Los cuerpos, caballos y soldados, yacen esparcidos, desordenados. Uniformes embarrados, desgarrados, ensangrentados... Ni rastro de dignidad en la agonía. Ni rastro de pompa o gloria en la muerte. La misma sordidez y brutalizad en cada batalla, en cada guerra, sin importar el lugar o sus banderas. Podrían ser los campos en los que perdió a tantos compañeros y él mismo fue herido. Por un momento se pregunta si, después de haberlo visto todo, habrá tenido sentido el ir a buscar la muerte en una tierra extranjera.
Pero a sus espaldas sólo deja un matrimonio fallido, hijos muertos o enfermos y, eso sí, un buen puñado de historias por las que ha valido la pena. Así que sigue adelante; ya no hay razón para regresar. Y caminando se adentra en la niebla. Es tan espesa que sólo le permite ver unos pocos pasos por delante de él. Sin embargo no resulta gélida sino inusualmente cálida y acogedora. Tanto que, en ese siniestro paraje, le embargaba una inefable sensación de bienestar. Inexplicablemente ya no se asfixia ni siente la fatiga. Como si el cuerpo ya no le pesase y los años se hubiesen desvanecido.
–Hola, Ambrose –saluda el sargento Halcrow, jovial como siempre.
No le sobresalta su aparición. Tiene buen aspecto, igual que aquel día de hace 52 años en Shiloh, antes de la batalla. Unas horas después sus intestinos se desparramaban por el suelo, mientras alrededor hozaban los cerdos. El escritor le recibe con una palmada en el hombro. Juntos continúan el camino. Prosiguen la charla interrumpida décadas atrás como si el tiempo se hubiera detenido.
“Desapareció, señor. Sin más. Marchaba delante de mí, le veía con tanta claridad como le veo a usted ahora. Y de repente dejé de verle. Se desmaterializó. Las huellas de sus pisadas desaparecen ahí, en la nada. Algo sobrenatural, cosa de fantasmas”.
Posteriormente muchos aseguraron sentir una presencia en el paraje, y escuchar una carcajada que sobrecogía. No por maligna o amenazadora, sino por enérgica y vital. Algunos dicen que era el viejo gringo extraviado, que había encontrado su lugar.
The bodies, horses and soldiers, lie scattered, disordered. Uniforms muddy, torn, bloodied ... No sign of dignity in agony. No sign of pomp or glory in death. The same squalor and brutality in every battle, in every war, regardless of location or flags. These could be the fields in which he lost many comrades and he himself was wounded. For a moment he wonders whether, after having seen it all, would have a meaning going to seek death in a foreign land.
But he only leaves behind a failed marriage, dead or sick sons and, in truth, a handful of stories because of which it has been worthwhile. So he moves on; there is no reason to return. And he penetrates deep into the fog. It is so thick that only allows him to see a few steps ahead. However it is not icy but unusually warm and inviting. So much, in that sinister place, an ineffable sensation of wellbeing fills him. Inexplicably, he no longer feels suffocation or fatigue. As if his body had ceased to be heavy and years had vanished.
“Hello, Ambrose,” Sergeant Halcrow greets, jovial as always.
He does not startle at his appearance. He looks all right like that day 52 years ago in Shiloh, before the battle. A few hours later his intestines are scattered across the floor, while the pigs rooted around. The writer welcomes to him with a pat on his shoulder. Together they continue the journey. They carry on the conversation interrupted decades ago as though time had stopped.
"He simply disappeared, sir. He was walking before me, I saw him as clearly as I see you now. And suddenly I stopped seeing him. He dematerialized. The traces of his footsteps disappear there, in the middle of nowhere. It is a supernatural event, ghost things.”
Thereafter many claimed to feel a presence in this area, and hear a laugh that overwhelmed them. Not for being evil neither threatening, but because of its energy and vitality. Some people say it was the missing old gringo, as he had found his place.
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