¡Matar matar hasta que no haya nadie a quien 
 - ni yo ni tú - matar matar!
  (Canción de cuna) 
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1 
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- A 5 m. 15 s. De Objetivo
  FK - 28 = MUERTE 
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   Las sirenas, con su canción de alarma, alertaron
  a la ciudad. 
   Mientras los habitantes buscaban refugio en
  las entrañas de la urbe, mientras las 
armas apuntaban hacia aquel
  lugar del grisáceo cielo por donde se suponía que no 
tardarían en aparecer los
  rugientes pájaros metálicos, mientras los computadores 
programaban órdenes que
  eran recibidas en los puestos defensivos por medio de 
pantallas de televisión,
  mientras unos esperaban comenzar a divertirse y otros esperaban 
comenzar a sufrir, un hombre
  murmuraba: 
   - Maldito, maldito sea el juego de la guerra. 
   Era Barsén, que desde hacía tiempo ya no sabía
  si amaba u odiaba a la humanidad. 
   (- Pero, yo también soy humanidad. Los pecados
  de la humanidad, son mis pecados. 
Porque, para combatir la
  violencia, he usado de la violencia. Es posible que nadie sea 
culpable, pero tampoco
  nadie es inocente. Todos, de una forma o de otra, participamos en 
el juego de la guerra,
  el más peligroso y abominable juego que hayamos podido inventar 
los hombres.) 
   Sacó una tarjeta de su bolsillo, una tarjeta
  perforada en el ordenador de reclutamiento 
de su ciudad. Volvió a
  leerla, lentamente, pensando en el verdadero valor de cada una de 
las pocas palabras de aquel
  frío mensaje: 
   «Barsén, D. E. Hora: 7 m. Servicio: Transporte.» 
   Y la fecha. 
   (- Barsén - se dijo -, ya estás en la lista,
  ya formas parte del incontable número de 
seres que han de matar
  y morir. Porque, lo que es vivir... ¡Qué poco nos debe gustar el 
vivir! - ironizó.) 
   Las sirenas dejaron de cantar tras un prolongado
  y agonizante silbido. Se hizo el 
silencio, un expectante
  y denso silencio. 
   (- A partir de las siete horas de mañana, lucharás
  contra el enemigo. El enemigo... Pero 
¿contra qué enemigo? Porque,
  ahora, ya comenzamos a ser todos enemigos de todos. 
Bueno, será contra el que
  esté frente a uno, contra el que avance en dirección contraria, 
contra el que venga de
  otra parte, contra uno mismo. Porque, si la humanidad lucha entre 
sí, se destruye entre sí,
  es como si no tuviera más enemigo que ella misma. Por más que 
lo intento, sigo sin entenderlo,
  sin entender nada, sin comprender el porqué de todo esto. 
Es así, y así hay que aceptarlo.
  ¿O no? ¿Hay que rebelarse, hay que protestar, hay que 
gritar? Lo hice, lo hicimos
  muchos. ¿El resultado? Ser detenidos, ser encarcelados. Y sólo 
pedíamos, sólo pedía paz.
  «¡Paz!», gritaba hasta quedar sin voz. Pero, nadie quiere esa 
paz...) 
   Lejanos llegaron los rugidos de los pájaros
  metálicos. Barsén miró al cielo. Venían 
como formando una bandada. 
   - Son aviones, aviones cargados de muerte. 
   Barsén no buscó refugio. Permanecía en su pequeño
  y mimado jardín. Practicaba un 
injerto a un árbol. 
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   (- Hay luz, pero no sol. Siempre esas nubes
  grisáceas, sucias, contaminadas. Como el 
mar, que ya no es verde,
  ni azul. Como la tierra, cubierta por un polvillo negruzco. No 
obstante, aquí está mi
  jardín. Un superviviente. Ahora sólo puedo ejercer mi oficio de 
jardinero en mi propio
  jardín. Porque la ciudad se ha quedado sin ellos. Eran buenos 
lugares, estratégicos,
  para colocar armas. Armas poderosas, gigantes pesadas.) 
   Los aviones estaban más próximos. Unos sonreían,
  otros lloraban. Según el papel que 
tuvieran en la apocalíptica
  guerra. Pronto se iniciaría la batalla, una batalla más de las 
muchas que había en el
  mundo al cabo del día. Después, el mismo denso de siempre. 
Más muertos, más heridos,
  más devastación... 
   (- Pero ningún vencedor. Porque, ¿qué hombre
  puede proclamarse vencedor dando 
muerte a otro hombre? Ha
  matado a otros como él... Y los que son como él forman la 
humanidad. Es como si hubiera
  arrancado una parte del cuerpo de la humanidad. Un 
pedazo, y otro pedazo,
  y otro pedazo... Hasta que no haya cuerpo, ni mente... ni nada. 
Quizá lo que queramos sea
  eso: nada. Uno no puede considerarse victorioso cuando 
lucha consigo mismo. Y
  sí, en cambio, puede considerarse derrotado, por el mero hecho 
de luchar contra sí mismo,
  contra los que son como él. Estamos despedazando a la 
humanidad... 
   ¡Es el maldito juego de la guerra! - y Barsén
  notó que sus manos se le crispaban, 
estando a punto de romper
  el injerto.) 
   Los aviones llegaron a la ciudad. De sus vientres
  comenzaron a caer centenares de 
bombas, los cañones respondían
  con su fuego. 
   (- La guerra se inició cuando... No, realmente,
  siempre hubo una guerra, algunas 
guerras, sin ningún momento
  de paz, sin darse el mundo un descanso. Pero hubo una 
que desencadenó la presente.
  No se trataba de unos cuantos contra otros cuantos. Se 
trataba de muchos contra
  muchos. Hasta ser mundial, total. Alguien, desesperado, utilizó 
las armas nucleares. Después,
  los demás... Y así, así hasta el final. Mi jardín debe 
continuar, tiene que supervivir.
  Un mundo devastado, pero con un jardín, por muy 
pequeño que sea. Para que
  otros sepan que también, en su día, hubo amor...) 
   Los aviones, los aparatos que no habían sido
  derribados, se alejaron. Pero las armas 
instaladas en la ciudad
  continuaron disparando, redoblaron sus esfuerzos. Porque, en el 
cielo, llegaba un avión
  de color negro, distinto. Era el que traía la más aterradora de las 
cargas. Los otros tan sólo
  habían servido para franquearle el camino. 
   Barsén continuaba con su injerto cuando desaparecieron
  todos los sonidos. Se hizo un 
total e imposible silencio.
  Y una cegadora luz. 
   Barsén se sintió lanzado por los aires, proyectado,
  como si su cuerpo se desintegrara. 
Fue como si todas las tormentas
  se hubieran hecho una, como si todos los huracanes se 
hubieran hecho uno. Y Barsén
  voló, voló muy alto, hasta caer en alguna parte, como si 
hubiera estado navegando
  por espacios infinitos y por un tiempo eterno. 
   Rojo, todo era rojo a su alrededor. También
  él era rojo, como aquel hongo que se 
elevaba más allá de las
  cenicientas nubes. 
   Sintió el fuego. 
   Él era fuego. 
   Ardía. 
   Como una llama humana. 
   Y la llama gritó: 
   - ¡Malditos! 
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2 
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Ordenador TFxR200. A-3.
  Informe: Barsén, D. E. 
(- Cent. Méd.-Aisl. 5002-Hab.
  7-15) 
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Orden C / T.S / 738: 
BABEL 
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   Barsén, internado en un centro médico, no dejó
  de ser una llama humana hasta 
transcurridos varios meses.
  Durante este tiempo, que pasó la mayor parte inconsciente, 
fue llevado al quirófano
  más de diez veces. Las ocasiones en que estuvo a punto de morir 
fueron incontables, como
  incontables fueron después los momentos en que deseó morir. 
   Había sido uno de los supervivientes de aquella
  explosión nuclear que arrasara toda 
una ciudad de casi medio
  millón de habitantes. Donde antes se levantaba una urbe, ahora 
tan sólo quedaban unas
  ruinas ennegrecidas; donde antes vivían miles de seres 
humanos, ahora tan sólo
  agonizaban algunos insectos. 
   Barsén, en una habitación aislada, aguardaba
  su destino. 
   - Soy un contaminado... - repetía incesantemente. 
   Viéndose en el espejo, era incapaz de reconocerse. 
   (- Quien se refleja, no soy yo. Es otro. Ni
  tan siquiera un ser humano...) 
   Su cuerpo, deformado al máximo, le causaba
  horror. Un horror casi sobrenatural, 
imposible de vencer. Principalmente,
  porque su mente estaba intacta, porque no había 
sido afectada, porque razonaba
  y comprendía. Era la desesperación de la desesperación, 
la angustia de la angustia. 
   (- Monstruoso...) 
   Un ser monstruoso, pero también peligroso. 
   Podía contaminar, podía crear más horror, podía
  devorar a los demás con su 
radioactividad, podía sembrar
  la muerte. 
   Tenía que permanecer aislado. 
   (- ¿Para siempre?) 
   La respuesta le llegó una mañana, cuando le
  fue a visitar el director del centro médico, 
convenientemente protegido
  por un traje ultraespecial. 
   - Aquí no puede continuar. No podemos hacer
  más por usted. Y necesitamos las 
habitaciones para otros,
  para esos otros que constantemente nos están llegando. Nuestra 
misión ha finalizado. Ahora,
  otros se harán cargo de usted, de todos los que ya 
consideramos tratados por
  completo. 
   - ¿Dónde me llevarán? 
   - A Babel. 
   - ¿Babel? 
   - Sí. Es el nombre de una ciudad. 
   - Nunca he oído hablar de... 
   - Está en la Luna - le interrumpió el doctor
  -. Una ciudad especial para cuantos son... 
como usted. Allí, al menos,
  no se sentirán solos. Y quizá, al ser todos iguales... 
   - Nos conformemos, nos acostumbremos, ¿verdad?
  - ironizó Barsén. 
   - Comprenda, es lo mejor. Por una parte, podrán
  rehacer su vida, aunque esto le 
parezca ahora como una
  burla. Por otra parte, no contagiarán a las personas que están 
sanas. Aislados, podrán
  vivir... 
   - Y dejar vivir - dijo Barsén, con un tono
  de grave amargura -. Se nos destina a una 
ciudad como si no fuéramos
  seres humanos. Claro que, es posible que ya no lo seamos. 
¿Acaso no le produzco asco,
  horror? 
   El doctor no le contestó. Se limitó a entregarle
  una tarjeta. 
   - Desde ahora será Barsén... y este número. 
   - Un número... Barsén Número... Sólo un número... 
   - Al menos, vive. Otros, en cambio... 
   - Han tenido mejor suerte. Han muerto... y
  los muertos descansan en paz. ¿Por qué no 
nos exterminan? 
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   - Quizá en un futuro se les pueda curar... 
   - Un noble interés... 
   - Quizá no sea tan noble - dijo el doctor,
  pensativo -. Piensan que tal vez sea posible 
contar con sus servicios
  en el futuro... Porque esta guerra no tendrá fin... 
   - Sí, doctor; sí que lo tendrá. Será el fin
  de todo, de todos. La humanidad ha querido 
destruirse y lo está consiguiendo. 
   - Barsén, procure ser feliz. 
   - ¡No me haga reír! Feliz... Ni los sanos ni
  los enfermos pueden ser felices. Unos, 
porque ya están malditos,
  porque ya casi ni son seres humanos; los otros, porque temen 
convertirse en cualquier
  momento en lo que yo soy... La felicidad no existe. La felicidad la 
hemos asesinado nosotros
  mismos, doctor. 
   - En Babel, estoy seguro, pensará de otra manera. 
   - Allí, ¿quién nos cuidará? 
   - Claro, a ellos no les podemos contaminar,
  ni se asustarán de nuestra presencia, ni les 
importará nuestra amargura... 
   - Lo siento, debo irme. No tardarán en venir
  a buscarle. 
   El doctor parecía indeciso, como si fuera a
  añadir algo más. Pero se fue, dejando a 
Barsén hundido en sus desesperados
  pensamientos. 
   Barsén Número aguardaba en una larga fila a
  que se abriera la compuerta de la nave 
que los trasladaría hasta
  la Luna. Todos los que formaban la fila eran igual que él. 
Contaminados... 
   - Apestados... 
   Vigilados por guardianes vestidos con trajes
  ultraespeciales apenas se atrevían a 
hablar, apenas se atrevían
  a mirarse. 
   Barsén Número se fijó en el ser que estaba
  tras él. Era una mujer, había sido una 
mujer. Su cuerpo estaba
  terriblemente deformado. Pero, sus ojos... 
   (- En sus ojos hay algo, algo especial - pensó
  Barsén Número -. Dentro de este horror, 
esos ojos traen dulzura...) 
   - ¿Cómo te llamas? 
   - Prisca... Ahora, Prisca Número - respondió
  la mujer. 
   - Yo soy Barsén Número. ¿Estás sola? 
   - Sí. 
   - Entonces, quédate conmigo. 
   Prisca Número asintió. Barsén Número pensó
  que debía haberse tratado de una mujer 
delicada, hermosa, sensible.
  Por un momento, deseó protegerla, volvió a ser lo que antes 
era. 
   (- Pero, ya no soy humano... - se dijo.) 
   La nave les llevó a la ciudad lunar de Babel.
  Una urbe regida por robots. Una urbe fría, 
toda de hierro y de cemento. 
   - Si al menos hubiera un jardín... 
   - ¿Para
  que quieres un jardín? 
   - Era jardinero. 
   Se sumaron a otros que ya la habitaban. Y comenzaron
  una nueva existencia, un 
intento de supervivencia. 
   Pasaron meses, transcurrió un tiempo imposible
  de medir. 
   Barsén Número y Prisca Número vivían en un
  habitáculo, procurando olvidar el pasado 
(- Es imposible) existiendo
  en aquel presente sin confiar en un futuro. 
   Hasta que un día, hasta que en una artificial
  amanecida, Barsén Número despertó 
creyendo que todo volvía
  a ser como antes. 
   Porque algo ya casi olvidado, desconocido en
  Babel, llegó hasta él. 
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SEGUNDA PARTE 
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3 
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Ordenador BjaW104.B-2.
  Informe: Barsén, D. E. 
(Solicita: J en Babel.
  Exp. 1) 
Respuesta: SÍ 
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   Barsén Número, al despertar (- ¿O he sido despertado?),
  tuvo una aguda observación 
acerca de la realidad de
  Babel (- Experimenta, ¿acaso un cambio?). 
   Olfateó. 
   Le llegó (- ¿De dónde?) un aroma, un límpido
  (- ¿Puro?) aroma. 
   Un olor olvidado (- ¿Negado?), perdido en los
  laberínticos arcanos del tiempo (- 
¿Cuándo?); un perfume excluido
  de los incorpóreos espacios aéreos (- ¿Cómo?). 
   Llovía olor a hierba (- No existe), a mares
  de hierba (- ¿Será el filtro?), a hierba húmeda 
(- ¿Humedad?), a hierba
  bañada en rocío (- ¿Vapor de agua?). 
   (- ¿Hierba?) 
   Algo imposible (- No puede ser). 
   Pero era (- Es). 
   Escuchó. 
   Le llegó (- ¿Cerca?) un sonido, un nítido (-
  ¿Rítmico?) sonido. 
   Un sonido pretérito (- ¿Silenciado?), enmudecido
  en las espaciales ondas infinitas (- 
¿Mutis?); un canto omitido
  del pentagrama que las vibraciones dibujan en el tiempo sin 
tiempo (- ¿Por qué?). 
   Llovía sonido de pájaros (- Exterminados),
  a trinos de pájaros (- ¿Ruido no 
identificado?), a pájaros
  armonizados (- ¿Armonía?), a pájaros en ramas (- ¿Árboles?). 
   (- ¿Pájaros?). 
   Algo imposible (- No hay). 
   Pero era (- Son). 
   (- Y colores.) 
   - No es real - dijo -. Es irreal. O... - y
  la duda le hizo temblar. 
   Sudaba. 
   - Una pregunta. 
   A su lado, un cuerpo se movió. 
   - ¿Ya? - inquirió una voz ronca. 
   A Prisca Número la había enojado. 
   - ¿He muerto? - y se miró los pies, que sobresalían
  del lecho. 
   - Los muertos no preguntan - le respondió la
  voz ronca. 
   - Eso creo - y se sintió aliviado. 
   - Sudas demasiado; no me agrada. 
   - Y los muertos no sudan - recordó -. ¿Prisca
  Número? 
   - ¡No sé! - exclamó ella, sin poder contener
  su ánimo irritado. 
   Él era el culpable de su gruñido. Que no protestara
  (- ¡Quiero dormir, Barsén Número). 
   - Tampoco sueño. 
   - ¿Eh? - y se removió. 
   - Estoy despierto - dijo pensativo, comenzando
  a estar mentalmente ausente, ajeno a 
cuanto no perteneciera
  a aquella sospecha que nacía en su esperanzado cerebro. 
   - ¡Y a mí me has despertado! - gritó ella. 
   Podían haberla oído otros (- ¿Qué hacen? Escucha),
  pero no él. 
   - Si no estoy muerto, si no estoy durmiendo... 
 | 
 
