaros en ramas (- ¿Árboles?).
(- ¿Pájaros?).
Algo imposible (- No hay).
Pero era (- Son).
(- Y colores.)
- No es real - dijo -. Es irreal. O... - y
la duda le hizo temblar.
Sudaba.
- Una pregunta.
A su lado, un cuerpo se movió.
- ¿Ya? - inquirió una voz ronca.
A Prisca Número la había enojado.
- ¿He muerto? - y se miró los pies, que sobresalían
del lecho.
- Los muertos no preguntan - le respondió la
voz ronca.
- Eso creo - y se sintió aliviado.
- Sudas demasiado; no me agrada.
- Y los muertos no sudan - recordó -. ¿Prisca
Número?
- ¡No sé! - exclamó ella, sin poder contener
su ánimo irritado.
Él era el culpable de su gruñido. Que no protestara
(- ¡Quiero dormir, Barsén Número).
- Tampoco sueño.
- ¿Eh? - y se removió.
- Estoy despierto - dijo pensativo, comenzando
a estar mentalmente ausente, ajeno a
cuanto no perteneciera
a aquella sospecha que nacía en su esperanzado cerebro.
- ¡Y a mí me has despertado! - gritó ella.
Podían haberla oído otros (- ¿Qué hacen? Escucha),
pero no él.
- Si no estoy muerto, si no estoy durmiendo...
|
Prisca Número no oyó la conclusión a la que
él ya seguramente había llegado. Quedó
intrigada.
- ¿Qué? - preguntó.
No tuvo respuesta.
Hizo un esfuerzo (- Y aún no es la hora...)
Rápida, dejó de tener cerrados los párpados.
Miró, sorprendida (- Pero...).
Él no estaba en el lecho, ni en ninguna otra
parte.
- ¿Barsén Número...? - y volvió a dormirse
(- Que me deje en paz. ¿He dicho paz?
Suena raro. Por no soportarle,
cualquier día solicitaré la hibernación. Tengo derecho. He
pagado siempre, en mensualidades.
¿Por qué habré dicho paz? Eso me pasa por
despertar cuando todavía
no es la hora. No, que no me deje en paz).
Ya roncaba.
Barsén Número iba en busca de los olores (-
Los huelo), de los sonidos (- Los oigo), de
los colores (- Los veo).
- ¡Los siento! - gritó alborozado (- Lástima
no saber cantar - se dijo -. Porque iría
cantando, despertando a
todos, así: ¡Es la hora de reír!).
Corría (- ¡Más rápido que los suelos deslizantes,
que las escaleras automáticas!) Y los
dejaba atrás; y saltaba
los peldaños.
(- ¿Será posible?)
Lo era.
Barsén Número preguntó:
- ¿Dónde está?
El Agente Robot (que pensó: - Es sospechoso)
respondió con otra pregunta (tras
conectar su sistema de
sonido):
- ¿Dónde está, qué? - mientras sus circuitos
electrónicos computaban la identificación
del que se le antojaba
como un Hombre del que desconfiar. Pero el Ordenador Central le
envió notificación de que
no tenía que detenerle; carecía de antecedentes.
- ¿Es que no huele?
- Todavía no estoy programado para oler - le
dijo aquella boca metálica, sobre la que
no había nariz y sí un
gran ojo parpadeante.
(- Estos seres artificiales - pensó Barsén
Número -, con su monumento en el Centro de
Babel, no pueden oler...
- y suspiró.)
Olfateó; aspiró mucho (- ¡Qué asco! - y escupió
su propia contaminación -. No obstante,
he captado partículas volátiles
del olor a hierba. Es por allí, seguro.)
- Agradecido, Agente Robot.
- De nada.
Y volvió a correr.
El Agente Robot se malhumoró consigo mismo
(- ¿Por qué he atendido a ese Hombre?
- se preguntó -. No es
aún mi hora de servicio. No se pueden hacer condescendencias.
Empiezas a fallar. ¿Será
la pila eléctrica? Antes de que sea tarde, que te la cambien.
Pronto).
Y el Agente Robot también corrió.
Barsén Número iba por una inacabable avenida
iluminada por gigantescos focos, soles
que no eran sol.
- ¡Huelo más, oigo más, veo más!
Al final de la avenida (- ¡Ahí!), se detuvo.
- No, no es un sueño... - y se le rompió la
voz, ahogada de felicidad.
(- Tanto tiempo esperando...)
Y lloró.
Lloró mientras una nube de sonidos, de aromas
y de colores le envolvía y le acariciaba.
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4
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Coro:
- ¡Ahí!
(Del Inf. L-32. Agente
Robot R.A.-3)
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Barsén Número, emocionado (- Lo sabía, lo sabía...),
con lágrimas:
- ¡El jardín de Babel! - exclamó.
(- Es el principio.)
Allí estaba, ante él (- Tal como lo soñé...).
Centenares de árboles (era un lauredal; - Siempre
verdes y olorosos laureles): el color;
miles de flores (eran rosas;
- Llenas de matices en sus blancos, amarillos y rojos, rosas
siempre fragantes): el
color; millones de hierbas (eran hierbabuenas; - Tiernas y suaves,
hierbas empapadas, siempre
frescas): el color.
(- Tendrán que volver a crear el oficio de
jardinero. Mi oficio antes de... - y en su
cámara de recuerdos, por
unos fugaces instantes, se proyectó en una pantalla de células
una cegadora explosión.)
Las ramas, mecidas por un ligero viento, con
pájaros, acompañados por el batir de
palmas de las hojas (eran
gorriones; - Gorriones de plumaje pardo, siempre cantando): el
sonido.
Todo: el paisaje.
(- Babel ya tiene un jardín...)
Se dejó embriagar por los olores (- Y después
amapolas), se dejó cautivar por los
colores (- Y después frondosidad
de helechos), se dejó embelesar por los trinos (- Y
después canarios).
- Y después... - murmuró (- Cuántos después
hay hasta que Babel se convierta en un
jardín, en el Jardín!)
Barsén Número gritó:
- ¡Ciudadanos de Babel! ¡Despertad!
Silencio (- Pero me han oído, me escucharán).
- ¡Ciudadanos de Babel! ¡Despertad! - volvió
a gritar, atronando, casi estremeciendo la
cúpula que cubría la urbe
construida en el más árido desierto (- Eh, allí, uno).
Alguien apareció por una ventana circular de
uno de los grandes bloques de hierro y de
cemento.
- ¡Calla! ¡No es hora! - le increpó.
- ¿Y qué importa? - respondió Barsén Número
-. ¡Mira, huele, oye! ¡Hacedlo también
los demás! ¡Y venid!
Un rostro, dos rostros, tres rostros... (-
Y más, y más).
- ¡El jardín de Babel!
Por las puertas de los grandes bloques (Orden:
«Que habiten mil en cada uno»)
comenzaron a salir filas
de gente (- Gente atemorizada). Prudentes, aunque cada vez
levantando entre sí un
mayor rumor de palabras (- Ni un Agente Robot), se fueron
acercando a Barsén Número,
formando una asombrada media luna ante la entrada al
Jardín (- Ya perciben).
- ¿Qué os dije? - preguntó a aquellos rostros
en los que se iniciaban sonrisas, todavía
incrédulas sonrisas (-
Pero pronto serán de gozo).
Coro:
- ¿Cuándo?
- No lo sé - respondió Barsén Número -. Indudablemente,
mientras dormíamos. Lo
instalaron, y se fueron.
Nunca perdí la esperanza, vosotros sí. Poca fe en ellos (- Y no me
extraña). Pero, ya veis,
ya oís, ya oléis. Han accedido a mi petición, a mi petición diaria.
Es nuestro, para siempre.
Y habrá más... (- Porque todo tiene un principio, pero un fin...)
|
La gente, con un hilo de voz, entre sí:
- Flores...
- Pájaros...
Prisca Número le dio un beso (- Él no quiere
la hibernación. ¡Qué tonta! Yo tampoco.
¿Qué iba a hacer sin él
en el futuro?), varios besos (- Aunque, lo de despertarme, no sé si
se lo perdonaré).
- ¿Podemos...? - Pregunto Edistio Número.
- ¿Está prohibido...? - preguntó Domna Número.
- Podéis - sonrió Barsén Número (- Acariciad).
Entraron en el jardín de Babel.
No sabían cómo, pero estaba allí.
Les comenzaba a rodear (- Lo cuidaremos. Yo
les enseñaré. Con cuidado, con
paciencia, con amor. La
naturaleza es bella y delicada).
- ¿Son rosas? - le preguntaron.
- Son rosas.
- ¿También las amarillas?
- También.
Los pájaros seguían cantando, alguno revoloteaba.
Las ramas hacían metamorfosearse a las sombras,
las hojas se entrechocaban.
Las flores bailaban ligeras, inclinándose imperceptiblemente
a uno u otro lado.
Barsén Número, con lentitud, como si hubiera
logrado retardar los mecanismos del
tiempo, se dejó caer en
la hierba (- Dormir, dormir sobre el más blando y tierno de los
lechos).
Pasó la yema de sus dedos por una hierba (-
¿Qué...?) Murió su feliz sonrisa, se
tensaron los músculos de
su rostro (- ¿Qué...?), en sus apretados dientes hubo chispas (-
¿Qué...?)
- ¡Malditos! - con espuma en la boca, una espuma
rabiosa.
Todos (A coro: - ¿Eh...?) se volvieron hacia
él.
- ¡Malditos! ¡Malditos!
- ¿Nosotros? - preguntaron confusos.
- ¡Ellos!
- ¿Ellos?
- ¡Nos han engañado!
- ¿Es que todo esto... no existe? - y había
pasmo en Prisca Número, al igual que en los
demás -. ¿Es que lo que
vemos, lo que olemos, lo que oímos... no es real? ¿Nos hacen
vivir un sueño?
- ¡Peor!
- ¡Peor! - exclamaron aterrados.
Barsén Número arrancó una flor. La destrozó,
ante un gran estupor. Y dijo, colérico:
- ¡Son de plástico! ¡Todo es falso! ¿Falso,
falso, falso...! - y pisoteó la hierba.
Los árboles eran de plástico, las flores eran
de plástico, las ramas eran de plástico, las
hojas eran de plástico.
Barsén Número atrapó un pájaro en pleno vuelo.
Le arrancó las plumas, lo destripó:
- ¡Mirad!
- ¡Miramos!
- ¡Son
gorriones mecánicos!
Y los olores eran artificiales.
Y el viento.
Barsén Número, enmudecido (- Han llegado demasiado
lejos - y en su mente había
violencia). Prisca Número,
callada (- Algo piensa. Y temo ese pensamiento, sea el que
sea).
Barsén
Número, decidió.
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5
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Agente Robot:
- A Pat. 32. Ciud. Barsén
(D. E.-10.715.)
Orden: Detener.
(Ord. Regist.)
|
Barsén Número (- Tengo que intentarlo) sabía
lo que ella le iba a decir en cuanto le
anunciara su decisión (-
Se agotó mi esperanza).
Pensó irse, en silencio.
Pero inició la conversación que ya conocía
de antemano, tanto las preguntas como las
respuestas (- Y llorará,
cuando me haya ido).
Prisca Número (- Ya son tres. Ahora cuatro.
Cuatro Agentes Robots), mirando por la
ventana aguardaba sus palabras
(- Es capaz de intentarlo).
- ¿Piensas? - dijo él.
- Observo - respondió ellas (- Cinco, seis).
- ¿Los cuentas?
- Sí. ¿Cómo sabes que...?
