Ella trabaja en una guardería, él es gerente en una gran empresa. Han discutido por la niña, como siempre. Asia –así se llama su hija, el deseo confeso de su madre– está en una edad difícil: hace unos meses cumplió los dos años y, como dice su abuela, todos los días son fiesta. Rabietas y llantos continuos que doblegan una y otra vez a sus padres, que desmoronan los castillos de paciencia que con tanto cariño erigen, que les llevan hasta la temible frontera del odio. A veces, como hoy, ambos sienten la necesidad física de hacer daño. Ambos sienten odio.
Él siente deseos de romper cosas, de golpear en el rostro a su hija, de humillar a su mujer. Siente, en una palabra, odio. Pero lo controla, lo retiene y cuando llega a la oficina, canaliza todo ese odio sobre sus empleados: humillándolos, vejándolos, despreciándolos.
Ella ha aprendido a hacer lo mismo.
Él es gerente en una gran empresa.
Ella trabaja en una guardería.
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