   Prisca Número no oyó la conclusión a la que
  él ya seguramente había llegado. Quedó 
intrigada. 
   - ¿Qué? - preguntó. 
   No tuvo respuesta. 
   Hizo un esfuerzo (- Y aún no es la hora...)
  Rápida, dejó de tener cerrados los párpados. 
Miró, sorprendida (- Pero...). 
   Él no estaba en el lecho, ni en ninguna otra
  parte. 
   - ¿Barsén Número...? - y volvió a dormirse
  (- Que me deje en paz. ¿He dicho paz? 
Suena raro. Por no soportarle,
  cualquier día solicitaré la hibernación. Tengo derecho. He 
pagado siempre, en mensualidades.
  ¿Por qué habré dicho paz? Eso me pasa por 
despertar cuando todavía
  no es la hora. No, que no me deje en paz). 
   Ya roncaba. 
   Barsén Número iba en busca de los olores (-
  Los huelo), de los sonidos (- Los oigo), de 
los colores (- Los veo). 
   - ¡Los siento! - gritó alborozado (- Lástima
  no saber cantar - se dijo -. Porque iría 
cantando, despertando a
  todos, así: ¡Es la hora de reír!). 
   Corría (- ¡Más rápido que los suelos deslizantes,
  que las escaleras automáticas!) Y los 
dejaba atrás; y saltaba
  los peldaños. 
   (- ¿Será posible?) 
   Lo era. 
   Barsén Número preguntó: 
   - ¿Dónde está? 
   El Agente Robot (que pensó: - Es sospechoso)
  respondió con otra pregunta (tras 
conectar su sistema de
  sonido): 
   - ¿Dónde está, qué? - mientras sus circuitos
  electrónicos computaban la identificación 
del que se le antojaba
  como un Hombre del que desconfiar. Pero el Ordenador Central le 
envió notificación de que
  no tenía que detenerle; carecía de antecedentes. 
   - ¿Es que no huele? 
   - Todavía no estoy programado para oler - le
  dijo aquella boca metálica, sobre la que 
no había nariz y sí un
  gran ojo parpadeante. 
   (- Estos seres artificiales - pensó Barsén
  Número -, con su monumento en el Centro de 
Babel, no pueden oler...
  - y suspiró.) 
   Olfateó; aspiró mucho (- ¡Qué asco! - y escupió
  su propia contaminación -. No obstante, 
he captado partículas volátiles
  del olor a hierba. Es por allí, seguro.) 
   - Agradecido, Agente Robot. 
   - De nada. 
   Y volvió a correr. 
   El Agente Robot se malhumoró consigo mismo
  (- ¿Por qué he atendido a ese Hombre? 
- se preguntó -. No es
  aún mi hora de servicio. No se pueden hacer condescendencias. 
Empiezas a fallar. ¿Será
  la pila eléctrica? Antes de que sea tarde, que te la cambien. 
Pronto). 
   Y el Agente Robot también corrió. 
   Barsén Número iba por una inacabable avenida
  iluminada por gigantescos focos, soles 
que no eran sol. 
   - ¡Huelo más, oigo más, veo más! 
   Al final de la avenida (- ¡Ahí!), se detuvo. 
   - No, no es un sueño... - y se le rompió la
  voz, ahogada de felicidad. 
   (- Tanto tiempo esperando...) 
   Y lloró. 
   Lloró mientras una nube de sonidos, de aromas
  y de colores le envolvía y le acariciaba. 
 | 
 
4 
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Coro: 
- ¡Ahí! 
(Del Inf. L-32. Agente
  Robot R.A.-3) 
 | 
 
   Barsén Número, emocionado (- Lo sabía, lo sabía...),
  con lágrimas: 
   - ¡El jardín de Babel! - exclamó. 
   (- Es el principio.) 
   Allí estaba, ante él (- Tal como lo soñé...). 
   Centenares de árboles (era un lauredal; - Siempre
  verdes y olorosos laureles): el color; 
miles de flores (eran rosas;
  - Llenas de matices en sus blancos, amarillos y rojos, rosas 
siempre fragantes): el
  color; millones de hierbas (eran hierbabuenas; - Tiernas y suaves, 
hierbas empapadas, siempre
  frescas): el color. 
   (- Tendrán que volver a crear el oficio de
  jardinero. Mi oficio antes de... - y en su 
cámara de recuerdos, por
  unos fugaces instantes, se proyectó en una pantalla de células 
una cegadora explosión.) 
   Las ramas, mecidas por un ligero viento, con
  pájaros, acompañados por el batir de 
palmas de las hojas (eran
  gorriones; - Gorriones de plumaje pardo, siempre cantando): el 
sonido. 
   Todo: el paisaje. 
   (- Babel ya tiene un jardín...) 
   Se dejó embriagar por los olores (- Y después
  amapolas), se dejó cautivar por los 
colores (- Y después frondosidad
  de helechos), se dejó embelesar por los trinos (- Y 
después canarios). 
   - Y después... - murmuró (- Cuántos después
  hay hasta que Babel se convierta en un 
jardín, en el Jardín!) 
   Barsén Número gritó: 
   - ¡Ciudadanos de Babel! ¡Despertad! 
   Silencio (- Pero me han oído, me escucharán). 
   - ¡Ciudadanos de Babel! ¡Despertad! - volvió
  a gritar, atronando, casi estremeciendo la 
cúpula que cubría la urbe
  construida en el más árido desierto (- Eh, allí, uno). 
   Alguien apareció por una ventana circular de
  uno de los grandes bloques de hierro y de 
cemento. 
   - ¡Calla! ¡No es hora! - le increpó. 
   - ¿Y qué importa? - respondió Barsén Número
  -. ¡Mira, huele, oye! ¡Hacedlo también 
los demás! ¡Y venid! 
   Un rostro, dos rostros, tres rostros... (-
  Y más, y más). 
   - ¡El jardín de Babel! 
   Por las puertas de los grandes bloques (Orden:
  «Que habiten mil en cada uno») 
comenzaron a salir filas
  de gente (- Gente atemorizada). Prudentes, aunque cada vez 
levantando entre sí un
  mayor rumor de palabras (- Ni un Agente Robot), se fueron 
acercando a Barsén Número,
  formando una asombrada media luna ante la entrada al 
Jardín (- Ya perciben). 
   - ¿Qué os dije? - preguntó a aquellos rostros
  en los que se iniciaban sonrisas, todavía 
incrédulas sonrisas (-
  Pero pronto serán de gozo). 
   Coro: 
   - ¿Cuándo? 
   - No lo sé - respondió Barsén Número -. Indudablemente,
  mientras dormíamos. Lo 
instalaron, y se fueron.
  Nunca perdí la esperanza, vosotros sí. Poca fe en ellos (- Y no me 
extraña). Pero, ya veis,
  ya oís, ya oléis. Han accedido a mi petición, a mi petición diaria. 
Es nuestro, para siempre.
  Y habrá más... (- Porque todo tiene un principio, pero un fin...) 
 | 
 
   La gente, con un hilo de voz, entre sí: 
   - Flores... 
   - Pájaros... 
   Prisca Número le dio un beso (- Él no quiere
  la hibernación. ¡Qué tonta! Yo tampoco. 
¿Qué iba a hacer sin él
  en el futuro?), varios besos (- Aunque, lo de despertarme, no sé si 
se lo perdonaré). 
   - ¿Podemos...? - Pregunto Edistio Número. 
   - ¿Está prohibido...? - preguntó Domna Número. 
   - Podéis - sonrió Barsén Número (- Acariciad). 
   Entraron en el jardín de Babel. 
   No sabían cómo, pero estaba allí. 
   Les comenzaba a rodear (- Lo cuidaremos. Yo
  les enseñaré. Con cuidado, con 
paciencia, con amor. La
  naturaleza es bella y delicada). 
   - ¿Son rosas? - le preguntaron. 
   - Son rosas. 
   - ¿También las amarillas? 
   - También. 
   Los pájaros seguían cantando, alguno revoloteaba. 
   Las ramas hacían metamorfosearse a las sombras,
  las hojas se entrechocaban. 
   Las flores bailaban ligeras, inclinándose imperceptiblemente
  a uno u otro lado. 
   Barsén Número, con lentitud, como si hubiera
  logrado retardar los mecanismos del 
tiempo, se dejó caer en
  la hierba (- Dormir, dormir sobre el más blando y tierno de los 
lechos). 
   Pasó la yema de sus dedos por una hierba (-
  ¿Qué...?) Murió su feliz sonrisa, se 
tensaron los músculos de
  su rostro (- ¿Qué...?), en sus apretados dientes hubo chispas (- 
¿Qué...?) 
   - ¡Malditos! - con espuma en la boca, una espuma
  rabiosa. 
   Todos (A coro: - ¿Eh...?) se volvieron hacia
  él. 
   - ¡Malditos! ¡Malditos! 
   - ¿Nosotros? - preguntaron confusos. 
   - ¡Ellos! 
   - ¿Ellos? 
   - ¡Nos han engañado! 
   - ¿Es que todo esto... no existe? - y había
  pasmo en Prisca Número, al igual que en los 
demás -. ¿Es que lo que
  vemos, lo que olemos, lo que oímos... no es real? ¿Nos hacen 
vivir un sueño? 
   - ¡Peor! 
   - ¡Peor! - exclamaron aterrados. 
   Barsén Número arrancó una flor. La destrozó,
  ante un gran estupor. Y dijo, colérico: 
   - ¡Son de plástico! ¡Todo es falso! ¿Falso,
  falso, falso...! - y pisoteó la hierba. 
   Los árboles eran de plástico, las flores eran
  de plástico, las ramas eran de plástico, las 
hojas eran de plástico. 
   Barsén Número atrapó un pájaro en pleno vuelo.
  Le arrancó las plumas, lo destripó: 
   - ¡Mirad! 
   - ¡Miramos! 
   - ¡Son
  gorriones mecánicos! 
   Y los olores eran artificiales. 
   Y el viento. 
   Barsén Número, enmudecido (- Han llegado demasiado
  lejos - y en su mente había 
violencia). Prisca Número,
  callada (- Algo piensa. Y temo ese pensamiento, sea el que 
sea). 
   Barsén
  Número, decidió. 
 | 
 
5 
 | 
 
Agente Robot: 
- A Pat. 32. Ciud. Barsén
  (D. E.-10.715.) 
Orden: Detener. 
(Ord. Regist.) 
 | 
 