- Siempre ocurre igual. No es nuevo (- Y no
tardará en aparecer un atomohelicóptero).
- Ya son ocho.
- Hasta doce, con sus átomomotos (- Y las átomoarmas).
Pero, no me importa. Como si
quieren enviar un millar.
- ¿Lo harás? - preguntó Prisca Número, disimulando
su inquietud (- Si no le importan ni
un millar de Agentes Robots...).
- Sí. Estoy decidido.
- Los doce - suspiró Prisca Número (- Lo que
más temo son las átomomotos. Con ellas,
no necesitan emplear las
átomoarmas).
- No huyo: desafío.
- Señalan hacia aquí.
- No te harán nada. No debes preocuparte (-
Sé que piensas en mí. Son muchos años
de estar juntos en Babel,
en este infierno).
- El atomohelicóptero...
- Le oigo (- Quedará suspendido en el aire,
a prudente distancia de las ventanas. Un
buen lugar desde donde
vigilarme).
- ¿Y si te acompaño? (- Las horas serán más
que horas).
- No. Quizá, después...
- Ese después no existe. Vas a morir.
- Si logro escaparme, habrá ese después (-
¿O tal vez no haya ese después ni para
nosotros ni para ellos?).
- Vienen a detenerte.
- ¿Qué esperabas, una vez que ordené a los
ciudadanos destruir el jardín artificial?
Estarán muy contrariados.
No esos autómatas, sino ellos. Creían que nos íbamos a
conformar... (- Cuánto
horror debemos causarles. Pero la culpa no es nuestra. Es de ellos,
de los otros, de los que
no están en Babel).
Barsén Número se contempló en un espejo. El
espejo también reflejaba a Prisca
Número (- Sí, cuánto horror...
- repitió).
- ¿Cuándo...? - preguntó ella.
- Cuando me detengan.
- Nadie... (- Nunca supimos más de los fugados.)
|
- No seas pesimista.
- No lo soy... En dos filas de a seis. ¿Subirán?
- Dentro de unos instantes estarán aquí.
- Barsén Número...
- ¿Sí?
- Suerte (- Si fuera contigo, no sufriría tanto.
Lloraré siempre. Porque no regresarás,
porque sé lo que sucederá).
- No te olvidaré, Prisca Número (- Te quiero).
- Ni yo, Barsén Número (- Te quiero).
En las átomomotos, por las rampas interiores
de los grandes bloques de hierro y de
cemento (- Tengo que ser
como los habitáculos: de hierro y de cemento), los Agentes
Robots llegaron hasta la
puerta de Barsén Número. Antes de que llamaran (- Yo les
abriré) ya él les invitaba
a pasar.
Doce ojos parpadeantes, fluorescentes, se clavaron
en él. Y una voz metálica:
- Orden de detención. Barsén Número, tiene
que acompañarnos.
(- Lo que será de mí, lo decidirán ellos.)
Prisca Número preguntó:
- ¿Podré verle?
No respondió ninguna voz metálica. Hizo otra
pregunta:
- ¿Dónde debo solicitar la defensa del detenido?
(- Para ellos, mero formulismo.)
- Vaya a la central - respondió una voz metálica.
- Salga, Barsén Número - ordenó otra voz metálica.
Barsén Número y Prisca Número se miraron por
unos instantes. No hacían falta
palabras, no las querían
(- Se sentirán defraudados. No podrán reír irónicos. Que no
sepan que sufrimos.)
Él se fue.
Ella, como Barsén Número sabía, lloró.
Las átomomotos cruzaban las avenidas a una
velocidad que casi les hacía invisibles a
los ojos de los transeúntes
(- Hacerle perder el control - pensó Barsén Número).
El atomohelicóptero, como un gran ojo volador,
les seguía.
Barsén Número era llevado en la átomomoto que
encabezaba el grupo. El silbante
ruido de los motores le
ensordecía (- Tiene que ser antes de que me desmaye. En el lugar
propicio, en el cruce).
Las átomomotos, en el punto de intersección
de varias avenidas, aminoraron la
velocidad.
(- ¡Ahora!)
Barsén Número, rápido, se levantó del asiento
posterior. Con toda su fuerza, golpeó al
Agente Robot en sus metálicos
brazos. Después, puso una mano delante del ojo
parpadeante. La átomomoto
quedó sin rumbo. De un salto se tiró al suelo. Casi es
arrollado por otra átomomoto.
Cuando los Agentes Robots detuvieron sus máquinas,
el detenido había desaparecido.
Los doce ojos parpadeantes
se miraron entre sí. El gran ojo volador también se sumó a la
mirada.
Y rieron aquellas bocas metálicas.
Si Barsén Número les hubiera observado, habría
quedado atónito. Pero él ya corría por
una de las avenidas, buscando
un refugio.
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6
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- Cacería
(Del centro TV - 3D. Esp.:
Noticias. Canal Obligatorio.)
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- Se nos ha escapado - ironizó un Agente Robot.
- Y seremos castigados - dijeron los demás
a coro, sin dejar de reír, exclamando -: ¡No
suministrarán energía a
nuestros cuerpos! ¡Mala cosa! ¡Pero no se enterarán!
Los ojos parpadeaban más, tenían más luz (-
¿Te das cuenta, Prisca Número? Cuando
están muy contentos, llegan
a ser como reflectores; - Barsén Número, no me agradan
esos ojos. Vámonos de aquí,
volvamos al habitáculo).
- ¿Cómo dicen los humanos? - preguntó el irónico
Agente Robot, en medio del círculo
que habían formado -. ¿Cómo
llaman a este juego?
- El juego del gato y del ratón.
- ¡Ah! Qué pena... Es un juego divertido. Pero,
en Babel, no hay gatos ni ratones (- Ni
nada).
- Nosotros
haremos de gato.
- ¿Y el ratón?
- Que sea el detenido: Barsén Número.
La propuesta fue aceptada por unanimidad, aunque
la decisión ya estaba tomada de
antemano.
- Pobre tonto...
- Hace honor a su especie.
- Corre, corre mucho.
- Y así se cree cercano a la libertad, a su
libertad.
- Ya estábamos llegando a la Central...
- Hubo suerte.
- Se atrevió.
- Ahora podremos jugar. Nos divertiremos.
La huida de Barsén Número, en vez de contrariarles,
les alegraba (- Puse a la
átomomoto el piloto automático,
sin tomar ninguna medida de seguridad, como en otras
ocasiones).
- Lástima que no todos los detenidos piensen
en escapar.
Barsén Número iba a proporcionarles distracción.
El trabajo de los Agentes Robots era
monótono, salvo en muy
contadas ocasiones.
- ¿Cómo dicen los humanos? - preguntó de nuevo
el irónico Agente Robot.
- Una cacería - corearon los demás.
Barsén Número corría por una solitaria avenida
(- Todos me observan desde sus
habitáculos, ninguno se
atreve a salir, y menos imitarme. Están pendientes de lo que
ocurra, ahogados de temor).
Lo único que le preocupaba era correr, distanciarse de los
Agentes Robots, que perdieran
su pista (- Es extraño. No oigo a las átomomotos. Y el
atomohelicóptero ha desaparecido.
¿Es que ya no me persiguen? Si supiera lo que
piensan, si es que pueden
pensar... Pero, tienen que encontrarme. Ellos pueden hasta
convertirles en chatarra).
La avenida parecía no tener fin ni principio.
Tan igual, tan desierta (- Las puertas,
cerradas. En ningún habitáculo
puedo esconderme. Están todos controlados. Oyen lo que
se dice en ellos, ven lo
que se hace en ellos. Entonces, ¿adónde ir?) Los grandes focos
colgados de la gigantesca
cúpula que cubría la ciudad, instalados para alumbrar en todas
direcciones, le negaban
su propia sombra (- Abandonar Babel, aunque sólo sea un sueño
que jamás sea posible convertirlo
en realidad, ya es una forma de luchar, de denunciar,
de gritar). Los grandes
bloques de hierro y de cemento, todos iguales, todos de la misma
altura, como inmensos panteones
funerarios (- Pero no estamos muertos. ¡Vivimos! Y, si
somos los que somos, es
por culpa de ellos. Ellos...).
Una ciudad con sus días y con sus noches, pero
sin días de cielo azul y sin noches con
estrellas (- Los habitantes
de Babel, los representantes del dolor, de la violencia, del odio,
|
de lo absurdo. No quieren
vernos. No desean contemplar en nosotros el error que ellos
han causado).
- Babel, Babel... - murmuró, jadeante -: Existes
porque los hombres no se han
entendido, porque la humanidad
no se ha amado, porque los seres humanos somos lo
suficientemente imbéciles
como para destruirnos unos a otros. Babel, Babel... - y sus
palabras fueron como lágrimas.
(- Aquel monumento, en medio de una tierra devastada.
Una impresionante mole de
acero. Una monstruosa bala
dorada.)
Y una leyenda, labrada con sangre:
|
«NO NOS QUEREMOS, NOS ODIAMOS.»
|
Barsén Número corría, en el mayor de los silencios.
- Le hemos dado tiempo.
- Suficiente.
- Somos generosos.
- Quien lo capture, recibirá un premio.
- Eso hace la cacería más interesante.
- ¿Vivo o muerto?
- Vivo.
- ¿Y si...?
- No utilizaremos las átomoarmas.
- ¿Por qué?
- El juego se terminaría pronto.
- ¡Y necesitamos cubrir tanto tiempo de tedio!
- ¿Conformes?
- Conformes.
Los Agentes Robots pusieron en marcha sus máquinas.
Las átomomotos rugieron,
rompiendo de nuevo aquel
pesado silencio.
Cada uno eligió una avenida, un distrito, una
zona. Se desearon suerte, aunque cada
uno quería la suerte para
sí.
El acelerador, al máximo.
En los habitáculos: «Barsén Número está sentenciado.
Fue jardinero. Si al menos
tuviéramos una flor que
llevarle al entierro...»
Prisca Número (- ¿Por qué? ¿Por qué?), como
una estatua. De pie, tensa, con los
puños cerrados, con la
mirada perdida, conteniendo las lágrimas (- ¿Por qué? ¿Por qué?)
Una de las paredes de la estancia se iluminó,
al tiempo que se oía un agudo sonido
electrónico. Era la átomopantalla.
Un Locutor Robot, sin dejar de mantener en todo
momento su pretendida atractiva
sonrisa, anunció:
- a) Ciudadanos de Babel; b) Buena hora; c)
El ciudadano Barsén Número fue detenido
por una patrulla de Agentes
Robots (Planos filmados del momento mencionado); d)
Acusado de perturbar el
Perfecto Orden; e) Cuando era trasladado a la central, huyó
(Planos filmados del momento
mencionado); f) Los Agentes Robots han emprendido su
búsqueda; g) Pobre idiota
de Barsén Número.
Y el Locutor Robot finalizó su computada intervención
con la noticia que más temía
Prisca Número:
- Y h) La cacería será televisada en directo.
Permanezcan atentos a sus
átomopantallas.
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7
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Urgente:
HOMBRE PELIGROSO
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Barsén Número, que seguía corriendo (- Hasta
que revientes, si es preciso), oyó lejano
el silbante ruido de una
átomomoto (- Tengo que encontrar un refugio. En caso contrario,
estaré perdido).
Un atomohelicóptero apareció de improviso sobre
uno de los grandes bloques de hierro
y de cemento.
- ¡Me han localizado! - gritó.
