Tales of Mystery and Imagination

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Juan Perucho: Apariciones y fantasmas

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Después de todo, no era tan difícil invocar a los espíritus alrededor de una mesa. Los había por todas partes. En París mismo, por aquellos años, se aparecía regularmente y sin necesidad de invocación el fantasma de Jacques de Molay, gran maestre de los templarios, quemado vivo en 1314, el cual circulaba con suma desfachatez por la punta del «Vert Galant», la plaza Dauphine y el Pont Neuf. El Museo de Cluny tenía también su espíritu ensangrentado, que se aparecía sólo a las señoras en la sala de los instrumentos de tortura y a plena luz del día. Eso, sin contar con los innumerables espectros nocturnos que se paseaban entre las tumbas del cementerio del «Pére Lachaise» recitando en voz alta sus penas. Uno de ellos, el de una joven seducida y abandonada, dejaba por el suelo un rastro perfumado de finos pañuelos de encaje, mojados tristemente de lágrimas.

La cosa se puso emocionante cuando de Charleston llegó a París Sofía Walder y, a raíz de la muerte del luciferino y apóstata abbé Constant, se puso ésta al frente de los ocultistas masónicos. La señorita Walder era muy bella y figuraba como la discípula predilecta del general Albert Pike, fundador del Palladium, el rito reformado. Estaba en posesión de un genio diabólico, una mirada glacial y sabía muy bien lo que se hacía. Según Leo Taxil, ella fue quien inventó la Marsellesi, Anticlerical, cuyos abominables y célebres primeros versos decían así:

Allons! fils de la République,
Lejour de vote est arrivé!
Contre nous de la noire dique
L 'oriflamme ignoble est levé (bis)
Entendez-vous tous ees infames
Croasser leurs stupides chants?
lis voudraient, encor, les brigands,
Salir nos enfants et nos femmesl

La señorita Walder obligaba al diablo a aparecer en persona. La primera vez que lo hizo resultó una cosa horrible, pero aseguró de este modo su jefatura vitalicia. El doctor Bataille, afamado ocultista, nos lo cuenta en su Diable au XIX siecle: «Acaeció en casa de madame X., un sábado por la tarde, día :onsagrado a Moloch. La guapa Sofía Walder no había prevenido a nadie de sus propósitos, y empezó a pronunciar siete veces el nombre del Anti-Cristo, que es Apollonius Zabah. Recitó en seguida la invocación a Moloch, excusándose humildemente por llamarlo sin los accesorios habituales y rogándole que se apareciera a la concurrencia sin hacer víctima alguna. De pronto, la mesa que servía para los ejercicios espiritistas hizo un salto hacia el techo y, al caer, se metamorfoseó en un repugnante cocodrilo con alas de murciélago. El pánico fue general, y todo el mundo quedó como petrificado, clavado en su sitio. Pero la sorpresa llegó al colmo cuando el cocodrilo se dirigió a un piano vertical que había en la habitación, lo abrió y, sentándose en el taburete, comenzó a tocar una discordante melodía mientras dirigía a madame X., la dueña de la casa, unas expresivas y apasionadas miradas que la dejaron turbada en su pudor y aterrada en sus sentimientos. Al cabo, el cocodrilo alado desapareció bruscamente, dejando -cosa extraña— vacías todas las botellas de licor que había en el bufete.»


Este éxito de la señorita Walder la prestigió enormemente. Sin embargo, pronto llegaron noticias de las logias de Filadelfia acerca de otra señorita superdotada en las artes maléficas. Se llamaba Diana Vaughan y también era muy bella, aunque de una belleza aparentemente angelical. Diana, un día, hizo una instancia a la logia de París y, pretextando un desplazamiento forzoso, rogaba que la admitieran en su seno. Sofía presintió entonces algo malo en eso e influyó en el secretario de la logia, un tal Bordone, para que presentara una moción en contra. Se hallaban reunidos en Junta Directiva y, súbitamente, se oyó un horrible grito de dolor. En aquel preciso instante, al malvado Bordone la cabeza le hizo un completo giro sobre los hombros y le quedó mirando para atrás. Fueron inútiles todos los esfuerzos que se hicieron para devolver la cabeza a su sitio y, por fin, Sofía evocó a un maleach que les dijo que el causante del hecho era Asmodeo, protector de Diana Vaughan, y que sólo ésta, si recibía las excusas suficientes, podía poner término a tan fastidiosa situación.

El triángulo «Saint-Jacques», que éste era el nombre de la logia parisiense, telegrafió ipso Jacto a Filadelfia las más halagadoras lisonjas y cumplimientos. En vista de ello, Diana anunció su inmediato viaje a París, y Bordone quedó esperándola impacientemente durante los veinte días que se empleaban para la travesía del Atlántico. El desgraciado perdió el apetito y adelgazó, no salía de casa, se cubría la cabeza con enormes bufandas y a quien quería verle se le decía que había salido de viaje. Cuando por fin llegó Diana, Bordone se arrojó a sus pies implorando el perdón. Diana, que a pesar de todo tenía buenos sentimientos, se lo concedió y, tomando la cabeza entre sus manos, la devolvió suavemente a su posición natural.

Desde estos singulares acontecimientos, palideció la estrella de Sofía Walder. T ns relns le devoraron el corazón. Diana sanaba terreno constantemente a costa de Sofía, su enemiga mortal, y la suplantaba en todo. En una ocasión, Sofí Walder invocó el espíritu de Ramón Sibiude, que contestó en latín, dejand unas cuartillas escritas. En ellas se leía: «Ommes qui eidem Adamo participavi mus atque a serpente in fraudem inducti sumus, per peccatum mortui, ac per coelestem Adamo (um) saluti restituti atque ad vitae lignum..., etc.» En este texto se usaba por dos veces la palabra «Adamo» cuando, en realidad, la segunda vez debía ponerse «Adamum». ¿Podría admitirse una falta de latín en Sibiude? Era claro que no, afirmaba en triunfo Diana. Esto hundió a Sofía Walder irremediablemente.

Diana resplandeció en poder y belleza y su reinado duró muchos años. Al fin, se convirtió al catolicismo, retractó de sus errores y, antes de morir, publicó unas Memorias desenmascarando a las logias masónicas. Tales Memorias se agotaron en seguida, pero incomprensiblemente, y a pesar del tiempo transcurrido, jamás han vuelto a ser editadas.

Nadie supo el destino de Sofía Walder y su imagen se hundió en las más profundas tinieblas. Años más tarde, se dijo que unos magos de Lisboa le habían cortado las manos y que éstas respondían moviéndose a quien las interrogaba. Muchos se pusieron a buscar estas mágicas manos, y las hubieran pagado a peso de oro, pero nadie las encontró a buen seguro. Como dicen los franceses, ésta es una historia para dormir de pie. Sin embargo, conozco a aficionados, de piel lívida y fría, que todavía las buscan en las tiendas de los taxidermistas y de los anticuarios y traperos, en los museos e, incluso, en los suburbios y descampados de las grandes ciudades, allí donde los muchachos juegan al fútbol junto a los altos edificios en construcción, entre los cascotes de los derribos y la escoria, porque todo es posible hallar en esos lugares: las manos de Sofía Walder, la flor estrujada y gris de la miseria o la palabra maravillosa que habrá de hacer saltar al mundo en mil pedazos.

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