   Barsén Número (- Tengo que intentarlo) sabía
  lo que ella le iba a decir en cuanto le 
anunciara su decisión (-
  Se agotó mi esperanza). 
   Pensó irse, en silencio. 
   Pero inició la conversación que ya conocía
  de antemano, tanto las preguntas como las 
respuestas (- Y llorará,
  cuando me haya ido). 
   Prisca Número (- Ya son tres. Ahora cuatro.
  Cuatro Agentes Robots), mirando por la 
ventana aguardaba sus palabras
  (- Es capaz de intentarlo). 
   - ¿Piensas? - dijo él. 
   - Observo - respondió ellas (- Cinco, seis). 
   - ¿Los cuentas? 
   - Sí. ¿Cómo sabes que...? 
   - Siempre ocurre igual. No es nuevo (- Y no
  tardará en aparecer un atomohelicóptero). 
   - Ya son ocho. 
   - Hasta doce, con sus átomomotos (- Y las átomoarmas).
  Pero, no me importa. Como si 
quieren enviar un millar. 
   - ¿Lo harás? - preguntó Prisca Número, disimulando
  su inquietud (- Si no le importan ni 
un millar de Agentes Robots...). 
   - Sí. Estoy decidido. 
   - Los doce - suspiró Prisca Número (- Lo que
  más temo son las átomomotos. Con ellas, 
no necesitan emplear las
  átomoarmas). 
   - No huyo: desafío. 
   - Señalan hacia aquí. 
   - No te harán nada. No debes preocuparte (-
  Sé que piensas en mí. Son muchos años 
de estar juntos en Babel,
  en este infierno). 
   - El atomohelicóptero... 
   - Le oigo (- Quedará suspendido en el aire,
  a prudente distancia de las ventanas. Un 
buen lugar desde donde
  vigilarme). 
   - ¿Y si te acompaño? (- Las horas serán más
  que horas). 
   - No. Quizá, después... 
   - Ese después no existe. Vas a morir. 
   - Si logro escaparme, habrá ese después (-
  ¿O tal vez no haya ese después ni para 
nosotros ni para ellos?). 
   - Vienen a detenerte. 
   - ¿Qué esperabas, una vez que ordené a los
  ciudadanos destruir el jardín artificial? 
Estarán muy contrariados.
  No esos autómatas, sino ellos. Creían que nos íbamos a 
conformar... (- Cuánto
  horror debemos causarles. Pero la culpa no es nuestra. Es de ellos, 
de los otros, de los que
  no están en Babel). 
   Barsén Número se contempló en un espejo. El
  espejo también reflejaba a Prisca 
Número (- Sí, cuánto horror...
  - repitió). 
   - ¿Cuándo...? - preguntó ella. 
   - Cuando me detengan. 
   - Nadie... (- Nunca supimos más de los fugados.) 
 | 
 
   - No seas pesimista. 
   - No lo soy... En dos filas de a seis. ¿Subirán? 
   - Dentro de unos instantes estarán aquí. 
   - Barsén Número... 
   - ¿Sí? 
   - Suerte (- Si fuera contigo, no sufriría tanto.
  Lloraré siempre. Porque no regresarás, 
porque sé lo que sucederá). 
   - No te olvidaré, Prisca Número (- Te quiero). 
   - Ni yo, Barsén Número (- Te quiero). 
   En las átomomotos, por las rampas interiores
  de los grandes bloques de hierro y de 
cemento (- Tengo que ser
  como los habitáculos: de hierro y de cemento), los Agentes 
Robots llegaron hasta la
  puerta de Barsén Número. Antes de que llamaran (- Yo les 
abriré) ya él les invitaba
  a pasar. 
   Doce ojos parpadeantes, fluorescentes, se clavaron
  en él. Y una voz metálica: 
   - Orden de detención. Barsén Número, tiene
  que acompañarnos. 
   (- Lo que será de mí, lo decidirán ellos.) 
   Prisca Número preguntó: 
   - ¿Podré verle? 
   No respondió ninguna voz metálica. Hizo otra
  pregunta: 
   - ¿Dónde debo solicitar la defensa del detenido?
  (- Para ellos, mero formulismo.) 
   - Vaya a la central - respondió una voz metálica. 
   - Salga, Barsén Número - ordenó otra voz metálica. 
   Barsén Número y Prisca Número se miraron por
  unos instantes. No hacían falta 
palabras, no las querían
  (- Se sentirán defraudados. No podrán reír irónicos. Que no 
sepan que sufrimos.) 
   Él se fue. 
   Ella, como Barsén Número sabía, lloró. 
   Las átomomotos cruzaban las avenidas a una
  velocidad que casi les hacía invisibles a 
los ojos de los transeúntes
  (- Hacerle perder el control - pensó Barsén Número). 
   El atomohelicóptero, como un gran ojo volador,
  les seguía. 
   Barsén Número era llevado en la átomomoto que
  encabezaba el grupo. El silbante 
ruido de los motores le
  ensordecía (- Tiene que ser antes de que me desmaye. En el lugar 
propicio, en el cruce). 
   Las átomomotos, en el punto de intersección
  de varias avenidas, aminoraron la 
velocidad. 
   (- ¡Ahora!) 
   Barsén Número, rápido, se levantó del asiento
  posterior. Con toda su fuerza, golpeó al 
Agente Robot en sus metálicos
  brazos. Después, puso una mano delante del ojo 
parpadeante. La átomomoto
  quedó sin rumbo. De un salto se tiró al suelo. Casi es 
arrollado por otra átomomoto. 
   Cuando los Agentes Robots detuvieron sus máquinas,
  el detenido había desaparecido. 
Los doce ojos parpadeantes
  se miraron entre sí. El gran ojo volador también se sumó a la 
mirada. 
   Y rieron aquellas bocas metálicas. 
   Si Barsén Número les hubiera observado, habría
  quedado atónito. Pero él ya corría por 
una de las avenidas, buscando
  un refugio. 
 | 
 
6 
 | 
 
- Cacería 
(Del centro TV - 3D. Esp.:
  Noticias. Canal Obligatorio.) 
 | 
 
   - Se nos ha escapado - ironizó un Agente Robot. 
   - Y seremos castigados - dijeron los demás
  a coro, sin dejar de reír, exclamando -: ¡No 
suministrarán energía a
  nuestros cuerpos! ¡Mala cosa! ¡Pero no se enterarán! 
   Los ojos parpadeaban más, tenían más luz (-
  ¿Te das cuenta, Prisca Número? Cuando 
están muy contentos, llegan
  a ser como reflectores; - Barsén Número, no me agradan 
esos ojos. Vámonos de aquí,
  volvamos al habitáculo). 
   - ¿Cómo dicen los humanos? - preguntó el irónico
  Agente Robot, en medio del círculo 
que habían formado -. ¿Cómo
  llaman a este juego? 
   - El juego del gato y del ratón. 
   - ¡Ah! Qué pena... Es un juego divertido. Pero,
  en Babel, no hay gatos ni ratones (- Ni 
nada). 
   - Nosotros
  haremos de gato. 
   - ¿Y el ratón? 
   - Que sea el detenido: Barsén Número. 
   La propuesta fue aceptada por unanimidad, aunque
  la decisión ya estaba tomada de 
antemano. 
   - Pobre tonto... 
   - Hace honor a su especie. 
   - Corre, corre mucho. 
   - Y así se cree cercano a la libertad, a su
  libertad. 
   - Ya estábamos llegando a la Central... 
   - Hubo suerte. 
   - Se atrevió. 
   - Ahora podremos jugar. Nos divertiremos. 
   La huida de Barsén Número, en vez de contrariarles,
  les alegraba (- Puse a la 
átomomoto el piloto automático,
  sin tomar ninguna medida de seguridad, como en otras 
ocasiones). 
   - Lástima que no todos los detenidos piensen
  en escapar. 
   Barsén Número iba a proporcionarles distracción.
  El trabajo de los Agentes Robots era 
monótono, salvo en muy
  contadas ocasiones. 
   - ¿Cómo dicen los humanos? - preguntó de nuevo
  el irónico Agente Robot. 
   - Una cacería - corearon los demás. 
   Barsén Número corría por una solitaria avenida
  (- Todos me observan desde sus 
habitáculos, ninguno se
  atreve a salir, y menos imitarme. Están pendientes de lo que 
ocurra, ahogados de temor).
  Lo único que le preocupaba era correr, distanciarse de los 
Agentes Robots, que perdieran
  su pista (- Es extraño. No oigo a las átomomotos. Y el 
atomohelicóptero ha desaparecido.
  ¿Es que ya no me persiguen? Si supiera lo que 
piensan, si es que pueden
  pensar... Pero, tienen que encontrarme. Ellos pueden hasta 
convertirles en chatarra). 
   La avenida parecía no tener fin ni principio.
  Tan igual, tan desierta (- Las puertas, 
cerradas. En ningún habitáculo
  puedo esconderme. Están todos controlados. Oyen lo que 
se dice en ellos, ven lo
  que se hace en ellos. Entonces, ¿adónde ir?) Los grandes focos 
colgados de la gigantesca
  cúpula que cubría la ciudad, instalados para alumbrar en todas 
direcciones, le negaban
  su propia sombra (- Abandonar Babel, aunque sólo sea un sueño 
que jamás sea posible convertirlo
  en realidad, ya es una forma de luchar, de denunciar, 
de gritar). Los grandes
  bloques de hierro y de cemento, todos iguales, todos de la misma 
altura, como inmensos panteones
  funerarios (- Pero no estamos muertos. ¡Vivimos! Y, si 
somos los que somos, es
  por culpa de ellos. Ellos...). 
   Una ciudad con sus días y con sus noches, pero
  sin días de cielo azul y sin noches con 
estrellas (- Los habitantes
  de Babel, los representantes del dolor, de la violencia, del odio, 
 | 
 
de lo absurdo. No quieren
  vernos. No desean contemplar en nosotros el error que ellos 
han causado). 
  - Babel, Babel... - murmuró, jadeante -: Existes
  porque los hombres no se han 
entendido, porque la humanidad
  no se ha amado, porque los seres humanos somos lo 
suficientemente imbéciles
  como para destruirnos unos a otros. Babel, Babel... - y sus 
palabras fueron como lágrimas. 
  (- Aquel monumento, en medio de una tierra devastada.
  Una impresionante mole de 
acero. Una monstruosa bala
  dorada.) 
  Y una leyenda, labrada con sangre: 
 | 
 
«NO NOS QUEREMOS, NOS ODIAMOS.» 
 | 
 
   Barsén Número corría, en el mayor de los silencios. 
   - Le hemos dado tiempo. 
   - Suficiente. 
   - Somos generosos. 
   - Quien lo capture, recibirá un premio. 
   - Eso hace la cacería más interesante. 
   - ¿Vivo o muerto? 
   - Vivo. 
   - ¿Y si...? 
   - No utilizaremos las átomoarmas. 
   - ¿Por qué? 
   - El juego se terminaría pronto. 
   - ¡Y necesitamos cubrir tanto tiempo de tedio! 
   - ¿Conformes? 
   - Conformes. 
   Los Agentes Robots pusieron en marcha sus máquinas.
  Las átomomotos rugieron, 
rompiendo de nuevo aquel
  pesado silencio. 
   Cada uno eligió una avenida, un distrito, una
  zona. Se desearon suerte, aunque cada 
uno quería la suerte para
  sí. 
   El acelerador, al máximo. 
   En los habitáculos: «Barsén Número está sentenciado.
  Fue jardinero. Si al menos 
tuviéramos una flor que
  llevarle al entierro...» 
   Prisca Número (- ¿Por qué? ¿Por qué?), como
  una estatua. De pie, tensa, con los 
puños cerrados, con la
  mirada perdida, conteniendo las lágrimas (- ¿Por qué? ¿Por qué?) 
   Una de las paredes de la estancia se iluminó,
  al tiempo que se oía un agudo sonido 
electrónico. Era la átomopantalla.
  Un Locutor Robot, sin dejar de mantener en todo 
momento su pretendida atractiva
  sonrisa, anunció: 
   - a) Ciudadanos de Babel; b) Buena hora; c)
  El ciudadano Barsén Número fue detenido 
por una patrulla de Agentes
  Robots (Planos filmados del momento mencionado); d) 
Acusado de perturbar el
  Perfecto Orden; e) Cuando era trasladado a la central, huyó 
(Planos filmados del momento
  mencionado); f) Los Agentes Robots han emprendido su 
búsqueda; g) Pobre idiota
  de Barsén Número. 
   Y el Locutor Robot finalizó su computada intervención
  con la noticia que más temía 
Prisca Número: 
   - Y h) La cacería será televisada en directo.
  Permanezcan atentos a sus 
átomopantallas. 
 | 
 
7 
 | 
 
Urgente: 
HOMBRE PELIGROSO 
 | 
 
   Barsén Número, que seguía corriendo (- Hasta
  que revientes, si es preciso), oyó lejano 
el silbante ruido de una
  átomomoto (- Tengo que encontrar un refugio. En caso contrario, 
estaré perdido). 
   Un atomohelicóptero apareció de improviso sobre
  uno de los grandes bloques de hierro 
y de cemento. 
   - ¡Me han localizado! - gritó. 
   El átomohelicóptero centró su vuelo sobre la
  avenida, descendiendo hasta situarse muy 
cerca de Barsén Número,
  que aumentó su ritmo, que miró de reojo al ojo volador (- 
Dispararán, en cualquier
  momento. Despídete de ti mismo, Barsén Número). Pero, en el 
atomohelicóptero, nadie
  pulsó ninguna átomoarma. Sí la atomocámara, con servicio de 
transmisión en directo. 
   Prisca Número, en la átomopantalla, le vio
  (- Corre, corre, ¡corre Barsén Número!) Y en 
todos los habitáculos:
  (- Corre, corre, ¡corre Barsén Número!) 
   La pieza a cobrar de la cacería intentaba distanciarse
  del atomohelicóptero ( 
   - ¿Por qué no disparan?) 
   Y el Locutor Robot, comentaba: 
   - a) Es Barsén Número; b) Un Hombre peligroso;
  c) Cualquiera de las átomomotos que 
le persiguen no tardará
  en darle alcance; d) Observen. Y recuerden: Nadie, nadie puede 
burlar al Perfecto Orden;
  e) Su pena será aumentada; j) Nuestros gloriosos Agentes 
Robots nos demostrarán
  su alto nivel, su extraordinaria preparación para capturar a los 
que huyen; g) Celebrando
  ya la pronta detención de Barsén Número, la Central nos 
comunica que pueden ustedes
  servirse un átomorefresco; h) Atención. 
   Prisca Número (- Piensa algo, pronto), ante
  la átomopantalla, se sintió desfallecer de 
angustia (- Moriré con
  él). Dio un manotazo al átomorefresco que le fue servido saliendo 
por una pequeña puerta
  de una pared contigua a la que se retransmitía la huida de 
Barsén Número. 
   - ¡Rápido, rápido! - gritó. Pero Barsén Número
  no la oía. Y sí a la átomomoto, cada vez 
más próxima a él. 
   (- No me entregaré. Si lo hiciera, es como
  si me hubiesen derrotado. No quiero darles 
ese placer. Y tendrán que
  luchar conmigo. Se verán obligados a usar las átomoarmas. Y 
todos, en sus habitáculos,
  sentirán un poco más de horror, un poco más de rebelión, un 
poco más de ganas de libertad.) 
   La avenida acabó en una inmensa explanada circular,
  como otras muchas avenidas. 
Barsén Número se detuvo
  (- ¿Y ahora? ¿Por cuál?) El atomohelicóptero también se 
detuvo, quedando suspendido
  sobre él. 
   Más avenidas, más grandes bloques, más explanadas
  circulares (- Puede ser eterno). 
Más inmensidades, más lejanías,
  más horizontes (- Y siempre con ellos tras de mí). 
   - ¡Muévete, muévete! —gritaba Prisca Número
  viéndole por la átomopantalla. 
   Barsén Número, naciendo una nerviosa sonrisa
  en su rostro, recordó: 
   - ¡Los tubos! 
   Los tubos renovadores de aire, los tubos que
  hacían el mismo servicio que las 
primitivas alcantarillas
  terrestres, los tubos que mantenían la constante temperatura de la 
ciudad. 
   - ¡Los tubos! - también gritó Prisca Número. 
   (- ¡Puede ser, puede ser!) 
   Barsén Número corrió hacia la entrada de uno
  de los tubos. En el atomohelicóptero 
debió producirse una cierta
  confusión. La atomocámara se dirigió en varias direcciones. 
La imagen era inconcreta.
  Barsén Número no aparecía por ninguna parte. Se hizo 
 | 
 