El átomohelicóptero centró su vuelo sobre la
avenida, descendiendo hasta situarse muy
cerca de Barsén Número,
que aumentó su ritmo, que miró de reojo al ojo volador (-
Dispararán, en cualquier
momento. Despídete de ti mismo, Barsén Número). Pero, en el
atomohelicóptero, nadie
pulsó ninguna átomoarma. Sí la atomocámara, con servicio de
transmisión en directo.
Prisca Número, en la átomopantalla, le vio
(- Corre, corre, ¡corre Barsén Número!) Y en
todos los habitáculos:
(- Corre, corre, ¡corre Barsén Número!)
La pieza a cobrar de la cacería intentaba distanciarse
del atomohelicóptero (
- ¿Por qué no disparan?)
Y el Locutor Robot, comentaba:
- a) Es Barsén Número; b) Un Hombre peligroso;
c) Cualquiera de las átomomotos que
le persiguen no tardará
en darle alcance; d) Observen. Y recuerden: Nadie, nadie puede
burlar al Perfecto Orden;
e) Su pena será aumentada; j) Nuestros gloriosos Agentes
Robots nos demostrarán
su alto nivel, su extraordinaria preparación para capturar a los
que huyen; g) Celebrando
ya la pronta detención de Barsén Número, la Central nos
comunica que pueden ustedes
servirse un átomorefresco; h) Atención.
Prisca Número (- Piensa algo, pronto), ante
la átomopantalla, se sintió desfallecer de
angustia (- Moriré con
él). Dio un manotazo al átomorefresco que le fue servido saliendo
por una pequeña puerta
de una pared contigua a la que se retransmitía la huida de
Barsén Número.
- ¡Rápido, rápido! - gritó. Pero Barsén Número
no la oía. Y sí a la átomomoto, cada vez
más próxima a él.
(- No me entregaré. Si lo hiciera, es como
si me hubiesen derrotado. No quiero darles
ese placer. Y tendrán que
luchar conmigo. Se verán obligados a usar las átomoarmas. Y
todos, en sus habitáculos,
sentirán un poco más de horror, un poco más de rebelión, un
poco más de ganas de libertad.)
La avenida acabó en una inmensa explanada circular,
como otras muchas avenidas.
Barsén Número se detuvo
(- ¿Y ahora? ¿Por cuál?) El atomohelicóptero también se
detuvo, quedando suspendido
sobre él.
Más avenidas, más grandes bloques, más explanadas
circulares (- Puede ser eterno).
Más inmensidades, más lejanías,
más horizontes (- Y siempre con ellos tras de mí).
- ¡Muévete, muévete! —gritaba Prisca Número
viéndole por la átomopantalla.
Barsén Número, naciendo una nerviosa sonrisa
en su rostro, recordó:
- ¡Los tubos!
Los tubos renovadores de aire, los tubos que
hacían el mismo servicio que las
primitivas alcantarillas
terrestres, los tubos que mantenían la constante temperatura de la
ciudad.
- ¡Los tubos! - también gritó Prisca Número.
(- ¡Puede ser, puede ser!)
Barsén Número corrió hacia la entrada de uno
de los tubos. En el atomohelicóptero
debió producirse una cierta
confusión. La atomocámara se dirigió en varias direcciones.
La imagen era inconcreta.
Barsén Número no aparecía por ninguna parte. Se hizo
|
invisible para la atomocámara.
Se hizo invisible para los habitantes de Babel. Y para los
Agentes Robots y para el
Locutor Robot, que dijo con un tartamudeo:
- a) Barsén Número...; b) Si hace un momento...;
y c) Llegan los Agentes Robots - y la
voz metálica rechinó.
Los del atomohelicóptero:
- Ha entrado por allí.
Los de las átomomotos:
- Iremos por allí.
El ojo volador se alejó. Él no podía entrar
por los tubos para continuar la retransmisión
de la cacería. Lo harían
las propias átomomotos, equipadas también con atomocámaras.
- ¿Tienen todos un plano de la Red Túbica?
—preguntó el jefe de los Agentes Robots.
Cuando le respondieron
afirmativamente, añadió -: Dividamos las zonas, meticulosamente
- y con cierta rabia -:
La Red Túbica es un laberinto. Si tiene suerte, podemos tardar días
en localizarle...
- Cuanto más dure la cacería mejor, ¿no?
- ¡No tanto! Unas horas, sí; pero no días.
Mañana...
- ¿Qué?
- Llega una expedición. Ellos no nos lo perdonarán.
Esto ya no es un juego. Si se ven
en la necesidad de disparar,
disparen.
Las átomomotos, tras estudiar los Agentes
Robots el plano de la Red Túbica y dividirse
las zonas, rugieron de
nuevo. Veloces entraron cada una de ellas por cada uno de los
tubos que había en aquella
explanada circular.
No hubo risas metálicas.
Prisca Número oyó al Locutor Robot:
- a) La patrulla entra en la Red Túbica; b)
Barsén Número no tardará en ser captado
por una de las atomocámaras
de las que están provistas las átomomotos; c) La cacería se
prolonga; d) Esto no deja
de servir para dar más emoción a la persecución; e) Seguimos
retransmitiendo en directo;
f) Aprovechen esta ocasión: observen la belleza geométrica de
la Red Túbica; g) Dado
el espectáculo que les ofrecemos, pasamos a darles una visión
tridimensional, y h) Tomen
más átomorefrescos.
Los circulares pasadizos, iluminados y plasmados
por las luces y las atomocámaras de
las máquinas, podían provocar
el mayor de los horrores, acrecentado por la gran
velocidad de las átomotos.
Prisca Número volvió a dar un manotazo al
segundo átomorefresco que le era servido
(- ¡Con lo que me gustan!).
La visión tridimensional la hacía como ir en una de aquellas
silbantes máquinas. De
pronto, al fondo: Barsén Número.
- ¡No! - gritó Prisca Número.
El Locutor Robot:
- a) ¡Ahí está el huidizo Barsén Número!;
b) ¡Atención!; c) ¡Emocionante!; y d) ¡Ahora!
Una de las átomomotos se acercaba huracanada
a Barsén Número. El Agente Robot
que la montaba no estaba
dispuesto a correr ningún riesgo. Apretó el botón del piloto
automático. Y apuntó con
la átomoarma.
Prisca Número profirió un ahogado gemido.
Como todos los ciudadanos de Babel.
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8
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Coro:
- ¡Vivo!
|
Barsén Número, cegado por
la luz de la átomomoto, dejó de correr.
|
La máquina lo arrollaría, pero ya antes caería
herido de muerte cuando su cuerpo fuera
alcanzado por el ardiente
rayo de la átomoarma.
El Agente Robot acarició el disparador (- Una
buena pieza - se oyó en el interior de su
cabeza metálica).
Y...
(- No dispara sobre mí, dispara sobre todos.
Sobre Prisca Número, sobre Edistio
Número, sobre Domna Número...;
- No huyo solo, todos huyen conmigo; - Si yo muero,
mueren todos; - El Agente
Robot es todos los Agentes Robots, yo soy todos los que son
como yo; - Y ellos jamás
sabrán, ¡jamás sabrán de nuestra rebelión!; - ¡Tienes que seguir
viviendo para que los demás
sigan viviendo!; - ¡Eres un grito!; En un segundo se pueden
pensar muchas cosas.)
...el Agente Robot apretó el disparador.
- ¡No! - gritó Barsén Número.
- ¡No! - volvió a exclamar Prisca Número.
La átomopantalla, por unos instantes, fue roja:
fuego. Hubo rojo: fuego en todos los
habitáculos. Y después
hubo silencio.
Y blanco.
- Él... ¡él!
En la átomopantalla: Barsén Número, tendido
en el suelo (- Salté a tiempo). Bajo él, el
Agente Robot (- Se destrozó
al caer, contra la pared del tubo), como un muñeco roto. Sus
piezas, por doquier (-
El rayo abrió un agujero. Me hubiese partido en dos).
- Pero... —Prisca Número no acababa de dar
crédito a lo que veía.
Barsén Número se levantó (- Alejarme de aquí,
rápido). El Locutor Robot, incrédulo:
- a) No puede ser; b) ¡No puede ser!; e) Pero
es; d) ¡Maldito!; e) Está vivo; f) ¿Qué ha
hecho?; g) Envíenme órdenes,
por favor, órdenes; h) Nombres Número, no se crean lo
que ven; i) Producto de
una mala imagen; j) De un fallo técnico; k) Es imposible; l) ¡Quiero
órdenes!; ll) No estoy
computado para un desastre como éste; m) Se acabaron los
refrescos; n) ¡Se va en
la átomomoto!; ñ) ¡Patrulla, patrulla!; o) ¡Mañana llega una
expedición!; p) ¡Harán
chatarra con nosotros!; q) ¡Robots, Robots!; r) ¡Se aleja,
desaparece por la Red Túbica!;
s) ¡Órdenes, órdenes!; t) Quiero...
La voz del Locutor Robot dejó de oírse. Y en
la átomopantalla todo se hizo negro, muy
negro. Lo último que pudo
ver Prisca Número fue alejarse a Barsén Número (- ¡Monta una
átomomoto!) Estaba vivo.
- ¡Vivo!
- ¡Vivo! - exclamaron en todos los habitáculos.
En la átomopantalla apareció el rostro metálico
del Locutor Robot. Tenía una voz
distinta, mucho más chirriona:
- a) Queda suspendida la transmisión en directo;
b) Les mantendremos informados; y c)
Barsén Número será localizado.
Pero Prisca Número sonrió, sonrió, sonrió...
y acabó escupiendo a la átomopantalla. En
la Central alguien ya la
multaba por sexta o séptima vez aquel día.
- ¡Qué me importa!
Ella recordó:
- ¿Tu nombre?
- Prisca.
- ¿Ahora?
- Prisca Número.
- Yo era Barsén.
- ¿Y ahora?
- Barsén Número.
- ¿Qué sabes?
- Nos llevan a Babel.
|
- ¿Babel?
- Sí.
- ¿Qué...?
- Una ciudad. En ella se entra, pero ya nunca
se sale. Pienso huir.
- ¿Y si no puedes?
- Podré. ¿Estás sola?
- Sí.
- Ven conmigo.
Estaban en una larga fila de seres, estrechamente
vigilados por guardianes protegidos
con trajes ultraespeciales,
que ya comenzaba a subir por una rampa que llevaba a una
gigantesca nave que tenía
como destino la ciudad de Babel. («¿Dónde está?», le había
preguntado. Él respondió:
«En la Luna» Después, ironizó: «Si la hubiesen podido construir
más lejos, más lejos estaría.»)
Entraron en la nave y la compuerta se cerró tras ellos. Ya
habían ido más filas de
seres, otras ya esperaban a otras naves. Apretujados, hacinados.
(«¿Qué haremos en Babel?»
«Consumir la vida, morir poco a poco. Somos unos
apestados.» «¿Cuál es nuestra
culpa?» «Sólo una: la de ser víctimas.») La nave se
estremeció. Los cohetes
lanzaron fuego. Y la nave emprendió vuelo hacia Babel.
Prisca Número volvió a escupir a la átomopantalla.
Barsén Número se perdía por la Red Túbica.
La patrulla de Agentes Robots continuaba
la cacería. El premio para
el que se hiciera con la presa fue triplicado. Ya no importaba
que se le apresara vivo
o muerto. Ningún huido les había causado tantas complicaciones.
Era necesario dar un ejemplo.
Así que, preferentemente muerto.
Él recordó:
- ¿Cómo eras?
- ¿Antes de...?
- Sí.
- Ojos azules, pelo rubio, delgada.
- Yo era bastante alto, también delgado, de
pelo moreno.
Ella lloraba. Lloraban muchos en la nave. También
él se dio cuenta de que lloraba.
Aquello era el principio
del fin. Un fin que estaba lejano en el futuro, pero que se había
empeñado en adelantar a
un presente. Y todos tenían la culpa. Los que iban en la nave,
los que no iban. Un monumento:
una gigantesca llama. Y una leyenda: «Odiaos los unos
a los otros.» Y los gritos:
«¡Arrasad!» «¡Destruid!» «¡Matad!» La Tierra se iba quedando
atrás. Se acercaban a Babel.
- Babel... - y Barsén Número aumentó la velocidad
de la átomomoto (- Tengo que
alcanzar el centro de la
Red Túbica. Pero, ¿y después? Si quedo en las entrañas de la
ciudad, acabarán por dar
conmigo. Y si salgo de Babel, ¿dónde puedo ir? Fuera, tan sólo
el desierto lunar).
En todos los habitáculos permanecían atentos
a las átomopantallas: La huida de
Barsén Número era la huida
de todos los ciudadanos de Babel. Pero las átomopantallas
seguían sin iluminarse.
Eso significaba que ninguna atomocámara lograba dar con el
paradero de Barsén Número.
Ellos disfrutaban de aquel silencio mientras los Agentes
Robots recibían severas
órdenes y graves amenazas de castigos por haber dejado
escapar al detenido.
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9
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Gran Agente Robot:
- ¿Solución?
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24 h. (L).
|
- ¿Y Barsén Número? - preguntó el Gran Agente
Robot.
Por todas las conexiones de la Central le llegó
la misma respuesta: «Resultado
Negativo.» El Gran Agente
Robot (¡Han pasado veinticuatro horas lunares desde que
escapara Barsén Número!),
enfurecido hasta el punto de que su ojo parpadeante lanzaba
llamaradas de luz, dio
un terrible y metálico puñetazo sobre el plano de la Red Túbica
(¡Inútiles! ¡Son una patrulla
de inútiles!) que hizo temblar los circuitos electrónicos de los
miembros de su Consejo.
Les ordenó sentarse y computarse al máximo, de forma que
tuvieran en sus artificiales
cerebros la más completa información sobre casos de
emergencia suministrados
por el ordenador de la Central. Esperó, muy irritado, una
respuesta. Pero ningún
miembro del Consejo decía ni una palabra. Y el Gran Agente
Robot, procurando no perder
la poca serenidad que aún le quedaba, acabó por preguntar:
- ¿Solución?
Uno de los consejeros, tras un pesado silencio,
se atrevió a decir:
- Ninguna.
- ¡lnútiles! - gritó el Gran Agente Robot (-
¡Como mis patrulleros!), cuya mirada les
penetró hasta sus más profundas
maquinarias.
- Hemos combinado millones de informaciones
- dijo otro de los consejeros, intentando
disculpar a cuantos se
hallaban presentes -. Pero no encontramos ninguna solución. No
hemos sido programados
para un caso de tal emergencia. Quizá porque jamás se pensó
que pudiera darse algo
semejante. Realmente, es inexplicable. Que un ciudadano sea
capaz de burlar a los Agentes
Robots... ¡Es increíble! Tan astuto...
- ¡No se olviden que es de naturaleza humana!
- bramó el Gran Agente Robot -. Si él es
astuto, ¡nosotros tenemos
que ser más, mucho más! Ellos no tendrán piedad con
nosotros. Y no hace falta
recordarles que ¡están a punto de llegar a Babel! La cuenta
atrás ha comenzado en el
átomopuerto...
El más viejo de los miembros del Consejo, cosa
que era identificable por alguna placa
soldada, hizo una propuesta.
- Hagamos como los humanos.
- ¿Qué hacen en estos casos? —preguntó el Gran
Agente Robot.
- Mentir.
- ¿Mentir? ¿Y cómo? - inquirieron todos.
Y el más viejo de los miembros del Consejo,
que como robot ya había cumplido un
lustro de años lunares,
les ofreció la idea a la que llegara tras computar todas las
falsedades humanas.
El Consejo aprobó la idea por entusiástica
unanimidad. Y el Gran Agente Robot pensó
que continuaría por mucho
más tiempo en aquel puesto del que por unas cuantas horas
pensó que sería destituido.
- Los ciudadanos serán todavía más dóciles...
- Y ellos no se enterarán de nada.
- Después, sin prisas, ya lo arreglaremos todo.
Se frotaron las metálicas manos y de ellas
saltaron alegres chispas.
- Llamen al Locutor Robot.
- Y al Cámara Robot.
- También al Efectos Especiales Robot.
- Que preparen el Estudio.
- ¡Pronto, pronto! - gritó entusiasmado el
Gran Agente Robot (- Por una vez, el Consejo
ha servido para algo).
Alguien dijo:
- Ellos engañan. Es hora de que nosotros también
engañemos. Si para ellos no es un
delito, ¿por qué iba a
ser para nosotros?
|
Prisca Número (- ¿Dónde estarás?) permanecía
atenta a la átomopantalla (- Que no
transmitan), feliz por
aquel silencio (- No le encuentran) que tanto significaba en favor de
Barsén Número (- Él siempre
dijo que lo conseguiría).
Pero se iluminó la átomopantalla, se iluminaron
todas las átomopantallas de la ciudad.
- ¡No! - y Prisca Número profirió un gemido
de angustia.
- ¡Lo han atrapado! - exclamaron los habitantes
de Babel, tan angustiados como Prisca
Número.
El Locutor Robot apareció con una sonrisa triunfal,
de rotunda victoria. Y dijo,
subrayando las palabras:
- a) Observen; y b) Transmisión en directo.
Desapareció la imagen del Locutor Robot. Y
todos vieron, con gran horror, como
Barsén Número estaba siendo
acorralado por los Agentes Robots en el centro de la Red
Túbica. El Locutor Robot,
en off, comentaba con un énfasis que jamás había empleado:
- a) Los patrulleros rodean a Barsén Número;
b) Su átomomoto se ha detenido; c) No
puede ir por ningún tubo;
d) En cada uno de ellos, un Agente Robot; e) Miren su expresión
de miedo; f) Está arrepentido
de haber intentado la huida; g) Pero ya es tarde. Debe
recibir su castigo; h)
Para bien de todos; i) Ahora Barsén Número suplica; j) Podía haber
seguido viviendo; k) Los
Agentes Robots se le acercan; l) Barsén Número se pone de
rodillas; ll) Llora; m)
El Gran Agente Robot hace acto de presencia; n) Le habla; ñ) Si jura
no volver a rebelarse,
le concederá el perdón; o) ¡Cuánta generosidad la de nuestro Gran
Agente Robot!; p) Barsén
Número dice que tiene que hacerse justicia. Que él debe morir
para ejemplo de los demás;
q) Se acepta su último deseo; r) Oigan a Barsén Número:
- ¡Ciudadanos de Babel! ¡No he respetado las
leyes! ¡Justo es el castigo! ¡Que nadie
intente lo que yo he intentado!
¡Es una locura! ¡Y está mal! ¡Ciudadanos de Babel!
¡Cantad en honor de los
Agentes Robots!
- s) Los patrulleros apuntan; t) Barsén Número
les da las gracias; u) Las átomoarmas
están listas; v) El Gran
Agente Robot va a dar la señal; x) El ajusticiado inclina la cabeza;
y) Apunten...; z) ¡La orden!;
y w) ¡Fuego!
Cuando Prisca Número volvió en sí, la transmisión
ya había finalizado.
- No, no era Barsén Número...
Se negaba a creer que aquel ser fuera Barsén
Número. No porque dieran con él y
porque le ajusticiaran,
sino porque Barsén Número nunca pediría clemencia a los Agentes
Robots y menos diría aquellas
palabras a los ciudadanos de Babel.
- Pero, vi cómo dispararon... Y cayó... (-
Barsén Número, Barsén Número... todos te
recordarán con odio. Nos
han deshonrado, ¡a todos! Ellos han vuelto a triunfar... Ahora,
¿quién se va a atrever
a enfrentárseles? Has muerto en vergüenza...)
Quizá ella también comenzaba a odiarle.
|
10
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Prisca Número:
- Le odian.
|
Prisca Número (- ¿Por qué no acepto la realidad?)
oyó en los habitáculos cercanos una
riada de insultos para
Barsén Número (- Están defraudados).
- Es imposible... (- Esta duda, esta gran duda...)
La huida, ¿para qué? Él no era de los
que se entregan, y menos
de los que imploran... (- Representaba a todos nosotros. Y él
era bien consciente de
esa responsabilidad...) No, no puedo creer que fuera Barsén
Número... (- Él no obraba
así, no hablaba así...) Entonces, ¿qué ha sucedido? (- Le vi
caer, destrozado.)
|
Y Prisca Número, sospechó. Sospechó algo que
ni ella misma era capaz de explicarse
(- Intuyo que...).
Los insultos para Barsén Número eran cada
vez más hirientes (- ¡Se entregó! ¡Entregó
nuestros sueños!), más
cargados de odio y rencor. (- Como siempre: odio y rencor.
Seguimos sin merecer otra
cosa). Pero Prisca Número no se les enfrentó (- Quizá tengan
razón. Pero, no... Él no
ha muerto, él era distinto a quien dispararon los Agentes Robots),
estaban en su derecho.
- ¡Perdidos! ¡Perdidos por culpa de Barsén
Número!
(- ¿Cómo pueden acusarle? Aunque haya sido
real lo transmitido por las
atomocámaras, él hizo mucho
más que ellos. Nadie lo intentó, nadie lo intentará.
Reniegan de él para ocultar
sus propias humillaciones, cobardías y miserias.)
- ¡Qué nunca se pronuncie su nombre!
(- Yo sí, yo sí seguiré nombrándole. Barsén
Número, ¡Barsén Número! Y haré que no le
olviden. Porque... está
vivo - y Prisca Número sonrió esperanzada. A ella no le
convencerían tan fácilmente.)
Los ciudadanos, de haber entrado en la Red
Túbica de Babel, se quedarían aterrados
ante lo que considerarían
como un espíritu errante, repudiado por unos y por otros, sin
hallar un lugar en donde
descansar en paz. En cambio, quien iba por el laberinto de tubos
montado en una veloz átomomoto,
no era otro que Barsén Número.
Si él supiera que lo daban por muerto, estallaría
en carcajadas. Pero así se lo habían
hecho creer a los habitantes
de la urbe mediante una filmación realizada en los estudios
de la Central donde ficticiamente
dieran muerte a un Actor Robot, caracterizado de
Barsén Número.
La idea propuesta por el más viejo de los
miembros del Consejo del Gran Agente Robot
había dado el fruto apetecido.
A partir de lo que todos tomaron como una verdadera
transmisión en directo:
1. Para los ciudadanos, ya no existía Barsén
Número: a) Se rindió; b) Se humilló; e)
Les traicionó.
2. Nadie intentaría emular a Barsén Número:
a) No tendrían complicaciones; b) Serían
aún más respetados; e)
Obedecerían en todo.
3. Los expedicionarios se sentirían contentos
de su trabajo: a) Conservarían sus
cargos; b) Nada sabrían
de tan estrepitoso fracaso; e) Habría recompensas.
Así que, como dijera el más viejo del Consejo:
«No hay ninguna prisa de dar caza a
Barsén Número. ¡Está muerto!»
Pero estaba vivo.