invisible para la atomocámara.
  Se hizo invisible para los habitantes de Babel. Y para los 
Agentes Robots y para el
  Locutor Robot, que dijo con un tartamudeo: 
    - a) Barsén Número...; b) Si hace un momento...;
  y c) Llegan los Agentes Robots - y la 
voz metálica rechinó. 
    Los del atomohelicóptero: 
    - Ha entrado por allí. 
    Los de las átomomotos: 
    - Iremos por allí. 
    El ojo volador se alejó. Él no podía entrar
  por los tubos para continuar la retransmisión 
de la cacería. Lo harían
  las propias átomomotos, equipadas también con atomocámaras. 
    - ¿Tienen todos un plano de la Red Túbica?
  —preguntó el jefe de los Agentes Robots. 
Cuando le respondieron
  afirmativamente, añadió -: Dividamos las zonas, meticulosamente 
- y con cierta rabia -:
  La Red Túbica es un laberinto. Si tiene suerte, podemos tardar días 
en localizarle... 
    - Cuanto más dure la cacería mejor, ¿no? 
    - ¡No tanto! Unas horas, sí; pero no días.
  Mañana... 
    - ¿Qué? 
    - Llega una expedición. Ellos no nos lo perdonarán.
  Esto ya no es un juego. Si se ven 
en la necesidad de disparar,
  disparen. 
    Las átomomotos, tras estudiar los Agentes
  Robots el plano de la Red Túbica y dividirse 
las zonas, rugieron de
  nuevo. Veloces entraron cada una de ellas por cada uno de los 
tubos que había en aquella
  explanada circular. 
    No hubo risas metálicas. 
    Prisca Número oyó al Locutor Robot: 
    - a) La patrulla entra en la Red Túbica; b)
  Barsén Número no tardará en ser captado 
por una de las atomocámaras
  de las que están provistas las átomomotos; c) La cacería se 
prolonga; d) Esto no deja
  de servir para dar más emoción a la persecución; e) Seguimos 
retransmitiendo en directo;
  f) Aprovechen esta ocasión: observen la belleza geométrica de 
la Red Túbica; g) Dado
  el espectáculo que les ofrecemos, pasamos a darles una visión 
tridimensional, y h) Tomen
  más átomorefrescos. 
    Los circulares pasadizos, iluminados y plasmados
  por las luces y las atomocámaras de 
las máquinas, podían provocar
  el mayor de los horrores, acrecentado por la gran 
velocidad de las átomotos. 
    Prisca Número volvió a dar un manotazo al
  segundo átomorefresco que le era servido 
(- ¡Con lo que me gustan!).
  La visión tridimensional la hacía como ir en una de aquellas 
silbantes máquinas. De
  pronto, al fondo: Barsén Número. 
    - ¡No! - gritó Prisca Número. 
    El Locutor Robot: 
    - a) ¡Ahí está el huidizo Barsén Número!;
  b) ¡Atención!; c) ¡Emocionante!; y d) ¡Ahora! 
    Una de las átomomotos se acercaba huracanada
  a Barsén Número. El Agente Robot 
que la montaba no estaba
  dispuesto a correr ningún riesgo. Apretó el botón del piloto 
automático. Y apuntó con
  la átomoarma. 
    Prisca Número profirió un ahogado gemido.
  Como todos los ciudadanos de Babel. 
 | 
 
8 
 | 
 
Coro: 
- ¡Vivo! 
 | 
 
Barsén Número, cegado por
  la luz de la átomomoto, dejó de correr. 
 | 
 
   La máquina lo arrollaría, pero ya antes caería
  herido de muerte cuando su cuerpo fuera 
alcanzado por el ardiente
  rayo de la átomoarma. 
   El Agente Robot acarició el disparador (- Una
  buena pieza - se oyó en el interior de su 
cabeza metálica). 
   Y... 
   (- No dispara sobre mí, dispara sobre todos.
  Sobre Prisca Número, sobre Edistio 
Número, sobre Domna Número...;
  - No huyo solo, todos huyen conmigo; - Si yo muero, 
mueren todos; - El Agente
  Robot es todos los Agentes Robots, yo soy todos los que son 
como yo; - Y ellos jamás
  sabrán, ¡jamás sabrán de nuestra rebelión!; - ¡Tienes que seguir 
viviendo para que los demás
  sigan viviendo!; - ¡Eres un grito!; En un segundo se pueden 
pensar muchas cosas.) 
   ...el Agente Robot apretó el disparador. 
   - ¡No! - gritó Barsén Número. 
   - ¡No! - volvió a exclamar Prisca Número. 
   La átomopantalla, por unos instantes, fue roja:
  fuego. Hubo rojo: fuego en todos los 
habitáculos. Y después
  hubo silencio. 
   Y blanco. 
   - Él... ¡él! 
   En la átomopantalla: Barsén Número, tendido
  en el suelo (- Salté a tiempo). Bajo él, el 
Agente Robot (- Se destrozó
  al caer, contra la pared del tubo), como un muñeco roto. Sus 
piezas, por doquier (-
  El rayo abrió un agujero. Me hubiese partido en dos). 
   - Pero... —Prisca Número no acababa de dar
  crédito a lo que veía. 
   Barsén Número se levantó (- Alejarme de aquí,
  rápido). El Locutor Robot, incrédulo: 
   - a) No puede ser; b) ¡No puede ser!; e) Pero
  es; d) ¡Maldito!; e) Está vivo; f) ¿Qué ha 
hecho?; g) Envíenme órdenes,
  por favor, órdenes; h) Nombres Número, no se crean lo 
que ven; i) Producto de
  una mala imagen; j) De un fallo técnico; k) Es imposible; l) ¡Quiero 
órdenes!; ll) No estoy
  computado para un desastre como éste; m) Se acabaron los 
refrescos; n) ¡Se va en
  la átomomoto!; ñ) ¡Patrulla, patrulla!; o) ¡Mañana llega una 
expedición!; p) ¡Harán
  chatarra con nosotros!; q) ¡Robots, Robots!; r) ¡Se aleja, 
desaparece por la Red Túbica!;
  s) ¡Órdenes, órdenes!; t) Quiero... 
   La voz del Locutor Robot dejó de oírse. Y en
  la átomopantalla todo se hizo negro, muy 
negro. Lo último que pudo
  ver Prisca Número fue alejarse a Barsén Número (- ¡Monta una 
átomomoto!) Estaba vivo. 
   - ¡Vivo! 
   - ¡Vivo! - exclamaron en todos los habitáculos. 
   En la átomopantalla apareció el rostro metálico
  del Locutor Robot. Tenía una voz 
distinta, mucho más chirriona: 
   - a) Queda suspendida la transmisión en directo;
  b) Les mantendremos informados; y c) 
Barsén Número será localizado. 
   Pero Prisca Número sonrió, sonrió, sonrió...
  y acabó escupiendo a la átomopantalla. En 
la Central alguien ya la
  multaba por sexta o séptima vez aquel día. 
   - ¡Qué me importa! 
   Ella recordó: 
   - ¿Tu nombre? 
   - Prisca. 
   - ¿Ahora? 
   - Prisca Número. 
   - Yo era Barsén. 
   - ¿Y ahora? 
   - Barsén Número. 
   - ¿Qué sabes? 
   - Nos llevan a Babel. 
 | 
 
   - ¿Babel? 
   - Sí. 
   - ¿Qué...? 
   - Una ciudad. En ella se entra, pero ya nunca
  se sale. Pienso huir. 
   - ¿Y si no puedes? 
   - Podré. ¿Estás sola? 
   - Sí. 
   - Ven conmigo. 
   Estaban en una larga fila de seres, estrechamente
  vigilados por guardianes protegidos 
con trajes ultraespeciales,
  que ya comenzaba a subir por una rampa que llevaba a una 
gigantesca nave que tenía
  como destino la ciudad de Babel. («¿Dónde está?», le había 
preguntado. Él respondió:
  «En la Luna» Después, ironizó: «Si la hubiesen podido construir 
más lejos, más lejos estaría.»)
  Entraron en la nave y la compuerta se cerró tras ellos. Ya 
habían ido más filas de
  seres, otras ya esperaban a otras naves. Apretujados, hacinados. 
(«¿Qué haremos en Babel?»
  «Consumir la vida, morir poco a poco. Somos unos 
apestados.» «¿Cuál es nuestra
  culpa?» «Sólo una: la de ser víctimas.») La nave se 
estremeció. Los cohetes
  lanzaron fuego. Y la nave emprendió vuelo hacia Babel. 
   Prisca Número volvió a escupir a la átomopantalla. 
   Barsén Número se perdía por la Red Túbica.
  La patrulla de Agentes Robots continuaba 
la cacería. El premio para
  el que se hiciera con la presa fue triplicado. Ya no importaba 
que se le apresara vivo
  o muerto. Ningún huido les había causado tantas complicaciones. 
Era necesario dar un ejemplo.
  Así que, preferentemente muerto. 
   Él recordó: 
   - ¿Cómo eras? 
   - ¿Antes de...? 
   - Sí. 
   - Ojos azules, pelo rubio, delgada. 
   - Yo era bastante alto, también delgado, de
  pelo moreno. 
   Ella lloraba. Lloraban muchos en la nave. También
  él se dio cuenta de que lloraba. 
Aquello era el principio
  del fin. Un fin que estaba lejano en el futuro, pero que se había 
empeñado en adelantar a
  un presente. Y todos tenían la culpa. Los que iban en la nave, 
los que no iban. Un monumento:
  una gigantesca llama. Y una leyenda: «Odiaos los unos 
a los otros.» Y los gritos:
  «¡Arrasad!» «¡Destruid!» «¡Matad!» La Tierra se iba quedando 
atrás. Se acercaban a Babel. 
   - Babel... - y Barsén Número aumentó la velocidad
  de la átomomoto (- Tengo que 
alcanzar el centro de la
  Red Túbica. Pero, ¿y después? Si quedo en las entrañas de la 
ciudad, acabarán por dar
  conmigo. Y si salgo de Babel, ¿dónde puedo ir? Fuera, tan sólo 
el desierto lunar). 
   En todos los habitáculos permanecían atentos
  a las átomopantallas: La huida de 
Barsén Número era la huida
  de todos los ciudadanos de Babel. Pero las átomopantallas 
seguían sin iluminarse.
  Eso significaba que ninguna atomocámara lograba dar con el 
paradero de Barsén Número.
  Ellos disfrutaban de aquel silencio mientras los Agentes 
Robots recibían severas
  órdenes y graves amenazas de castigos por haber dejado 
escapar al detenido. 
 | 
 
9 
 | 
 
Gran Agente Robot: 
- ¿Solución? 
 | 
 
24 h. (L). 
 | 
 
   - ¿Y Barsén Número? - preguntó el Gran Agente
  Robot. 
   Por todas las conexiones de la Central le llegó
  la misma respuesta: «Resultado 
Negativo.» El Gran Agente
  Robot (¡Han pasado veinticuatro horas lunares desde que 
escapara Barsén Número!),
  enfurecido hasta el punto de que su ojo parpadeante lanzaba 
llamaradas de luz, dio
  un terrible y metálico puñetazo sobre el plano de la Red Túbica 
(¡Inútiles! ¡Son una patrulla
  de inútiles!) que hizo temblar los circuitos electrónicos de los 
miembros de su Consejo.
  Les ordenó sentarse y computarse al máximo, de forma que 
tuvieran en sus artificiales
  cerebros la más completa información sobre casos de 
emergencia suministrados
  por el ordenador de la Central. Esperó, muy irritado, una 
respuesta. Pero ningún
  miembro del Consejo decía ni una palabra. Y el Gran Agente 
Robot, procurando no perder
  la poca serenidad que aún le quedaba, acabó por preguntar: 
   - ¿Solución? 
   Uno de los consejeros, tras un pesado silencio,
  se atrevió a decir: 
   - Ninguna. 
   - ¡lnútiles! - gritó el Gran Agente Robot (-
  ¡Como mis patrulleros!), cuya mirada les 
penetró hasta sus más profundas
  maquinarias. 
   - Hemos combinado millones de informaciones
  - dijo otro de los consejeros, intentando 
disculpar a cuantos se
  hallaban presentes -. Pero no encontramos ninguna solución. No 
hemos sido programados
  para un caso de tal emergencia. Quizá porque jamás se pensó 
que pudiera darse algo
  semejante. Realmente, es inexplicable. Que un ciudadano sea 
capaz de burlar a los Agentes
  Robots... ¡Es increíble! Tan astuto... 
   - ¡No se olviden que es de naturaleza humana!
  - bramó el Gran Agente Robot -. Si él es 
astuto, ¡nosotros tenemos
  que ser más, mucho más! Ellos no tendrán piedad con 
nosotros. Y no hace falta
  recordarles que ¡están a punto de llegar a Babel! La cuenta 
atrás ha comenzado en el
  átomopuerto... 
   El más viejo de los miembros del Consejo, cosa
  que era identificable por alguna placa 
soldada, hizo una propuesta. 
   - Hagamos como los humanos. 
   - ¿Qué hacen en estos casos? —preguntó el Gran
  Agente Robot. 
   - Mentir. 
   - ¿Mentir? ¿Y cómo? - inquirieron todos. 
   Y el más viejo de los miembros del Consejo,
  que como robot ya había cumplido un 
lustro de años lunares,
  les ofreció la idea a la que llegara tras computar todas las 
falsedades humanas. 
   El Consejo aprobó la idea por entusiástica
  unanimidad. Y el Gran Agente Robot pensó 
que continuaría por mucho
  más tiempo en aquel puesto del que por unas cuantas horas 
pensó que sería destituido. 
   - Los ciudadanos serán todavía más dóciles... 
   - Y ellos no se enterarán de nada. 
   - Después, sin prisas, ya lo arreglaremos todo. 
   Se frotaron las metálicas manos y de ellas
  saltaron alegres chispas. 
   - Llamen al Locutor Robot. 
   - Y al Cámara Robot. 
   - También al Efectos Especiales Robot. 
   - Que preparen el Estudio. 
   - ¡Pronto, pronto! - gritó entusiasmado el
  Gran Agente Robot (- Por una vez, el Consejo 
ha servido para algo). 
   Alguien dijo: 
   - Ellos engañan. Es hora de que nosotros también
  engañemos. Si para ellos no es un 
delito, ¿por qué iba a
  ser para nosotros? 
 | 
 