- ¡Qué estúpido! - se dijo. Y detuvo la átomomoto
-. Seguro que, en alguna parte, hay
un plano de la Red Túbica
- Abrió todas las tapas de la máquina. No tardó en encontrar lo
que buscaba -. Aquí está...
Barsén Número estudió detenidamente el plano
de la Red Túbica (- No estoy lejos del
centro), memorizando el
recorrido que le faltaba por hacer para alcanzar el lugar por el
cual buscar realmente el
sitio más conveniente para llevar a cabo la segunda parte de su
plan.
Su átomomoto volvió a deslizarse por los tubos
(- Es la única esperanza, la única
probabilidad).
El Piloto Robot entró en el despacho del Gran
Agente Robot, quien le preguntó:
- ¿Y ellos?
- Me he adelantado para prevenirle que están
muy contrariados.
- ¿Por qué? - inquirió alarmado (- No es posible
que se hayan enterado...).
- Han visto el jardín, totalmente destrozado...
- ¿El jardín? - y recordó, con un suspiro
de alivio (- ¡Eso carece de importancia
comparado con lo que podía
haber ocurrido si se enteraran de la huida de Barsén
Número!).
|
- ¿Qué explicación les dará?
- Exactamente, lo que sucedió. Quien alentó
a los ciudadanos para que lo hicieran, ya
ha sido castigado. Está
muerto. Vamos, ahora, no es nada. Hasta los seres como él odian
su recuerdo.
- ¡Magnífico! - y el Piloto Robot sonrió.
- ¿Cómo están las cosas?
- ¿En la Tierra? Cada vez peor. Esta vez traigo
el doble de seres...
- O sea, que la situación nos favorece.
- Por supuesto. Hasta el punto de...
- Silencio. Ahí están.
En el despacho, protegidos por trajes ultraespeciales,
fueron recibidos cordialmente los
dos enfurecidos inspectores
terrestres. El Gran Agente Robot no tardaría en calmarles los
ánimos contándoles lo que
supuestamente hicieran con Barsén Número.
- No obstante - dijo uno de los inspectores
-, no les volveremos a traer otro jardín
artificial. Nuestros superiores
se sentirán muy molestos cuando nos veamos en la
obligación de comunicarles
que el jardín ha sido víctima de un vandálico gesto de los
ciudadanos. Ustedes, por
su parte, serán recompensados. No podemos correr riesgos.
Los que llegan aquí, no
deben volver jamás a la Tierra. Sean intransigentes.
- No se preocupen, lo somos.
- Ahora, ocúpese de alojar a los recién llegados.
- A sus órdenes.
Cuando los dos inspectores quedaron solos,
se intercambiaron una significativa mirada.
- Son eficaces.
- Los robots siempre han sido eficaces.
- Babel, al cuidado de ellos, no ofrece peligros.
- Pero, cuanto antes nos vayamos, mejor.
- ¿Por qué?
- No me gusta estar en ambiente totalmente
radioactivo, aunque tengamos trajes
ultraespeciales.
- Tienes razón. En cuanto alojen a los de esta
expedición, nos vamos. Yo también
estoy incómodo en Babel.
Pero, no sólo por la radioactividad...
- ¿Por qué más?
- ¿Es que no lo sabes?
- Sí, claro...
|
11
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Condena:
HUIR, SIEMPRE.
(- Siempre, siempre...)
|
Barsén Número, en el centro de la Red Túbica,
una inmensa sala circular en la que
confluían todos los tentaculares
cilindros que llagaban hasta los más recónditos lugares
de la ciudad, llena de
gigantescas átomomaquinarias, buscó una salida que le permitiera
irse de Babel.
- Pero ¿adónde?
Lo único que le esperaba fuera de la ciudad
era el gran desierto lunar (- Donde
encontraré la muerte).
- ¿Condenado a huir, para siempre? (- Sería
un magnífico juego para los Agentes
Robots).
|
Tuvo que abandonar sus pensamientos y esconderse
tras unos engranajes al escuchar
unos metálicos pasos. No
tardó en ver, desde su improvisado refugio, a dos Técnicos
Robots. Estaban muy preocupados
con su trabajo como para dedicarse a cualquier otra
distracción; por ejemplo,
la de buscar a Barsén Número.
- ¿Crees que estará por aquí?
- Mas bien perdido en la Red Túbica. Pero,
dejemos eso para los Agentes Robots.
¿Combustible?
- Suministrado.
- ¿Aire?
- Es lo que nos queda.
- No perdamos tiempo. El Piloto Robot me ha
dicho que los inspectores humanos
quieren regresar a la Tierra
cuanto antes. Por cierto, nos han recompensado por la
captura de Barsén Número.
Le creen muerto, como todos los ciudadanos.
(- ¿Mi captura? ¿Muerto yo?)
- No lo estropeemos al final. Y saca los trajes
ultraespeciales para salir los humanos a
la superficie lunar. Supongo
que no, pero si a los inspectores se les ocurre ocupar su
tiempo libre visitando
esta sala...
- Ahora mismo.
(- ¿Qué ha sucedido? - se preguntó Barsén Número
-. Que yo sepa, estoy vivo, y muy
vivo. Nadie me ha detenido.
Pero, ellos acaban de decir que... ¡Prisca Número! Ella
también me estará dando
por muerto. Todos los ciudadanos de Babel. ¿Qué engaño se
han inventado? Ganas siento
de recorrer la urbe en átomomoto gritando: «¡Estoy vivo!»
Pero, entonces sí que estropearía
mis planes. Ya llegará el momento de que sepan la
verdad. ¡Malditos, ya saben
hasta mentir! Son más humanos los robots de lo que
sospechaba...)
Uno de los Técnicos Robots sacó los trajes
ultraespeciales mientras el otro se dedicaba
a empalmar diversas arterias
metálicas a un gran tubo vertical.
- ¿Preparado?
- Preparado.
Pulsaron unos mando y el aire líquido inició
su escalada hacia las entrañas del cohete.
(- Una nave... - pensó Barsén Número -. Esto
sí que es tener suerte, de conseguir lo
que se me acaba de ocurrir.
¡Iré a la Tierra! Era mi plan, pero no creí que la oportunidad
se me presentara tan pronto.)
- ¿Todo en orden?
- Sí.
- Que el automático haga el resto.
Los dos Técnicos Robots se fueron de la sala
(- Porque hay que presentarse para
computar datos con motivo
de la recompensa).
Barsén Número salió de su escondite, se puso
uno de los trajes ultraespeciales, cogió
la átomoarma de la átomomoto
que había utilizado y ascendió por las escalerillas del tubo
vertical. Abrió una compuerta
y salió a la superficie lunar, justamente debajo de la nave,
que seguía devorando el
aire liquido.
- No parece estar vigilada. Realmente, ¿por
qué iba a estarlo? Solamente ellos y los
robots pueden llegar hasta
aquí...
Barsén Número miró en dirección al edificio
de control del átomopuerto. Estaba lo
suficientemente lejano
como para que no percibieran su presencia junto a la nave, a no
ser que hubiera instaladas
atomocámaras. Pero no las había. Para entrar en el cohete,
aprovechó una compuerta
de tubos de suministro. Y se instaló en uno de los
departamentos para el traslado
de seres como él. Allí, con toda seguridad, no
inspeccionaría nadie.
- La Tierra... - murmuró con una amarga añoranza.
Y recordó:
- ¿Dónde te sorprendió? - le había preguntado
Prisca Número.
|
- Cuidando mi jardín. Realizaba un injerto...
De pronto, desaparecieron todos los sonidos.
Un total e imposible silencio. Y una
cegadora luz. Se sintió
lanzado por los aires, como si su cuerpo se desintegrara. Y un
millón de truenos resonaron
en la Tierra, en su cerebro. Y voló, voló muy alto, arrastrado
por un huracán.
- Fui uno de los supervivientes. Algunas veces
me pregunto si... - pero no dijo más.
Prisca Número, tampoco
preguntó más. Sabía lo que él pensaba. Lo mismo que ella.
Y esperó.
Y la nave, como un pájaro metálico, emprendería
vuelo.
(- Adiós, Prisca Número; Adiós, Babel.)
- ¡Adiós!
(- Ellos tendrán que escucharme.) No lo harán.
(- Ellos tendrán que verme.) No lo
harán. (- Ellos comprenderán.)
No lo harán.
Y dijo algo, algo que hacía mucho tiempo no
decía:
- Dios mío... - repitiéndolo hasta que se sintió
ahogado por las lágrimas. (- No lloro por
mí, lloro por todos. Están
ciegos, quieren estar ciegos, desean estar ciegos. Les agrada
esa horrible oscuridad.
Oscuridad...)
Nunca se había sentido tan solo.
El Piloto Robot, rutinariamente, hizo la cuenta
atrás:
-... Tres, dos, uno, ¡cero!
Prisca Número vio desde su habitáculo la larga
fila de seres de la nueva expedición.
Les llevaban a un gigantesco
bloque de hierro y de cemento. Allí, hasta el fin.
- ¿Y él?
Una nave había regresado a la Tierra. Y Prisca
Número lo intuyó, lo sabía, estaba
segura.
- Se fue.
(- Adiós, Barsén Número.)
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12
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TIERRA.
- ¡Insoportable!
(- ¿Por qué?
- ¿POR QUÉ?)
|
Cabo Átomo (Tierra).
23 h.
El Piloto Robot, tal como se indicaba en las
ordenanzas, fue el último en abandonar la
nave. Se despidió de los
demás miembros de la tripulación (- Creo que no tardaremos en
tener trabajo), entre los
que figuraban los Vigilantes Robots que escoltaran a los seres
destinados a Babel, y se
dirigió al Puesto de Control para dar el rutinario informe (- Que
esta vez no lo es tanto.
Pero, el asunto del jardín, es cosa de los inspectores).
Los inspectores subieron a un atomohelicóptero
que los llevaría hasta la Capital 5,
donde entregaría una detallada
relación de los últimos acontecimientos acaecidos en
Babel (- Son ya años, ¡pero
nunca consigo acostumbrarme a la mascarilla! - dijo uno de
ellos; - Sin ella, ya sabes,
poco a poco, como los de Babel - comentó el otro).
Barsén Número se quedó solo en la nave (- Piensa).
Estaba impaciente por salir (- Sin
prisas), pero aguardó a
que el cohete fuera retirado a su cobertizo (- Correrás menos
peligro). Cuando consideró
que lo habían hecho:
- Ahora - y tembló de emoción.
|
Al encontrarse fuera de la nave, en un gigantesco
hangar, se deslizó cautelosamente
hasta la compuerta. Allí
se detuvo (- ¡Cuidado!) al oír unas voces:
- ¿Cuánto darías por una cerveza?
- ¡No sueñes!
- Yo sería capaz de...
- De nada, porque nada tienes.
- Cierto. ¡Maldita sea!
Las voces se alejaron. Barsén Número salió
del cobertizo. Se arrastró (- Los focos no
iluminan esta parte. Te
será fácil irte de aquí. Las sombras, por las sombras). Volvió a
detenerse, pegado materialmente
al asfalto, cuando oyó unos pasos. Era un vigilante. Se
aproximaba al lugar en
que él se encontraba. Barsén Número, conteniendo la respiración,
acarició el pulsador de
su átomoarma. Pero el vigilante pasó a su lado, sin verle (- Lleva
mascarilla. Yo no la necesito.
Es la única ventaja que tengo. El aire no es más nocivo que
yo mismo). De lejos le
llegaron otras voces:
- ¿Dónde hoy?
- Me han dicho que en el Sur.
- Eso queda fuera de nuestro radio de acción.
¡Menos mal! Llevamos unos días...
- ¡Qué importa eso! ¿Acaso no estamos luchando
todos contra todos?
- Hoy contigo...
- ...mañana contra mí.
Barsén Número dejó de arrastrarse cuando su
cuerpo, en vez de asfalto, notó tierra.
Una tierra seca, resquebrajada,
polvorienta, estéril, pero tierra. Y corrió (- Hasta
agotarme).
Sin rumbo, alejándose de Cabo Átomo, cada
vez más acompañado por la negrura de la
noche y un silencio no
roto por el canto de ningún animal, no se detuvo hasta caer
rendido, dejando tras de
sí muchos kilómetros de tierra devastada.
Se tumbó boca arriba, jadeante. Se había cansado
antes de lo que esperaba (- La
atmósfera, más contaminada).
Tomó un puñado de tierra (- Seca. Hace mucho tiempo
que no sabe lo que es el
agua). Miró al cielo (- Sin estrellas, ni una estrella. La Luna,
¿dónde? ¿Dónde estás, Babel?)
Una capa de nubes radiactivas cubría el planeta (- Pero,
ellos, siguen).
- ¡Insoportable!
Y recordó:
1) No pensar; 2) Odiar; 3) Disparar; 4) Matar;
5) ¡Hasta el final! (- Sí, hasta el final. Pero
no un final con una victoria
o con una derrota, sino el fin, el fin de todo).
Tenía que suceder (- ¿Acaso no lo deseaban?).
Se durmió.
(- Hasta el final...)
Cuando despertó - un día negruzco, todos los
días eran negruzcos - el paisaje le
entristeció aún más.
- Árboles calcinados...
Allí había habido un bosque. Y él estaba sentado
en lo que fuera el lecho de un río.
- Ni una gota de agua...
Y rió:
- ¡Pretendía que nos llevaran un jardín a
Babel! ¡Qué estúpido he sido! Si aquello es un
infierno, ¡cuánto más este
mundo!
Y la risa se convirtió en llanto. Fue cuando
se dio cuenta de que:
- Mi átomoarma... ¿Dónde está mi átomoarma?
La respuesta la oyó a sus espaldas:
- La tengo yo.
Se volvió, rápido. Allí, de pie, había un
hombre.
Un hombre con su traje ultraespecial y su
mascarilla. Un hombre con dos átomoarmas,
la de él y la suya. Barsén
Número también se puso en pie.
|
- ¿De dónde viene? - le preguntó aquel hombre.
- De Babel, en la Luna.
- ¿Cómo te llamas?
- Barsén Número.
- ¿Has
huido?
- Sí (- Me entregará).
- ¿Saben que has huido?
- Al menos, en la Luna, sí. Pero creo que a
los ciudadanos de Babel les engañaron
contándoles que me habían
dado muerte. No sé... (- Prisca Número, ¡lo siento! Llegar
hasta aquí para dejarme
atrapar como un estúpido...)
- ¿Por qué has venido?
- Para gritar, para protestar, para implorar
que se detengan (- Por qué no decirlo? Ya
no hay nada que perder).
- Llegas tarde.
- ¿Tarde? ¿Por qué?
- Acompáñame.
- ¿Qué recompensa te ofrecerán por haberme
capturado?
- Ninguna.
- ¿Ninguna?
- Porque no te entregaré.
Barsén Número quisiera ver aquel rostro que
se ocultaba tras la mascarilla (- Está loco.
Llevarme a los agentes
supondría un buen negocio para él. Tiene que estar loco).
El hombre le indicó el camino que debían tomar.
Y Barsén Número, confundido, le
siguió.
|
TERCERA PARTE
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13
|
- Todo el mundo contra
todo el mundo.
|
Caminaron por el lecho polvoriento de aquel
río que ya ni siquiera podían imaginar (-
Aguas mansas, aguas torrenciales),
siempre acompañados por los bosques de árboles
calcinados (- Fulminados
por rayos atómicos), hasta que el hombre le señaló la entrada a
una caverna (- Antes, aquí
debía haber una catarata. De niño, me pasaba las horas
viendo cómo caía el agua.
Un agua límpida, fresca. Era un lugar azul, lleno de verdor,
amarillo de flores. Siempre
el arco iris. Y el canto de los pájaros, el murmullo de los
árboles, una frondosidad
acogedora, íntima. Cada vez me cuesta más trabajo recordar
cómo era aquella catarata
- y suspiró).
Entraron en la cavidad subterránea. Tras recorrer
un estrecho pasadizo llegaron a una
amplia sala, iluminada
artificialmente. El hombre le invitó a sentarse en una roca.
- Me llamo Ivo - dijo.
- Ivo. Yo, no te comprendo. Si me hubieras
entregado...
- Creí que me comprenderías.
- ¿Por qué yo?
- Porque vienes de Babel.
- ¿Acaso no te doy... asco? Mi aspecto es repugnante.
Lo sé, no tienes que disimular.
Sé muy bien como soy. Los
que envían a Babel, más que seres humanos, monstruos.
Deformes, horribles, contaminantes.
Nos rehuyen, no quieren vernos. Por eso nos llevan
|
tan lejos. Para no saber
más de nosotros. Conmigo, corres peligro. La radiactividad está
presente en cada una de
mis células.
- Las únicas monstruosidades que me asustan
no son las del cuerpo, sino las del alma.
- Soy como un amasijo de carne...
- Para mí continúas siendo un ser humano. La
forma que adopte el cuerpo nunca
dejará de ser relativa.
Sufrimos transformaciones. Imperceptibles, pero las sufrimos según
pasan los siglos. No somos
iguales a nuestros antepasados más remotos. Es decir, el
cuerpo es lo que menos
importa. Y, respecto a la radiactividad, ya no hay razón para
preocuparse. El planeta
está lleno, rebosante de radiactividad. Estas máscaras, lo único
que hacen, es prolongar
la vida un poco más. Pero sólo eso. No hay solución. Cualquier
día, se acabó: el fin.
Ivo se quitó la mascarilla.
- ¿Por qué lo haces? - le preguntó Barsén Número.
- Tengo bien aislada la sala de esta caverna.
- Pero ¡estoy yo!
- ¿Y qué? Es estúpido seguir enfrentándose
a esa terrible realidad que hemos creado
los propios seres humanos.
Ivo no tendría aún los sesenta años. Su rostro,
delgado, con profundas ojeras,
cansado. No obstante, había
en su expresión una sombra de cierta alegría (- Como si ya
estuviera por encima del
bien y del mal).
- ¿Quieres comer?
- Llevo muchas horas sin tomar ningún alimento.
- Tengo de sobra para los dos.
El hombre le ofreció comida y bebida. Barsén
Número probó (- Está exquisita. Al
menos, eso es lo que me
parece).
- ¿De dónde sacas los alimentos?
- Los robo en Cabo Átomo.
- Pero, allí, la vigilancia de los almacenes
es casi imposible de eludir.
- Conozco todas las entradas y salidas de Cabo
Átomo. Participé en su ampliación.
- ¿Quién eres?
- Ahora, un fugitivo. Nada más que un fugitivo,
como tú.
- ¿Y antes?
Ivo tardó en responder.
- Yo construí Babel.
Se miraron fijamente. Pero en los ojos de Barsén
Número no había ningún reproche (-
¿Por qué iba a haberlo?).
- Sí, fui el arquitecto de Babel. ¡Con cuánta
ilusión levanté esa ciudad lunar! Por
entonces, imbécil de mí,
creía que hacía un inapreciable beneficio a la humanidad.
Pensaba como los demás,
era igual a ellos. Babel no dejaba de ser la cumbre de mis
aspiraciones arquitectónicas.
Pero...
- ¿Qué?
- Babel ya no es Babel. Babel no es la ciudad
lunar. Babel, ahora, es la Tierra, ¡toda la
tierra es Babel! Y yo,
desde luego, no hice esta Babel...
- ¿Qué está pasando? (- Situación límite?)
- Todo empezó, como bien sabes, pues lo has
padecido en tus propias carnes, con
aquella guerra. No era
mundial, pero acabó siéndolo. Más tarde, ya no fueron unos
ejércitos contra otros,
sino todo el mundo contra todo el mundo. Hoy se ataca..., pero sin
saber a quién se ataca.
Hoy se defienden, pero sin saber de quién se defienden. Es el
caos. Todos contra todos.
La humanidad no ha buscado su supervivencia, sino su
autodestrucción. Así están
las cosas... Los seres humanos no tardarán en desaparecer...
- ¿No hay ninguna esperanza?
|
- No, no la hay. Porque, aunque en estos momentos
se arrepintieran, aunque ahora
quisieran detener esta
indescriptible locura, ya es demasiado tarde. Nuestra especie no
podrá soportar por mucho
tiempo. La radiactividad, cada vez con mayor rapidez, nos
aniquila.
- ¡Y yo que huí de Babel! - exclamó irónico
Barsén Número.
- ¿Para dar el grito de alarma?
- Creí que...
- No, Barsén Número. Los únicos gritos que
aún se pueden dar son los de dolor. ¡Nada
más! Los únicos que están
contentos, felices con esta situación, son los robots. Sé que
algo traman.
- ¿Qué sospechas?
- A ellos no les preocupa la radiactividad,
en el fondo fomentan esta guerra. Porque,
cuando la humanidad desaparezca,
ellos continuarán existiendo. Serán los dueños y
señores. ¡Pobres tontos!
Piensan que heredarán la Tierra. No se dan cuenta de que, tarde
o temprano, les faltará
la chispa de su vida artificial. De esa vida que sólo los seres
humanos saben cómo mantener.
Y también desaparecerán, si no se autodestruyen ellos
antes. Pero, eso sí, ahora
están organizándose secretamente para hacer sus ciudades,
sus países... Nos imitarán.
Lo grave, para ellos, es que acabarán imitándonos en todo. Y
les llegará la muerte,
bajo sus propias átomoarmas. Porque ya tienen ambiciones, ansias
de poder...
- La vida, entonces, ¿desaparecerá de la Tierra?
(- El fin de todos, de todo).
- No.
- Pero, acabas de decir...
- Te enseñaré al sucesor del hombre. Mejor
dicho, al sucesor de la vida. Está aquí
mismo.
- ¿Dónde?
- Ven.
Ivo, con un gesto, le indicó que le acompañara.
Barsén Número le siguió hasta otra de
las salas de la caverna
(- Siento un escalofrío).
|
14
|
NATURALEZA
(- Es paciente.)
«La ciencia es más grande que todos los sistemas
y la naturaleza más grande que toda
ciencia.»
JEAN ROSTAND.
|
Barsén Número (- Un ser posible) pensó, pensó
muchas cosas (- Una especie de las
especies).
- La Naturaleza. Lo ha creado la Naturaleza
- dijo Ivo.
(- En sustancia, es semejante a nosotros.)
- Pero, es otro ser - respondió Ivo, adivinando
lo que confusamente intuía Barsén
Número.
- La Naturaleza, podía repetir una combinación
cromosómica como la nuestra, O sea,
repetir...
- ¿Crear otra vez al hombre? No, por segunda
vez, no. La Naturaleza es sabia (- No
comete errores), fecunda.
No necesita volver a andar el mismo camino. Puede emprender
otros, todos los que quiera.
|
Barsén Número volvió a mirar por el átomomicroscopio
(- Lo potencia), contemplando
de nuevo aquello que se
movía en un mundo aún más pequeño que una mota de polvo (-
Vive).
- Pero tendrán que pasar años, quizá millones
de años.