   Prisca Número (- ¿Dónde estarás?) permanecía
  atenta a la átomopantalla (- Que no 
transmitan), feliz por
  aquel silencio (- No le encuentran) que tanto significaba en favor de 
Barsén Número (- Él siempre
  dijo que lo conseguiría). 
   Pero se iluminó la átomopantalla, se iluminaron
  todas las átomopantallas de la ciudad. 
   - ¡No! - y Prisca Número profirió un gemido
  de angustia. 
   - ¡Lo han atrapado! - exclamaron los habitantes
  de Babel, tan angustiados como Prisca 
Número. 
   El Locutor Robot apareció con una sonrisa triunfal,
  de rotunda victoria. Y dijo, 
subrayando las palabras: 
   - a) Observen; y b) Transmisión en directo. 
   Desapareció la imagen del Locutor Robot. Y
  todos vieron, con gran horror, como 
Barsén Número estaba siendo
  acorralado por los Agentes Robots en el centro de la Red 
Túbica. El Locutor Robot,
  en off, comentaba con un énfasis que jamás había empleado: 
   - a) Los patrulleros rodean a Barsén Número;
  b) Su átomomoto se ha detenido; c) No 
puede ir por ningún tubo;
  d) En cada uno de ellos, un Agente Robot; e) Miren su expresión 
de miedo; f) Está arrepentido
  de haber intentado la huida; g) Pero ya es tarde. Debe 
recibir su castigo; h)
  Para bien de todos; i) Ahora Barsén Número suplica; j) Podía haber 
seguido viviendo; k) Los
  Agentes Robots se le acercan; l) Barsén Número se pone de 
rodillas; ll) Llora; m)
  El Gran Agente Robot hace acto de presencia; n) Le habla; ñ) Si jura 
no volver a rebelarse,
  le concederá el perdón; o) ¡Cuánta generosidad la de nuestro Gran 
Agente Robot!; p) Barsén
  Número dice que tiene que hacerse justicia. Que él debe morir 
para ejemplo de los demás;
  q) Se acepta su último deseo; r) Oigan a Barsén Número: 
   - ¡Ciudadanos de Babel! ¡No he respetado las
  leyes! ¡Justo es el castigo! ¡Que nadie 
intente lo que yo he intentado!
  ¡Es una locura! ¡Y está mal! ¡Ciudadanos de Babel! 
¡Cantad en honor de los
  Agentes Robots! 
   - s) Los patrulleros apuntan; t) Barsén Número
  les da las gracias; u) Las átomoarmas 
están listas; v) El Gran
  Agente Robot va a dar la señal; x) El ajusticiado inclina la cabeza; 
y) Apunten...; z) ¡La orden!;
  y w) ¡Fuego! 
   Cuando Prisca Número volvió en sí, la transmisión
  ya había finalizado. 
   - No, no era Barsén Número... 
   Se negaba a creer que aquel ser fuera Barsén
  Número. No porque dieran con él y 
porque le ajusticiaran,
  sino porque Barsén Número nunca pediría clemencia a los Agentes 
Robots y menos diría aquellas
  palabras a los ciudadanos de Babel. 
   - Pero, vi cómo dispararon... Y cayó... (-
  Barsén Número, Barsén Número... todos te 
recordarán con odio. Nos
  han deshonrado, ¡a todos! Ellos han vuelto a triunfar... Ahora, 
¿quién se va a atrever
  a enfrentárseles? Has muerto en vergüenza...) 
   Quizá ella también comenzaba a odiarle. 
 | 
 
10 
 | 
 
Prisca Número: 
- Le odian. 
 | 
 
   Prisca Número (- ¿Por qué no acepto la realidad?)
  oyó en los habitáculos cercanos una 
riada de insultos para
  Barsén Número (- Están defraudados). 
   - Es imposible... (- Esta duda, esta gran duda...)
  La huida, ¿para qué? Él no era de los 
que se entregan, y menos
  de los que imploran... (- Representaba a todos nosotros. Y él 
era bien consciente de
  esa responsabilidad...) No, no puedo creer que fuera Barsén 
Número... (- Él no obraba
  así, no hablaba así...) Entonces, ¿qué ha sucedido? (- Le vi 
caer, destrozado.) 
 | 
 
    Y Prisca Número, sospechó. Sospechó algo que
  ni ella misma era capaz de explicarse 
(- Intuyo que...). 
    Los insultos para Barsén Número eran cada
  vez más hirientes (- ¡Se entregó! ¡Entregó 
nuestros sueños!), más
  cargados de odio y rencor. (- Como siempre: odio y rencor. 
Seguimos sin merecer otra
  cosa). Pero Prisca Número no se les enfrentó (- Quizá tengan 
razón. Pero, no... Él no
  ha muerto, él era distinto a quien dispararon los Agentes Robots), 
estaban en su derecho. 
    - ¡Perdidos! ¡Perdidos por culpa de Barsén
  Número! 
    (- ¿Cómo pueden acusarle? Aunque haya sido
  real lo transmitido por las 
atomocámaras, él hizo mucho
  más que ellos. Nadie lo intentó, nadie lo intentará. 
Reniegan de él para ocultar
  sus propias humillaciones, cobardías y miserias.) 
    - ¡Qué nunca se pronuncie su nombre! 
    (- Yo sí, yo sí seguiré nombrándole. Barsén
  Número, ¡Barsén Número! Y haré que no le 
olviden. Porque... está
  vivo - y Prisca Número sonrió esperanzada. A ella no le 
convencerían tan fácilmente.) 
    Los ciudadanos, de haber entrado en la Red
  Túbica de Babel, se quedarían aterrados 
ante lo que considerarían
  como un espíritu errante, repudiado por unos y por otros, sin 
hallar un lugar en donde
  descansar en paz. En cambio, quien iba por el laberinto de tubos 
montado en una veloz átomomoto,
  no era otro que Barsén Número. 
    Si él supiera que lo daban por muerto, estallaría
  en carcajadas. Pero así se lo habían 
hecho creer a los habitantes
  de la urbe mediante una filmación realizada en los estudios 
de la Central donde ficticiamente
  dieran muerte a un Actor Robot, caracterizado de 
Barsén Número. 
    La idea propuesta por el más viejo de los
  miembros del Consejo del Gran Agente Robot 
había dado el fruto apetecido.
  A partir de lo que todos tomaron como una verdadera 
transmisión en directo: 
    1. Para los ciudadanos, ya no existía Barsén
  Número: a) Se rindió; b) Se humilló; e) 
Les traicionó. 
    2. Nadie intentaría emular a Barsén Número:
  a) No tendrían complicaciones; b) Serían 
aún más respetados; e)
  Obedecerían en todo. 
    3. Los expedicionarios se sentirían contentos
  de su trabajo: a) Conservarían sus 
cargos; b) Nada sabrían
  de tan estrepitoso fracaso; e) Habría recompensas. 
    Así que, como dijera el más viejo del Consejo:
  «No hay ninguna prisa de dar caza a 
Barsén Número. ¡Está muerto!» 
    Pero estaba vivo. 
    - ¡Qué estúpido! - se dijo. Y detuvo la átomomoto
  -. Seguro que, en alguna parte, hay 
un plano de la Red Túbica
  - Abrió todas las tapas de la máquina. No tardó en encontrar lo 
que buscaba -. Aquí está... 
    Barsén Número estudió detenidamente el plano
  de la Red Túbica (- No estoy lejos del 
centro), memorizando el
  recorrido que le faltaba por hacer para alcanzar el lugar por el 
cual buscar realmente el
  sitio más conveniente para llevar a cabo la segunda parte de su 
plan. 
    Su átomomoto volvió a deslizarse por los tubos
  (- Es la única esperanza, la única 
probabilidad). 
    El Piloto Robot entró en el despacho del Gran
  Agente Robot, quien le preguntó: 
    - ¿Y ellos? 
    - Me he adelantado para prevenirle que están
  muy contrariados. 
    - ¿Por qué? - inquirió alarmado (- No es posible
  que se hayan enterado...). 
    - Han visto el jardín, totalmente destrozado... 
    - ¿El jardín? - y recordó, con un suspiro
  de alivio (- ¡Eso carece de importancia 
comparado con lo que podía
  haber ocurrido si se enteraran de la huida de Barsén 
Número!). 
 | 
 
   - ¿Qué explicación les dará? 
   - Exactamente, lo que sucedió. Quien alentó
  a los ciudadanos para que lo hicieran, ya 
ha sido castigado. Está
  muerto. Vamos, ahora, no es nada. Hasta los seres como él odian 
su recuerdo. 
   - ¡Magnífico! - y el Piloto Robot sonrió. 
   - ¿Cómo están las cosas? 
   - ¿En la Tierra? Cada vez peor. Esta vez traigo
  el doble de seres... 
   - O sea, que la situación nos favorece. 
   - Por supuesto. Hasta el punto de... 
   - Silencio. Ahí están. 
   En el despacho, protegidos por trajes ultraespeciales,
  fueron recibidos cordialmente los 
dos enfurecidos inspectores
  terrestres. El Gran Agente Robot no tardaría en calmarles los 
ánimos contándoles lo que
  supuestamente hicieran con Barsén Número. 
   - No obstante - dijo uno de los inspectores
  -, no les volveremos a traer otro jardín 
artificial. Nuestros superiores
  se sentirán muy molestos cuando nos veamos en la 
obligación de comunicarles
  que el jardín ha sido víctima de un vandálico gesto de los 
ciudadanos. Ustedes, por
  su parte, serán recompensados. No podemos correr riesgos. 
Los que llegan aquí, no
  deben volver jamás a la Tierra. Sean intransigentes. 
   - No se preocupen, lo somos. 
   - Ahora, ocúpese de alojar a los recién llegados. 
   - A sus órdenes. 
   Cuando los dos inspectores quedaron solos,
  se intercambiaron una significativa mirada. 
   - Son eficaces. 
   - Los robots siempre han sido eficaces. 
   - Babel, al cuidado de ellos, no ofrece peligros. 
   - Pero, cuanto antes nos vayamos, mejor. 
   - ¿Por qué? 
   - No me gusta estar en ambiente totalmente
  radioactivo, aunque tengamos trajes 
ultraespeciales. 
   - Tienes razón. En cuanto alojen a los de esta
  expedición, nos vamos. Yo también 
estoy incómodo en Babel.
  Pero, no sólo por la radioactividad... 
   - ¿Por qué más? 
   - ¿Es que no lo sabes? 
   - Sí, claro... 
 | 
 
11 
 | 
 
Condena: 
HUIR, SIEMPRE. 
(- Siempre, siempre...) 
 | 
 
   Barsén Número, en el centro de la Red Túbica,
  una inmensa sala circular en la que 
confluían todos los tentaculares
  cilindros que llagaban hasta los más recónditos lugares 
de la ciudad, llena de
  gigantescas átomomaquinarias, buscó una salida que le permitiera 
irse de Babel. 
   - Pero ¿adónde? 
   Lo único que le esperaba fuera de la ciudad
  era el gran desierto lunar (- Donde 
encontraré la muerte). 
   - ¿Condenado a huir, para siempre? (- Sería
  un magnífico juego para los Agentes 
Robots). 
 | 
 
   Tuvo que abandonar sus pensamientos y esconderse
  tras unos engranajes al escuchar 
unos metálicos pasos. No
  tardó en ver, desde su improvisado refugio, a dos Técnicos 
Robots. Estaban muy preocupados
  con su trabajo como para dedicarse a cualquier otra 
distracción; por ejemplo,
  la de buscar a Barsén Número. 
   - ¿Crees que estará por aquí? 
   - Mas bien perdido en la Red Túbica. Pero,
  dejemos eso para los Agentes Robots. 
¿Combustible? 
   - Suministrado. 
   - ¿Aire? 
   - Es lo que nos queda. 
   - No perdamos tiempo. El Piloto Robot me ha
  dicho que los inspectores humanos 
quieren regresar a la Tierra
  cuanto antes. Por cierto, nos han recompensado por la 
captura de Barsén Número.
  Le creen muerto, como todos los ciudadanos. 
   (- ¿Mi captura? ¿Muerto yo?) 
   - No lo estropeemos al final. Y saca los trajes
  ultraespeciales para salir los humanos a 
la superficie lunar. Supongo
  que no, pero si a los inspectores se les ocurre ocupar su 
tiempo libre visitando
  esta sala... 
   - Ahora mismo. 
   (- ¿Qué ha sucedido? - se preguntó Barsén Número
  -. Que yo sepa, estoy vivo, y muy 
vivo. Nadie me ha detenido.
  Pero, ellos acaban de decir que... ¡Prisca Número! Ella 
también me estará dando
  por muerto. Todos los ciudadanos de Babel. ¿Qué engaño se 
han inventado? Ganas siento
  de recorrer la urbe en átomomoto gritando: «¡Estoy vivo!» 
Pero, entonces sí que estropearía
  mis planes. Ya llegará el momento de que sepan la 
verdad. ¡Malditos, ya saben
  hasta mentir! Son más humanos los robots de lo que 
sospechaba...) 
   Uno de los Técnicos Robots sacó los trajes
  ultraespeciales mientras el otro se dedicaba 
a empalmar diversas arterias
  metálicas a un gran tubo vertical. 
   - ¿Preparado? 
   - Preparado. 
   Pulsaron unos mando y el aire líquido inició
  su escalada hacia las entrañas del cohete. 
   (- Una nave... - pensó Barsén Número -. Esto
  sí que es tener suerte, de conseguir lo 
que se me acaba de ocurrir.
  ¡Iré a la Tierra! Era mi plan, pero no creí que la oportunidad 
se me presentara tan pronto.) 
   - ¿Todo en orden? 
   - Sí. 
   - Que el automático haga el resto. 
   Los dos Técnicos Robots se fueron de la sala
  (- Porque hay que presentarse para 
computar datos con motivo
  de la recompensa). 
   Barsén Número salió de su escondite, se puso
  uno de los trajes ultraespeciales, cogió 
la átomoarma de la átomomoto
  que había utilizado y ascendió por las escalerillas del tubo 
vertical. Abrió una compuerta
  y salió a la superficie lunar, justamente debajo de la nave, 
que seguía devorando el
  aire liquido. 
   - No parece estar vigilada. Realmente, ¿por
  qué iba a estarlo? Solamente ellos y los 
robots pueden llegar hasta
  aquí... 
   Barsén Número miró en dirección al edificio
  de control del átomopuerto. Estaba lo 
suficientemente lejano
  como para que no percibieran su presencia junto a la nave, a no 
ser que hubiera instaladas
  atomocámaras. Pero no las había. Para entrar en el cohete, 
aprovechó una compuerta
  de tubos de suministro. Y se instaló en uno de los 
departamentos para el traslado
  de seres como él. Allí, con toda seguridad, no 
inspeccionaría nadie. 
   - La Tierra... - murmuró con una amarga añoranza.
  Y recordó: 
   - ¿Dónde te sorprendió? - le había preguntado
  Prisca Número. 
 | 
 