- ¿Y qué? Le sobra tiempo. A no ser que hubiera
una catástrofe cósmica, pero eso ya
es otra historia. Además,
estimo que, con unos cuantos miles, su labor quedará ultimada.
La Naturaleza tiene una
gran virtud: la paciencia. A nosotros nos fue dada, pero, dejados
llevar por un ritmo vertiginoso,
la perdimos. Sabe lo que se hace. Serán más perfectos.
Barsén Número, fascinado (- Se alimenta, asimila,
se reproduce).
- El hombre ha dado muerte a casi un millón
de especies animales que habitaban el
planeta. Para poner punto
final a tan brillante trabajo - ironizó -, ahora está aniquilando a
su propia especie. ¿Iba
a quedar sin vida la Tierra? ¿Iba a navegar como un buque
abandonado por los espacios?
¿Por qué consentir ese terrible capricho de los seres
humanos? El Sol seguirá
alumbrando por millones de años... ¿Desaprovecharlos? No,
claro que no. Y ahí, en
esa placa de cristal, está la respuesta.
(- Un nuevo ciclo vital.)
De un fin, saldría un principio.
- ¿Y..., qué harán?
- Probablemente, no lo mismo que nosotros.
Pero a eso nadie puede responder. Una
vez que sean, tendrán libertad
para elegir el camino... Lo andarán y... Eso ya no nos
compete.
Barsén Número dejó de mirar por el átomomicroscopio.
- Volverá a haber jardines...
- Por supuesto.
Y Barsén Número envidió a los futuros jardineros.
- Es que yo - dijo -, era jardinero... - y
se acordó de Babel.
- En Babel no me dejaron poner jardines. Por
la contaminación... - se disculpó Ivo.
- Lo sé, ¡bien que lo sé! La gota de agua que
rebasó mi vaso de impaciencia fue el
jardín que nos pusieron.
¡Era de plástico!
- Como en las urbes que aún quedan en la Tierra.
Pero el mundo está pelado. Eso
también significa que,
dentro de muy poco, no habrá alimentos. Porque los mares están
tan muertos como la tierra.
(- Nada, no hay nada... Y lo que es peor: ni
esperanza.)
- Realmente, dentro de este caos, deberíamos
sentirnos alegres.
(- Por eso nunca deja de tener una agradable
sonrisa.)
- ¿No te das cuenta?
- No... - respondió Barsén Número, que no era
capaz de sospechar el motivo para
sentirse alegre (- Si todo
es un desastre).
- Cuando
tuve verdadera conciencia de que había llegado el fin para la humanidad, por
expreso deseo de ella,
sin que nadie hubiera intervenido para provocar tal aniquilación,
me sentía muy triste. Sabía
que, en la Tierra, desaparecería la vida. Ninguna especie
soportó las consecuencias
de lo que es más que una guerra. Ni un pez, ni un pájaro, ni un
insecto... Inútil, inútil
todo. Me desesperaba con este pensamiento. El planeta convertido
en un gigantesco ataúd.
Pero, ahora, sé que la vida no se acabará. La vida continuará en
la Tierra, hasta que los
designios cósmicos lo permitan, porque nosotros nos podremos
destruir y destruir a los
demás, pero nunca a la Naturaleza. ¿No es hermoso pensar esto?
Al fin y al cabo, es la
Vida lo que importa. Y no se acabará, florecerá otra vez, cuantas
veces sea necesario.
- Rosas...
- Delfines...
- Amapolas...
- Perros...
|
- Claveles...
- Y el hombre, el Otro Hombre.
Barsén Número sonrió. Ya veía otro Mundo Nuevo.
Ivo tenía razón.
- Entonces, hay esperanza...
- Es una esperanza distinta, puesta en otros.
- Pero la hay.
- La tienes en esa placa de cristal.
- Acaso, pensando esto, podemos ser hasta felices.
En Cabo Átomo sonaron las sirenas de alarma
(como lacerantes flechazos en los
corazones).
Todo, hasta los ojos, apuntaron hacia aquel
cielo negruzco.
Y dispararon las átomoarmas (y también dispararon
odio los ojos).
Pero algo, de más allá de las nubes radiactivas,
seguía cayendo. Algo grande, pesado,
brillante.
- ¡Fuego!
Era una
canción de destrucción la que entonaban las átomoarmas.
- ¡Fuego! - gritaban enloquecidos los hombres.
Los robots pensaban: «En el peor de los
casos, ya vendrán a repararnos
nuestros compañeros.»
Aquello, grande, pesado y brillante seguía
cayendo.
Y de nuevo, de repente, un gran silencio. Después,
el blanco total y el huracán. Y de
nuevo, de repente, un gran
silencio. Después, el fragor de todos los ruidos juntos.
Un gran hongo, tras una resplandeciente llamarada,
devoró a Cabo Átomo.
|
15
|
- Ya es tarde.
|
- ¿Cabo Átomo? - preguntó Barsén Número.
- Ya no existe - respondió Ivo.
- Así, de repente... (- Más muertos... y más
seres como yo, más gente para la ciudad
lunar).
- Siempre es de repente.
- Acabarán por tener que construir más habitáculos
en Babel.
- Olvídate de la Babel lunar.
- ¿Olvidarme? (- ¿Y Prisca Número?)
- Es posible que, a estas horas, de alguna
parte del mundo, ya hayan enviado la última
expedición a Babel.
- ¿Por qué?
- Porque la Babel lunar carece de sentido.
Dentro de poco, los que aún supervivan,
serán todos como tú. Al
principio de la conflagración, se trataba de una buena medida.
Nada mejor que aislar y
distanciarse de los afectados por las explosiones nucleares. Se
pensaba que, en un futuro,
quizá fuera posible remediar los males ocasionados por medio
de nuevos descubrimientos
médicos. De ahí la hibernación prometida para cuantos seres
deformes la desearan. Pero,
ahora, ¿para qué Babel? ¿O es que acabaremos marchando
todos a Babel? Es absurdo.
Ya no hay ni cuerpos sanos ni cuerpos enfermos. Únicamente
hay muertos. Porque, los
que aún vivimos, estamos condenados a morir, y pronto. Casi
me atrevería a decir que
estamos muertos, muertos desde que empezó todo.
(- Prisca Número, ¿en qué estarás pensando
ahora?)
- La Babel lunar, comparada con la Tierra,
es un paraíso. La Tierra es Babel. No nos
hemos entendido, no nos
hemos amado... Estamos pagando las consecuencias. Babel no
|
está en la Luna, ¡está
aquí! Y cuando todo desaparezca en nuestro planeta, también todo
desaparecerá allí... Dependen
de la Tierra. No llegarán suministros, no recibirán energía...
Y comenzará a faltar el
aire, el agua...
(- ¡Ven, Prisca Número!)
- Yo dentro de poco, estaré tan deforme como
tú, Barsén Número. Esta vez la radiación
me ha tenido que alcanzar.
Cabo Átomo no estaba tan lejos...
- ¿Y esa vida que empieza?
- La Naturaleza le ha ido preparando contra
la radiación. La ha suministrado con
anticuerpos... No se verá
afectada.
- ¿Cuántas urbes quedan aún en la Tierra?
- Pocas. Diez o doce, como mucho.
- Y si fuéramos, y si les dijéramos, y si...
- Ya es tarde - le interrumpió Ivo -. Aunque
los últimos seres humanos se arrepintieran
de lo que están haciendo,
ni ellos mismos podrían detener la destrucción. Por una vez,
para llevar el mal a todas
partes, lo calcularon perfectamente. Ya no manejan ellos las
átomoarmas. Las átomoarmas
se controlan, se encaminan, salen y caen donde y cuando
juzgan que es el mejor
de los momentos. Los hombres ya no tienen nada a su cargo. Son
los ordenadores los que
pondrán fin al exterminio.
- Casi, casi no se cree...
- Pero es la verdad. Y nosotros también hemos
sido culpables.
- Yo protesté.
- Y yo. Pero sin la suficiente fuerza. Todos
los que protestamos, los que nos rebelamos,
carecimos de la suficiente
energía como para convencer a los demás. Por lo tanto,
dejados llevar por nuestros
ánimos, también nos enrolamos en la gran guerra. Somos
culpables.
Barsén Número repitió, murmurante:
- Culpables... (- Ni uno, ¿es que no quedará
ni un ser humano?)
Ivo le enseñó los brazos. Y dijo:
- Mira. Ya comienzo a estar como tú.
Ivo tenía unas ampollas negruzcas, negruzcas
como el cielo, en la piel. Unas ampollas
que quemarían la carne,
profundizando, siempre profundizando.
Barsén Número (- Las obras inmortales, ¿qué
será de las obras inmortales?) salió de la
caverna (- ¿Por qué, para
qué tanto pensamiento, si también han de desaparecer?).
Contempló la tierra desolada
(- Las obras de arte. Las pinturas, las esculturas..., ni tan
siquiera quedarán como
prueba del genio de la humanidad), aquel cielo cada vez más
negro, más inquietante
y amenazador (- ¿Y los sueños? Los sueños del hombre.
Pensando en un futuro,
labrando un futuro).
Todavía, como petrificado, desafiante, en el
horizonte se elevaba el hongo atómico.
- Una vez estremeció a los hombres - dijo Ivo.
- Pero, después, los hombres quisieron estremecer
con él - añadió Barsén Número.
Ivo se miró las ampollas.
- ¿Son dolorosas? - preguntó.
- No, no mucho. Más valdría que lo fueran.
Consiguieron que apenas dolieran. Pero
también consiguieron que
deformaran más los cuerpos.
- Entonces, salgamos de aquí.
- ¿Adónde?
- No sé. Caminemos. Caminemos sin rumbo...
hasta el final.
Se alejaron de la caverna, volvieron a ir por
el lecho del río seco, dejaron atrás los
bosques de árboles calcinados,
se perdieron en un horizonte totalmente plano.
Sin rumbo, sin destino.
Cualquier dirección servía. Porque ya no había
direcciones.
- ¿Por qué has querido que nos fuéramos de
la caverna?
|
- Me fastidia morir sentado.
(- Si al menos estuviera aquí Prisca Número.)
Barsén Número pensó en Babel, la ciudad lunar.
Y después se dijo: «Ivo tiene razón.
Aquello ya no es Babel.
Babel es esto: la Tierra.»
- ¿Cómo era aquella canción? - preguntó Ivo.
- ¿Qué canción?
Ivo cantó:
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El hombre
Se destruyó.
Odió
Y no amó.
El hombre
Se destruyó.
|
Barsén Número, por unos instantes, creyó que
un coro de voces agonizantes
acompañaba a Ivo. Y él
también cantó.
Iban hacia la nada.
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16
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Ivo:
AUTODESTRUCCIÓN
|
Habían ido por el Norte y por el Sur, por el
Este y por el Oeste (- Pero ya no hay Norte
ni Sur, ni Este ni Oeste
- se dijo Barsén Número).
Igual, siempre igual.
El cielo negro, los mares negros, la tierra
negra.
(- Con la primavera, las bandadas de pájaros.
Me tumbaba en el campo, en la tierna
hierba. Y las veía pasar.
Eran centenares, miles. Como nubes de muchos colores.
Cantaban, llevaban su canto
por todas las tierras; con el verano, el mar. El mar manso,
sumiso, deslizándose por
las arenas de la playa. El mar embravecido, rompiéndose contra
las rocas. Entrar en el
mar. Dejarse llevar por las olas, flotar en el agua. Sumergirse en el
mar. Seguir la senda de
los peces, contemplar los corales, bañarse entre algas; con el
otoño, pisar las hojas
secas. Ver desnudarse los árboles, caminar bajo una fina lluvia y
sobre tierra húmeda, mojada;
con el invierno, la nieve. El mundo se volvía blanco. Un
blanco puro, resplandeciente
al sol. Jugar con la nieve, buscar el calor de los leños...