   - Cuidando mi jardín. Realizaba un injerto... 
   De pronto, desaparecieron todos los sonidos.
  Un total e imposible silencio. Y una 
cegadora luz. Se sintió
  lanzado por los aires, como si su cuerpo se desintegrara. Y un 
millón de truenos resonaron
  en la Tierra, en su cerebro. Y voló, voló muy alto, arrastrado 
por un huracán. 
   - Fui uno de los supervivientes. Algunas veces
  me pregunto si... - pero no dijo más. 
Prisca Número, tampoco
  preguntó más. Sabía lo que él pensaba. Lo mismo que ella. 
   Y esperó. 
   Y la nave, como un pájaro metálico, emprendería
  vuelo. 
   (- Adiós, Prisca Número; Adiós, Babel.) 
   - ¡Adiós! 
   (- Ellos tendrán que escucharme.) No lo harán.
  (- Ellos tendrán que verme.) No lo 
harán. (- Ellos comprenderán.)
  No lo harán. 
   Y dijo algo, algo que hacía mucho tiempo no
  decía: 
   - Dios mío... - repitiéndolo hasta que se sintió
  ahogado por las lágrimas. (- No lloro por 
mí, lloro por todos. Están
  ciegos, quieren estar ciegos, desean estar ciegos. Les agrada 
esa horrible oscuridad.
  Oscuridad...) 
   Nunca se había sentido tan solo. 
   El Piloto Robot, rutinariamente, hizo la cuenta
  atrás: 
   -... Tres, dos, uno, ¡cero! 
   Prisca Número vio desde su habitáculo la larga
  fila de seres de la nueva expedición. 
Les llevaban a un gigantesco
  bloque de hierro y de cemento. Allí, hasta el fin. 
   - ¿Y él? 
   Una nave había regresado a la Tierra. Y Prisca
  Número lo intuyó, lo sabía, estaba 
segura. 
   - Se fue. 
   (- Adiós, Barsén Número.) 
 | 
 
12 
 | 
 
TIERRA. 
- ¡Insoportable! 
(- ¿Por qué? 
- ¿POR QUÉ?) 
 | 
 
   Cabo Átomo (Tierra). 
   23 h. 
   El Piloto Robot, tal como se indicaba en las
  ordenanzas, fue el último en abandonar la 
nave. Se despidió de los
  demás miembros de la tripulación (- Creo que no tardaremos en 
tener trabajo), entre los
  que figuraban los Vigilantes Robots que escoltaran a los seres 
destinados a Babel, y se
  dirigió al Puesto de Control para dar el rutinario informe (- Que 
esta vez no lo es tanto.
  Pero, el asunto del jardín, es cosa de los inspectores). 
   Los inspectores subieron a un atomohelicóptero
  que los llevaría hasta la Capital 5, 
donde entregaría una detallada
  relación de los últimos acontecimientos acaecidos en 
Babel (- Son ya años, ¡pero
  nunca consigo acostumbrarme a la mascarilla! - dijo uno de 
ellos; - Sin ella, ya sabes,
  poco a poco, como los de Babel - comentó el otro). 
   Barsén Número se quedó solo en la nave (- Piensa).
  Estaba impaciente por salir (- Sin 
prisas), pero aguardó a
  que el cohete fuera retirado a su cobertizo (- Correrás menos 
peligro). Cuando consideró
  que lo habían hecho: 
   - Ahora - y tembló de emoción. 
 | 
 
    Al encontrarse fuera de la nave, en un gigantesco
  hangar, se deslizó cautelosamente 
hasta la compuerta. Allí
  se detuvo (- ¡Cuidado!) al oír unas voces: 
    - ¿Cuánto darías por una cerveza? 
    - ¡No sueñes! 
    - Yo sería capaz de... 
    - De nada, porque nada tienes. 
    - Cierto. ¡Maldita sea! 
    Las voces se alejaron. Barsén Número salió
  del cobertizo. Se arrastró (- Los focos no 
iluminan esta parte. Te
  será fácil irte de aquí. Las sombras, por las sombras). Volvió a 
detenerse, pegado materialmente
  al asfalto, cuando oyó unos pasos. Era un vigilante. Se 
aproximaba al lugar en
  que él se encontraba. Barsén Número, conteniendo la respiración, 
acarició el pulsador de
  su átomoarma. Pero el vigilante pasó a su lado, sin verle (- Lleva 
mascarilla. Yo no la necesito.
  Es la única ventaja que tengo. El aire no es más nocivo que 
yo mismo). De lejos le
  llegaron otras voces: 
    - ¿Dónde hoy? 
    - Me han dicho que en el Sur. 
    - Eso queda fuera de nuestro radio de acción.
  ¡Menos mal! Llevamos unos días... 
    - ¡Qué importa eso! ¿Acaso no estamos luchando
  todos contra todos? 
    - Hoy contigo... 
    - ...mañana contra mí. 
    Barsén Número dejó de arrastrarse cuando su
  cuerpo, en vez de asfalto, notó tierra. 
Una tierra seca, resquebrajada,
  polvorienta, estéril, pero tierra. Y corrió (- Hasta 
agotarme). 
    Sin rumbo, alejándose de Cabo Átomo, cada
  vez más acompañado por la negrura de la 
noche y un silencio no
  roto por el canto de ningún animal, no se detuvo hasta caer 
rendido, dejando tras de
  sí muchos kilómetros de tierra devastada. 
    Se tumbó boca arriba, jadeante. Se había cansado
  antes de lo que esperaba (- La 
atmósfera, más contaminada).
  Tomó un puñado de tierra (- Seca. Hace mucho tiempo 
que no sabe lo que es el
  agua). Miró al cielo (- Sin estrellas, ni una estrella. La Luna, 
¿dónde? ¿Dónde estás, Babel?)
  Una capa de nubes radiactivas cubría el planeta (- Pero, 
ellos, siguen). 
    - ¡Insoportable! 
    Y recordó: 
    1) No pensar; 2) Odiar; 3) Disparar; 4) Matar;
  5) ¡Hasta el final! (- Sí, hasta el final. Pero 
no un final con una victoria
  o con una derrota, sino el fin, el fin de todo). 
    Tenía que suceder (- ¿Acaso no lo deseaban?). 
    Se durmió. 
    (- Hasta el final...) 
    Cuando despertó - un día negruzco, todos los
  días eran negruzcos - el paisaje le 
entristeció aún más. 
    - Árboles calcinados... 
    Allí había habido un bosque. Y él estaba sentado
  en lo que fuera el lecho de un río. 
    - Ni una gota de agua... 
    Y rió: 
    - ¡Pretendía que nos llevaran un jardín a
  Babel! ¡Qué estúpido he sido! Si aquello es un 
infierno, ¡cuánto más este
  mundo! 
    Y la risa se convirtió en llanto. Fue cuando
  se dio cuenta de que: 
    - Mi átomoarma... ¿Dónde está mi átomoarma?
  La respuesta la oyó a sus espaldas: 
    - La tengo yo. 
    Se volvió, rápido. Allí, de pie, había un
  hombre. 
    Un hombre con su traje ultraespecial y su
  mascarilla. Un hombre con dos átomoarmas, 
la de él y la suya. Barsén
  Número también se puso en pie. 
 | 
 
   - ¿De dónde viene? - le preguntó aquel hombre. 
   - De Babel, en la Luna. 
   - ¿Cómo te llamas? 
   - Barsén Número. 
   - ¿Has
  huido? 
   - Sí (- Me entregará). 
   - ¿Saben que has huido? 
   - Al menos, en la Luna, sí. Pero creo que a
  los ciudadanos de Babel les engañaron 
contándoles que me habían
  dado muerte. No sé... (- Prisca Número, ¡lo siento! Llegar 
hasta aquí para dejarme
  atrapar como un estúpido...) 
   - ¿Por qué has venido? 
   - Para gritar, para protestar, para implorar
  que se detengan (- Por qué no decirlo? Ya 
no hay nada que perder). 
   - Llegas tarde. 
   - ¿Tarde? ¿Por qué? 
   - Acompáñame. 
   - ¿Qué recompensa te ofrecerán por haberme
  capturado? 
   - Ninguna. 
   - ¿Ninguna? 
   - Porque no te entregaré. 
   Barsén Número quisiera ver aquel rostro que
  se ocultaba tras la mascarilla (- Está loco. 
Llevarme a los agentes
  supondría un buen negocio para él. Tiene que estar loco). 
   El hombre le indicó el camino que debían tomar.
  Y Barsén Número, confundido, le 
siguió. 
 | 
 
TERCERA PARTE 
 | 
 
13 
 | 
 
- Todo el mundo contra
  todo el mundo. 
 | 
 
   Caminaron por el lecho polvoriento de aquel
  río que ya ni siquiera podían imaginar (- 
Aguas mansas, aguas torrenciales),
  siempre acompañados por los bosques de árboles 
calcinados (- Fulminados
  por rayos atómicos), hasta que el hombre le señaló la entrada a 
una caverna (- Antes, aquí
  debía haber una catarata. De niño, me pasaba las horas 
viendo cómo caía el agua.
  Un agua límpida, fresca. Era un lugar azul, lleno de verdor, 
amarillo de flores. Siempre
  el arco iris. Y el canto de los pájaros, el murmullo de los 
árboles, una frondosidad
  acogedora, íntima. Cada vez me cuesta más trabajo recordar 
cómo era aquella catarata
  - y suspiró). 
   Entraron en la cavidad subterránea. Tras recorrer
  un estrecho pasadizo llegaron a una 
amplia sala, iluminada
  artificialmente. El hombre le invitó a sentarse en una roca. 
   - Me llamo Ivo - dijo. 
   - Ivo. Yo, no te comprendo. Si me hubieras
  entregado... 
   - Creí que me comprenderías. 
   - ¿Por qué yo? 
   - Porque vienes de Babel. 
   - ¿Acaso no te doy... asco? Mi aspecto es repugnante.
  Lo sé, no tienes que disimular. 
Sé muy bien como soy. Los
  que envían a Babel, más que seres humanos, monstruos. 
Deformes, horribles, contaminantes.
  Nos rehuyen, no quieren vernos. Por eso nos llevan 
 | 
 
tan lejos. Para no saber
  más de nosotros. Conmigo, corres peligro. La radiactividad está 
presente en cada una de
  mis células. 
   - Las únicas monstruosidades que me asustan
  no son las del cuerpo, sino las del alma. 
   - Soy como un amasijo de carne... 
   - Para mí continúas siendo un ser humano. La
  forma que adopte el cuerpo nunca 
dejará de ser relativa.
  Sufrimos transformaciones. Imperceptibles, pero las sufrimos según 
pasan los siglos. No somos
  iguales a nuestros antepasados más remotos. Es decir, el 
cuerpo es lo que menos
  importa. Y, respecto a la radiactividad, ya no hay razón para 
preocuparse. El planeta
  está lleno, rebosante de radiactividad. Estas máscaras, lo único 
que hacen, es prolongar
  la vida un poco más. Pero sólo eso. No hay solución. Cualquier 
día, se acabó: el fin. 
   Ivo se quitó la mascarilla. 
   - ¿Por qué lo haces? - le preguntó Barsén Número. 
   - Tengo bien aislada la sala de esta caverna. 
   - Pero ¡estoy yo! 
   - ¿Y qué? Es estúpido seguir enfrentándose
  a esa terrible realidad que hemos creado 
los propios seres humanos. 
   Ivo no tendría aún los sesenta años. Su rostro,
  delgado, con profundas ojeras, 
cansado. No obstante, había
  en su expresión una sombra de cierta alegría (- Como si ya 
estuviera por encima del
  bien y del mal). 
   - ¿Quieres comer? 
   - Llevo muchas horas sin tomar ningún alimento. 
   - Tengo de sobra para los dos. 
   El hombre le ofreció comida y bebida. Barsén
  Número probó (- Está exquisita. Al 
menos, eso es lo que me
  parece). 
   - ¿De dónde sacas los alimentos? 
   - Los robo en Cabo Átomo. 
   - Pero, allí, la vigilancia de los almacenes
  es casi imposible de eludir. 
   - Conozco todas las entradas y salidas de Cabo
  Átomo. Participé en su ampliación. 
   - ¿Quién eres? 
   - Ahora, un fugitivo. Nada más que un fugitivo,
  como tú. 
   - ¿Y antes? 
   Ivo tardó en responder. 
   - Yo construí Babel. 
   Se miraron fijamente. Pero en los ojos de Barsén
  Número no había ningún reproche (- 
¿Por qué iba a haberlo?). 
   - Sí, fui el arquitecto de Babel. ¡Con cuánta
  ilusión levanté esa ciudad lunar! Por 
entonces, imbécil de mí,
  creía que hacía un inapreciable beneficio a la humanidad. 
Pensaba como los demás,
  era igual a ellos. Babel no dejaba de ser la cumbre de mis 
aspiraciones arquitectónicas.
  Pero... 
   - ¿Qué? 
   - Babel ya no es Babel. Babel no es la ciudad
  lunar. Babel, ahora, es la Tierra, ¡toda la 
tierra es Babel! Y yo,
  desde luego, no hice esta Babel... 
   - ¿Qué está pasando? (- Situación límite?) 
   - Todo empezó, como bien sabes, pues lo has
  padecido en tus propias carnes, con 
aquella guerra. No era
  mundial, pero acabó siéndolo. Más tarde, ya no fueron unos 
ejércitos contra otros,
  sino todo el mundo contra todo el mundo. Hoy se ataca..., pero sin 
saber a quién se ataca.
  Hoy se defienden, pero sin saber de quién se defienden. Es el 
caos. Todos contra todos.
  La humanidad no ha buscado su supervivencia, sino su 
autodestrucción. Así están
  las cosas... Los seres humanos no tardarán en desaparecer... 
   - ¿No hay ninguna esperanza? 
 | 
 
   - No, no la hay. Porque, aunque en estos momentos
  se arrepintieran, aunque ahora 
quisieran detener esta
  indescriptible locura, ya es demasiado tarde. Nuestra especie no 
podrá soportar por mucho
  tiempo. La radiactividad, cada vez con mayor rapidez, nos 
aniquila. 
   - ¡Y yo que huí de Babel! - exclamó irónico
  Barsén Número. 
   - ¿Para dar el grito de alarma? 
   - Creí que... 
   - No, Barsén Número. Los únicos gritos que
  aún se pueden dar son los de dolor. ¡Nada 
más! Los únicos que están
  contentos, felices con esta situación, son los robots. Sé que 
algo traman. 
   - ¿Qué sospechas? 
   - A ellos no les preocupa la radiactividad,
  en el fondo fomentan esta guerra. Porque, 
cuando la humanidad desaparezca,
  ellos continuarán existiendo. Serán los dueños y 
señores. ¡Pobres tontos!
  Piensan que heredarán la Tierra. No se dan cuenta de que, tarde 
o temprano, les faltará
  la chispa de su vida artificial. De esa vida que sólo los seres 
humanos saben cómo mantener.
  Y también desaparecerán, si no se autodestruyen ellos 
antes. Pero, eso sí, ahora
  están organizándose secretamente para hacer sus ciudades, 
sus países... Nos imitarán.
  Lo grave, para ellos, es que acabarán imitándonos en todo. Y 
les llegará la muerte,
  bajo sus propias átomoarmas. Porque ya tienen ambiciones, ansias 
de poder... 
   - La vida, entonces, ¿desaparecerá de la Tierra?
  (- El fin de todos, de todo). 
   - No. 
   - Pero, acabas de decir... 
   - Te enseñaré al sucesor del hombre. Mejor
  dicho, al sucesor de la vida. Está aquí 
mismo. 
   - ¿Dónde? 
   - Ven. 
   Ivo, con un gesto, le indicó que le acompañara.
  Barsén Número le siguió hasta otra de 
las salas de la caverna
  (- Siento un escalofrío). 
 | 
 
14 
 | 
 
   NATURALEZA 
   (- Es paciente.) 
   «La ciencia es más grande que todos los sistemas
  y la naturaleza más grande que toda 
ciencia.» 
   JEAN ROSTAND. 
 | 
 
   Barsén Número (- Un ser posible) pensó, pensó
  muchas cosas (- Una especie de las 
especies). 
   - La Naturaleza. Lo ha creado la Naturaleza
  - dijo Ivo. 
   (- En sustancia, es semejante a nosotros.) 
   - Pero, es otro ser - respondió Ivo, adivinando
  lo que confusamente intuía Barsén 
Número. 
   - La Naturaleza, podía repetir una combinación
  cromosómica como la nuestra, O sea, 
repetir... 
   - ¿Crear otra vez al hombre? No, por segunda
  vez, no. La Naturaleza es sabia (- No 
comete errores), fecunda.
  No necesita volver a andar el mismo camino. Puede emprender 
otros, todos los que quiera. 
 | 
 
   Barsén Número volvió a mirar por el átomomicroscopio
  (- Lo potencia), contemplando 
de nuevo aquello que se
  movía en un mundo aún más pequeño que una mota de polvo (- 
Vive). 
   - Pero tendrán que pasar años, quizá millones
  de años. 
   - ¿Y qué? Le sobra tiempo. A no ser que hubiera
  una catástrofe cósmica, pero eso ya 
es otra historia. Además,
  estimo que, con unos cuantos miles, su labor quedará ultimada. 
La Naturaleza tiene una
  gran virtud: la paciencia. A nosotros nos fue dada, pero, dejados 
llevar por un ritmo vertiginoso,
  la perdimos. Sabe lo que se hace. Serán más perfectos. 
   Barsén Número, fascinado (- Se alimenta, asimila,
  se reproduce). 
   - El hombre ha dado muerte a casi un millón
  de especies animales que habitaban el 
planeta. Para poner punto
  final a tan brillante trabajo - ironizó -, ahora está aniquilando a 
su propia especie. ¿Iba
  a quedar sin vida la Tierra? ¿Iba a navegar como un buque 
abandonado por los espacios?
  ¿Por qué consentir ese terrible capricho de los seres 
humanos? El Sol seguirá
  alumbrando por millones de años... ¿Desaprovecharlos? No, 
claro que no. Y ahí, en
  esa placa de cristal, está la respuesta. 
   (- Un nuevo ciclo vital.) 
   De un fin, saldría un principio. 
   - ¿Y..., qué harán? 
   - Probablemente, no lo mismo que nosotros.
  Pero a eso nadie puede responder. Una 
vez que sean, tendrán libertad
  para elegir el camino... Lo andarán y... Eso ya no nos 
compete. 
   Barsén Número dejó de mirar por el átomomicroscopio. 
   - Volverá a haber jardines... 
   - Por supuesto. 
   Y Barsén Número envidió a los futuros jardineros. 
   - Es que yo - dijo -, era jardinero... - y
  se acordó de Babel. 
   - En Babel no me dejaron poner jardines. Por
  la contaminación... - se disculpó Ivo. 
   - Lo sé, ¡bien que lo sé! La gota de agua que
  rebasó mi vaso de impaciencia fue el 
jardín que nos pusieron.
  ¡Era de plástico! 
   - Como en las urbes que aún quedan en la Tierra.
  Pero el mundo está pelado. Eso 
también significa que,
  dentro de muy poco, no habrá alimentos. Porque los mares están 
tan muertos como la tierra. 
   (- Nada, no hay nada... Y lo que es peor: ni
  esperanza.) 
   - Realmente, dentro de este caos, deberíamos
  sentirnos alegres. 
   (- Por eso nunca deja de tener una agradable
  sonrisa.) 
   - ¿No te das cuenta? 
   - No... - respondió Barsén Número, que no era
  capaz de sospechar el motivo para 
sentirse alegre (- Si todo
  es un desastre). 
   - Cuando
  tuve verdadera conciencia de que había llegado el fin para la humanidad, por 
expreso deseo de ella,
  sin que nadie hubiera intervenido para provocar tal aniquilación, 
me sentía muy triste. Sabía
  que, en la Tierra, desaparecería la vida. Ninguna especie 
soportó las consecuencias
  de lo que es más que una guerra. Ni un pez, ni un pájaro, ni un 
insecto... Inútil, inútil
  todo. Me desesperaba con este pensamiento. El planeta convertido 
en un gigantesco ataúd.
  Pero, ahora, sé que la vida no se acabará. La vida continuará en 
la Tierra, hasta que los
  designios cósmicos lo permitan, porque nosotros nos podremos 
destruir y destruir a los
  demás, pero nunca a la Naturaleza. ¿No es hermoso pensar esto? 
Al fin y al cabo, es la
  Vida lo que importa. Y no se acabará, florecerá otra vez, cuantas 
veces sea necesario. 
   - Rosas... 
   - Delfines... 
   - Amapolas... 
   - Perros... 
 | 
 
   - Claveles... 
   - Y el hombre, el Otro Hombre. 
   Barsén Número sonrió. Ya veía otro Mundo Nuevo. 
   Ivo tenía razón. 
   - Entonces, hay esperanza... 
   - Es una esperanza distinta, puesta en otros. 
   - Pero la hay. 
   - La tienes en esa placa de cristal. 
   - Acaso, pensando esto, podemos ser hasta felices. 
   En Cabo Átomo sonaron las sirenas de alarma
  (como lacerantes flechazos en los 
corazones). 
   Todo, hasta los ojos, apuntaron hacia aquel
  cielo negruzco. 
   Y dispararon las átomoarmas (y también dispararon
  odio los ojos). 
   Pero algo, de más allá de las nubes radiactivas,
  seguía cayendo. Algo grande, pesado, 
brillante. 
   - ¡Fuego! 
   Era una
  canción de destrucción la que entonaban las átomoarmas. 
   - ¡Fuego! - gritaban enloquecidos los hombres.
  Los robots pensaban: «En el peor de los 
casos, ya vendrán a repararnos
  nuestros compañeros.» 
   Aquello, grande, pesado y brillante seguía
  cayendo. 
   Y de nuevo, de repente, un gran silencio. Después,
  el blanco total y el huracán. Y de 
nuevo, de repente, un gran
  silencio. Después, el fragor de todos los ruidos juntos. 
   Un gran hongo, tras una resplandeciente llamarada,
  devoró a Cabo Átomo. 
 | 
 
15 
 | 
 
- Ya es tarde. 
 | 
 
   - ¿Cabo Átomo? - preguntó Barsén Número. 
   - Ya no existe - respondió Ivo. 
   - Así, de repente... (- Más muertos... y más
  seres como yo, más gente para la ciudad 
lunar). 
   - Siempre es de repente. 
   - Acabarán por tener que construir más habitáculos
  en Babel. 
   - Olvídate de la Babel lunar. 
   - ¿Olvidarme? (- ¿Y Prisca Número?) 
   - Es posible que, a estas horas, de alguna
  parte del mundo, ya hayan enviado la última 
expedición a Babel. 
   - ¿Por qué? 
   - Porque la Babel lunar carece de sentido.
  Dentro de poco, los que aún supervivan, 
serán todos como tú. Al
  principio de la conflagración, se trataba de una buena medida. 
Nada mejor que aislar y
  distanciarse de los afectados por las explosiones nucleares. Se 
pensaba que, en un futuro,
  quizá fuera posible remediar los males ocasionados por medio 
de nuevos descubrimientos
  médicos. De ahí la hibernación prometida para cuantos seres 
deformes la desearan. Pero,
  ahora, ¿para qué Babel? ¿O es que acabaremos marchando 
todos a Babel? Es absurdo.
  Ya no hay ni cuerpos sanos ni cuerpos enfermos. Únicamente 
hay muertos. Porque, los
  que aún vivimos, estamos condenados a morir, y pronto. Casi 
me atrevería a decir que
  estamos muertos, muertos desde que empezó todo. 
   (- Prisca Número, ¿en qué estarás pensando
  ahora?) 
   - La Babel lunar, comparada con la Tierra,
  es un paraíso. La Tierra es Babel. No nos 
hemos entendido, no nos
  hemos amado... Estamos pagando las consecuencias. Babel no 
 | 
 
está en la Luna, ¡está
  aquí! Y cuando todo desaparezca en nuestro planeta, también todo 
desaparecerá allí... Dependen
  de la Tierra. No llegarán suministros, no recibirán energía... 
Y comenzará a faltar el
  aire, el agua... 
   (- ¡Ven, Prisca Número!) 
   - Yo dentro de poco, estaré tan deforme como
  tú, Barsén Número. Esta vez la radiación 
me ha tenido que alcanzar.
  Cabo Átomo no estaba tan lejos... 
   - ¿Y esa vida que empieza? 
   - La Naturaleza le ha ido preparando contra
  la radiación. La ha suministrado con 
anticuerpos... No se verá
  afectada. 
   - ¿Cuántas urbes quedan aún en la Tierra? 
   - Pocas. Diez o doce, como mucho. 
   - Y si fuéramos, y si les dijéramos, y si... 
   - Ya es tarde - le interrumpió Ivo -. Aunque
  los últimos seres humanos se arrepintieran 
de lo que están haciendo,
  ni ellos mismos podrían detener la destrucción. Por una vez, 
para llevar el mal a todas
  partes, lo calcularon perfectamente. Ya no manejan ellos las 
átomoarmas. Las átomoarmas
  se controlan, se encaminan, salen y caen donde y cuando 
juzgan que es el mejor
  de los momentos. Los hombres ya no tienen nada a su cargo. Son 
los ordenadores los que
  pondrán fin al exterminio. 
   - Casi, casi no se cree... 
   - Pero es la verdad. Y nosotros también hemos
  sido culpables. 
   - Yo protesté. 
   - Y yo. Pero sin la suficiente fuerza. Todos
  los que protestamos, los que nos rebelamos, 
carecimos de la suficiente
  energía como para convencer a los demás. Por lo tanto, 
dejados llevar por nuestros
  ánimos, también nos enrolamos en la gran guerra. Somos 
culpables. 
   Barsén Número repitió, murmurante: 
   - Culpables... (- Ni uno, ¿es que no quedará
  ni un ser humano?) 
   Ivo le enseñó los brazos. Y dijo: 
   - Mira. Ya comienzo a estar como tú. 
   Ivo tenía unas ampollas negruzcas, negruzcas
  como el cielo, en la piel. Unas ampollas 
que quemarían la carne,
  profundizando, siempre profundizando. 
   Barsén Número (- Las obras inmortales, ¿qué
  será de las obras inmortales?) salió de la 
caverna (- ¿Por qué, para
  qué tanto pensamiento, si también han de desaparecer?). 
Contempló la tierra desolada
  (- Las obras de arte. Las pinturas, las esculturas..., ni tan 
siquiera quedarán como
  prueba del genio de la humanidad), aquel cielo cada vez más 
negro, más inquietante
  y amenazador (- ¿Y los sueños? Los sueños del hombre. 
Pensando en un futuro,
  labrando un futuro). 
   Todavía, como petrificado, desafiante, en el
  horizonte se elevaba el hongo atómico. 
   - Una vez estremeció a los hombres - dijo Ivo. 
   - Pero, después, los hombres quisieron estremecer
  con él - añadió Barsén Número. 
   Ivo se miró las ampollas. 
   - ¿Son dolorosas? - preguntó. 
   - No, no mucho. Más valdría que lo fueran.
  Consiguieron que apenas dolieran. Pero 
también consiguieron que
  deformaran más los cuerpos. 
   - Entonces, salgamos de aquí. 
   - ¿Adónde? 
   - No sé. Caminemos. Caminemos sin rumbo...
  hasta el final. 
   Se alejaron de la caverna, volvieron a ir por
  el lecho del río seco, dejaron atrás los 
bosques de árboles calcinados,
  se perdieron en un horizonte totalmente plano. 
   Sin rumbo, sin destino. 
   Cualquier dirección servía. Porque ya no había
  direcciones. 
   - ¿Por qué has querido que nos fuéramos de
  la caverna? 
 | 
 