¿Habrá sido todo un sueño?
¿Creímos que existía lo que no existía? - pensó Barsén
Número.)
- ¿Te acuerdas de la lluvia, Ivo?
- Me acuerdo.
- Disfrutaba con la lluvia. «Ven, ven pronto»,
decía. Y mis jardines, con la lluvia,
cobraban más vida, estaban
más hermosos. Mis jardines... Quizá nunca tuve un jardín.
Tal vez todo fue mentira.
Una ilusión...
- Todo lo que recordamos, existió. Y volverá
a existir, para otros.
Ivo se detuvo, junto a un montón de piedras.
Miró a su alrededor. Una llanura
devastada, unas montañas
tronchadas, una carretera rota y cubierta de polvo.
- Aquí era - dijo.
|
Barsén Número le observó sin atreverse a preguntarle,
respetando el silencio de aquel
hombre cuyo cuerpo estaba
cada vez más lleno de ampollas. Ivo dio unos pasos y señaló
algo invisible.
- Y aquí me sentaba.
Barsén Número comprendió.
- ¿Tu casa?
- De niño.
En aquella época en que los días amanecían
amarillos, transcurrían azules,
languidecían enrojecidos
para perderse en las oscuridades de la noche, con el firmamento
adornado con infinitas
estrellas.
- Mi padre era biólogo - dijo Ivo -. Un hombre
bueno, nunca preocupado por sí mismo y
siempre por los demás.
Por todas las cosas. Aquí me sentaba, por las noches, para
escucharle. Muchas veces
no le comprendía. Pero, aunque no le entendiera, me gustaba
oírle hablar. Porque hablaba
de cosas importantes. Con sencillez, me descubría los
misterios de lo infinitamente
grande y de lo infinitamente pequeño. Yo le oía maravillado.
Pensar que una estrella
estaba a tantos millones de años de distancia, que era igual o
más grande que nuestro
sol, que podía tener planetas como el nuestro, que en esos
planetas seguramente también
existía la vida, que esa vida quizá nunca la
conociéramos... Pensar
que en una gota de agua infectada vivían tantos seres. Nacían,
existían, morían... en
cuestión de segundos, de minutos. Que cada una de aquellas gotas
era como un mundo, como
un planeta. Mi padre, hablándome de todo eso, dulcemente
me sobrecogía. Mi padre
murió creyendo en el hombre.
- Quisieras morir creyendo lo mismo.
- Sí.
- ¿Y por qué no?
- Cierto. ¿Por qué no? Podemos decir: «Hemos
cumplido un ciclo.» Pero, preferiría que
fuera de otra manera. No
obstante, creamos en lo que vendrá.
- ¿En el Otro Hombre?
- Sí.
- ¿Cómo descubriste esa vida?
- Mi padre me inculcó la afición a la biología.
Yo no fui biólogo, pero sé bastante sobre
la materia. Siempre he
tenido un átomomicroscopio. Digamos que, la biología, ha sido
para mí un entretenimiento.
Creo que, desde hace un tiempo, el único biólogo que hay en
la Tierra soy yo. Los demás
se ocupaban, posiblemente alguno se ocupe todavía, de
poner remedio a todo esto.
Por mi parte, me dediqué a estudiar formas de vida, de vida
que pudiera resistir el
caos en que nos hemos hundido. Y un día, la encontré... Me di
cuenta de que la Naturaleza
se resistía a morir. Muere una especie, mueren todas las
especies. Pero no la Naturaleza.
La Naturaleza está por encima de todo. Tiene tiempo,
crea formas nuevas... La
vida continuará, hasta que el Sol y la Tierra cumplan su ciclo
como seres componentes
del universo. He dicho seres... En el fondo, también los
planetas lo son. Tienen
otra vida, pero la tienen. Durante años, siglos, estas nuevas
formas de vida se desarrollarán,
se procrearán en un medio para nosotros hostil, pero
para el que ellas están
preparadas. Después, dentro de mucho tiempo, la Tierra volverá a
ser lo que era. El futuro
vuelve a ser pasado para caminar hacia un nuevo futuro. Y
vendrán de nuevo los días
azules, las bandadas de pájaros, el correr de los caballos... Y
el hombre, que seguramente
se dará otra vez el título de ser inteligente.
- Lo es.
- Desde luego.
- Entonces, ¿por qué eligió la autodestrucción?
- Sencillamente, porque se equivocó de camino.
Se quedaron con la mirada perdida en la llanura
devastada.
El cielo ya no era negruzco: era negro.
|
Lejano, oyeron un trueno atómico.
Y volvieron a ver un gigantesco hongo.
- Allí estaba la ciudad de Dop. Una ciudad menos...
Quizá la última ciudad que aún no
había sido destruida.
- Quizá seamos los últimos seres humanos.
- Quizá...
El polvo negro les iba cubriendo.
- Adiós, Barsén Número.
- Adiós, Ivo.
(- Adiós, Prisca Número. Hasta pronto. Sé que
en alguna parte nos volveremos a ver, a
hablar, a querernos. Adiós
Prisca Número. Adiós a todos, a todo... Hola, Nada...)
Y el polvo negro les siguió cubriendo.
Cubriendo.
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17
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Octavo Día:
EL DIA DEL ROBOT
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Silencio.
Nada.
(- Se acerca el Octavo Día. El Día de los Robots
- se dijo Barsén Número. El polvo
negro, lluvia seca, caía
lentamente sobre él. Los párpados, que se cerraban, apenas
dejaban una rendija entre
ellos, tan horizontal como aquel horizonte que dejaban ver. Algo
que se perdía en el infinito,
en el más allá. Murmuró -: Y cuando haya humanos, cuando
de nuevo haya humanos en
la Tierra, que sean mucho más humanos que nosotros. Ésa
es la única esperanza que
me queda... - y lloró, sin lágrimas, porque ya no le quedaban
lágrimas.)
Oyó.
Un ruido.
Un atomovehiculo, o varios.
(- Son ellos, los robots. También acabarán
cubiertos de polvo, de polvo negro o blanco
o verde o rojo, qué importa,
cuando finalice el Octavo Día. Eso sí: polvo. Vienen hacia
aquí... - se dijo Barsén
Número, ya casi sin fuerzas para mantener aquella rendija de sus
párpados.)
Tres atomovehículos se detuvieron al lado de
Barsén Número.
Ivo ya no oía, ya no respiraba.
A Barsén Número le llegó el metálico ruido
de las voces de los robots (- Están
contentos).
- ¿Vive? - y uno de ellos le señaló.
- Sí, aún vive. Pero, por muy poco tiempo -
y Barsén Número apenas notó unos fríos
dedos en su pecho.
- Es un contaminado.
- No le dio tiempo a ir a Babel.
(- Babel está aquí, idiotas. Y también será
Babel para vosotros. Porque, tarde o
temprano, acabaréis no
entendiéndoos. ¿Acaso ya no sabéis lo que es el desprecio? Me
despreciáis. Después, despreciaréis
a otros de los vuestros. Y así...)
- Cerraremos la ciudad lunar.
- ¿Y los que están allí?
- Los nuestros tendrán nuevos puestos de trabajo
en la Tierra. Los contaminados
serán... ¿Cómo decían los
humanos?
|
- Una purga.
- Eso es.
- ¿Qué hacemos con éste?
- Dejarlo, ya debe estar muerto.
- No respira.
Los atomovehículos se alejaron.
(- Todavía no, ¡todavía no! Pero siento algo
distinto. Debe ser la muerte. Prisca
Número: voy...)
Se cerraron sus párpados. Ladeó la cabeza.
Se derrumbó.
La lluvia de polvo negro le cubrió por completo.
Para siempre.
- ¡La Tierra! ¡La Tierra es nuestra, Hermanos
Robots! - gritó el Gran Robot, elegido por
unánime votación.
Lo corearon millones de entusiásticas voces
metálicas, chispearon aplaudiendo
millones de manos metálicas.
En nombre de todos, el Gran Robot tomó posesión
del planeta.
Hubo grandes fiestas. Corría generosamente
y a raudales la energía atómica. Los
dueños y señores de la
Tierra se embriagaron de energía nuclear.
Así dio comienzo el Octavo Día.
Cuando acabaron las fiestas, se organizaron.
Levantaron sus ciudades, sus
habitáculos, sus fábricas,
sus oficinas. Iniciaron su historia. La historia de la Era de los
Robots. Se creyeron inteligentes,
poderosos, indestructibles. Crecieron, prosperaron,
evolucionaron. Y todo iba
bien. Hasta que imitaron a los humanos. Empezaron a
ambicionar, a odiar, a
matar. Y todo fue mal. Hubo una guerra, una revolución, una
conquista. Nacieron los
bandos, levantaron fronteras, se dividieron. Y otra guerra, y otra, y
otra... Hasta que un día,
los últimos supervivientes, también quedaron cubiertos de polvo
negro, rojo, amarillo,
blanco... Ninguna vida artificial en la Tierra.
La Naturaleza, con una indescriptible constancia,
seguía.
El planeta, con los siglos, se descontaminaba.
Volvieron los días azules, volvieron las nubes
blancas, volvieron los rayos del sol,
volvieron los verdes y
transparentes mares, corrieron las aguas empapando la tierra.
Y llovía, llovía agua, agua pura.
Un día, una hierba; otro día, otra hierba...
Los conglomerados de prótidos, moléculas gigantes
y bacterias, que la Naturaleza
había preparado contra
la radiactividad, haciéndolos resistentes a ella durante años y
años, dieron paso a las
amebas, volvocales, radiolarios, espongiarios, ovas, flagelados...
Y el curso de la Naturaleza se repitió. Un
animal salió de las cálidas aguas y comenzó
a arrastrarse por la tierra.
Después, otro y otro...
Hasta que un día, hubo otro hombre. El Otro
Hombre, como decía Ivo, el Otro Hombre
que esperanzaba a Barsén
Número.
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18
|
Un principio, un fin.
UN PRINCIPIO
¿y...?
|
- ¿Qué haces? - le preguntó su mujer.
- Pinto una pancarta. Hemos organizado una
manifestación. Protestaremos contra las
pruebas nucleares - respondió
él.
|
- No os harán caso. Seguirán con más pruebas.
Basta leer los periódicos. Ayer, otra
explosión nuclear. Y un
país amenaza con ella...
- Llevaremos también máscaras. Protestaremos
de paso contra la contaminación.
Estamos convirtiendo al
planeta en un cubo de la basura.
- ¿Te espero a comer?
- No sé cuánto durará. Ya te llamaré. O, si
ves que no vengo...
- Ya.
Cuando el hombre salió a la calle, se dijo:
«Lástima, cada vez en la ciudad hay menos
árboles y menos pájaros.
De seguir así, tendré que buscar otro trabajo. Acabarán por no
necesitar a los jardineros.»
- ¡Eh, Barsén! - le gritó un amigo, que llegaba
corriendo -. Muévete, que llegamos tarde.
- Había una letra que no me salía muy bien.
- ¿Y Prisca?
- Se ha quedado en casa.
- Anda, que nos esperan.
Quizá la historia se repita, la historia de
aquel antepasado desconocido de hace
millones de años, de hace
muchos millones de años.
La humanidad tiene la palabra.
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