  - Me fastidia morir sentado. 
  (- Si al menos estuviera aquí Prisca Número.) 
  Barsén Número pensó en Babel, la ciudad lunar.
  Y después se dijo: «Ivo tiene razón. 
Aquello ya no es Babel.
  Babel es esto: la Tierra.» 
  - ¿Cómo era aquella canción? - preguntó Ivo. 
  - ¿Qué canción? 
  Ivo cantó: 
 | 
 
El hombre 
Se destruyó. 
Odió 
Y no amó. 
El hombre 
Se destruyó. 
 | 
 
  Barsén Número, por unos instantes, creyó que
  un coro de voces agonizantes 
acompañaba a Ivo. Y él
  también cantó. 
  Iban hacia la nada. 
 | 
 
16 
 | 
 
Ivo: 
AUTODESTRUCCIÓN 
 | 
 
   Habían ido por el Norte y por el Sur, por el
  Este y por el Oeste (- Pero ya no hay Norte 
ni Sur, ni Este ni Oeste
  - se dijo Barsén Número). 
   Igual, siempre igual. 
   El cielo negro, los mares negros, la tierra
  negra. 
   (- Con la primavera, las bandadas de pájaros.
  Me tumbaba en el campo, en la tierna 
hierba. Y las veía pasar.
  Eran centenares, miles. Como nubes de muchos colores. 
Cantaban, llevaban su canto
  por todas las tierras; con el verano, el mar. El mar manso, 
sumiso, deslizándose por
  las arenas de la playa. El mar embravecido, rompiéndose contra 
las rocas. Entrar en el
  mar. Dejarse llevar por las olas, flotar en el agua. Sumergirse en el 
mar. Seguir la senda de
  los peces, contemplar los corales, bañarse entre algas; con el 
otoño, pisar las hojas
  secas. Ver desnudarse los árboles, caminar bajo una fina lluvia y 
sobre tierra húmeda, mojada;
  con el invierno, la nieve. El mundo se volvía blanco. Un 
blanco puro, resplandeciente
  al sol. Jugar con la nieve, buscar el calor de los leños... 
¿Habrá sido todo un sueño?
  ¿Creímos que existía lo que no existía? - pensó Barsén 
Número.) 
   - ¿Te acuerdas de la lluvia, Ivo? 
   - Me acuerdo. 
   - Disfrutaba con la lluvia. «Ven, ven pronto»,
  decía. Y mis jardines, con la lluvia, 
cobraban más vida, estaban
  más hermosos. Mis jardines... Quizá nunca tuve un jardín. 
Tal vez todo fue mentira.
  Una ilusión... 
   - Todo lo que recordamos, existió. Y volverá
  a existir, para otros. 
   Ivo se detuvo, junto a un montón de piedras.
  Miró a su alrededor. Una llanura 
devastada, unas montañas
  tronchadas, una carretera rota y cubierta de polvo. 
   - Aquí era - dijo. 
 | 
 
   Barsén Número le observó sin atreverse a preguntarle,
  respetando el silencio de aquel 
hombre cuyo cuerpo estaba
  cada vez más lleno de ampollas. Ivo dio unos pasos y señaló 
algo invisible. 
   - Y aquí me sentaba. 
   Barsén Número comprendió. 
   - ¿Tu casa? 
   - De niño. 
   En aquella época en que los días amanecían
  amarillos, transcurrían azules, 
languidecían enrojecidos
  para perderse en las oscuridades de la noche, con el firmamento 
adornado con infinitas
  estrellas. 
   - Mi padre era biólogo - dijo Ivo -. Un hombre
  bueno, nunca preocupado por sí mismo y 
siempre por los demás.
  Por todas las cosas. Aquí me sentaba, por las noches, para 
escucharle. Muchas veces
  no le comprendía. Pero, aunque no le entendiera, me gustaba 
oírle hablar. Porque hablaba
  de cosas importantes. Con sencillez, me descubría los 
misterios de lo infinitamente
  grande y de lo infinitamente pequeño. Yo le oía maravillado. 
Pensar que una estrella
  estaba a tantos millones de años de distancia, que era igual o 
más grande que nuestro
  sol, que podía tener planetas como el nuestro, que en esos 
planetas seguramente también
  existía la vida, que esa vida quizá nunca la 
conociéramos... Pensar
  que en una gota de agua infectada vivían tantos seres. Nacían, 
existían, morían... en
  cuestión de segundos, de minutos. Que cada una de aquellas gotas 
era como un mundo, como
  un planeta. Mi padre, hablándome de todo eso, dulcemente 
me sobrecogía. Mi padre
  murió creyendo en el hombre. 
   - Quisieras morir creyendo lo mismo. 
   - Sí. 
   - ¿Y por qué no? 
   - Cierto. ¿Por qué no? Podemos decir: «Hemos
  cumplido un ciclo.» Pero, preferiría que 
fuera de otra manera. No
  obstante, creamos en lo que vendrá. 
   - ¿En el Otro Hombre? 
   - Sí. 
   - ¿Cómo descubriste esa vida? 
   - Mi padre me inculcó la afición a la biología.
  Yo no fui biólogo, pero sé bastante sobre 
la materia. Siempre he
  tenido un átomomicroscopio. Digamos que, la biología, ha sido 
para mí un entretenimiento.
  Creo que, desde hace un tiempo, el único biólogo que hay en 
la Tierra soy yo. Los demás
  se ocupaban, posiblemente alguno se ocupe todavía, de 
poner remedio a todo esto.
  Por mi parte, me dediqué a estudiar formas de vida, de vida 
que pudiera resistir el
  caos en que nos hemos hundido. Y un día, la encontré... Me di 
cuenta de que la Naturaleza
  se resistía a morir. Muere una especie, mueren todas las 
especies. Pero no la Naturaleza.
  La Naturaleza está por encima de todo. Tiene tiempo, 
crea formas nuevas... La
  vida continuará, hasta que el Sol y la Tierra cumplan su ciclo 
como seres componentes
  del universo. He dicho seres... En el fondo, también los 
planetas lo son. Tienen
  otra vida, pero la tienen. Durante años, siglos, estas nuevas 
formas de vida se desarrollarán,
  se procrearán en un medio para nosotros hostil, pero 
para el que ellas están
  preparadas. Después, dentro de mucho tiempo, la Tierra volverá a 
ser lo que era. El futuro
  vuelve a ser pasado para caminar hacia un nuevo futuro. Y 
vendrán de nuevo los días
  azules, las bandadas de pájaros, el correr de los caballos... Y 
el hombre, que seguramente
  se dará otra vez el título de ser inteligente. 
   - Lo es. 
   - Desde luego. 
   - Entonces, ¿por qué eligió la autodestrucción? 
   - Sencillamente, porque se equivocó de camino. 
   Se quedaron con la mirada perdida en la llanura
  devastada. 
   El cielo ya no era negruzco: era negro. 
 | 
 
  Lejano, oyeron un trueno atómico. 
  Y volvieron a ver un gigantesco hongo. 
  - Allí estaba la ciudad de Dop. Una ciudad menos...
  Quizá la última ciudad que aún no 
había sido destruida. 
  - Quizá seamos los últimos seres humanos. 
  - Quizá... 
  El polvo negro les iba cubriendo. 
  - Adiós, Barsén Número. 
  - Adiós, Ivo. 
  (- Adiós, Prisca Número. Hasta pronto. Sé que
  en alguna parte nos volveremos a ver, a 
hablar, a querernos. Adiós
  Prisca Número. Adiós a todos, a todo... Hola, Nada...) 
  Y el polvo negro les siguió cubriendo. 
  Cubriendo. 
 | 
 
17 
 | 
 
Octavo Día: 
EL DIA DEL ROBOT 
 | 
 
   Silencio. 
   Nada. 
   (- Se acerca el Octavo Día. El Día de los Robots
  - se dijo Barsén Número. El polvo 
negro, lluvia seca, caía
  lentamente sobre él. Los párpados, que se cerraban, apenas 
dejaban una rendija entre
  ellos, tan horizontal como aquel horizonte que dejaban ver. Algo 
que se perdía en el infinito,
  en el más allá. Murmuró -: Y cuando haya humanos, cuando 
de nuevo haya humanos en
  la Tierra, que sean mucho más humanos que nosotros. Ésa 
es la única esperanza que
  me queda... - y lloró, sin lágrimas, porque ya no le quedaban 
lágrimas.) 
   Oyó. 
   Un ruido. 
   Un atomovehiculo, o varios. 
   (- Son ellos, los robots. También acabarán
  cubiertos de polvo, de polvo negro o blanco 
o verde o rojo, qué importa,
  cuando finalice el Octavo Día. Eso sí: polvo. Vienen hacia 
aquí... - se dijo Barsén
  Número, ya casi sin fuerzas para mantener aquella rendija de sus 
párpados.) 
   Tres atomovehículos se detuvieron al lado de
  Barsén Número. 
   Ivo ya no oía, ya no respiraba. 
   A Barsén Número le llegó el metálico ruido
  de las voces de los robots (- Están 
contentos). 
   - ¿Vive? - y uno de ellos le señaló. 
   - Sí, aún vive. Pero, por muy poco tiempo -
  y Barsén Número apenas notó unos fríos 
dedos en su pecho. 
   - Es un contaminado. 
   - No le dio tiempo a ir a Babel. 
   (- Babel está aquí, idiotas. Y también será
  Babel para vosotros. Porque, tarde o 
temprano, acabaréis no
  entendiéndoos. ¿Acaso ya no sabéis lo que es el desprecio? Me 
despreciáis. Después, despreciaréis
  a otros de los vuestros. Y así...) 
   - Cerraremos la ciudad lunar. 
   - ¿Y los que están allí? 
   - Los nuestros tendrán nuevos puestos de trabajo
  en la Tierra. Los contaminados 
serán... ¿Cómo decían los
  humanos? 
 | 
 
   - Una purga. 
   - Eso es. 
   - ¿Qué hacemos con éste? 
   - Dejarlo, ya debe estar muerto. 
   - No respira. 
   Los atomovehículos se alejaron. 
   (- Todavía no, ¡todavía no! Pero siento algo
  distinto. Debe ser la muerte. Prisca 
Número: voy...) 
   Se cerraron sus párpados. Ladeó la cabeza.
  Se derrumbó. 
   La lluvia de polvo negro le cubrió por completo. 
   Para siempre. 
   - ¡La Tierra! ¡La Tierra es nuestra, Hermanos
  Robots! - gritó el Gran Robot, elegido por 
unánime votación. 
   Lo corearon millones de entusiásticas voces
  metálicas, chispearon aplaudiendo 
millones de manos metálicas. 
   En nombre de todos, el Gran Robot tomó posesión
  del planeta. 
   Hubo grandes fiestas. Corría generosamente
  y a raudales la energía atómica. Los 
dueños y señores de la
  Tierra se embriagaron de energía nuclear. 
   Así dio comienzo el Octavo Día. 
   Cuando acabaron las fiestas, se organizaron.
  Levantaron sus ciudades, sus 
habitáculos, sus fábricas,
  sus oficinas. Iniciaron su historia. La historia de la Era de los 
Robots. Se creyeron inteligentes,
  poderosos, indestructibles. Crecieron, prosperaron, 
evolucionaron. Y todo iba
  bien. Hasta que imitaron a los humanos. Empezaron a 
ambicionar, a odiar, a
  matar. Y todo fue mal. Hubo una guerra, una revolución, una 
conquista. Nacieron los
  bandos, levantaron fronteras, se dividieron. Y otra guerra, y otra, y 
otra... Hasta que un día,
  los últimos supervivientes, también quedaron cubiertos de polvo 
negro, rojo, amarillo,
  blanco... Ninguna vida artificial en la Tierra. 
   La Naturaleza, con una indescriptible constancia,
  seguía. 
   El planeta, con los siglos, se descontaminaba. 
   Volvieron los días azules, volvieron las nubes
  blancas, volvieron los rayos del sol, 
volvieron los verdes y
  transparentes mares, corrieron las aguas empapando la tierra. 
   Y llovía, llovía agua, agua pura. 
   Un día, una hierba; otro día, otra hierba... 
   Los conglomerados de prótidos, moléculas gigantes
  y bacterias, que la Naturaleza 
había preparado contra
  la radiactividad, haciéndolos resistentes a ella durante años y 
años, dieron paso a las
  amebas, volvocales, radiolarios, espongiarios, ovas, flagelados... 
   Y el curso de la Naturaleza se repitió. Un
  animal salió de las cálidas aguas y comenzó 
a arrastrarse por la tierra.
  Después, otro y otro... 
   Hasta que un día, hubo otro hombre. El Otro
  Hombre, como decía Ivo, el Otro Hombre 
que esperanzaba a Barsén
  Número. 
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18 
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Un principio, un fin. 
UN PRINCIPIO 
¿y...? 
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   - ¿Qué haces? - le preguntó su mujer. 
   - Pinto una pancarta. Hemos organizado una
  manifestación. Protestaremos contra las 
pruebas nucleares - respondió
  él. 
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   - No os harán caso. Seguirán con más pruebas.
  Basta leer los periódicos. Ayer, otra 
explosión nuclear. Y un
  país amenaza con ella... 
   - Llevaremos también máscaras. Protestaremos
  de paso contra la contaminación. 
Estamos convirtiendo al
  planeta en un cubo de la basura. 
   - ¿Te espero a comer? 
   - No sé cuánto durará. Ya te llamaré. O, si
  ves que no vengo... 
   - Ya. 
   Cuando el hombre salió a la calle, se dijo:
  «Lástima, cada vez en la ciudad hay menos 
árboles y menos pájaros.
  De seguir así, tendré que buscar otro trabajo. Acabarán por no 
necesitar a los jardineros.» 
   - ¡Eh, Barsén! - le gritó un amigo, que llegaba
  corriendo -. Muévete, que llegamos tarde. 
   - Había una letra que no me salía muy bien. 
   - ¿Y Prisca? 
   - Se ha quedado en casa. 
   - Anda, que nos esperan. 
   Quizá la historia se repita, la historia de
  aquel antepasado desconocido de hace 
millones de años, de hace
  muchos millones de años. 
   La humanidad tiene la palabra. 
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